Manuel Mendive: La magia de la inspiración. (Primera parte)*

Entrevista realizada por la autora en agosto de 2014, a propósito de su más reciente documental Oriki para Mendive, que tendrá su estreno próximamente.

Tener la oportunidad de conversar con el pintor cubano Manuel Mendive, habanero del barrio de Luyanó, es un gran privilegio. El maestro dispone de poco tiempo, pues pasa horas en su estudio creando sus maravillosas obras. Estas páginas son producto de una larga entrevista que me concedió en agosto de 2014, en su finca de Tapaste, actual provincia de Mayabeque, para la realización del documental Oriki para Mendive, que le dediqué con motivo de su septuagésimo cumpleaños.

LP. ¿Qué miembro de la familia ejerció mayor influencia sobre ti?

MM. Yo pienso que todos los que estaban a mi alrededor: mamá, papá, mi tía y mi prima. Matilde, mi mamá, tocaba piano, pero nunca estudió, simplemente le gustaba y aprendió a tocar por puro hobby, primero con un piano pequeño y luego con un piano de verdad. Amaba la música de Mozart y también los cubanísimos danzones. Mi padre tenía que ver con las frutas y otros alimentos que venían por ferrocarril desde Pinar del Río, Santiago de Cuba y Matanzas, y después los transportaba al Mercado de Cuatro Caminos, aquí en La Habana. Mi abuelo era español, pero no lo conocí. Trabajaba como maestro de obras y me cuentan que participó en la construcción del convento de las Ursulinas, en toda esa parte morisca de su fachada; también trabajó en el Parque Maceo donde, al poner la estatua de Antonio Maceo, tuvo un accidente que lo llevaría a perder la visión. Me cuentan que le gustaba mucho el arte, especialmente la imaginería sevillana. Talló con sus propias manos dos imágenes bellísimas de madera: una Virgen y un Cristo. Y también con una cuchilla y pedacitos de madera intentó hacer otros rostros y cuerpos.

LP. Y en tu familia te formaste, desde el punto de vista religioso, en ambas creencias: la yoruba y la católica.

MM. Como en todas las casas de Cuba de esa época, todo el mundo tenía fe. En todas las casas, el 4 de diciembre —día de Santa Bárbara, virgen católica que está transculturizada con Changó, deidad de la religión africana en Cuba— y el 8 de septiembre —día en que se celebra a la Virgen de la Caridad del Cobre que en el sincretismo es Oshún—, caminabas por las calles Reina y Galiano, en La Habana, y veías altares en las salas de las casas, que eran instalaciones muy hermosas en honor a esas fechas. Esas creencias vienen por mi familia, que era religiosa, creía en la religión yoruba. La fe es un bastón, y cuando uno no tiene fe, siempre hay caídas.
LP. ¿Recuerdas algo especial en tu infancia que se te haya quedado muy dentro?
MM. Tantas cosas. Imagínate, como me gustaba pintar participé en un concurso internacional de pintura para niños que se celebraba en Japón. Y para mi asombro obtuve el primer premio. Tenía diez años. Subrayó mucho mi vida y me dio esperanzas de ser pintor algún día.

LP. Y ¿qué pintaste?

MM. Mi mamá en la cocina y yo de espaldas, mirándola. Fue muy lindo.

LP. ¿Por qué entras a estudiar en la Academia de Artes San Alejandro?

MM. Yo estudié primero en la anexa a San Alejandro, después se crea la Escuela Nacional de Arte (ENA) y la antigua escuela pasa a ser escuela taller. Pero yo decido quedarme allí, porque era la escuela de mis maestros, los maestros de la pintura cubana, y yo tenía que terminar y graduarme allí con ese método, con esos conceptos. Finalmente, me gradúo en 1963.

LP. Tú te presentaste, aun siendo alumno, en la Exposición Libre de Estudiantes de Bellas Artes en 1961 ¿Con qué obra te presentaste?

MM. Con una escultura llamada «María Merced». Gané premio y la modelo de la escultura fue Sara, una señora que usábamos en la Escuela para modelar y la había utilizado como modelo Carlos Enríquez en» El rapto de las mulatas». Estuvo conmigo hasta su muerte acaecida recientemente, pues la usé mucho cuando empecé a hacer body painting.

LP. También me dijeron que te tomabas el trabajo de ir al Hospital Psiquiátrico de Mazorra para hacer bocetos de los enfermos mentales.

MM. Efectivamente. Es que eso también estaba comprendido en las clases: salir a la calle, hacer retratos de la gente, captar los rostros más interesantes. Ir a los hospitales y centros de trabajo.

LP. Pero ¿por qué locos?

MM. Es interesante. Tienen una mirada muy expresiva y se pueden descubrir cosas, lo que no es posible con gente normal donde siempre va a haber un poco de disturbio. Hay más serenidad en los locos, están seguros de lo que quieren.

LP. Ya después de graduado es que vas a estudiar la transculturación al Instituto de Etnología y Folklore de la Academia de Ciencias de Cuba…
MM. Allí conocí profundamente la transculturación, los ritos, los orishas, las libretas de santo (que pude leerlas ahí) de la mano de Rogelio Martínez Furé, Isaac Barreal, Argeliers León, que eran grandes estudiosos. También leí la obra de Fernando Ortiz y la de Lydia Cabrera.

LP. Y es entonces que se perfila tu estilo muy propio, con la temática religiosa, de los orishas, pero incorporando desde el punto de vista formal toda la técnica experimental de la plástica contemporánea.

MM. Yo aún no me había graduado en la Escuela de San Alejandro cuando hago un pequeño boceto, una tablita con los elementos que iba a usar después. Y lo hice a gran tamaño, con técnica mixta, en madera, en 1963. Y está el cuadro en el Museo de Bellas Artes. Unos lo conocen como «La Muerte», otros como «Oyá», pero realmente se llama «Camposanto, buenas noches».

LP. No es «Ikú». (La muerte en la mitología yoruba)

MM. No, no es «Ikú», es el cementerio, el muerto que reposa ya.

LP. De esta primera etapa tuya, que muchos llaman «oscura» por los tonos ocres predominantes, se conserva muy poco.

MM. Sí, y es que he tenido suerte. Mi obra tiene alas. Los cuadros se van…

LP. Recuerdo nombres de estas obras de técnica mixta, donde usas mucho la madera como soporte: «Obba», que está en el Museo de Bellas Artes, «Babalú Ayé» que está en una colección privada, «Oñí, oñí, oñí», que nadie sabe donde está…

MM. Tiene alas, tiene alas…

LP. Y tu primera exposición personal fue en 1964, en el Centro de Arte de Galiano, La Habana.

MM. Creo que sí. También hubo otra en 1967 cuando el Salón de Mayo en La Rampa, y como era en el antiguo local de la funeraria «Caballero», convertida en algo así como un centro de arte, pues los participantes cruzaban la calle, iban allí, y les llamó la atención mi obra, un cuadro inmenso que tenía yo ahí y que era «Odudúa» (Orisha del mundo subterráneo).

LP. Y justamente, allí empieza la gran eclosión de Mendive que dura ininterrumpidamente hasta nuestros días. Por cierto, también colaboraste desde el punto de vista plástico en obras de teatro de tu amigo Roberto Blanco.

MM. Muchísimo, haciendo escenografías y pintando con temper los cristales para proyectar en el escenario en una gran pantalla. Lo hice para la obra de Aimé Césaire: «Lumumba, una temporada en el Congo»; también para la puesta de «Cecilia Valdés» y de «Los días de la Guerra» para la que pinté la quema de Bayamo.

LP. He oído decir que antes del accidente que tuviste en 1968, a consecuencia del cual sufriste la mutilación de tu pie derecho, solías pintar personas mutiladas del mismo pie…

MM. No mucho antes. El accidente fue en febrero y ya en diciembre comencé a pintar estos personajes. Se me ocurrió, cosas así, mágicas. Tú sabes que la vida está llena de cosas muy mágicas, cosas que uno ni se imagina por qué y son así.

LP. Pero resulta inquietante. ¿premonición?

MM. Pudiera ser.

LP. Bueno, el accidente no te lo quiero recordar porque es desagradable. Pero se que pintaste un cuadro, una tabla donde lo representaste, por cierto de una manera muy colorida, y se llama «Eri wolé» (mi cabeza da vueltas).

MM. Perdí ese cuadro por la acción del comején. Sí, pinté en él pavos reales, muchos pavos reales, con un fondo rojo como la sangre. Esos colores bellísimos de la sangre, que van desde el rojo oscuro de la sangre que se coagula al rojo brillante. Todo tiene su belleza, la noche, la luna. Hasta en lo más feo hay algo bello. Yo siempre pienso en eso, que todo no es negativo, siempre hay algo bueno.

LP. Y es justamente después del accidente que cambias tu estilo con una eclosión del color.

MM. Imagínate. Fue mucho tiempo en cama y después muletas. No podía hacer las cosas de antes, el trabajo en madera, o con hierro, texturas, usar ácidos, fuego… Decidí pintar sobre papel y con los colores puros de la paleta: los rojos rojos, azul azul, amarillo amarillo, verde verde y siempre con esperanza.

LP. Y empezaste justamente a mezclar los dioses yorubas con los seres humanos.

MM. Siempre me interesaron los pataquines (historias de los orishas), son hermosos en verdad, pero la idea era pensando siempre en los seres humanos. Tenemos nosotros nuestros propios pataquines, pero siempre están los dioses acompañándonos.

LP. ¿Y los espíritus que tú pintas, los Eggunes?

MM. Están con nosotros también, son nuestros antepasados, que nunca se separan de nosotros.

LP. Y pintas temáticas diversas.

MM. Sí, como «El danzón», «El Malecón», «La marcha del pueblo combatiente», la serie de las cerveceras. Ahí hay una temática de la vida cotidiana. Pero también está la histórica: «Martí, Che y Oyá», «El Palenque», «El barco negrero»… Y siempre está presente Elegguá, el destino. Ikú, la muerte, los eggunes que son los espíritus que nos acompañan, representados directamente o permanecen en algún rincón del cuadro.

LP. ¿Y tú crees que siempre nos acompaña un espíritu?

MM. Claro, todos tenemos una energía, un personaje que nos irradia. Todos: blancos, negros, creyentes, no creyentes, locos, tontos, dormidos, despiertos, todos tenemos algo nuestro… a nuestro lado, a la espalda, que cargamos con ellos, o ellos cargan con nosotros, no sé como pudiéramos decirlo.

LP. Cambiando de tema. Sé que el pintor Wifredo Lam fue tu amigo y elogió mucho tu obra.

MM. A Lam lo conocí cuando vino a Cuba al Salón de Mayo, y apoyó mucho mi obra, me elogió como artista. Muchos consejos buenos que me dio, que testigos tengo.

LP. Y sé que tienes una experiencia bonita con el poeta Nicolás Guillén.

MM. Me respetó siempre mucho como artista, y estando yo en el hospital él fue a visitarme para decirme: Ya perteneces a la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), teniendo yo sólo veinticuatro años. Agradezco mucho a los maestros Lam y Guillén.

LP. Nancy Morejón me contó que siempre pintas escuchando música barroca y que a ella le llama la atención el contraste entre lo que escuchas y lo que estás pintando.

MM La música me gusta mucho y me hace mucha falta. A veces no pinto pero sí escucho mucha música y eso me entusiasma, me ayuda. No sé, la necesito. Es que la obra de otros artistas te nutre.

LP. ¿Y qué prefieres además de Bach, Vivaldi, Corelli…?

MM. Pues me gusta mucho Mozart, pero también Cervantes, Lecuona…

LP. ¿Y la poesía?

MM. Pues Walt Whitman, Pablo Neruda, Nancy Morejón, Miguel Barnet, Pablo Armando Fernández. Y por supuesto me gusta mucho Nicolás Guillén, lo adoro.

LP. Has visitado muchos países del mundo, Mendive.

MM. Mi obra se exhibió primero en Montreal, Canadá, durante la EXPO 67. Luego visité África, Jamaica, Estados Unidos, Italia, Francia, Holanda, Suiza, Japón, tantos que la lista es interminable. Y ¿sabes?, el hombre de aquí se parece al de allá, y el del otro lado se parece al de más allá o está meditando en lo mismo. Es una cadena en la que estamos entrelazados, la vida es hermosa así, ¿verdad?

LP. Cuando fuiste a Europa incorporaste elementos europeos también a tu pintura.

MM. Eso fue cuando estuve en la ex Unión Soviética. Allí, y también en Bulgaria, es muy famoso San Jorge. Y lo incorporé a algunos cuadros. También el ave Fénix y ángeles de seis alas porque los veía en la pintura y en la arquitectura de esos países que visité. Esas figuras aladas eran como sinsontes cantando en las mañanas.

Nota: En una segunda parte se hablará de la obra de Mendive a partir de los ochenta hasta la actualidad, incluyendo los performances y el body painting).

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