La feminidad feroz

La mujer que cambió la poesía Hispanoamericana, Delmira Agustini, todo un enigma.

En nuestra América, pródiga en talentos, no faltan poetas delicados o impetuosos, pero la nota que dio Delmira Agustini no se ha había escuchado nunca.
Manuel Ugarte, poeta argentino

Delmira yace inerte; la cabeza descolgada, húmeda de sangre, que cae delicada sobre sus hombros. El aire huele a perfume caro, francés. La pistola, todavía humeante, apunta a la frente de su asesino, y – ¡oh, destino aciago!- esposo y amante. Delmira Agustini –una de las pocas mujeres poetas de finales del siglo XIX en Uruguay- se quedó para siempre viviendo en sus hermosos veinte y siete años.

Porque era una mujer hermosa. Cautivaba con apenas la caída de un bucle, un labio empinado, un reproche de amor. Y era, además, una hembra espléndida. Escribía sobre la sexualidad femenina en una época en la que el mundo estaba dominado por el hombre: ¡Así tendida, soy un surco ardiente/ donde puede nutrirse la simiente/ de otra Estirpe sublimemente loca! Escribía sin tapujos, y lo hacía, como ninguna otra autora antes, expresando un deseo carnal en los poemas. Mostraba sin pudores su realidad femenina, usaba metáforas exóticas: «gran tallo febril», «absintio».

La eléctrica corola que hoy despliego
brinda el nectario de un jardín de Esposas;
para sus buitres en mi carne entrego
todo un enjambre de palomas rosas.

Da a las dos sierpes de su abrazo, crueles,
mi gran tallo febril… Absintio, mieles,
viérteme de sus venas, de su boca…

Tan madura y erótica su poesía, como tan enmarañado su carácter de mujer… aun para sí misma. La poeta que se atrevía a invertir los roles de género tradicionales, y a colocar al hombre –por primera vez- como objeto de deseo femenino, solía aquejarse de turbulencias mentales; en las cuales ella quería «internar la neurosis en un sanatorio». La mujer que cambió la poesía Hispanoamericana, cuyos versos suscitaron la admiración y los comentarios exaltados de Miguel de Unamuno, Alfonsina Storni y Dulce María Loynaz, tenía un control adolescente sobre sus emociones y actos, desbordantes y contradictorios. Apenas la única certeza que poseía, es que toda ella era un enigma.

Encontradas y opuestas estaban siempre sus dos naturalezas: la poeta,-adulta en sus deseos lúbricos y madura en su poesía-, que es impulso y arrojo: Amor, la noche estaba trágica y sollozante/cuando tu llave de oro cantó en mi cerradura…, y la jovencita que le envía cartas a su prometido, con lenguaje infantil: «Yo recibí su cartica muy tempranito».

Casarse fue, sencillamente, una mala idea. Y no porque meses antes de conocer a Enrique Job, el hombre que fue su esposo y asesino, escribiera, –en fatídico vaticinio-: Yo muero extrañamente… no me mata la Vida, No me mata la Muerte, No me mata el Amor… Muero de un pensamiento mudo como una herida-. Sino porque la decisión, como toda su obra poética, como cada expresión suya, fue resultado de un estallido, un estruendo verbal y balístico que estaba por ello destinado, desde su génesis, a convocar a la fulguración y a la luz que ciega.

«He resuelto arrojarme al abismo medroso del casamiento», le confiesa por medio de una carta Delmira a su amigo Rubén Darío, y coloca –cual si fuera una copa en un borde, la felicidad en el espacio del azar.

Darío le recomienda tranquilidad, pero la poeta está prendida de un amante fantasma, que se ha fabricado en la intimidad de su cuarto; y quiere conocerlo. Quiere ponerle nombre y dedicarle toda su carga erótica inflamada: Para mi vida hambrienta/ ¡Eres la única presa!

Se casa, pues, para siempre. Pero la eternidad dura 53 días. Y para ella fue bastante: Justo el día de su boda, Delmira se siente atraída por Manuel Ugarte, uno de los testigos de la ceremonia. Minutos antes de intercambiar los anillos de oro, que tan ostentosamente Enrique había comprado, Delmira se cuestiona a quién ama realmente, si a su inminente esposo o a este otro hombre, escritor, periodista, que la mira con admiración.

El primer día de su matrimonio con Enrique comienza con una carta de amor a Manuel Ugarte: «Usted hizo el tormento de mi noche de bodas, y de mi absurda luna de miel», le confiesa. Quiere hacer de Manuel su amante. Pero él retrocede, cauteloso, ante tal ímpetu. Y otra vez las misivas desesperadas en confesiones, a Rubén Darío, y otra vez él respondiendo: «tranquila, tranquila».

Pero la calma no era virtud de Delmira. Se divorcia de Enrique, mas, ante la constante reticencia de Manuel, coordina citas clandestinas con su ex esposo. Acude a los encuentros voluptuosos, y en cuanto estos terminan, vuelve pronta Delmira a tocar piano y a jugar con su canario en la casa de sus padres.

Y vuelve a tratar de entender por qué tan diferentes, y dónde se cruzan, la niña que se abraza a su madre, y la mujer ardiente y transgresora; la chiquilla que solo ama lo imposible y la mujer lúcida que polemiza con intelectuales; la que se divorcia, y aquella absurda, que duerme a escondidas con su ex marido.

Al parecer, la serenidad que hasta entonces había mantenido Enrique, lo era solo en apariencia: agraviado por el abandono, desencajado por los vaivenes amorosos de su esposa, devenida ex esposa y luego amante, este hombre pierde el rumbo: agarra un revólver y toma una decisión terrible: le tira –en el último y menos secreto de sus encuentros- a quemarropa, dos balas en la cabeza a Delmira. Luego se suicida, también con dos disparos.

Muere entonces, la mujer que escribió los versos, y el hombre al que fueron dirigidos:

Amor, la noche estaba trágica y sollozante
Cuando tu llave de oro cantó en mi cerradura;
Luego, la puerta abierta sobre la sombra helante,
Tu forma fue una mancha de luz y de blancura.

Todo aquí lo alumbraron tus ojos de diamante;
Bebieron en mi copa tus labios de frescura,
Y descansó en mi almohada tu cabeza fragrante;
Me encantó tu descaro y adoré tu locura.

Y hoy río si tu ríes, y canto si tú cantas;
Y si tu duermes, duermo como un perro a tus plantas!
Hoy llevo hasta en mi sombra tu olor a primavera;

Y tiemblo si tu mano toca la cerradura
Y bendigo la noche sollozante y oscura
Que floreció en mi vida tu boca tempranera!

12 comentarios

  1. Pamela

    Muy buena reseña. Vida intensa de Delmira que se refleja en su poesía.

  2. Ahmed

    Muchas gracias por este articulo es muy interesante y necesario

  3. lili

    No conocía mucho de esta poeta porque me interesa la literatura pero no se mucho de poesía, pero esto esta tan bien escrito que dan ganas de seguir leyendo mas.

  4. Ver para ver

    En esa época era muy difícil ser mujer y ella no pudo con toda la carga

  5. Pippo

    A veces los grandes poetas son niños por dentro

  6. ElDani

    Sigo los trabajos de esta autora, me gusto mucho lo que escribió sobre Neruda. Me gustaría saber que posibilidad hay de contactar a la autora.

  7. Ida

    Muchas veces vemos las biografías de estas personas como delmira que era una poeta muy buena y no sabemos lo que sufre por dentro. Quizás dentro de unos años pase lo mismo con los poetas actuales. Y también con los músicos, pintores, etc.

  8. Mary

    Es como que en determinado momento fue mas mujer que poeta y eso hizo que perdiera la cabeza.

  9. Tatiana y Tito

    Es difícil definir si es una biografia o una ficción, pero me gusta.

  10. Ada

    Ese hombre era peligroso, ¿Cómo es que no se dio cuenta?

  11. Periodista

    Muy interesante y ameno

  12. IDALIA GIMENEZ

    Maravillozo, me encanto, te felicito, tu como siempre tan acertados tus comentarios, tienes
    talento, para eso y ademas creo que lo dsfrutas.FELICIDADES y Exitos.

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