Fotografía, manigua y cine
Hay películas “menores” que se olvidan o difuminan bajo la sombra de las obras mayores. En un año de cincuentenarios célebres para el cine cubano, Altercine quiere evocar un corto casi desconocido que llega también al medio siglo: Hombres de Mal Tiempo, de Alejandro Saderman.
Para Dean Luis Reyes
En un libro historiográfico y, sobre todo, analítico, puede encontrarse más de un concepto acerca de su tema principal. Sea el que fuere. Desde el inicio ensayístico –no podía ser otro el género más privilegiado a propósito de definiciones–, el tema comienza a darse mediante conceptos y, cuando el autor parece entregar lo mejor de una idea, yuxtapone otra.
De este modo, el propósito del libro se explaya como si el “para qué” de algo quedara en la cifra del hecho o de la posibilidad. La concurrencia o superposición de infinitivos como certificar, construir, registrar, guardar… se integra a la adjetivación de los resultados de la experiencia estética y acaso artística de la fotografía. Al testimoniar la correspondencia como el desacuerdo del hombre con el mundo, la fotografía puede considerarse nuestra otra memoria.
¿Nuestra otra memoria? Pues sí. Al observar esta suerte de representación visual, recomponemos un suceso con añadidos del presente como la crónica-retrato de un linaje, por ejemplo; acercamos el pasado –familiar o no– cual situación aparentemente paralela, pues en verdad queda contrapuesta una lectura de asociación alterna. No obstante, recuerdos, nostalgia e iluminaciones sugieren el paso del tiempo en un amasijo de proximidad increíble, con referentes aún visibles y no tan ausentes. “Coleccionar fotografías es coleccionar el mundo”. No ha podido ser más generalizadora y precisa la estadounidense Susan Sontag cuando se ha referido a una de las funciones conceptuales del arte fotográfico.
Desde la invención y desarrollo de la fotografía en la pujanza del siglo XIX europeo, se quiso registrar y trasportar el mundo: no hacía falta estar en un lugar si quedaba confirmada su existencia. El conocimiento y la experiencia de la estancia parecieron certificarse por la imagen fija del lugar, cuando no por la prueba irrefutable de la figura como testigo presencial. Al ensanchar y diversificar retazos del orbe, la fotografía activó la representación verbal del saber de oídas y, sin embargo, pactó con la imaginación. Pues luego, el artificio intentaría –lo logró muchas veces– adulterar “la verdad” al entorpecer los adelantos o conquistas de la ciencia.
Lo pintoresco y lo bello, lo circunstancial y lo notable han sido nociones buscadas y encontradas en lo fotografiado. El detalle no ha sido tampoco descuidado por lo inconmensurable o la dominación de lo más asiduo y mundial. Por desgracia, la guerra ha tenido que autentificarse por los corresponsales de lo gráfico. Se sabe que las imágenes basadas en hechos reales –sean en pleno combate o posbélicas– no son muy alteradas en las fotografías. Los fotógrafos de las contiendas mundiales se han arriesgado y se arriesgan para captar desde los inicios de una guerra hasta los efectos de vencidos y vencedores. Hemos conocido de fotografías anteriores a un combate y, para colmo, apreciamos estéticamente, como ejercicio de clase, el instante de la muerte para la posteridad y la Historia, como aquella que registró Robert Capa, por ejemplo, en el momento en que derriban a un miliciano en el frente de Córdoba en el lejano 5 de septiembre de 1936.
Importantes fotógrafos del siglo XIX cubano fueron José Gómez de la Carrera, Pedro J. Pérez, Gregorio Casañas, Trelles, Joaquín López de Quintana, Sánchez Capiró. Gracias a ellos, Cuba posee un registro visual significativo sobre mambises y españoles. Existen fotografías que integran hombres en combate y algunos cuerpos caídos. No creo que estas imágenes se deban a poses ante la cámara. Aunque, de todo hay en la viña del señor. Hubo acontecimientos y personajes para toda clase de representaciones.
A medio levantar su machete, un adolescente mambí se encuentra cerca del cuerpo de un negro postrado. La cámara ha registrado hacia el fondo una cabaña. El chico sonríe por la posible ocurrencia, la cual ha quedado para el porvenir. En rigor, la composición parece una puesta en escena, a diferencia de otra mucho más elocuente, donde apreciamos a un grupo intergeneracional en la preparación campestre de un asado. Queda encubierta la heroicidad ante la faena no tan diaria de intentar llevarse un bocado a la boca. El hambre los equipara en este encuadre impresionante, por testimonial e histórico. “En la jerga humanista, la mayor vocación de la fotografía es explicar el hombre al hombre. Pero las fotografías no explican; reconocen”[1].
Contrario a cuanto se puede pensar sobre las fotografías del ejército español, ellas expresan por oposición cuanto puede definir al bando mambí. Los rostros son inquietantes; los estados de ánimos distintos. Eso sí, las miradas de algunos los arrima como coterráneos esperanzados, seguros y hasta más solemnes que los cubanos. No obstante, no pocos ansían que la guerra termine. Quieren regresar a la Madre Patria y hacer familia. Se encuentran en un país foráneo frente a una tropa limitada y mixta, pero resuelta a pelear por el país deseado.
Las fotografías de finales de la guerra del 95, tanto de cubanos como españoles, permiten, para algunos, trazar un esbozo de las acciones insurrectas a través de la generalización de los sublevados, como si no hubieran cambiado desde la Guerra de los Diez Años hasta las secuelas de la contienda finisecular porque, por ejemplo, “cuando con ventaja se deciden á esperar el ataque de nuestras columnas, escudados con la espesura de los bosques, es indudable que pelean con más vigor del que generalmente se les atribuye”[2].
Desde hace treinta años, los héroes aún vivos del 68 y quienes se han ido sumando, según los conflictos sucesivos, no parecen haber cambiado en sus procederes y perfiles en vísperas de un siglo nuevo. Se engaña la mirada ibérica. La manigua ha sido hogar y aprendizaje, lucimiento y camposanto para el war hero cubano. Ni este ni los españoles pudieron ser confinados a la instantánea. El cine, con sus altibajos y de acuerdo a los intereses de los realizadores, los prolongaría cual personajes pintorescos, cuando no autóctonos e históricos.
En Cuba, durante la época republicana, hubo algunas películas que abordaron el tema mambí directa e indirectamente, ya que a veces algunas de las tramas trascurrían durante el período de las luchas insurreccionales, como El Rey de los campos de Cuba (1913), El capitán mambí o Libertadores y guerrilleros (1914), La manigua o La mujer cubana (1915) y El rescate del Brigadier Sanguily (1916), todos de Enrique Díaz Quesada. En 1930 se filmó La última jornada del Titán de Bronce o La Ruta de Maceo. Dirigido por Max Tosquella, este documental aún se conserva. Tal vez sea el primero donde advertimos la presencia de mambises.
Ahora bien, cuando se haga un estudio que pretenda revelar las capas más heterogéneas de la guerra y de la historia en relación con el cine, se debe tener en cuenta los acercamientos polémicos de la cinematografía estadounidense al conflicto cubano-español —luego Guerra hispano-norteamericana— y por supuesto, la visión de España al relatar los dramas histórico-épicos sufridos en carne y hueso. España pudo rememorar numerosas escenas acontecidas en tierra cubana por cuenta de las biografías, testimonios y memorias que escribieron muchos sobrevivientes de la contienda bélica. Pero como el cine le llegó desde 1896, no fue difícil que, dos años después, se realizaran 14 breves filmaciones en torno al período concluyente de las guerras coloniales de Cuba. No obstante, los acontecimientos impulsaron la curiosidad de varios directores. La constancia fílmica sobre los asuntos entre Cuba y España continuaría.
Para los inicios del cine en Cuba (1897) —aunque ya se había visto cine en La Habana desde unos años antes— vivían veteranos de las tres guerras de independencia. De manera que tanto la ficción como el documental pudieron haber tenido asesoría verbal, sin que se menospreciara lo escrito en la manigua por los cubanos. Sobre este tema (la asesoría) no hay constancia. Hubo que esperar hasta los años sesenta, antes de Lucía y La primera carga al machete, cuando el director argentino Alejandro Saderman, en 1968, presentó Hombres de Mal Tiempo, singular audiovisual que convocó a veteranos de la Guerra del 95, quienes orientaron a un equipo de realización, compuesto, entre otros, por el director de arte Pedro García Espinosa, el escritor Miguel Barnet, el productor Carlos Vives, el fotógrafo Rodolfo López y figuras relevantes de la actuación en Cuba, como René de la Cruz, Pedro Rentería, Miguel Benavides, José Antonio Rodríguez, Omar Valdés.
Resulta harto elocuente que en la voz en off del actor José Antonio Rodríguez se escuche: “Nosotros vamos a jugar con el tiempo. Y ellos contarán en presente lo que para la historia es pasado. Porque la memoria está más allá del tiempo, más allá de la historia. Es una razón de existir. Este no es un documental histórico. Es una fiesta de la memoria”. Si bien Hombres de Mal Tiempo es una obra mencionada en algunas bibliografías, es desde hace tiempo un documental olvidado. De hecho, se soslaya incluso que fue el antecedente de clásicos mencionados, también de Médicos mambises (Santiago Villafuerte, 1969); luego, que construye un diálogo entre presente y pasado, tradición y modernidad, espontaneidad y manipulación, o autenticidad y simulación; en fin, testimonio e iniciativa a partir de la Historia que se recrea/reconsidera/reconstruye a sí misma. Por la presencia no solo de un gallego, un cimarrón, un chino y algunos cubanos, todos mambises de la batalla de Mal Tiempo.
Es interesante cómo ellos, que en su momento fueron cómplices de una puesta en escena real, para 1968 ya histórica, de pronto devienen partícipes contemporáneos, junto a actores conocidos, de una recreación de lo que sucedió en términos de datos verídicos: la batalla, por ejemplo, al paso que simulaban cuanto pudo transcurrir en hechos aislados: una traición y posterior fusilamiento; la preparación para el futuro combate; el enfrentamiento en el campo de batalla… Hombres de Mal Tiempo se inscribe como una joya cinematográfica muy significativa sobre el contexto histórico cubano.
“En todo se fijan, todo lo observan, y tienen una prodigiosa memoria para retener por muchos años hasta los más insignificantes detalles de un lugar determinado, así como su fecunda imaginación les sugiere también mil estratagemas para borrar su rastro, á fin de desorientar á nuestros prácticos, tan conocedores como ellos”[3].
La anterior cita, de la autoría del teniente español Antonio del Rosal y Vázquez de Mondragón, prisionero de los mambises en la Guerra de los Diez Años, motiva volver sobre sus criterios; pues además de forjarse una heroicidad desde el cautiverio, aprovecha Del Rosal para convertirse en cronista del ejército mambí.
Los dos textos (Los mambises: Memoria de un prisionero y En la manigua. Diario de mi cautiverio) se convirtieron en estudios sobresalientes sobre el tema mambí y aún hoy constituyen, a la par que los testimonios de los veteranos de guerra reunidos por Saderman, dos discursos complementarios por contrapuestos. Proceso inverso del relato ecfrástico, pues a partir del argumento verbal se recompone una visualidad intervenida o mediada por las sensibilidades del director y de los asesores. Estética de superposiciones que complejiza (por enriquecer) los aspectos vívidos y vividos de la Historia. El vínculo entre imágenes fijas y puesta en escena prefijada crean un documental ficcionalizado de un valor antropológico y cultural extraordinario.
La elocuencia ha dado lugar a la ironía en un país que, por recordar a sus más distinguidos héroes, olvida una y otra vez las aparentes figuras pequeñas de su historia. Y, ¿acaso este registro visual y verbal de esos mambises no representa una lección ética-existencial que pone en entredicho la diacronía ya temprana, pero lánguidamente esgrimida, por la nación? Enhorabuena para el maestro Alejandro Saderman a cincuenta años de su impactante obra Hombres de Mal Tiempo. (2018)
Notas:
[1] Susan Sontag: Sobre la fotografía, edición al cuidado de Aurelio Major, Random House Mondadori, Barcelona, 2010, p. 114.
[2] .- Citado por José Abreu Cardet: Los resueltos a morir: relatos de la Guerra Grande (1868-1878), Editorial Oriente, Santiago de Cuba, 2016, p. 161.
[3] Ibídem, pp.163-164.
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