Ley de prensa en Cuba: en el banco de la espera
La Redacción IPS Cuba reúne las miradas de varios comunicadores y periodistas sobre la necesidad de aprobar un instrumento jurídico acerca del ejercicio profesional de la información y la comunicación en la isla caribeña.
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¿Cuáles son los principales problemas, tensiones y vacíos legales que hoy afectan el ejercicio del periodismo, tanto en el espacio estatal como en otros?
Tamara Roselló ReinaEl acceso a las fuentes es uno de los problemas que limita el ejercicio del periodismo y que un marco legal para el tema podría aclarar qué sucede cuando la información de interés público no es pública, cuando alguna institución o directivo limita el acceso y circulación de información relevante o de utilidad social.
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En el caso estatal, estamos frente a un periodismo partidista que no responde a la realidad que vivimos las cubanas y los cubanos. Los directivos de nuestros medios públicos asumen que todo lo que publiquemos da armas al imperialismo para derrotarnos, mientras suponen que la comunicación funciona como describe la vieja teoría hipodérmica. Y aceptan que el mensaje es inoculado, sin más, en los receptores. Como si creyéramos en todo lo que publica Granma o The New York Times.
Así llegamos a la autocensura que nos marca profesionalmente antes de pasar por los filtros partidistas o de individuos que nos dirigen, casi todos personas confiables que poco saben de comunicación social. Así trabajamos sin fuentes oficiales y con una ausencia de datos que no pueden ser públicos, aunque hayamos logrado acceder a ellos.
Quienes ejercen el periodismo son mal pagados, viven mal y, por tanto, son altamente sobornables o poco especializados. Los que han logrado especializarse trabajan muy relacionados con el sector que cubren y eso los convierte en relacionistas públicos de ministerios e instituciones estatales.
Los medios relacionados con instituciones pagan las colaboraciones a destiempo y mal, como si viviéramos del aire (aunque la pirámide invertida y la rémora no son privativas de nuestro sector). Los no oficialistas pagan menos mal —aún poco— y más en tiempo, aún no justo.
No tenemos acceso libre a Internet ni a redes sociales. La participación en redes sociales no está normada. Lo que nos hace blanco de ser juzgados por supuestas indisciplinas, sin que sepamos en qué nos metemos de antemano.
Tus notas pueden ser borradas del ciberespacio solo porque ya no participas de ese medio o sistema.
Nuestros periodistas y nuestros medios pueden ser racistas, homofóbicos, misóginos y no pareciera haber a quién reclamarle; tampoco quién defenderte cuando estás en problemas ni frente al Partido, ni frente a funcionarios, ni frente a figuras públicas que expresan su enojo contra nosotros con violencia, como si fuera algo personal.
Si decides ser independiente en el sentido amplio del castellano —no colaborador habitual de medios, no oficialistas ni en el bando de los opositores— tienes que estar preparado para vivir en el limbo legal: readecuar todas tus estrategias y tu periodismo. También listo a pasar hambre y otros sambenitos.
Creo que estos son los problemas fundamentales por los cuales hayamos dejado de cumplir la función del periodismo. Gran parte de estos están asociados al vacío legal.
Es muy triste que nuestra gente piense que somos acomodados, que vivimos bien y que somos mentirosos, algo que escuchas cuando dices a qué te dedicas.
Lo que más afecta al ejercicio del periodismo en Cuba hoy es su propia luxación. No hay conciencia en la prensa cubana de asumir el rol que le toca y si un país no es capaz de narrarse a sí mismo, está en un gran problema existencial, sencillamente no existe. Y ese es el gran problema del periodismo en Cuba: no existe. No lo encuentras en la radio, no lo encuentras en la televisión, mucho menos en los periódicos o en los medios digitales estatales y en los llamados “alternativos” es que se viene a encontrar un pequeño atisbo de esa realidad extraviada. ¿Por qué? Porque el Estado cubano sigue siendo el amo y señor de los medios de comunicación y esa condición ha hecho desaparecer la información pública, un eslabón esencial en el funcionamiento de las sociedades. Por esa razón, las instituciones se creen protectoras y dueñas de la información, lo que genera un gran temor a la hora de entregarla. Un temor en lo individual y en lo colectivo. Y precisamente ahí es donde Cuba le ha ganado la batalla a la prensa, al sembrar todos estos años ese miedo ineludible que le ha zurcido la boca a la gente. Un pasaje lo muestra todo: cada 14 de marzo los vítores y la felicidad reinan en todas las redacciones del país, los periodistas celebran el día de la prensa, reciben además las felicidades de las instituciones que deberían cuestionar por antonomasia. Ese día es todo alegría y debería ser todo llanto.
Ha sido dicho en múltiples espacios, aunque a veces otras discusiones parecieran desviar la atención de lo que cuenta con consenso: el problema de la prensa cubana, de la hegemónica, la que llega a la mayor cantidad de habitantes del país, es la injerencia política que padece.
Un sistema de comunicación que no es entendido como recurso público sino como arma ideológica, ha condicionado que las urgencias del sistema político se antepongan a la agenda de la ciudadanía. Dicho de otra manera, la subordinación de la prensa al aparato ideológico del Partido Comunista de Cuba provoca que se prioricen los intereses y decisiones de los funcionarios políticos, en lugar de reflejar primero lo que preocupa a las personas y procurarles respuestas a sus inquietudes.
El vacío legal que deja sin concretar derechos consagrados en la Constitución (el derecho a la opinión y a recibir respuestas de las administraciones, por ejemplo) y la ausencia de otros derechos, como el derecho a la información, refuerza ese estado de cosas. Para terminar con la discrecionalidad de las decisiones en este campo, que es usada como un arma de doble filo, para repartir favores o serruchar potencialidades, es que muchos cubanos pedimos una ley para esta área.
Como otros colegas ya han planteado antes, la legislación necesaria ya no es la Ley de Prensa que se está reclamando en el gremio periodístico desde finales de la década del ochenta del siglo XX. Además, me preocupa profundamente que amanezcamos un día con un Decreto-Ley sobre la Comunicación en Cuba, escrito entre pocas manos, sin participación social y aprobado por ucase.
Primero me gustaría aclarar que hace como más de tres años ejerzo periodismo solo en los medios que elijo. Entendí a las malas que trabajar en un medio es “militar” con sus ideas. Creo que, por desgracia, el periodismo que se hace hoy en Cuba es desde una orilla oficialista o desde otra extremista. Tal cual se vive el ejercicio de la política que a Cuba inmiscuye. En la actualidad me dedico al periodismo con una visión “desde abajo y a la izquierda” en medios militantes latinoamericanos. Entonces, lo que puedo responder ante esta pregunta es más desde mi visión de observadora no participante.
Partiendo de este punto, obviamente el no contar con ninguna disposición legal actualizada que ampare el ejercicio de una profesión tan polémica como es el Periodismo y la Comunicación es un vacío, problema, tensión enorme. En el espacio estatal, porque no tienes con qué exigir tangencialmente el acceso a una información que es pública, pero que conveniencias equis deciden “guardar”; y en el privado, porque tampoco tienes esa misma herramienta ni otra con la cual constituirte como una corporación, entidad, empresa, grupo, organización o lo que decidas. Sin embargo, en ambas sigue primando más la opinión de quien paga el medio y no así de quienes lo hacen o lo siguen.
Igual, esta pregunta me lleva a pensar en una historia que incluye otra pregunta al final para la cual no tengo respuesta. Este sábado 1 de julio de 2017, en la Agencia Colombia Informa —donde trabajo y de la cual soy editora— una de nuestras compañeras cubría una protesta social contra una empresa estatal en una comunidad y llegó la policía antidisturbios, que no solo intentó quitarle su cámara, golpeándola fuertemente en el rostro —lo cual es anticonstitucional: lo de la cámara, para no hablar del golpe—, sino que, además, aunque ella estaba debidamente identificada como prensa (con un chaleco que portamos para estas ocasiones) y presentó sus credenciales legales para ejercer esta misma profesión, la policía antidisturbios —hablo de hombres onda Hulks— la apresó por más de 24 horas.
Es decir, en Colombia y cualquier otro país hay establecidas normas para que exista un medio abierto legalmente, aunque en oposición al gobierno. Pero solo en papeles. Se sigue impidiendo el ejercicio del periodismo con la cárcel, el exilio o la muerte. ¿Puede amparar nuestro ejercicio solo con una Ley como tal o necesitamos repensar el sistema completo de producción de comunicación haciendo que todas las personas se sientan parte?
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¿Es necesario un mecanismo jurídico que norme el ejercicio de la prensa en Cuba como parte de un campo de actuación mucho más amplio: la comunicación y la información? ¿Por qué?
Tamara Roselló ReinaEn debates recientes sobre el tema, hay quienes se preocupan porque un marco legal “ate más o corte las alas” a quienes ejercen el periodismo, pero por el contrario confío que una propuesta que se dialogue previamente a su aprobación, que recoja las preocupaciones del gremio de periodistas y comunicadores, no solo de quienes dictan las políticas o las leyes; debe establecer un ámbito propicio para adentrarse en todas las áreas de la vida, con responsabilidad y en apego a la verdad.
Eso sí, un debate de esa naturaleza no ha de ser exclusivo de un sector profesional y de quienes rigen la política informativa del país, porque por su carácter de servicio social, nos implica a toda la ciudadanía. En Cuba no tenemos una práctica activa de participación en procesos de esa naturaleza. No siempre en las consultas a documentos o políticas, las personas convocadas aprovechan la ocasión para aportar al proceso, porque esa cultura de ejercer el criterio, de construir colectivamente, se desarrolla cotidianamente, no de manera eventual.
Ese es un freno que siento puede tener la actualización del marco legal general en Cuba hoy y, en particular, la aprobación de un marco específico para la prensa.
En varios países de América Latina, en coyunturas diferentes a la nuestra y como parte del impulso de gobiernos progresistas (por ejemplo, en Ecuador, Bolivia, Uruguay, Argentina), no solo se impulsaron leyes de responsabilidad de los medios, de Servicios Audiovisuales o de Comunicación, que propusieron un reparto más justo del espacio radioeléctrico y la pluralidad de voces que los medios hegemónicos invisibilizaban; a la par —y es lo que quiero destacar— tuvo lugar un debate público que involucró a sectores populares, a las radios y televisoras comunitarias, a la ciudadanía en general. ¿Por qué aquí no podemos construir a lo cubano, claro está, un espacio público que también sirva como prealimentación a quienes luego tendrán que poner en clave legal lo que esperamos de los medios, del acceso a la información, del ejercicio cotidiano de la comunicación, que también es un derecho humano que tenemos que defender?
Al mismo tiempo, cómo podemos ejercer control popular y ser parte de la regulación sobre nuestros medios y sus agendas, cómo colocar las preocupaciones y preguntas de las personas de a pie en las publicaciones, en las emisoras, en las televisoras, en los espacios de comunicación pública, para que sean menos formales y más dialógicos, más participativos y menos verticales, como exigen estos tiempos.
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Obviamente, sí. Creo que más allá de un mecanismo jurídico que establezca límites, por ejemplo, en cuanto a la propiedad, pagos, espacios a los que llegar… (porque es otra la realidad y discusión en Cuba hasta ahora), hace falta un mecanismo jurídico que hable de una voluntad e intencionalidad política de entender el ejercicio de la prensa como un sistema de producción de comunicación e información desde el derecho humano fundamental a la comunicación.
Sí, creo que lo más beneficioso para el país sería un instrumento jurídico que norme el acceso a la información y abra puertas a la transparencia de la gestión pública. Esos dos principios, acompañados de una atemperación de los modelos de gestión reconocidos (solo la propiedad estatal sobre los medios de comunicación) a la nueva realidad del creciente acceso a Internet y lo formatos multimedia, podrían permitirle a Cuba beber de las mejores experiencias internacionales y dotar a la ciudadanía de herramientas jurídicas que dejen claras las reglas del juego institucional y terminen con el estado de ilegalidad de muchas propuestas mediáticas, que han surgido para satisfacer necesidades no cubiertas por el aparato hegemónico estatal.
La comunicación pública en el país necesita pensamiento y políticas claras, pero no para tratar de restringirla y llevarla a la zona de confort de los funcionarios estatales y los comisarios ideológicos que todavía no han comprendido que, en tiempos de Internet y celular, ya no pueden controlar todos los flujos de información.
Creo que es necesario dotarnos de instrumentos relacionados con el periodismo y el acceso a la información y diferenciarlos de la comunicación comercial y la propaganda, demarcando sus diferentes espacios. Por suerte, desde hace años se expresan opiniones desde la academia y la sociedad civil, que bien podrían contribuir a la gestación de esas políticas.
Obviamente, si no hay orden y todo está patas arriba, debería existir un amparo legal que ponga las cosas sobre la mesa, con su debido rigor. La llamada ley de prensa sería lo ideal, pero realmente no creo que haya una intención sana y digna por parte del Estado cubano de legitimar algo tan peligroso para ellos, sino ya hubiera llegado. Por otra parte, hay que ver quién construye esa ley y sobre qué bases, porque estaríamos hablando de quedarnos en el mismo sitio. Si quienes elaboran ese documento son las mismas personas que censuran y que impiden el ejercicio del periodismo, evidentemente ese documento no será para nada confiable. El sistema de prensa en Cuba debería ser diverso, de libre elección, que los viejitos del barrio fueran temprano en la mañana al estanquillo de la esquina y lo mismo puedan comprar el periódico Granma, que la revista Bohemia, que alguna revista especializada en deporte o en moda y farándula o El Estornudo, que nadie les límite su lectura, que nadie les diga qué es lo que tienen que leer en su vejez.
Es urgente. Todo lo que está fuera de una norma jurídica termina siendo irregular. (Quienes me conocen saben que no soy muy dada a cumplirlas a priori y que sé que una Ley de Medios no es magia, pero que las considero necesarias en las sociedades que conozco). La falta de claridad nos pone ante la alegalidad, la indisciplina, la disidencia (como si disentir fuera malo), la autocensura, la censura, la discriminación de lo que nos parezca distinto…
Es imposible trabajar desde la indefensión con un sistema político o nuevos dueños de medios que ganan siempre.
Hay que legislar para nuevos escenarios y los que operan el derecho en la isla son tan lentos y conservadores.
Ser independiente no debió, ni debe, ni deberá ser un delito.
Como receptora quiero una prensa que no discrimine, no censure y sea más plural en formas y contenidos.
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¿Cuál o cuáles sistemas comunicativos propone tener en cuenta para elaborar el mecanismo jurídico que norme la comunicación y la información en Cuba? ¿Por qué?
Tamara Roselló ReinaEn “Comunicación popular en Cuba: El desafío de pronunciar el socialismo” *, artículo que pronto verá la luz dentro de una compilación sobre comunicación que elaboré junto a dos colegas periodistas, señalamos que es importante “repensar el sistema comunicativo cubano, considerando los enfoques de la comunicación popular. Las reflexiones adelantadas, las investigaciones disponibles y los espacios de discusión socializados se concentran más en el modelo de prensa, en la política de comunicación desde la perspectiva de los medios. Esa es una parte muy importante, sin dudas, pero la comunicación no se limita al ámbito de los medios o las instituciones, ni a la relación de estos con sus públicos; por eso pensar la comunicación debe ser un proceso que se amplíe a la sociedad en su conjunto, que se abra a todos los canales posibles para involucrar a las cubanas y cubanos en el debate oportuno.
“Cuando abogamos por la comunicación popular, apostamos por desarrollar las potencialidades comunicativas de las personas, de los grupos, de las comunidades. Reconocemos su derecho a estar informados, informadas, a entender la información y el conocimiento como recursos para la toma de decisiones certeras, no solo de los funcionarios o dirigentes, sino de la ciudadanía. Es una responsabilidad ética de quienes asuman cargos públicos, mantener un vínculo sistemático y transparente con el pueblo. Tener una población con capacidades para desarrollar y contar su realidad, para exigir sus derechos y buscar alternativas de conjunto a los problemas cotidianos, hará más fuerte a la Revolución cubana, desde cada uno de sus espacios.
En ese mismo artículo, precisamos que “un pueblo sin posibilidad de ejercer el control popular, sin interés por enriquecer la proyección del futuro de Cuba o las leyes en discusión, no podrá sostener ni protagonizar la Revolución socialista hoy, ni mañana.”
Por eso es estratégico que se asuma una concepción que trascienda la visión instrumental de la comunicación (más allá de los medios) y que se comprenda como parte del resto de los procesos institucionales, comunitarios, sociales, culturales que vivimos los seres humanos.
La regulación es necesaria para normar un marco de actuación que atienda cuestiones estratégicas, como señaló nuestro inolvidable decano Julio García Luis (1942-2012) en su tesis doctoral, devenida libro imprescindible para los debates sobre la regulación de la prensa y el perfeccionamiento del modelo cubano de prensa socialista.
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* Este artículo forma parte del libro Información, comunicación y cambio de mentalidad. Nuevas agendas para un nuevo desarrollo en Cuba, que publicará próximamente la Editorial de Ciencias Sociales.
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Creo que la respuesta que tendría para esta pregunta la dije en los párrafos anteriores.
No hablaría de sistemas comunicativos, sino de realidad comunicativa. Sin embargo, no puedo obviar que existen tendencias dominantes que el comunicador argentino Carlos Scolari resume en tres grupos, según los conceptos claves que manejan: interpretativa, funcionalista y crítica. No me voy a detener en analizarlas por separado porque considero que estas lógicas operan de conjunto y competitivamente, en un panorama cada vez más complejo por la aparición de las TIC´s.
Por eso creo que el camino no solo de los teóricos de la Comunicación, sino de quienes tratamos de echar mano de ellas para informar, comunicar, gobernar mejor… es romper las fronteras entre perspectivas, que ya se viene produciendo, aunque una visión holística, exhaustiva y transdisciplinar sea, en la realidad, muy difícil.
No puedo dejar de pensar en una alianza directa con los receptores, una consulta pública que nos acerque a esa realidad comunicativa que olvidan cuando cuentan un país que no se parece a su gente.
Hasta ahora el espacio comunicativo en Cuba es atípico en cuanto a modelos actuales, en la producción, recepción, uso y consumo de comunicación. Por lo tanto, tiene la gran oportunidad y el deber de pensar un sistema propio que se adapte a sus necesidades e historias. Personalmente, esperaría que fuera un modelo de comunicación popular, es decir, de construcción popular. Haría falta, por supuesto, una ciudadanía educada en construcción popular. Pero creo que soñar hasta ahora es lo único que no cuesta.
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En los últimos años se multiplican publicaciones digitales no estatales, que actúan de modo alegal en un país donde los medios son públicos por Constitución. ¿Cree posible/necesaria/justa su legalización? ¿Por qué? ¿Qué efecto están teniendo estos nuevos actores en la prensa estatal?
Abraham Jiménez EnoaLa legalización de esas publicaciones nuevas, que viven de manera alegal en Cuba, sería un verdadero ejercicio de libertad de expresión en esta isla. Esa Cuba que están mostrando debería llegar al alcance de los cubanos, pero lamentablemente muere en las redes de Internet, que sabemos que ya es una necesidad y no un lujo para los cubanos. Y entonces lo que impera y lo que más se consume, aunque cueste creerlo, sigue siendo la visión dogmática, repetitiva y desfasada de los medios estatales, ellos siguen teniendo el mayor poder de audiencias. Pero, evidentemente, estas nuevas propuestas, con un discurso más fresco y más apegado a la realidad, están poniendo en jaque al aparato de prensa estatal; no por gusto sus propios periodistas viven una doble vida: escriben para ellos y para los medios no estatales, proponen un discurso en un lado y luego lo condenan en el otro, firman con su nombre y después se inventan algún seudónimo. Y eso habla de la doble moral y el desprestigio de la prensa cubana.
Es urgente y justa y necesaria. Por supuesto, posible. Comunicarse es un derecho humano fundamental y la libertad de expresión y el acceso a la información, también. Hay que parar ya con las mentalidades demodé y autocráticas de cualquier signo, para cumplir estos derechos universalmente menospreciados, en mayor o menor medida.
Cuba podría ser un buen ejemplo, si deja de considerar a quienes ejercen el periodismo como soldados de la revolución o enemigos acérrimos de ella; si entiende los procesos de recepción con las mediaciones… y si deja de pensar a su pueblo como tonto adoctrinable.
Creo que detrás de esa alegalidad han nacido y están naciendo proyectos interesantes (cuyo futuro está en gran parte determinado por su normalización), que aportan nuevos o más reales y frescos puntos de vista de un asunto, desde, incluso, cierta transmedialidad.
Hay colegas que han pagado con la cárcel el ejercicio de lo que Gabriel García Marquéz llamaba “la profesión más hermosa del mundo”. Otras y otros que han pagado su independencia con la proscripción, como en tiempos oscuros. Otras y otros, puestos a elegir entre su puesto mal pagado en un medio estatal y sus colaboraciones con prensa no oficialista. Otros para los cuales la evolución de su periodismo, su especialización, no clasifica en las agendas clásicas de estos medios. Otros que esperan a que les den permisos a colegas extranjeros con los que tienen un proyecto para poder trabajar en su isla.
Aclaro que la construcción de estas agendas y el tratamiento de los temas no siempre son justos, como tampoco la manera en que pagan a sus comunicadores.
Me preocupa que, más allá de las prohibiciones de periodistas oficialistas de colaborar con estos medios, la prensa partidista y su cultura profesional esté impactando más en este universo que al revés.
He leído notas con una única fuente que se protege en el anonimato por pereza de directivos, editores y periodistas, como si estuvieran en Granma con un poquito más de libertad. Conozco de colegas independientes que se protegen usando los mismos mecanismos de chantaje político que usan las autoridades contra los que piensan diferente, otra ética dudosa venga de donde venga.
Como participante en varios de estos medios, por supuesto que abogo por su legalización. Yo no comulgo con la matriz de opinión que insiste en decir que son inventos foráneos, diseñados en laboratorios para subvertir el orden en Cuba. He tenido la oportunidad de trabajar en varios de esos medios y conocer a muchos de los jóvenes que intentan mantener a flote revistas de los más variados temas, y en ellos, al igual que en los periodistas que nos hemos lanzado a hacer/sostener/aprovechar las nuevas publicaciones, identifico factores comunes: la voluntad de realizar(se) con productos que respondan a las necesidades de la audiencia, al mismo tiempo que impulsen la superación profesional y dignifiquen el oficio de los comunicadores.
Excluirlos del tejido mediático del país lo único que logrará será apartar mentes creativas y voluntades que no están enfrentadas con el modelo social y que solo defienden su derecho a tomar la iniciativa, a no esperar por el cumplimiento de promesas que ya acumulan más de tres décadas, a experimentar sin el peso de las burocracias instituidas.
A la altura de cinco años de emergencia de estos nuevos medios (proceso simultáneo al creciente acceso de los cubanos de dentro a Internet y la democratización de las tecnologías de información, pero también a la reforma económica que abrió puertas a nuevos negocios privados y cooperativos) considero que ya estamos recogiendo como país los resultados de esa contradicción dialéctica entre el estatismo y la pujanza de proyectos jóvenes.
Hoy se puede encontrar contenido de mucha calidad en la web y en las revistas en PDF, lo cual —junto al hecho de que son periodistas graduados en las universidades del país, quienes además de trabajar en los medios estatales también impulsan las iniciativas no estatales— está permeando poco a poco algunos espacios de la prensa oficial. Para mi gusto, todavía son extremadamente pocos, pero se agradece el esfuerzo por ofrecer, por ejemplo, productos más cercanos al periodismo narrativo en periódicos de circulación nacional y provincial.
Eso en lo formal, pues creo que el mayor impacto lo están causando en la remoción de la parálisis informativa en que suelen caer los medios estatales a la espera de permisos: hoy casi todos los actores que deciden en ese sistema están conscientes de que mientras más demoren en hablar de un tema, más espacio dejan para que otros lo cuenten a su manera, y eso, percibo yo, ha comenzado a generar modificaciones de “comportamiento” editorial.
Sí. Todas las personas tienen derecho a comunicar. Incluso cuando comuniquen algo con lo que no estemos de acuerdo.
Nuevamente, no pertenezco a una prensa estatal ni privada en Cuba; pero, desde lejos creo que están teniendo el efecto de llevar el ritmo en alguna carrera que no sé bien a dónde se dirige.
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Aunque lenta y limitadamente, las personas en Cuba están cada vez más conectadas entre sí y a Internet, además de usar vías alternativas de información ¿Cuál es el escenario actual de consumo de los medios de comunicación y el modo en que las personas ejercen su derecho a estar informadas?
Paula Companioni ReyesPara alguien poder ejercer un derecho, primero tiene que saber que, efectivamente, ese es un derecho. Yo no sé si solo en Cuba o a nivel mundial, de ese tercer mundo mundial, sabemos que es nuestro derecho el estar informados. La mayoría de las personas en Cuba hoy no nos conectamos a Internet para consumir medios de prensa. Hacemos un uso de la web diferente. Más dirigido a suplir nostalgias que la ausencia familiar impone o a “resolver” trámites de cualquier índole. Pero no veo a mucha gente en las zonas wifi preguntando cómo abrir el New York Times, por ejemplo. Basta abrir un foro debate de cualquier medio en o acerca de Cuba y se verá que la mayoría de los que allí participan o dejan comentarios son personas que viven fuera de la isla o tienen su tiempo laboral dedicado a esto. Entonces, desde una visión que no es “especializada”, creo que el escenario actual de consumo de los medios de comunicación es casi “virgen” y disponible para poder lograr una educación en la recepción y consumo diferentes de la comunicación.
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Como no soy investigador, no me atrevo a describir un escenario de consumo, solo a describir un poco sus rasgos. Y son excitantes esos rasgos. Es estimulante percatarse de cuán creativo está siendo el pueblo cubano para satisfacer sus necesidades de información y lo que cree que son sus derechos. Es como el agua embalsada, que siempre encuentra un lugar por donde salir. Está claro que los medios y formatos tradicionales perdieron su exclusividad, aunque todavía son hegemónicos.
Sin embargo, el usuario cubano es cada vez más también un usuario “transmedia”. Las dificultades para consumir contenidos con comodidad lo único que hacen es generar formas muy rupturistas de gestionar/producir/consumir contenido. El Paquete Semanal sigue establecido como el fenómeno sociocultural más relevante de la última década y contiene muchísimas enseñanzas para otros países subdesarrollados y con escasa penetración de Internet, como Cuba.
Los comportamientos de los adolescentes con las redes sociales (online y offline, esas que crean a través de aplicaciones móviles como Zapya) los vuelven muy similares a cualquier otro adolescente del hemisferio occidental. Y cada vez será más transformadora la actitud de los cubanos, toda vez que ya son ellos cada vez más “prosumidores”, productores/consumidores de sus propios contenidos.
Ya lo decía anteriormente, aunque el acceso a Internet en Cuba ha ido incrementándose, los precios siguen siendo altísimos y las condiciones de conexión siguen siendo paupérrimas. Eso indica que, al final, los medios oficiales siguen siendo los que mayoritariamente implantan la opinión pública en la isla. Existen medios alternativos de información como el Paquete Semanal (compendio digital que circula offline), pero en su mayoría las personas lo consumen con el fin del ocio. Al final, si nadie lee en casa, nadie irá a un parque wifi a leer noticias. Pero no se trata de eso, se trata de que, al menos, otorguen la opción de decidir.
Desconozco de estudios, holísticos o no, sobre el consumo de Internet en Cuba. Tampoco creo que los datos cuantitativos sobre conectividad en la isla con los que contamos sean reales. Hay tendederas (redes domésticas que reparten Internet en barrios enteros desde una sola cuenta), esta especie de Internet offline que es el Paquete Semanal y personas que se conectan desde cuentas en sus centros de trabajo y reparten conexión offline u online, sin que podamos medir nada. Más conectados estamos, pero no sé para qué nos sirve.
Como comunicadora y observadora, me parece un consumo caótico, en el que los medios de comunicación masiva destinados a informar ocupan el último lugar de la larga fila porque estamos en el descrédito.
El derecho a la información parece otro chiste de mal gusto. La gente en Cuba se olvidó de pelear por sus derechos, incluido el de informarse. En su historia de la sociedad de la información, un apocalíptico como el sociólogo belga Armand Mattelard asegura que en el proyecto de «sociedad de la información» la ciudadanía no ha podido ejercer su derecho a un verdadero debate, aunque él mismo reconoce cambios al inicio del presente milenio. El comunicólogo registra entonces —y parafraseo— “sociedades del conocimiento”, vistas por una sociedad civil resuelta a obtener la riqueza inmaterial de nuevos yacimientos, del control de las doctrinas y estrategias hegemónicas.
2 comentarios
Alexei Padilla Herrera
Soy comunicador social y desde hace 4 años investigo sobre los medios de comunicación emergentes en Cuba. Coincido con la mayoría de los puntos expuestos por los demás participantes, mas insisto es que no podemos transformar el actual sistema de comunicación pública (modelo de prensa incluido) sin antes conocer los postulados (leninistas y estalinistas) en que se basa su funcionamiento. Por otro lado, todo cambio en el sistema comunicativo estará muy vinculado a cambios el sistema político y en la cultura política de todos los ciudadanos, especialmente, los dirigentes.
Alexei Padilla Herrera
Por otra parte, se discute mucho sobre la necesidad de una ley de prensa (yo prefiero una ley de acceso a la información, como ha dicho Tamara Roselló) pero hasta hoy no ha sido presentado un anteproyecto ni se publicitan los esfuerzos de organizaciones como la UPEC o la ACCS realizan para que los legisladores cubanos comienzan a elaborar las normas.
Debemos preguntarnos, además, si en el actual contexto, si con las actuales concepciones y prácticas políticas, una ley de prensa sería un elementos positivo o una restricción más a la tan anhelada libertad de expresión.
Como señala Tamara, hay que acercarse a las contribuciones que en términos normativos y legales han hecho países como Ecuador. Digo normativos, porque la práctica no siempre se corresponde con lo legislado.