Emilio Roig, un costumbrista que aún vive entre nosotros
El autor de Cuba no debe su independencia a los Estados Unidos se acerca a la psicología del cubano, a su cotidianidad y a su manera de asimilar hechos e ideas.
Uno de los intelectuales que con mejor «ojo clínico» ha estudiado la personalidad del cubano, es Emilio Roig de Leuchsenring, inolvidable Historiador de La Ciudad de La Habana.
Una veces con su nombre, y otras utilizando un pseudónimo, el autor de Cuba no debe su independencia a los Estados Unidos se acerca a la psicología del cubano, a su cotidianidad, a su manera de asimilar hechos e ideas —tanto en la intimidad hogareña como en la vida pública— y lo hace desenfadadamente, sin esfuerzo alguno, apoyándose en un fino sentido del humor y en una ironía digna de aplausos. En ocasiones, la lectura de sus artículos de costumbres hace recordar a Mariano José de Larra, uno de los escritores españoles que alcanza gran notoriedad en ese derrotero.
El admirador de los textos martianos (referido a José Martí) al que hago referencia, incursiona en el quehacer costumbrista desde las primeras décadas del siglo XX, y a mi juicio, desde fines de 1930 ya ha alcanzado plena madurez; las revistas Carteles y Social —entre otras— dan fe de su dominio sobre la temática.
Algunos intelectuales subvaloran la crítica de costumbres. Esta «forma genérica», que ha tenido una gran acogida desde su aparición, cuenta con numerosos exponentes en la lengua castellana, requiere de habilidad por parte del escritor para exponer las ideas —medio en serio, medio en broma— pero con fuerza y claridad; además, se precisa una adecuada sensibilidad para no dejar en el tintero las «claves» buscadas: en este caso, la «psicología tropical» del cubano.
Roig tenía sobradas cualidades para analizar a sus compatriotas y gran parte de sus artículos conservan aún vigencia. Uno de los centros temáticos que le ocupan repetidamente, es el de los tipos simuladores1, quienes a fuerza de usar sostenidamente el camouflage, como arma defensiva u ofensiva, ganaban crédito, sin merecérselo, en la sociedad cubana. Para estos simuladores, el engaño y el fraude constituyen su arma de triunfo, y por tanto, no vacilan en utilizar el disfraz elegido para obtener sus propósitos a cualquier hora del día o de la noche.
El historiador menciona a los hombres fachadas, que todavía se pasean por las calles habaneras. Se afirma que «el hábito no hace al monje», sin embargo esto se incumple en incontables ocasiones; basta con echar una ojeada a «ciertos grandes hombres» que han devenido personalidades sostenidos solo por un «empaque» solemne o un aspecto exterior «venerable».
Roig alude asimismo a los hombres bluffs quienes deambulan por la isla poseídos de sus «grandes méritos», de sus fabulosas cualidades morales y/o intelectuales. Estos superhombres, son sin duda alguna, animales «sin peligro de extinción» pero no constituyen una seria amenaza para la comunidad donde se desenvuelven. Estos superdotados —que en el fondo solo hacen «mucho ruido»— no son malas personas. Su punto «flaco» consiste en la imperiosa necesidad de demostrar a la colectividad su competencia en todas las ramas del saber; alardean de su «enciclopedismo» e intervinenen en cuanto debate cobra vida en conferencias, simposios o congresos…, y si es posible adelantan las «conclusiones».2.
Los referidos camaradas se convierten, a la postre, en el centro de atención de quienes le rodean, pero no para reconocer sus «cacareados» méritos, sino para poner al descubierto su ignorancia u osadía. A pesar de los malos ratos que algunos de esos hombres y mujeres bluffs han pasado, el ánimo no les decae y ocupan con gran decisión su puesto de combate, cada vez que se presenta la ocasión. Yo me pregunto: ¿Hasta cuándo debe soportarse el martirio?
El autor de la Historia de la Enmienda Platt se detiene en otra apreciada «especie» que abunda en el planeta Tierra y por ende en Cuba: la de los consagrados, individuos que han dedicado gran parte de su vida al estudio de una especialidad, adquiriendo el dominio de la misma. Estos estudiosos, plenamente actualizados en su materia, son muy solicitados para que intervengan en actividades relevantes o prestigien con su firma determinadas revistas especializadas. Roig afirmaba —y yo me uno a su criterio— que la participación de los citados consagrados en aquellas importantes citas, garantizaba, de hecho, el éxito de las mismas.
Dentro de los consagrados quiero referirme a un tipo interesantísimo que engalana cualquier galería costumbrista. Estoy tomando en consideración a «supuestos» intelectuales que, sin haber logrado escribir la obra maestra que debía hacerles pasar a la posteridad y posiblemente no hayan aportado nunca nada a su especialidad, se pasan la vida criticando las obras de los demás. Mejor dicho, han devenido los únicos que están capacitados para juzgar a su generación y son los que tienen «la luz» suficiente para orientar a las nuevas que ya reclaman espacio y atención en la palestra pública. Roig, cuando se detenía en estos «pobres de espíritu» afirmaba: no se conforman con su fracaso y han creido oportuno y lógico dedicarse a criticar a los demás.3
El autor de Martí Antimperialista no olvida en sus artículos costumbristas a los compatriotas que alardean de su modestia y honradez. La modestia ha sido —antes y ahora— uno de los valores más difíciles de reconocer en los espacios artísticos, científicos y literarios. Aparentemente los calificativos elogiosos que reciben muchas de esas personalidades les hacen sonrojar…pero, si algún periodista o crítico comete el error o la osadía de hacerles algún señalamiento —por mínimo que sea— despierta de inmediato en estos «modestos» ciudadanos o ciudadanas al «toro miura» que anida en ellos y embisten con todas sus fuerzas para poner «fuera de combate» al «insolente».
Algunos intelectuales se han dejado arrastrar tanto por ese regodeo en las lisonjas, que ya no pueden vivir sin ellas: el autobombo es tan evidente en determinadas ocasiones, que casi se convierte en enfermizo. Roig planteaba hace mucho más de medio siglo, en sus recordados escritos —con gran valentía y perspicacia— que los cubanos superdotados cuando no tienen en torno suyo a la «corte» que les hace sentirse plenamente «realizados», se despojaban, sin ningún tipo de pudor, de su «falsa modestia» para llamarse a sí mismos «ilustres, insignes y qué sé yo cuántas cosas más».4
Y, ¿cómo no mencionar en estas breves cuartillas a los futuros consagrados? Las aulas universitarias han sido testigos durante décadas de la presencia de estos estudiantes filomáticos, sentados en primera fila, tomando múltiples notas —que luego apenas revisan— con una seriedad y atención dignas de encomio. Por supuesto, hay una profunda diferencia entre el estudiante auténticamente interesado en sus estudios que reclama orienctación y ayuda por parte de sus profesores y los que fabrican una estrategia para atraer la atención de los maestros en aras de obtener algún tipo de beneficio. Roig se refería al «jaboneo» de estos excelentes simuladores, verdaderos actores y actrices que, una vez conseguidos sus propósitos, sabían despojarse de las «máscaras» de las cuales se habían servido durante los años de carrera. Cuando me detengo en aquellos artículos siento verdadera tristeza, en tanto no son pocos los simuladores de esta índole a los que hemos visto hacer «carrera» y consagrarse en la Colina.
El Curioso Parlanchín encuentra en el espacio “habladurías” la forma ideal para acercarse «a pecho descubierto» al resbaladizo micromundo de las piñas y las piñitas. Con una gracia digna de encomio, Roig hace la historia de los orígenes de la «venerable» institución, que data de los inicios de la colonización hispana en el siglo XVI. Las piñas presentes en los movimientos revolucionarios por la independencia, siempre habían puesto su granito de arena para debilitarlos o liquidarlos, pero las mencionadas piñas no solo habían ganado un voto de confianza en el seno de la política del país, sino que habían encontrado en la isla un terreno fértil para desarrollarse en las agrupaciones de carácter cultural, social y comercial.
El autor de Martí en España sabía, si aún viviera, lo hubiera constatado que las piñas son eminentemente «elitistas» y a la par «solidarias». Pertenecen a ellas los «elegidos» como les llamaba Roig —que por coincidencia del destino, son todos parientes y amigos— quienes no permiten que nadie arriesgue la «intimidad» de la congregación que con tanto celo defienden; por tanto, no se permite el acceso a los «extraños» para no poner en peligro la labor solidaria que allí realizan así como los altos valores que distinguen a la hermandad.
Los integrantes de esas piñas, decía Roig, no solo buscan un cargo o notoriedad pública sino que cierran filas para mantenerse en el poder, eliminando en el camino a los que no son «socios» de las respectivas piñitas. La benemérita Alma Máter (Universidad de La Habana), las academias y demás instituciones científico-literarias, a lo largo de la historia nacional han sido «mudos testigos» del laboreo intensivo y las disputas entre «personajes y personajillos» por mantener bien altas las banderas de una de las más antiguas instituciones criollas: la piña5. El destacado historiador cubano afirmaba en 1938 que «mientras Cuba sea Cuba, será la tierra maravillosa de las piñas y las piñitas». 6 Y no se equivocaba.
Otro punto de recalada de Roig —en este ir y venir hurgando en las costumbres de los cubanos, en sus debilidades y virtudes—es en el elevado índice de grosería advertido en todos los ámbitos de la sociedad cubana en la década de 1940, particularmente en la capital del país. El impulsor de la Sociedad Cubana de Esudios Históricos e Internacionales subraya repetidamente que la malcriadez observada en los niños cubanos —como consecuencia del exceso de benevolencia de padres y abuelos— había derivado en ordinariez y grosería en aquellos años.7 Por supuesto, Roig no se limita a señalar los defectos sino que fundamenta ampliamente las causas de la involución apuntada, que no se limitaba a los niños sino que se extendía aceleradamente a los adultos, quienes participaban en la formación de sus hijos.
El conocido autor de Cuba no debe su independencia a los Estados Unidos explicaba a sus lectores de Social y Carteles que, de manera general, el comportamiento de muchos de aquellos padres no constituía el mejor ejemplo a seguir. El contexto en el que se desenvolvía la familia cubana en los referidos años tampoco ayudaba a los educadores, quienes se consideraban desobligados a enseñar buenos modales en las aulas. Sobre tales bases, podía inferirse que resultaba lógica la descortesía imperante en medio de un ambiente de politiquería, desgobierno y desmoralización; por tanto no había porqué ofenderse o admirarse si en plazas y reuniones públicas primaban las groserías y/o las malas palabras. Roig clamaba por un «pueblo nuevo» y solicitaba la ayuda de historiadores y sociólogos para superar la crisis de mala educación que afectaba a la nación.8
Cuando releo las cuartillas de este criollo de pura cepa, tal parece que dirige sus palabras a los hombres y mujeres de «nuestro tiempo» que viven en su amada ciudad, La Habana, donde en muchos de sus barrios la ordinariez y la grosería se adueñan de las calles, parques y centros de reunión. Roig se hacía eco de la situación apuntada y encontraba las raíces de estos males —dentro y fuera de la casa cubana— en el poco tiempo que la madre trabajadora podía dedicar a los hijos, en el deterioro de la escuela, en el olvido de las reglas de urbanidad, en la pérdida de valores…9
Repensando a Roig y ubicándome en el contexto actual cubano, me pregunto: ¿Por qué se nos han ido de las manos algunas de estas cuestiones a pesar de los múltiples esfuerzos realizados para que todo fluyera adecuadamente? ¿Cómo es posible que un joven presentador de la televisión cubana, afirme en un conocido programa: «que no sabría cómo expresarse si eliminaba de su vocabulario las malas palabras». ¿A quién le cargo las culpas, al totí o a la celebérrima frase “no hay que coger lucha”?
La buena educación siempre ha tenido —antes y ahora— excelente oasis en las casas campesinas y en general en los hogares del «interior del país». Ayer Roig y ahora todos nosotros, debemos prorizar la tarea de rescatar la buena educación que debe ser para el cubano su carnet de identidad. Al hogar, a su vez, hay que darle el brillo que ha perdido, en tanto es la célula de la sociedad y debe ser considerado como un haz de amor, conciliación y respeto, no como un local de tránsito donde coincide de vez en cuando la familia.
Antes de finalizar estos apuntes referidos al costumbrismo de E. Roig y su vigencia actual, retomo sus palabras: «entre las características más señaladas y más nocivas —individual y colectivamente juzgadas— del cubano de todos los tiempos, figuran la indolencia, la apatía, la flaqueza…y añadía: «por esta misma flaqueza de espíritu olvidan pronto los beneficios o los agravios que reciben, conviviendo con el que lo persiguió u ofendió ayer o borrando con la ingratitud los favores de amigos, parientes o protectores…».10
Lamentablemente, esta «inoportuna» característica del cubano —que no sólo Roig se encarga de sacarla a la luz sino también la tienen presente otros ilustres cubanos como Ortiz y Saco— se ha entronizado en la sociedad cubana y se mantiene a «flor de piel» en los días que corren. A pesar de la experiencia acumulada, cuesta trabajo aceptar de brazos cruzados algunas ingratitudes. Con pena puede observarse la flaca memoria de quienes hoy rinden pleitesía —en espera de posibles beneficios— a quienes hasta ayer ignoraban o criticaban. Me recuerdan las veletas, inclinándose en uno u otro momento hacia donde el viento sople con más fuerza.
No puedo evitar el sonrojo, al recordar a quien casi reta a duelo a un historiador inoportuno —por haberle puesto un espejo ante sus ojos— y poco tiempo después ambos compartían amigablemente copas y espacios, como si nunca hubiera ocurrido nada… Por supuesto, ninguno de estos personajes estaba dispuesto a perder los terrenos ganados hasta ese momento; resultaba mucho más conveniente borrar los agravios y desconocer a los testigos de cargo.
Por último, voy a referirme a la inclinación del criollo a vivir de apariencias, que tanto fustiga en sus inolvidables artículos el autor de La Guerra libertadora de los Treinta Años… Roig planteaba que el cubano es «presuntuoso o fantasioso o farolero y fantasioso» y la vanidad le acompañaba en el quehacer cotidiano.11 El vivir de apariencias, comentaba el historiador habanero, lleva a muchas familias cubanas en las décadas de 1930-1950 a caer en manos de garroteros, que les dejan prácticamente en la «calle y sin llavín», llevados de su «fantochería».
Aún no se ha perdido la mala costumbre. Esto se advierte en la actualidad en las filigranas que algunas mamás y papás hacen para celebrar los quince años de sus hijas. Me recuerdan a una vedette del Folie Bergere, Josephine Baquer, cuando salía a escena en el teatro América con un nuevo atuendo y repetía: ¡Se cambia, se cambia! Ahora, a las jovencitas se les han sumado los jovencitos, quienes también celebran las quince primaveras con todas las de la ley, puedan o no puedan los bolsillos de los padres… pero hay que aparentar que sí se puede.
El vivir de apariencias, también ha llevado a muchos cubanos de estos tiempos a realizar algunos «juegos malabares» en el terreno de las permutas (compra y venta de casas). No me refiero a quienes han tenido que ampliarse porque vivían en total hacinamiento, ni a los que se han visto obligados por razones de tipo familiar; tampoco aludo a los que han buscado acercarse a los centros de trabajo o de estudios por razones de transporte… El comentario va dirigido a los que solo se han enrolado en ese intrincado laberinto de permutas para aparentar. Sobre el tema existe suficiente material para una novela de ciencia ficción. ¿No cree el lector, que mientras más se relee a Emilio Roig más debemos de agradecer sus reflexiones, aún vigentes en nuestros días? (2017)
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Citas:
5 comentarios
Maria Batlle
El articulo publicado por la Dra. Almodovar tiene mucha actualidad y las criticas se ajustan a la realidad del momento que vivimos.
Laura Maria Perez Cabo
El articulo publicado por la Dra. Almodovar me ha permitido reflexionar sobre algunos sucesos ocurrido en la epoca republicana y que aun estan en vigencia .Siento que los jovenes de hoy en dia devemos attender a las palabras y sugerencias de Roig.
Felix dickinson
Me alegró mucho haber podido acceder a un artículo tan interesante y actual. Además de traer a la palestra a una importante figura de las letras cubanas. Mucho de lo que se plantea no son cuestiones presentes en los cubanos. En mi opinión, esta presente en el ser humano, por supuesto con diferentes matices de acuredo a religiones, sociedades y culturas. Felicito a los editores y en especila a la autora por presentar este artículo.
Iraida D. Rodríguez Figueroa
Me parece loable que Carmen Almodóvar haya hecho una breve presentación de la incursión de Emilio Roig en la modalidad literaria del Artículo o Estampa de Costumbres, tan importante en Cuba y tan olvidada actualmente. Porque entre los grandes méritos de este intelectual están no solo sus profundos análisis sobre la historia y realidad de la nación cubana, su acción decidida en los movimientos de reafirmación de la personalidad nacional, sino además, su raigal criollez.
Otro factor que da valía a este breve estudio es el llamado de atención sobre el hecho de que la mirada costumbrista siempre va dirigida a las cualidades más representativa de los grupos sociales a los que se refiere y esta cualidad es confirmación de lo establecido por la labor de los articulistas cubanos que iniciaron su producción desde los inicios del Siglo XIX y alcanzaron los más altos índices de eficacia crítica, de capacidad para destacar lo más relevante del conglomerado social de su época y su certeza para abordar los problemas más significativos de su momento histórico.
En el momento actual el artículo de costumbres es el gran ausente de nuestra prensa escrita y esto resulta lamentable por los méritos históricos acumulados por esta modalidad literaria-periodística y la peligrosa posibilidad de que resulte cierta la sentencia tan cantada en la inolvidable melodía: “ausencia quiere decir olvido”
Esperemos que este trabajo de Almodóvar nos impela al recuerdo, estudio y disfrute de la labor costumbrista hecha desde el amor a la nación y a su pueblo.
Hilda Maria Alonso Gonzalez
Muy justa y buena reflexión, como todo lo que escribe la profe Alomodovar, sobre Emilio Roig… que tanto legó a la historia de Cuba y a la de la ciudad de La Habana, fue el primero que nos enseñó a Andar La Habana, gracias