Las maneras de la memoria (en torno a Las muertes de Arístides)

Acercamiento crítico al cortometraje Las muertes de Arístides, de Lázaro Lemus, mención en la categoría documental de la recién celebrada Muestra Joven ICAIC 2019.

Forograma de Las muertes de Arístides.

Foto: Cortesía del autor

Así como Dios, la memoria opera de maneras misteriosas. La memoria redimensiona sucesos, reestructura narrativas, rearticula lógicas, diluye unos acontecimientos y urde otros. La memoria es el definitivo diálogo del ser humano con la realidad externa a su percepción. Es la zona inclusiva donde confluyen y se mixturan el ser y el mundo; donde pactan y consolidan la simbiosis eterna que tiene su máxima expresión en el ejercicio evocativo.

Tal ejercicio deviene un pleno acto de creación de naturaleza híbrida, donde existen simultáneamente los dos planos de la existencia. Los hechos, las imágenes y las sensaciones alternan en una narrativa de corte surreal. Evocar nunca será reproducir con literalidad fáctica, sino la fusión sublimada, desde el yo presente, de los diferentes estratos de la experiencia y las impresiones acumuladas en la zona no cronológica que es la memoria.

El reconocimiento de tal estado de cosas —más el autorreconocimiento como actor inevitablemente participante— ha llevado a los realizadores audiovisuales, sobre todo del campo documental, a obsesionarse cada vez más con los roles y complejidades de la memoria. A explorarse como protagonistas de lo que filman, reconnotando el mismo clásico concepto “vertoviano” del “Cine-Ojo”, pues la mirada es canal de encuentro y engarce entre el yo y el cosmos en la memoria. Los documentalistas han pasado a documentar (valga la redundancia) sus procesos mentales, a documentarse, a validar la evocación como uno de sus máximos ejercicios.

En este crisol se coció Las muertes de Arístides (Lázaro Lemus, 2019), que nutre las incursiones cubanas en el subgénero conocido como “documental animado” (Now, Uvero, Velas) con una pluralidad de técnicas que abarcan desde la fotoanimación hasta la animación digital de variados modos. Con este instrumental totalmente recreativo, el documental de marras deviene un pleno ejercicio evocativo: la reconstrucción de una historia hondamente dolorosa desde el amasijo sensorial y emocional yacente en las más profundas simas de la memoria.

El desarrollo de la anécdota cede paso a la cartografía de sus consecuencias, mientras el epistolario oralizado en off brinda una zigzagueante línea guía en medio del laberinto. Como el Stalker (1979) de Tarkovski, Lemus nunca conduce al espectador por senderos rectos que aparentemente optimizarían las distancias, sino que invita a un itinerario sinuoso, donde cada bifurcación conduce al lugar correcto. Aquí, el tránsito es la razón definitiva del periplo.

El propio título ofrece información definitoria de lo que está por visionarse: no se va a indagar detectivescamente por los pormenores de la muerte “objetiva” de Arístides —para cuya revelación basta con un escueto texto epilogar—, sino en las resonancias de esta, expandidas ad infinitum, hasta el presente de Lemus. Y luego remontan el futuro de todos los espectadores potenciales. Cada vez que se le recuerda y se le evoca, Arístides muere de nuevo esta muerte que garantiza la vivificación de su memoria.

No peco de spoiler barato al develar algo claramente referido en dicho título, desde el que también parece hablar el director de cuánto murió cada ser amado por Arístides, una vez fuera mutilado de su familia y la existencia.

La secuencia inicial ilustra con nitidez la naturaleza de la película, desplegando una mínima y clasicista metáfora de la introspección autoral que marca todo el relato. Es el sincero reconocimiento de que lo narrado previamente (en otra secuencia fotoanimada, previa al título) y a continuación, emana siempre de la memoria, alegorizada como un fanal cuyo halo roba un limitado espacio a la nada circundante. Varía este paisaje mínimo a medida que el realizador viaja a través de sí mismo.

Las imágenes imbricadas por Lemus —que además de dirigir, se encargó de la fotografía y el montaje— dialogan con las fragmentarias cartas en un juego de contrastes entre los textos escritos y los contextos que impacta(ro)n y modifica(ro)n. También como graficaciones no terapéuticas de los pasajes pesadillescos, pues no buscan sanar la herida abierta una y mil veces, cada vez que Arístides muere sus muertes. (2019)

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