«Disfrutar la alegría de los amigos»

Palabras de Helen Hernández Hormilla en la presentación de libro «Mujeres en crisis».

Archivo IPS Cuba

Tendría unos 5 o 6 años cuando llegaron los primeros indicios de la crisis de los noventa. Mi madre y yo viajábamos en una guagua donde escuché a un pasajero comentar su preocupación porque “algo” se había caído. No sé por qué me intrigó tanto el citado desplome, tal vez por los rostros apesadumbrados de las personas cuya plática fisgoneaba.

Al descender, quise satisfacer mi curiosidad y entonces mi madre me explicó que la Unión Soviética, el lugar donde vine al mundo gracias al intercambio educativo surgido en la época del CAME, ya no era socialista. Aquello, me dijo, traería graves consecuencias, pero aún no podía aclararme cuáles o en qué medida.

Muy pronto se hicieron evidentes las secuelas vaticinadas tras el fracaso del modelo socialista soviético en esta zona del mundo. Comenzaron a escasear todo tipo de productos, los alimentos, la ropa, el transporte; y la gente se sentía intranquila. Mi abuela comenzó a alquilar su casa y fue así que tuvimos los primeros dólares. Mi madre, a la par de sus labores como profesora universitaria, comenzó a experimentar múltiples oficios en pos de garantizar nuestra subsistencia. Un día se marchó de Cuba uno de mis seres más amados, el mismo año que los balseros llegaban en congas al Malecón de La Habana para salir al mar. Y así, entre las transformaciones éticas, morales, económicas, familiares e ideológicas que ha experimentado esta Isla en los últimos 20 años, fue transcurriendo mi vida.

Soy parte de esa generación que creció en el Período Especial, y, en medio de las convulsiones de ese contexto, me formé como ser humano. El sobreesfuerzo de las mujeres de mi familia, dispuestas a alcanzarlo todo, a salir adelante siempre juntas, me enseñó que no existen mayores obstáculos para la felicidad que los que inventa uno mismo y esa, sin lugar a dudas, ha sido mi ganancia.

Doce años después, cuando estudiaba periodismo, encontré en la librería de la UNEAC un libro de título inquietante: Las muchachas de La Habana no tienen temor de Dios… de Luisa Campuzano. Así eran las mujeres con que había crecido. Además de motivarme a acentuar con saberes teóricos mi espontánea proyección feminista, encontré allí un artículo que se detenía en la eclosión de narradoras cubanas en la década del noventa cuyas obras abordaban, desde un prisma femenino, la incidencia moral, económica, familiar e ideológica de esa época de crisis. La presencia de esa promoción resultaba además significativa si atendemos a la carencia de narradoras en el panorama literario nacional luego de 1959, como bien apuntaba la propia investigadora en su texto Narradoras cubanas en la Revolución, Ponencia sobre una carencia, del año 1984.

Me dispuse entonces a rastrear las autoras citadas por Luisa y, efectivamente, en sus cuentos y novelas advertí una manera distinta de entender la realidad. Sus ficciones narraban la hazaña protagonizada por las mujeres de esta Isla en el pasado reciente, llevando sobre sus espaldas muchas más responsabilidades de las que deberían, pugnando por defender su inteligencia y talento, su disfrute sexual, su capacidad de amar y su autonomía; y todo frente a las persistentes trabas de una sociedad aún poco equitativa en cuestiones de género.

Pero no solo estaban allí la representación de conflictos cotidianos relativos al contexto de los noventa, las preocupaciones éticas, el desprejuicio, la denuncia de los límites al pleno desarrollo femenino, los dilemas subjetivos entre el deber-ser y el deseo. También la posibilidad de la transgresión, la ruptura de un paradigma único de mujer para dar paso a la diversidad, a lo plural, al desbordamiento del ser femenino.

Si se quiere saber lo que vive, siente, sueña y sufre la mitad femenina en esta Isla, han de leerse a las narradoras contemporáneas. Como mujeres de esta tierra, han sabido plasmar sus incertidumbres, han puesto los ojos en donde otros no vieron, y hablan de la violencia, del incesto, de la emigración, del desencanto, del amor. Hacen a sus personajes disfrutar de sus cuerpos en la desnudez, defender a sus hijos e hijas, enfrentarse a lo cotidiano, y escribir, escribir pese a todo, cual si solo en ese acto se encontrase la trascendencia.

Mujeres en crisis es el producto de las inquietudes que despertaron en mí los libros de María Elena Llana, Mirta Yáñez, Nancy Alonso, Laidi Fernández de Juan, Marilyn Bobes, Karla Suárez, Ena Lucía Portela, Anna Lidia Vega, Aida Bahr y muchas otras. Con algunas de ellas he podido conversar y, así sumar sus argumentos a los míos.

Para encontrarlas, me acerqué primero a la tradición de la que forman parten: la de la escritura de las mujeres en Cuba. Lo que hoy nos parece natural, irrefutable en cuestiones de emancipación y reconocimiento femenino, ha sido el producto de la lucha de muchas: intelectuales, activistas, obreras, de las que heredamos nuestras libertades actuales, aun insuficientes.

Es, también, una señal de mi atrevimiento, por tratarse de un estudio literario con matices sociológicos realizado por una periodista. Si algo prima en él, resulta mi profunda convicción en la capacidad intelectual de las mujeres, la necesidad de reconocer y visibilizar sus aportes a la cultura y la confianza en que, desde la solidaridad y equidad que propone el feminismo, todos y todas podremos vivir en una sociedad más justa.

“Lo personal es político”, dice una consigna feminista, y por eso preferí acercarlos a los motivos que me han llevado a realizar la investigación que hoy se presenta como libro. Lo demás lo encontrarán en sus páginas, escritas con mejor o peor suerte, pero con apasionamiento seguro. Muchas satisfacciones personales se han desprendido de este empeño, pero quisiera destacar la posibilidad de conocer a grandes personas, de esas que gustan de abrir los caminos.

Agradezco a las mujeres de mi familia por haberme enseñado a desobedecer los mandatos del género, porque ellas, sin quererlo, se parecen a las protagonistas de esas historias y han sabido superar sus propias crisis. Agradezco a mis profesoras Zaida Capote e Isabel Moya, quienes comenzaron acompañando el desarrollo de esta investigación para luego convertirse en grandes amigas. A Norma Vasallo, Mareelen Díaz y Sonia Catasús, por considerar que este texto debía ser publicado, y al Centro Félix Varela por llevarlo a término. Gracias a cada una de las autoras entrevistadas, especialmente a Mirta Yáñez, a quien me une ya un vínculo afectivo.

Nada habría sido posible tampoco sin la ayuda de mis amigas y amigos, la mayoría disfrutando este rato junto a mí. Solo quisiera distinguir a Ángel Alonso, quien diseñó la portada, y a la artista Aimeé García, cuya obra sintetiza visualmente muchas de las tesis de este libro. Mario Nieves Cruz, mi duende, mi padre afectivo, es el editor de sus páginas, y esa ha sido uno de mis grandes regocijos.

Hace un tiempo, a Ambrosio Fornet le preguntaron para qué sirven los premios y él respondió: “Para disfrutar la alegría de los amigos”. Más allá de las pretensiones académicas, de los posibles aportes intelectuales y la suerte que me ha venido acompañando desde que inicié esta investigación, si de algo ha servido el esfuerzo es para disfrutar la alegría de mis seres queridos.

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