La Serie del Caribe: El color del abismo

Para bajar a tierra.

Al cabo de una larga lista de fracasos para el béisbol cubano, la derrota de Villa Clara en la Serie del Caribe parece ser la clásica tapa al pomo que muestra el verdadero color del abismo. Desafortunadamente, le tocó pagar los platos rotos a un conjunto anaranjado, renominado para la ocasión como Azucareros, heredero de una tradición de batalla en el campo de juego desde la década de 1960. Pero, como ha dicho más de uno, tal vez esa derrota haya sido lo mejor que pudo pasar para no seguir en las nubes.

El segundo lugar alcanzado en el I Clásico Mundial de Béisbol, en 2006, creó un espejismo que los siguientes eventos se encargaron de mostrar solo a medias y los palos recibidos no han cesado. Pero como no hay peor ciego… a Isla Margarita se acudió todavía con la cantaleta infantiloide de “vamos, que sí se puede”.
    
Mucho ha llovido desde los años en que las selecciones cubanas arrasaban en los torneos internacionales. Tantas cosas han sucedido que nombrarlas todas desbordaría este comentario, pero no olvidemos que a los mismos no asistían los jugadores profesionales, que el béisbol no estaba expandido como ahora, que la diáspora local no había comenzado y que el deporte aquí recibía un enorme financiamiento, entre las principales.

Pero, ¿es que todo iba bien cuando siempre se ganaba? Por supuesto que no. No recuerdo una selección nacional de béisbol, a partir de los ochenta del pasado siglo, en que no hubiera habido injusticias; peloteros excepcionales como Julio Germán Fernández, Javier Méndez, Lázaro Junco, o Romelio Martínez, por ejemplo, las sufrieron. Después las victorias lo borraban todo, o casi todo, porque los afectados no olvidaban.

Cuando sobrevino el retiro masivo de los noventa –uno de los mayores disparates que se han cometido– varios de esos talentosos jugadores, aún en plenitud de forma, se acogieron  a él. Por esa razón la entonces provincia Habana perdió un poderío ofensivo que nunca más recuperó y el béisbol nacional recibió un golpe muy duro.

En esa propia década comenzó la fuga de talentos, una diáspora que en más de veinte años ha visto partir a muchos de nuestros peloteros más virtuosos; unos –los menos– lograron establecerse en la Major League Baseball; otros, probaron suerte en diversas ligas; ninguno ha podido, nunca más, integrar de nuevo la selección de su país, como sucede en el resto de las naciones que tributan jugadores a organizaciones profesionales extranjeras. Hasta anteayer, los peloteros de la diáspora eran calificados aquí, por los dirigentes del organismo deportivo y por la prensa oficial, como desertores, traidores y tratados como “no personas”.

El miedo a la deserción ha estado presente en cada equipo Cuba, ha configurado la selección. Ese miedo nos ha privado de disfrutar los triunfos de nuestros compatriotas de la diáspora y nos mantuvo cautivos, obligados a no ver otra liga que no fuera la de casa. Tal bloqueo a la información ha sido perjudicial igualmente para el propio deporte, para los peloteros, impedidos de aprender, de informarse.

Durante años me pregunté, por qué, a partir de los noventa, solo algunos lanzadores cubanos habían podido mantenerse en la MLB y ningún jugador de posición lo lograba. De ahí se desprendían otras dos interrogantes: ¿es que los peloteros nuestros llegan allá con tantas deficiencias técnicas?, ¿cuánta responsabilidad tienen en esto los entrenadores?

Muy atrás quedaron los tiempos en que Natilla Jiménez, Roberto Ledo, Andrés Ayón, Gilberto Torres, Arnaldo Raxach, Conrado Marrero, Fermín Guerra y otros ex peloteros profesionales entrenaban y dirigían en las series nacionales así como en las distintas categorías de la llamada pirámide. Ellos aportaron un caudal de conocimientos invaluable. Sus ausencias dejaron un enorme vacío.

Al quedar Cuba desconectada de las organizaciones profesionales del béisbol sus fuentes se limitaron a los recursos humanos de adentro, a diferencia del resto de los países a cuyas ligas acuden jugadores, entrenadores y árbitros extranjeros. Son circuitos en constante movimiento que se alimentan unos de otros, a diferencia del nuestro. Pero como mirarnos el ombligo, creernos los mejores, es también un “deporte” nacional, pues nos creímos que no necesitábamos que nadie nos enseñara nada.

Curiosamente, al profesionalismo, demonizado aquí hasta hace muy poco tiempo, ahora le llaman “oficio”, palabra cuya primera acepción en la lengua española es “ocupación habitual”. ¿Y de qué se ocupaban nuestros peloteros?

En cuanto a lo ocurrido en la pasada Serie del Caribe, pudo haber sido peor para Villa Clara, porque numerosos peloteros estelares que militaron, durante el campeonato local, en los equipos de Venezuela, Puerto Rico, México y República Dominicana, no estaban presentes. El cacareado tema de los refuerzos, en realidad, para esos conjuntos, es un recambio de jugadores, al contrario de Villa Clara donde 5 de los 8 jugadores de posición que llevaron son de plantilla en la selección nacional.

Criterios tan erráticos como decir que a la Serie del Caribe se debe llevar un equipo Cuba –desvirtuando las normas del torneo– se escuchan por estos días. Es una y otra vez lo mismo: mirar hacia otra parte, como si la realidad no enseñara nada.

Paradójicamente, ante tantas señales de descenso de nuestra pelota, en la pasada temporada de la MLB, por primera vez en más de cuarenta años, ocho peloteros de posición, formados acá, jugaron como titulares; uno de ellos ganó la competencia de jonrones del Juego de las Estrellas; otro debió ser –sus números lo decían– guante de oro y otro estuvo nominado para Novato del Año. Cabe preguntar: ¿y si esos jugadores integraran la selección nacional?

El proceso de cambios, en marcha en la sociedad cubana, también engloba al deporte; varias medidas, como nuevas reglamentaciones de pago para atletas y técnicos, posibilidad de contratos en ligas extranjeras, o mayores ingresos por premios en competencias internacionales, así lo dicen. Su implementación debe aportar una motivación superior para los deportistas, incluyendo a los peloteros.

Motivación, información, promoción, jerarquización, son tareas de urgencia para el béisbol cubano, el cual ha perdido arraigo entre la juventud así como el fútbol ha ganado gran espacio; donde antes había pitenes, ahora ruedan balones. Un deporte cuya práctica decrece, se debilita a largo plazo.

Ganar la próxima Serie del Caribe no debiera ser la meta del béisbol cubano, sino crecer en sentido amplio, con los pies en la tierra. (2014)

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