Carmen, a cincuenta años de su estreno
Un clásico del repertorio del Ballet Nacional de Cuba.
El Ballet Nacional de Cuba ha ofrecido una breve temporada durante el mes de octubre que incluye una reposición de Carmen, en homenaje al cincuentenario de su estreno y al centenario de su coreógrafo, Alberto Alonso. Los roles centrales han sido encarnados por jóvenes figuras de la compañía como Viengsay Valdés, Anette Delgado y Sadaise Arencibia, mientras que Grettel Morejón encarnó por primera vez a la cigarrera sevillana.
Cuentan que cuando su creador escuchó los más de veinte minutos de ovaciones que saludaron el estreno de esta obra, en la noche moscovita, más bien fría, del 20 de abril de 1967 y, más aún, cuando pudo observar que aquellos espectadores, habitualmente serios y ponderados, se resistían a abandonar la enorme sala del Bolshoi, una hora después de haberse cerrado el telón para ocultar la figura exánime de la Plisetskaia, quizá entonces pudo intuir que había creado el ballet que iba a inmortalizarlo.
Alberto fue el pionero de la coreografía en Cuba. En 1947 había escandalizado a los miembros de la Sociedad Pro-Arte Musical, al estrenar en el Teatro Auditorium un ballet que abandonaba el reino de los cuentos de hadas, para situar la acción en un solar habanero donde Chela, encarnada por Alicia Alonso, padecía de soledad y abandono hasta el punto de suicidarse. La partitura compuesta por Hilario González incluía una “columbia” que acompañaba el momento en que la protagonista vertía sobre sí una lata de alcohol y descendía entre llamas la escalera de aquella casa de vecindad, diseñada por Carlos Enríquez.
Un año después el nacimiento del Ballet Alicia Alonso se convertía en el cimiento para el desarrollo de la danza escénica profesional en Cuba. El coreógrafo estaba allí, junto a Fernando y Alicia Alonso. Esto no constituiría una atadura para su talento versátil, sin dejar de crear en la Escuela de Ballet de la Sociedad Pro – Arte Musical, de la que era director, incursionó también en otros medios como el cabaret y la televisión. Además del lenguaje de la danza académica, aprendió a la perfección el del baile popular cubano, esto marcó de modo esencial su quehacer y le valió éxitos tan diversos como el ballet El guije –inspirado en un poema de Nicolás Guillén– o las danzas de la comedia musical cinematográfica Un día en el solar.
Carmen, la pintoresca novela de Prosper Merimée, que apasionó a los lectores de Europa y América por su visión colorida de una Sevilla, vista como marco ideal de los amores tempestuosos de una cigarrera sevillana que encuentra la muerte a manos de un antiguo amante despechado, el joven oficial Don José, había inspirado ya otras versiones escénicas: en 1846, al año de aparecer el libro, el joven coreógrafo francés, Marius Petipa, padre del ballet ruso, presentó en Madrid el ballet Carmen y su torero –obra de la que no han quedado trazas– y en 1874 el compositor Georges Bizet, estrenó en París, en el Teatro de la Opera Cómica, su Carmen, que logró su éxito decisivo después del rotundo fracaso inicial. El célebre coreógrafo galo Roland Petit parecía haber logrado una versión danzaria definitiva para el tema en 1949, cuando concibió el rol de la cigarrera para la bailarina Zizi Jeanmaire de manera satírica, pues los elementos que eran trágicos en la ópera tenían en su pieza carácter paródico, reforzado por la coexistencia del lenguaje de la danza clásica con el del music hall, pero esto no iba a estorbar el éxito de la Carmen cubana.
Fue Maia Plisetskaia la que propició la creación de la obra. Después de asistir a una presentación del ballet El solar, se acercó a Alberto Alonso y le pidió que trabajara con ella una versión de Carmen concebida “de una manera nueva, sin apegarse a la tradición”, se dice que el coreógrafo le contestó: “¿Cómo ha adivinado mis pensamientos? ¡Ese es mi sueño!”. El compositor Rodion Schedrin, esposo de la bailarina, orquestó una suite derivada de la ópera de Bizet, en la que se ponía mucho énfasis en lo dramático. A partir de ella, coreógrafo, músico y danzarina trabajaron juntos en la obra. Más allá de las intenciones de los artistas, el asunto tenía hasta un relieve político: era la primera vez, desde 1917, que un coreógrafo extranjero era invitado a realizar un montaje en la escena del Bolshoi.
La obra no fue concebida en clave realista y en modo alguno pretende seguir las peripecias de la novela que vino a inspirarla. Dividida en dos partes, en la primera muestra la fuerza de seducción que Carmen ejerce sobre el débil e impresionable Don José, pero el ambiente de sensualidad y alegría, está oscurecido por la presencia de un personaje simbólico, el Destino, que presagia el fin trágico de ese romance. En la segunda parte, la protagonista se debate entre la pasión que comienza a inspirarle el torero Escamillo y la ternura que siente por Don José, mas el Destino, que es a la vez el Toro que desafía al “matador”, ha colocado a la mujer en una encrucijada. En la escena final, ambientada como el ruedo de una plaza de toros, es este ser simbólico el que hace aparecer el cuchillo con que Don José pondrá fin a la existencia de la sevillana. Se trata de una acción compacta, que tiene solo los pasajes mímicos imprescindibles, porque en ella, la propia danza hace progresar el drama. No hay en esta coreografía pintoresquismo alguno, su hispanidad se decanta más bien por una síntesis que haría pensar en las tauromaquias de Picasso. Tanto la escenografía concebida para el estreno en Rusia por Boris Messerer, como el vestuario diseñado por Salvador Fernández para la puesta cubana, reforzaron esta estética de la austeridad, que saca la acción del tiempo histórico y la remite a un mundo arquetípico donde batallan las pasiones humanas.
Tras el singular éxito del estreno, la estrella hizo suyo el rol, al que trató con tanta fuerza y audacia, que ciertos críticos y algunos miembros de la dirección de la compañía mostraron su desagrado e incluso se le hizo una especie de guerra silenciosa durante años, apoyada en el modo en que esta obra contradecía la forzada fidelidad del conjunto a la línea del “realismo socialista”, pero la mayor parte del público sabía a qué atenerse y era casi imposible obtener un boleto todavía tres lustros después, cuando las carteleras anunciaban una reposición del ballet.
La obra fue estrenada en Cuba el 1 de agosto de 1967, con Alicia Alonso y Azari Plisetski en los roles centrales. La artista cubana se apoderó del personaje y lo paseó por el mundo –incluida la Unión Soviética– con aquiescencia general. Mientras una parte de la crítica internacional se empeñaba en hacer de la coincidencia de ambas bailarinas en ese papel un asunto de polémica particular y la prensa cubana prefería soslayar el asunto con cierto pudor, cada una obtenía sus éxitos por separado.
Alicia enfatizaba por una parte lo que la obra debía a la herencia clásica; resolvía todos los pasos con maravillosa fluidez y se valía de sus ancestros hispánicos para hacer creíble la historia de fatalidad que marcaba el sino de la cigarrera. Maia prefería realzar los componentes contemporáneos de la obra, su personaje era más duro, mas desenfadado, hasta la desfachatez, se diría que lo esencial para ella era dinamitar cierta tradición de falsa respetabilidad en que se anquilosaba el ballet ruso. Parecían haberse dividido el mundo y ninguna se impuso sobre la otra.
Los montajes de este ballet de sucedieron con rapidez. Alberto fue invitado desde los más variados puntos del universo para poner en escena su obra. Esto lo llevó a recorrer escenarios de Sofia, Helsinki, Pécs, Tokio, Milán, Berlín y New York, por sólo citar algunos. Pero, aunque en algunas de estas compañías hubo Cármenes que pasaron sin penas ni glorias, la mayor parte de las veces el montaje servía de marco a las actuaciones de Maia o Alicia, mientras que ambas, en sus respectivas agrupaciones, se encargaron de reservarse la exclusividad del rol. Un silencioso temor marcaba al público y la crítica. Pasaban las generaciones y no accedían a danzar el drama con música de Bizet- Schedrin. La obra parecía marcada para desaparecer cuando estas divas no pudieran ya encarnarla. En Cuba, hubo que esperar décadas para que este milagro se diera. No llegaron al rol ni Josefina Méndez, ni Marta García, ni Rosario Suárez. Carmen parecía que moriría como ciertos ballets que la Pavlova había reservado en su día sólo para sí.
El advenimiento de un nuevo siglo marcó la diferencia. El año 2000 presenció los debuts en esa obra de Alihaydée Carreño, Lorna Feijóo y Galina Álvarez. Luego, en fecha posterior, accedería a él Viengsay Valdés, quien ha hecho una creación muy personal de rol, y otras artistas de las que han participado en esta temporada. Creo que tanto el personal artístico de la compañía como los seguidores del Ballet Nacional de Cuba estarán convencidos a estas alturas de que una bailarina, para llegar a posiciones cimeras dentro de la troupe, no solo tendrá que probar fuerzas y talento en roles como Giselle u Odette–Odile, sino también la fogosa y trágica Carmen. Es además el mejor homenaje que puede rendirse a Alberto Alonso en su centenario. (2017)
2 comentarios
Jorge A. González Frómeta
Excelente artículo, pero tengo conocimientos que la única persona que bailó Carmen en el BNC , aparte de Alicia fue Loipa Araujo. Sólo una vez, independientemente que el Destino ella lo marco como un excelente personaje , como ningún otra bailarina. Favor de investigar. Pero cada día se hace más necesario artículos como este.
Mil Gracias.
Dora Garcia
Maravilloso!
Es encantador leer y disfrutar de todos los triunfos del Ballet Alicia Alonso…..así nos tiene costumbrados…..
Felicitaciones!