La Universidad y la enseñanza del cine en Cuba

Acaba de cumplir 70 años de reinaugurado el Anfiteatro Enrique José Varona, de la Universidad de La Habana, como sala para la promoción del séptimo arte en Cuba. ¿Por qué es importante recordar la efeméride?

El Anfiteatro Varona en 1948.

Foto: Cortesía del autor

En julio de 2018, exactamente el día seis, se cumplió el 70 aniversario de la reinauguración del Anfiteatro Enrique José Varona, de la Universidad de La Habana, primer local diseñado como sala de cine para la enseñanza de este arte en Cuba. ¿Por qué es importante esta efeméride para la cinematografía cubana?

La historia de dicho acontecimiento está directamente unida a la figura del profesor y crítico de arte José Manuel Valdés-Rodríguez Villada (1896-1971), quien, desde 1942 y hasta 1956, impartió el curso “El cine, arte e industria de nuestro tiempo” en las Escuelas de Verano de ese centro. El curso fue el primero de su tipo en Cuba y posiblemente pionero en Hispanoamérica.

El fundamento principal de sus clases era la demostración de la validez artística del cine en comparación con otras artes, principalmente el teatro y la literatura, por lo cual el cinematógrafo era presentado como “arte de culminación y síntesis”: (…) “el cine no es teatro ni novela a solas, ya lo hemos señalado. Ni simple suma y mezcla de ambos, sino todo ello cernido, conjugado y apretado en una síntesis superadora, nueva forma de expresión, arte nuevo con sus propias leyes y su particular campo de acción creadora…”[1]

El aula de Valdés-Rodríguez fue la fragua del cine nacional que comenzaría a producirse después de 1959. En ella estuvieron figuras de nuestra cinematografía, como Alfredo Guevara, José Massip, Jorge Haydú (curso 1953) y Nelson Rodríguez (1955). Pero también tuvo entre sus estudiantes a otras personalidades de la cultura cubana, como Antonio Vázquez Gallo (1947), Walfredo Piñera (1950), Graziela Pogolotti (1951), Lisandro Otero (1954) y Roberto Blanco (1956), por solo mencionar algunos.

El profesor y crítico de cine, Valdés-Rodríguez

La principal dificultad objetiva presentada por el curso de Valdés-Rodríguez desde sus inicios fue la ausencia de un local apropiado en la Colina Universitaria para impartir este tipo de asignatura. El propio Valdés Rodríguez, en su libro El cine en la Universidad de La Habana, nos cuenta sobre aquellas primeras experiencias y sus dificultades: (…) “En 1942, cuando quisimos organizar las sesiones de cine, correspondientes a las 12 lecciones prácticas del curso, comprobamos que no había en la Universidad una sala de proyecciones. Instalamos un equipo portátil, de un particular, en un aula. La carencia de condiciones acústicas mínimas y otras deficiencias, que impedían una proyección profesional, nos obligaron a trasladar las proyecciones…”[2]

En una amplia reseña sobre la tercera edición de la Escuela de Verano, publicada en la revista Universidad de La Habana en 1943, se pueden conocer no solo los títulos de los filmes que se proyectaron ese año, sino también que los mismos se exhibieron en dos locales diferentes. Los que se presentaron los dos primeros días (por cierto, La quimera del oro y El gran dictador, ambas de Charles Chaplin), se proyectaron en el Edificio Felipe Poey a las 9 de la noche. El resto del programa tuvo efecto, a la misma hora, en el salón de la National Theater Supply Co., ubicado en Consulado 219, entre Ánimas y Trocadero.

El curso, que comenzó con una matrícula de nueve estudiantes, ya reunía 24 alumnos en el aula en 1948. Pero, sin dudas, lo más atractivo eran las funciones cinematográficas que lo acompañaban, debido a la calidad general de los títulos.

Mirta Aguirre, en su crónica para el periódico Hoy, valoró el programa que proponía Valdés Rodríguez dentro de la Escuela de Verano de 1948 con estas palabras: (…) “lo más noble, lo mejor logrado en la más reciente producción inglesa, rusa, francesa, argentina y norteamericana. Casi todas películas laureadas por premios nacionales e internacionales. Varias de ellas, cintas que no se han estrenado en Cuba. Selección como de crítico que sabe lo que se trae entre manos”.[3]

Vista de lunetario y cabina de proyección en 1948.

La calidad y novedad de las películas exhibidas acarreaba que a las funciones asistieran, desde su primera edición, no solo los matriculados, sino también profesores y otros estudiantes de la Escuela de Verano. Así nos lo cuenta Valdés-Rodríguez:

“Con sorpresa nos encontramos con el doble de concurrentes de la capacidad de la sala, profesores universitarios como Luis de Soto y Raimundo Lazo, por ejemplo, alumnos de otros cursos de la Escuela de Verano y de diversas carreras universitarias, mas público ajeno a la Universidad. Y en cada una de las 12 sesiones, a lo largo de la jornada de seis semanas de la Escuela, se produjo el hecho de quedar sin entrada una cantidad igual, o mayor, que la porción que lograba acomodo, reducido este, a veces, a estar de pie o sentado en el suelo”.

Y concluye el propio profesor: “Era evidente la existencia de un considerable sector, dentro y fuera de la Universidad, interesado en un cine digno de la atención adulta, sensible e inteligente”[4].

El prestigio alcanzado por el curso de José Manuel Valdés-Rodríguez durante seis años consecutivos dentro de la Escuela de Verano, y las expectativas crecientes que creaban los programas fílmicos presentados en cada sesión, ayudaron a que el rector,Clemente Inclán, y el secretario general de la Universidad, Ramón Miyar, decidieran, junto a otras autoridades universitarias, habilitarle uno de los anfiteatros del edificio Enrique José Varona, donde sesionaba la Facultad de Educación en aquel entonces.

Cómo ocurrió este proceso, lo podemos leer en El cine en la Universidad de La Habana, publicado en 1966:

“No fue empresa fácil convencer al rector Clemente Inclán, al secretario general Ramón Miyar y a las autoridades universitarias de la conveniencia de construir, o habilitar, un local de proyecciones. Se pensó primero en construir un local, que habría tenido un costo de no menos de 35 o 40 mil pesos. Con los pies bien puestos en la tierra, opté por la habilitación de un local, con posibilidades de conversión en sala de cine.

“Elegimos el Anfiteatro Varona, en la Facultad de Educación. La adaptación y los equipos de proyección y sonido y la pantalla tuvieron un costo de no más de 15.000 pesos. Y en julio de 1948, al iniciar la sesión de la Escuela de Verano, contaba la Universidad con un salón de proyecciones de dimensión discreta, bien habilitado, útil, en una palabra; no obstante su conformación poco adecuada por la desproporción entre el fondo y el ancho, reducido aquel y muy dilatado este”[5].

La sala quedó inaugurada el martes seis de julio de 1948, fecha de inicio de la Escuela de Verano. Para su apertura se seleccionó el filme francés El silencio es oro, del director René Clair, que había ganado el Gran Premio en el Festival Cinematográfico Mundial celebrado en Bruselas, Bélgica, y los premios de mejor director y mejor actor (Maurice Chevalier) en el Festival Cinematográfico de Locarno, Italia. La cinta fue donada para la ocasión por la RKO Radio Picture.

En sus palabras de presentación del filme, durante la inauguración del Anfiteatro, Valdés-Rodríguez valoró El silencio es oro: “No se trata de una película entretenida y menos divertida. Se trata de un film sobrio en extremo[6]”.

El éxito colmó la labor paciente del profesor, pero también amplió las posibilidades y las expectativas de todos los interesados en el cine quienes, de inmediato, reclamaron que el modestamente habilitado Anfiteatro, con pupitres como asientos, no se limitara a la Escuela de Verano, sino que ampliara sus funciones a todo el curso escolar.

Francisco Ichaso, desde su columna “Escenario y pantalla” en el Diario de la Marina, se hizo eco de la inauguración de la sala y recalcó la importancia de la instalación para la propia Universidad:

“La sala de cine de la Universidad existe ya como una instalación ocasional de la Escuela de Verano; pero debiera ser considerada desde ahora por las autoridades universitarias como una parte integrante y desde luego permanente de su estructura, con una atención especial, bajo una dirección experta y con el equipo necesario para prestar servicio a todas las escuelas y facultades. No se concibe una universidad moderna, de la importancia de la nuestra, sin un aula de cine, donde se exhiban no solo películas y documentales de interés escolar y científico, sino también “films” de arte cuya resonancia cultural no puede ser desconocida por un centro de altos estudios”[7].

Mientras, en la crónica escrita para el periódico Hoy —ya citada—, Mirta Aguirre reclamaba: (…) “se lamenta que la Universidad vaya a ceñir esta actividad exclusivamente a su Escuela de Verano. Aunque las proyecciones se espaciaran más, aunque solo se hicieran un par de ellas cada mes, valdría la pena mantener la sala del Anfiteatro Varona en funciones durante todo el curso normal. A esas funciones de cine acudirían centenares de estudiantes a cuyo desarrollo estético contribuiría no poco una asistencia habitual y metodizada a exhibiciones fílmicas de alto nivel artístico. Lo que en un orden general de cultura posee importancia evidente”[8].

Ambos periodistas, muy pronto, vieron satisfechos sus pedidos, pues ya en la Universidad de La Habana se estaba gestando una organización que diera respuesta a esa necesidad que desbordaba la exhibición del filme como forma artística relacionada con los estudios cinematográficos. Para ello se iba a crear una estructura que satisficiera este nuevo reclamo: la Sección de Cine de Arte, inaugurada a finales de 1949, en el mismo Anfiteatro Enrique José Varona.

Sobre cómo funcionó la Sección de Cine de Arte no puedo extenderme en el presente trabajo, solo diré que se mantuvo hasta aproximadamente 1967, bajo la dirección de Valdés-Rodríguez, quien comenzó entonces a presentar problemas serios de salud. Lo sustituyó Mario Rodríguez Alemán (1926-1986), que mantuvo el mismo espíritu del profesor.

En 1986, precisamente el año en que José Manuel Valdés-Rodríguez cumpliría sus 90, se develó una placa conmemorativa a la entrada de su amado anfiteatro, con la presencia del rector de la Universidad Fernando Rojas y de Julio García-Espinosa, presidente del ICAIC en aquella fecha. En ella puede leerse:

“En este Anfiteatro Enrique José Varona dictó sus cursos ´El cine, industria y arte de nuestro tiempo´ el profesor José Manuel Valdés Rodríguez (1896-1971), pionero de la cultura cinematográfica en Cuba, periodista y crítico de formación marxista. Fue fundador, en 1949, del Departamento de Cinematografía de la Universidad de La Habana y de las Sesiones de Cine de Arte que gestaron la incorporación del cine a la docencia universitaria. A su memoria dedica la Universidad de La Habana esta tarja, al conmemorarse el 90 aniversario de su nacimiento”.

A inicios de los años de la pasada década del setenta, se decidió que la Sección de Cine de Arte se convirtiera en el Cine Club Universitario “Sergei M. Eisenstein”, nombre mantenido hasta inicios de la década de los noventa. Hoy todavía funciona con el nominativo de Cine Club Universitario “José Manuel Valdés- Rodríguez”. (2018)

Notas:

[1] J. M. Valdés-Rodríguez: El Cine en la Universidad de La Habana, Empresa de Publicaciones MINED, La Habana, 1996, p. 467.

[2] J. M. Valdés-Rodríguez: Ibidem. p. XIV.

[3] Mirta Aguirre: Crónicas de cine, Editorial Letras Cubanas, La Habana, 1998, p. 250.

[4] M. Valdés-Rodríguez: ob. cit.,  1966, p. XV.

[5] Ídem.

[6] J. M. Valdés-Rodríguez: “Palabras Universidad. Inauguración sala de proyecciones”. Documento inédito, 1948, p. 3.

[7] Francisco Ichaso: “Escenario y pantalla. Cine de Arte en la Universidad”, en: Diario de la Marina, viernes 9 de julio, 1948, p. 8.

[8] Mirta Aguirre (1988). Ibidem, pp. 250-51.

Un comentario

  1. Esther Suárez Durán

    Muchas gracias por este artículo que me parece excelente. La Labor de José Manuel Valdés Rodríguez fue más que meritoria. Y sus actuación cívica no solo significó mucho para el cine como arte sino que intervino en cualquier instante definitivo, así ocurrió, por ejemplo, con Teatro Estudio durante los primeros años del 60.
    Gracias a su autor y felicidades!

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