Perversiones, necesidades y urgencias en La máquina

El joven realizador cubano, Adolfo Mena Cejas, en este corto manifiesta la voluntad por ligar problemas de identidad cultural con el espacio doméstico.

Las actrices Rosa Vasconcelos (de espalda) y Broselianda Hernández, en el corto de ficción Nani y Tati.

Foto: Muestra Joven ICAIC

Sería difícil conectar a simple vista un corto como Nani y Tati (2013) con La máquina (2016), que compitió en la Muestra Joven ICAIC 2017. Sin embargo, varios rasgos permiten encontrar detrás de ambos el pulso creativo de Adolfo Mena Cejas en el guion y la dirección. Tanto La máquina como Nani y Tati exploran ese instante en que una necesidad se vuelve urgente hasta tomar posesión de nuestro cuerpo: comer, orinar, fornicar en Nani y Tati; emigrar en La máquina. Y las protagonistas de uno y otro se muestran incapaces de satisfacer o superar esa urgencia.

Hay aquí una falibilidad en las estrategias de los personajes, que quizás podrían tomarse como testimonio de los tiempos que corren. Nani le pide a Tati que la salve de su hambre, y Tati a Nani que le alcance el orinal. La energía que invierten pidiendo, la tortura del pedir, es descomunal. Se trata, a todas luces, de una táctica fallida, pero cierta perversión de su carácter les impide levantarse de la cama y resolver por sí mismas.

En el caso de La máquina, emigrar no es una urgencia fisiológica. Pero después de que la protagonista recibe una llamada, la siente como si lo fuera, le arde en las entrañas. Las probabilidades de vivir en el Norte son una en un millón para cualquier tercermundista, y la familia de La máquina no es una excepción.

Cartel del corto La máquina.

Sin embargo, lo que se desliza en el corto como una perversión en la lógica común del inmigrante son las razones que conducen a la protagonista a experimentar este deseo como una urgencia: que hace calor; que la hija se porta mal; que le dio una patada en la rodilla; que la madre no le permite ver la televisión; que no puede ir al Coppelia porque hay mucha cola y mucho sol… El humor del corto se desprende de aquí, de que en cualquier rincón del planeta a donde huya, el clima y los problemas domésticos serán una constante. La perversión de carácter asoma en la incapacidad de la protagonista de tomar las riendas de su propia geografía.

A partir de la fotografía y la edición, Nani y Tati desarrolla un sentimiento de claustrofobia, de espacios viciados, que subrayan la estrechez existencial de las protagonistas. Sus figuras aparecen enmarcadas por hilachas de sábanas grises hasta el penúltimo plano. En ese último, la luz y los colores explotan mostrando desde la distancia de un campo de postal la casa donde se ha desarrollado la historia. La máquina tiene lugar en esa esquina de la sala cubana donde se agolpan el teléfono, algunos muebles y adornos. El propósito es similar; ahora, es el ritmo de los actores el que mantiene a galope el interés del espectador.

El tono y el ritmo son casi todo para La máquina. La actuación es el principal vehículo a través del cual se mantienen ambos. Si algo hay que dar por seguro es que Adolfo Mena Cejas es un buen director de actores, lo que no solo implica lograr que encarnen apropiadamente a sus personajes, sino también hacerlos trabajar en concierto con los otros, lograr que cada actor funcione como un instrumento en función de un todo.

En un contexto donde el cine de “buen” gusto apuesta por escenas dilatadas y actores o actuación naturalista, es refrescante encontrarse con un cortometraje que tome otro camino, con personajes excéntricos, de ritmo trepidante, con un poco de absurdo. Hay algo del esencialismo folclórico de algunas obras de Federico García Lorca en Nani y Tati, y algo también de su teatro experimental. Hay mucho de Virgilio Piñera en La máquina, de su interés por deshojar el ethos de la familia habanera. Hay, quizás, también del absurdo de Cremata en Nada y en El premio flaco. El común denominador aquí no es solo una tradición teatral, sino también la voluntad por ligar problemas de identidad cultural con el espacio doméstico.

Está claro que la protagonista de La máquina se parece a muchas madres.

Está claro que su urgencia sigue el pulso de una perversión del carácter que desborda los límites de la ficción.

Ojalá los protagonistas de la vida cotidiana logren colgar el teléfono, o levantarse de la cama, a diferencia de Nani y Tati. Ojalá abran la ventana del bohío y sus ojos construyan un paisaje diferente. (2017)

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