Descubridores por descubrir

Los amerindios ¿vinieron de Asia o de Argentina?

Si Cristóbal Colón, la estrella absoluta del «descubrimiento» del Nuevo Mundo, sigue siendo un enigma, ¿qué decir de los verdaderos descubridores? Son tantas y tan mutantes las teorías del origen amerindio a lo largo de la historia, que da vértigo.

Pues bien, a riesgo de «meternos en camisa de once varas», simplificaremos, en aras de sacar la esencia del maremágnum científico y dar una idea general al neófito. Y los especialistas que salten, si no es para confundirnos más.

Las primeras hipótesis fueron de aliento religioso. Una de ellas fantaseaba sobre el supuesto paso de los primeros hombres por la Atlántida antes de hundirse en el mar, y la otra creía haber encontrado la Tierra prometida para las tribus perdidas de Israel. Curiosamente fueron dos representantes españoles de la iglesia católica, quienes descartaron aquellas conjeturas mítico-bíblicas. Fueron ellos el naturalista José de Acosta (1539-1600), sacerdote jesuita, quien en las postrimerías del siglo XVI señaló la cercanía del continente asiático por el norte como posible lugar de tránsito de hombres y animales; y Fray Gregorio García (1556/1561—1627), misionero dominico, que a principios del siglo XVII, puso de relieve las semejanzas físicas de los amerindios con los asiáticos.

No es, sin embargo, hasta fines del siglo XIX y principios del XX que se producen los primeros hallazgos arqueológicos y con ellos, las primeras escaramuzas científicas. Desde entonces, la ciencia ha ido despejando, pero también enmarañando el panorama.

En los años 20 del siglo XX el antropólogo portugués Antonio A. Mendes Correia (1888-1960) sostiene que los americanos habrían llegado de Oceanía utilizando balsas a través de la Antártida y apunta hacia semejanzas tales como grupo sanguíneo, formas craneales, palabras comunes, construcciones y el uso del boomerang.

En 1937, el antropólogo norteamericano de origen checo, Aleš Hrdlička (1869-1943) retoma la idea del poblamiento proveniente de Asia, a través del estrecho de Bering. Más tarde surge la tesis de que ello pudo haber ocurrido durante la última glaciación, alrededor de 14 000 años adP, cuando Siberia y Alaska estaban unidas por tierra. Aquellos inmigrantes habrían avanzado hacia el sur a través de un pretendido «corredor libre de hielo» o bordeando la costa hasta poblar todo el continente. Esta teoría del origen único imperó hasta fines del siglo XX, cuando empezaron a sucederse hallazgos de más de 14 000 años de datación en México, Brasil y Chile. Y aquí empieza la crisis de la teoría del origen único porque si la inmigración se produjo por Alaska, los sitios más antiguos debían hallarse, lógicamente en Norteamérica, sin embargo, la mayor cantidad y mayor antigüedad se encontraba en Suramérica. Por añadidura, las diferencias en genotipos y fenotipos, pusieron de relieve que en los paleo indios suramericanos predominan los rasgos australoides, mientras en los norteamericanos prevalecen los rasgos mongoloides. Esto propició la hipótesis del poblamiento autónomo de América del Sur.

Así, en 1943, el etnólogo francés Paul Rivet (1876-1958) propone una teoría de origen múltiple, según la cual la población americana podría haberse efectuado en cuatro oleadas migratorias: mongoloide, la primera; australiana, la segunda; melanesio-malayo-polinesia, la tercera; y esquimal, la cuarta. Aún cuando sus detractores alegan la insuficiencia de pruebas arqueológicas, lo singular de esta teoría es la abundante evidencia que aporta en el orden biofísico, lingüístico y cultural. Demuestra que los australianos y patagones tienen grandes similitudes en cuanto a la tipología craneal, predominio del grupo sanguíneo 0, uso de producciones culturales como troncos ahuecados, canoas, cerámica, mantos de pieles animales, chozas circulares de ramas, ceremonias religiosas y vocablos similares para los mismos objetos. Los australianos pudieran haber llegado por las islas de Tasmania, Auckland, Campbell y otras hasta la Península Antártica y de ahí a las islas del Cabo de Hornos. La tercera oleada, melanesio-malayo-polinesia, muy extendida en el Nuevo Mundo, presenta mayores analogías aún: presencia del tipo dolicocéfalo; predominio del grupo sanguíneo 0; uso de armas como el atlatl o propulsor, cerbatanas, mazos, arcos y hondas; la utilización de morteros de madera, redes, mosquiteros; la ejecución de instrumentos musicales como la trompeta de concha, la flauta de caña, el tambor de madera y membrana de cuero; idénticas técnicas de navegación con piraguas dobles, balsas de cañas; la preparación de bebidas alcohólicas con semillas, el cultivo de tubérculos como la batata; la amputación de los dedos en señal de luto, etc. Las fuentes indígenas de Colombia, Ecuador y Perú parecen confirmar esta hipótesis al referirse al arribo de extranjeros a sus costas.

Thor Heyerdahl, por el contrario, afirmaba que los polinesios eran originarios del Nuevo Mundo, y para probar su teoría, realizó el famoso viaje de América a la Polinesia en la Kon-Tiki, una nave construida con materiales propios de los pueblos prehispánicos.

A partir de los años 80 del pasado siglo, las investigaciones genéticas establecen que más del 95 % de la población indígena corresponde a cuatro grupos mitocondriales de gran homogeneidad, de hasta 43 mil años de antigüedad. Y aunque controversiales y carentes de pruebas contundentes, hoy son muchos los sitios que proponen dataciones entre 40-60 mil y hasta de 300 mil años de antigüedad.

Y aquí vamos llegando a una idea que parece loca porque los argentinos se han ganado la poco afortunada fama de creerse el ombligo del mundo. Pues bien, el naturalista argentino Florentino Ameghino (1854-1911), quien quizás muriera antes de consultar a un psicoanalista, como corresponde a todo buen porteño, y a quien llamaron cariñosamente «el loco de los huesos», sostuvo que el origen del hombre americano es autóctono, es decir, que no viene de Mongolia ni de Oceanía, ni de Italia, claro está. O sea, que los inicios de la raza humana se produjeron en las pampas argentinas, hace 20 millones de años. Todo parece indicar que su teoría no es sólida, dada la inconsistencia de las pruebas arqueológicas sobre aquellos seres que él denominó Tetraprothomo, Triprothomo, Diprothomo (primeros adaptados a la posición erecta) y Prothomo pampeus, antecesor inmediato del hombre actual. Qué pena, che, porque no tengo nada en contra del origen asiático de América, al contrario, pero si lograra probarse algún día que la Eva mitocondrial era una Evita de las Pampas, quizás empezaran a tomarse en serio algunos relatos indígenas como los mayas, que registran hechos históricos de hasta más de 3 000 años de antigüedad y entonces la Pacha Mama y todos por acá estaríamos de fiesta, en lugar de enfurecernos y angustiarnos por el futuro de Argentina a merced de los fondos buitres.

Fuente principal

Pueblos originaros. Primeros Americanos. En http://pueblosoriginarios.com. Consultado el 25 de abril 2014.

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