Y a mí también me gusta volar

Lesbia Vent Dumois destaca no solo por su carrera de pintora, sino por su labor como curadora y gestora cultural.

Lesbia Vent Dumois

Gallo / xilografía al hilo

Las uñas pintadas con colores delicados. Sus dedos lucen anillos de plata de caprichosas formas. Son manos de hada. Y esta Melusina(1) cubana, protectora de las Artes Plásticas desde su Presidencia del ramo en la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), no cesa de crear.

Es difícil lograr que Lesbia Vent Dumois (Cruces, 1932) haga una exposición personal. Trabajo me costó lograrlo para poder terminar el documental que, como realizadora, le dediqué: Ángeles y demonios andan juntos (parafraseando el nombre de una de sus series pictóricas), en el año 2014. Pero nunca le pregunté por qué… Todo el que vea el documental notará los asombrados rostros, el interés, imposible de disimular, de aquellos que asistieron ese día a la inauguración de su exposición, a la que Lesbia puso como condición fuese en la Sala Villena de la UNEAC y se expusiera el menor tiempo posible. Ella misma hizo la curaduría, por supuesto, con expertas manos y el privilegio de ser la máxima autoridad en su propia obra. Y ante nuestros ojos deslumbrados se desplegaron grabados naturalistas, hechos con la técnica de la xilografía; óleos representativos de la Nueva Figuración; ejemplos incomparables de su obra realizada a partir del nuevo milenio –precisamente sus ángeles y demonios, dibujados sobre la corteza de la milaleuca (árbol típico de Brasil) y pegados después-. Vitrinas que encierran trabajos plásticos de collage, recreando las cartas de amor que escribieran poetas, artistas y héroes a sus amantes…. Y sus últimos trabajos: dos preciosas cajitas, elaboradas a partir de la utilización de un vibrador eléctrico del que se vale para trazar dibujos en acrílicos. Estas cajitas, encierran, una la fresa, y otra la guanábana. Ambas, con pequeños muñequitos en su parte inferior, representan el invierno y el verano.

Lesbia Vent DumoisLas dos frutas son piezas corpóreas hechas a mano, incrustadas con elementos propios del cesto de costura. Es que Lesbia también cose, y muchos de los vestidos que luce son diseñados, cortados y cosidos por sus propias manos. Como también bordó a mano, sobre un almohadón, todo el texto de la última carta del Apóstol José Martí a María Mantilla y que mostró en Hilomanía, exposición que hizo junto a la artista Alejandrina Cué.

La madre de Lesbia, que era modista, les enseñó, a ella y a su hermanita, las artes de la aguja y el hilo. Su padre, ebanista, dibujaba para poder trabajar… Ellos la inspiraron para estudiar arte, el resto fue obra de su aprendizaje en la Escuela de Arte Leopoldo Romañach de Santa Clara, antigua provincia de Las Villas. Allí, el brillante profesor de Historia del Arte, Antonio Alejo, enseñaba «al revés»: de la contemporaneidad al antiguo Egipto y Mesopotamia, pues según él, había que conocer primero el arte contemporáneo para poder entender lo que ocurrió en el pasado.

Allí, Carmelo González le enseñó las maravillas de la xilografía. Vi en el estudio de Lesbia los «tacos» o planchas de madera —negativos tridimensionales— que son, a la vez, la matriz de infinitas reproducciones que sirvieron de molde a tantos de los grabados de esta artista. Las manos femeninas empuñan gubias y cuchillas, aprovechan las vetas naturales de la madera, tallan con maestría figuras de animales y seres humanos. Y, entre Carmelo, su profesor, y la alumna, nació el amor que se consolidaría en un matrimonio que solo ¿terminó? con el fallecimiento de Carmelo en la década de los noventa.

Me habla con cariño de la Asociación de Grabadores -la obra insigne de Carmelo- y de la inclusión del grabado como técnica a convocar en los Salones Nacionales de Artes Plásticas. Evoca su desaparecida sede en Neptuno y Aramburu. Recuerda, con mucho cariño, a otros grabadores: Armando Posse, Luis Peñalver, Osvaldo Cabrera, Humberto Peña, Alfredo Sosa Bravo…, cómo se escuchaban en el Taller las improvisadas canciones de Ignacio, Kike, El Chino y Miguel Cancio, los inolvidables Zafiros, desde el Bar de Artemio que estaba en la esquina. Trabajaron fundamentalmente la xilografía al hilo, en blanco y negro, a color… Allí se hicieron los grandes murales que se regalaron a todos los Presidentes que visitaron Cuba a principios de la Revolución. Se hizo el portafolio de grabados de la Primera Declaración de La Habana, que contenía cuarenta y cuatro obras y se hicieron almanaques con distintos motivos para su distribución en todas las instituciones.

En esa época, Lesbia obtuvo una beca de la UNESCO para estudiar litografía(2) en Praga, la hermosa Praga de Vals para un millón y Karla Chadimova. El misterio la acompaña. Adoraba la obra del pintor Vincent Van Gogh, tanto que sus compañeros, para halagarla, le regalaban imágenes de obras del gran artista. Cual no seria su sorpresa cuando, en la primera visita que hace en Praga a la Galería Nacional, lo primero que descubre ante sus ojos es el cuadro de los Trigales. Se emociona hasta las lágrimas… es un cuadro pequeñito que ella imaginó de gran formato. Y continúa la magia. Conoce, en el Taller donde aprende litografía, al gran dibujante checo de libros infantiles, Jiri Trnka, gordo y con una gran bufanda. Cuenta que a él no le gustaba tener gente a su alrededor cuando trabajaba, pero al enterarse que había allí una cubana dijo: Qué se quede. ¿Pudo Lesbia entonces ver cómo salían de sus manos los maravillosos muñecos que él hizo para Sueño de una noche de verano de Shakespeare, adaptado para los niños? Ella misma, después, sería una excelente ilustradora de libros, basta ver lo que hizo para el libro editado en Brasil Las dos Fridas.

Cuando regresa a Cuba comienza a pintar con más frecuencia, al óleo, mujeres en acciones cotidianas: planchan, tienden, llevan pescados en una bandeja o lucen el clásico chemise, tan de moda. La figura humana le apasiona y la trata no con realismo, pero sí con un muy colorido naturalismo. Es desde hace tiempo una gran admiradora de Goya y del expresionismo alemán de la primera vanguardia. No siente la abstracción, aunque puede admirarla en la obra de los demás pintores. Me aclara que en arte es preciso sentir… y no ser sectaria.

En Lesbia es fundamental no solo su obra plástica, sino también su labor como funcionaria y curadora. Lo es todavía en la actualidad. Es una suerte de compromiso con la sociedad en que vive. Fue notoria su labor en Casa de las Américas, donde empieza a trabajar fijo en mayo de 1965. La llevó allí el pintor cubano Mariano Rodríguez, quien, a la muerte de Haydée Santamaría, presidiría la institución. Lesbia se apasiona con el arte de nuestra América, se convierte en una autoridad en la materia. En Casa hace de todo: organiza encuentros de Plástica Latinoamericana, escribe los catálogos de todas las exposiciones. Para ella, trabajar con las obras de los demás artistas es un privilegio, un hecho que la nutre y la ayuda en su propia obra. Pero yo creo que también fue un privilegio, para aquellos artistas, tener la oportunidad de que Lesbia les hiciera la curaduría de sus obras, transitando por la pintura, escultura, arte popular, fotografía, grabados y dibujos. Estas exposiciones se exhibían en la Galería Latinoamericana, en el tercer. piso de Casa y, luego de la muerte de la inolvidable fundadora, también se exhibían en la Galería Haydée Santamaría. Una muestra mensual, doce exposiciones y muchas más al año, la hacen meditar sobre la curaduría:

«La curaduría propicia un clima emotivo e intelectual que genera una experiencia estética, que será mejor si constituye un amplio campo de inteligente discusión… En general debemos considerar el trabajo curatorial como un acto de creación.» (3).

Muchos artistas plásticos latinoamericanos pasaron por Casa y Lesbia hizo la curaduría de sus exposiciones. Entre ellos recuerda a su amigo, el chileno Roberto Matta, una persona de mucha entrega de la que expuso grabados, pintura, libros sobre su obra; Antonio Saura, que sin ser latinoamericano (era español) pasó por allí, recuerda que no le gustaba que lo vieran trabajar; al revés de ella, que tiene el estilo de trabajo en colectivo, propio de los grabadores. Lesbia también recuerda que, casi invisible, le dejaba un termo de café en la puerta y le decía: «Antonio, el café…», y eso iba propiciando una relación de familiaridad con el artista. Trabajó también con León Ferrari, Julio Le Parc, Marta Palau, los colombianos Alcantara y Rendon que dedicaban su obra al tema de la guerrilla; Graciela Iturbide, la fotógrafa, el panameño Rodríguez Porcell, el canadiense Arnold Belkin, que vivía en México; Bracamonte, el diseñador gráfico peruano; Tsuchiya, una de las mejores en representar el mundo onírico latinoamericano; la brasileña Aracy Amaral y su hermano, que por ser época de dictaduras tenían que dar la vuelta por Europa para llegar a Cuba y poder exponer en Casa. Organizó también el Encuentro Continental para el Museo Salvador Allende junto a Payita, la chilena, y Mariano Rodríguez.

Estos múltiples contactos la conducen a teorizar sobre el Arte Latinoamericano en general y el contemporáneo en particular:

«La doctrina de la irracionalidad los calificó de surrealistas, nosotros, desde nuestro sur, los agrupamos dentro de lo real maravilloso que propone Alejo Carpentier, el arte de lo fantástico o lo mágico como plantea Ida Rodríguez Prampolini al sacar del calificativo de surrealista la obra de Frida Kahlo (1907-1954) en la que la había encerrado Breton». (4)

Y me dice en la entrevista que le hice para el documental ya mencionado, en el mes de agosto del 2013:

«Es que el realismo mágico empezó por aquí, no se lo podemos regalar a nadie. No solamente en la pintura, también en la literatura, el cine ha ido tomando mucho del realismo mágico, expresiones que son muy válidas. La fotografía dejó de ser solamente memoria para convertirse en fotografía de autor, que cambió por completo el mundo también. Pero es un mundo que es terreno, que está ahí, que nosotros lo vivimos todos los días. Algo que comparte el continente, algo por debajo que nos une».

Y Lesbia continua pintando. A partir de mediados de la década de los sesenta se siente atraída por la Nueva Figuración. Comienza a recrear innumerables temas donde lo grotesco expresivo se desborda para satirizar situaciones cotidianas y prejuicios vigentes. Así lo vemos en la serie Con cualquier pretexto, donde, en una de sus obras, el béisbol está presente a toda hora en el televisor; Al fin, cuyo tema central es la mujer vestida de novia; ¿Hasta cuándo los cuarenta?, donde se burla de los que se quitan la edad; Silencio, dedicado a los que mandan a callar porque la gente grita…

Vuelvo atrás en el tiempo, para responderme a mí misma por qué me atreví a aceptar este reto. Me citan del Centro de Desarrollo del Cine Documental Octavio Cortázar de la UNEAC para proponerme un documental sobre Lesbia Vent Dumois. Quiero conocer su vida y su obra para poderles dar una respuesta. Leo todo lo que está escrito sobre ella y también casi todos los artículos que ella misma ha escrito. Voy a Casa de las Américas y hablo con los que fueron sus compañeros. Veo su obra en el Museo de Bellas Artes, también, en la Biblioteca del lugar, consulto los libros y catálogos que existen sobre la artista.

Entro por primera vez en su estudio. Lo compartió con Carmelo hasta su muerte. Allí están los dos atriles: uno, el de Carmelo, está vacío; el otro sirve de apoyo a un bellísimo óleo que ha hecho ella pocos años atrás, es un increíble alarde de técnica: una mujer cubierta por un velo transparente junto a frutas y vegetales que cuelgan a su alrededor. También se pueden ver en las paredes algunas obras de Carmelo. Los estantes se desbordan de libros de diversos temas. Lesbia conserva, en perfecto orden, carpetas con dibujos (siempre le ha gustado dibujar) y grabados. Le pido que me enseñe la corteza del árbol milaleuca, que le envían de Brasil después de un riguroso procedimiento aduanal de fumigación: es suave, delicada. Toma un trocito y dibuja con tinta una mano que a su vez empuña un pincel. Es perfecta: me está retando, porque le comenté que Julio Girona me había dicho que para un pintor lo más difícil de dibujar son las manos. No puedo contener la curiosidad de ver algunos originales que conserva de Mantos, de Ángeles y demonios andan juntos, de su serie sobre el horóscopo. Ya no tiene el ángel que vi en fotos, que sostiene cuerdas llenas de papelitos: muchos están caligrafiados con letras de canciones de los Beatles. Es todo un mundo onírico lo que se despliega ante mi vista, una mitología personal, donde todo tipo de ángeles y personajes fantásticos me revelan una exuberante imaginación y derroche del collage y otras técnicas diversas. Y esta artista continúa indagando, entonces cambia su estilo justo con el nuevo milenio y después de recibir la pérdida de dos de sus seres más queridos: su mamá y Carmelo…

En un óleo, colgado en la pared, se representa a un ángel atado al que le han cortado un ala. Se titula Aunque me corten un ala yo siempre podré volar… Fuerza de voluntad indomable que yace en un ser delicado y etéreo. Me detengo a observarlo y para mí resulta inspirador. Cierro los ojos y me viene a la mente cómo hacer el documental sobre Lesbia, cómo lograr expresar mí visión sobre su vida y su obra; ese difícil reto que estuve a punto , por miedo, de no aceptar. Y es que Lesbia es una artista plástica impresionante, pero también es muy exigente. ¿Y si no le gusta el documental? Sin embargo, ahora me doy cuenta que podía hacerlo… porque también a mí me gusta volar.

NOTAS:

(l) Hada de las novelas de caballería, protectora de la familia de Lusiñan (Larousse Universal, diccionario enciclopédico).
(2) Arte de reproducir, por medio de la impresión, los dibujos trazados en una piedra caliza con tinta o lápiz especiales.
(3) Vent Dumois, Lesbia: Esa categoría imprecisa que llamamos curaduría (articulo, 2007).
(4) Vent Dumois, Lesbia: Las claves del arte de nuestra América (articulo, 2005).
Aunque me corten las alas yo siempre puedo volar. Óleo sobre tela.

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