El cambio climático desde una mirada comunitaria

Frente a eventos climáticos inevitables, se imponen soluciones locales, nacionales y la cooperación entre los países.

Archivo IPS Cuba

La comunidad de Carahatas, en Villa Clara, es una de las más afectadas por los ciclones y muchas personas de allí fueron trasladadas a poblados más alejados del mar.

El cambio climático y sus efectos constituyen uno de los temas más debatidos en la actualidad por profesionales de diferentes áreas y el público en general. Pero estos cambios no llegaron en unos pocos años, son el resultado del efecto acumulativo de diversos impactos, derivados del empleo de políticas ambientales inadecuadas en la agricultura, la ganadería, la pesca, la industria, la acumulación de contaminantes y el uso de los recursos ambientales en general.

Se ha hablado mucho de sus efectos; son bien conocidas las formas en que impacta en las poblaciones, la agricultura, la ganadería, en diversas actividades productivas y de los servicios. También se argumenta que sus secuelas alcanzan una mayor magnitud en las islas, por su gran dependencia de los servicios ecosistémicos; muchas poblaciones se asientan en lugares físicamente expuestos y hay una limitada capacidad financiera e institucional para la adaptación al cambio climático.

Sin embargo, según plantea el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC, 2007), se aprecia una baja capacidad para reaccionar políticamente ante este evento. La adaptación al cambio climático no está en la agenda política latinoamericana, al menos no al nivel en que aparece la mitigación de las emisiones. La mayoría de las islas carecen de la capacidad financiera, técnica y logística para manejar el riesgo climático y hacer frente a los costos que implica la adaptación. Tal es el caso de relocalizar a las poblaciones que habitan zonas vulnerables, construir diques, disponer de equipamiento de alertas tempranas, entre otras acciones.

La toma de conciencia en un ambiente complejo

La comprensión de esta crítica situación ha sido un proceso lento. Aunque existía el conocimiento fundamental sobre la estructura y funcionamiento de los sistemas naturales, un pronóstico bastante certero de los impactos que se avecinaban y la constatación fáctica de tales supuestos, se adolecía de acciones concretas, con resultados más loables. Las razones para ello han sido diversas:

  •  Una permanente contradicción entre la necesidad de evitar un mayor deterioro y la de continuar explotando los recursos.
  • La conectividad entre los ecosistemas por diversas relaciones estructurales y funcionales aumenta la magnitud de los daños.
  • La acumulación de impactos ambientales negativos hace sinergia con los efectos del cambio climático, lo que provoca un mayor grado de incertidumbre y limita la toma de decisiones.
  • Las políticas ambientales, económicas y sociales son abordadas como cuestiones aisladas y, en el peor de los casos, se ofrecen soluciones parcializadas, a veces incompatibles entre sí.
  • El aporte de los científicos ha sido insuficiente para movilizar a decisores, políticos, economistas, industriales y el público en general; muchas veces falta información científica y, otras, el discurso está mal argumentado.
  • Se han asumido actitudes de indolencia y despreocupación, posturas que crearon falsas expectativas de soluciones tecnológicas y la utopía de que, con el desarrollo científico técnico, se podría llegar a resolver la situación1.

Para muchos países el problema es cómo lograr los objetivos, aparentemente contradictorios, de aumentar la producción y la protección en condiciones climáticas más difíciles, así como reducir las emisiones de gases de efecto invernadero, compaginar las demandas de tierra y agua de la agricultura y otros ecosistemas, con las de las ciudades y los requerimientos de energía. Todo esto, sin perder la perspectiva de que la biosfera funciona como un solo sistema, una compleja trama de interacciones e intercambios, donde las sociedades humanas están interconectadas con sus economías.

 

La percepción del cambio climático por las comunidades

Las comunidades litorales, con poca altura sobre el nivel del mar, como las de la costa norte de Cuba y en particular del archipiélago Sabana-Camagüey, son más susceptibles a eventos meteorológicos y la elevación del nivel del mar. Se trata, por lo general, de poblados pequeños, que viven en una íntima relación con el ambiente marino; sus cosmovisiones se han configurado asociadas al mar, con un elevado sentido de pertenencia.

La magnitud del impacto que se avecina condiciona respuestas variadas, sin poder llegar a establecer regularidades. En lugares como Isabela y Carahatas –que por efectos de los ciclones se vieron considerablemente afectadas y muchos de sus habitantes fueron trasladados a poblados más alejados del mar–, se aprecia un retorno a los sitios de origen. En cambio, en otros como El Santo, en Villa Clara, las personas se alejan en busca de mejores condiciones y/o seguridad; esto sin olvidar que en las relaciones de migración inciden múltiples factores. Es una forma de escapar de una realidad inmediata, inevitable e incierta. El cambio climático es apreciado y asumido por las comunidades de forma diversa:

  1. La evasión como salida.

En muchas comunidades costeras sus pobladores van creando una serie de barreras psicológicas que ayudan a argumentar sus posiciones, a evadirse de la necesidad de acometer acciones, romper esquemas y empezar de nuevo. Por ello es frecuente escuchar frases como: “el clima ha cambiado siempre” o “no pude evitarse que cambie”.

Existen evidencias que nos muestran la presencia de cambios cuando aún no había desarrollo industrial y la contaminación era desconocida: el impacto de los meteoritos, la extinción de los dinosaurios, las grandes glaciaciones son algunas de ellas. Esto nos muestra que el clima se ha modificado siempre, incluso antes de que se desarrollara la crisis ambiental. Se trata de cambios que escapan a nuestro control y no se comportan por igual en todas las regiones del planeta, ni a lo largo del tiempo.

  1. El cambio climático es global, pero los efectos son locales.

La geografía y el comportamiento del clima local o regional limitan el establecimiento de generalizaciones. Así, las zonas propensas a las grandes sequías en África enfrentarán diferentes problemas a los de aquellas expuestas a las severas inundaciones en el Asia. Estas diferencias regionales se expresan en la bonanza o agresividad del clima para el desarrollo de la agricultura, la ganadería y diversos tipos de actividades. Los impactos en el desarrollo humano también variarán en la medida en que los patrones climáticos interactúen con vulnerabilidades sociales y económicas; además, lo que se percibe como favorable en un momento y lugar, es nocivo en otros.

  1. El clima cambia ¿y tú?

Este fue un eslogan muy difundido en 2009. La adaptación al cambio climático implica modificar modos de pensar y estilos de actuación. Sin embargo, se trata de procesos lentos, complejos, que implican romper esquemas, rutinas, aprender nuevas cosas; se trata de cambios sociales, pero también políticos, porque si no cambian las condiciones, si no hay indagación, cuestionamientos a viejos patrones, no se puede aspirar a un cambio en la mentalidad.

Es usual que las personas muestren cierto rechazo a los cambios, pues el arraigamiento a las rutinas es inherente al género humano. El grado de resistencia depende del tipo de cambio y de lo bien que se conozca. No es de esperar objeciones a lo que signifique mayor confort y calidad de vida, con un mínimo de esfuerzo. En tanto, se oponen cuando asocian las mudanzas con la pérdida de la rutina, de lo cotidiano, que proporcionan seguridad y confianza, a diferencia de la ambigüedad e incertidumbre que ocasiona el cambio.

Muchas veces se habla de la necesidad de trasladar a los habitantes de los asentamientos costeros, situados a poca altura sobre el nivel del mar, que están sometidos a eventos meteorológicos severos, incluso con peligro para sus vidas. Sin embargo, quienes pueblan esos lugares tienen un elevado sentido de pertenencia, el mar forma parte de su cultura y, por lo general, rechazan la idea de alejarse de él. ¿Qué es entonces lo más adecuado? ¿Qué debemos priorizar? Buscar tecnologías constructivas más resistentes en ese ambiente sensible al peligro. Hacer un trabajo educativo, de persuasión, de convencimiento, que promueva la participación e implicación. Tratar de cambiar la forma de pensar de las personas. Aplicar la legislación sobre las zonas costeras. Hay que considerar en un balance costo-beneficios cuáles serían las mejores opciones, sin perder la perspectiva de que cada caso requiere un tratamiento particularizado; no olvidar la singularidad de los contextos, y que lo más importante son las vidas humanas.

  1. La cultura de la inmediatez

Es muy frecuente observar una actitud de inercia. Si bien hay una mayor preocupación pública, los comportamientos no han cambiado mucho. Hay tecnologías energéticas eficaces, posibles financieramente, pero que no se adoptan. La investigación y el desarrollo de las fuentes de energía renovable son insuficientemente financiadas. La agricultura continúa desarrollándose con un abuso de agroquímicos y grandes demandas de agua, las áreas para el desarrollo de la ganadería están limitadas por alimento y sombra, por solo citar algunos ejemplos.

El Informe Mundial del Clima del Banco Mundial identifica tres temas que son ejes transversales. La inercia, que es la característica distintiva, la razón por la que hay que intervenir. La equidad como la clave para llegar a un acuerdo mundial eficaz, que genere confianza para encontrar una solución eficiente y actuar de común acuerdo. Por último, la inventiva, que es la única respuesta posible a un problema político y científicamente complejo, es actuar de manera distinta a como lo hemos hecho en el pasado.

El cambio climático se invisibiliza por inconveniente e inoportuno, porque pensamos que eso no va a pasar o, al menos, no por ahora o en este lugar; se va a lo inmediato y no se mira más allá, la incertidumbre es rechazada y se evade una realidad cercana de la que no deseamos ser testigos.

  1. El peligro de naturalizar el cambio

El cambio climático tiene un componente natural que se relaciona con la geografía, el relieve y otros aspectos, así como un componente humano asociado a las actividades productivas, la forma en que se extraen los recursos y las políticas ambientales. Muchos de sus efectos no son modificables; existen impactos que pueden predecirse con cierto tiempo, pero otros no; entonces, la estrategia se vuelve hacia el desarrollo de mecanismos de adaptación y mitigación de los impactos.

Muchas veces se muestra una tendencia a ignorar o rechazar las cosas desagradables, que ocasionan daño o contienen cierto grado de incertidumbre. De ocurrir esta situación, existe el peligro de absolutizar el aspecto natural del cambio, y lo que es natural no lo podemos cambiar. Entonces se reforzaría la tendencia a la dejadez, a la tolerancia, a una postura de inercia que resulta muy cómoda, pero nada favorable a los momentos y necesidades actuales.

6. El cambio climático afecta a los más pobres y la pobreza tiene cara de mujer.

El ecofeminismo plantea la existencia de importantes conexiones históricas, culturales y simbólicas entre la opresión, la explotación de las mujeres y la naturaleza. Es una propuesta ética contra el patrón de desarrollo tradicional, donde ambas han sido marginadas, violentadas y se responsabiliza a la mujer con el deterioro ambiental.

En muchos países las mujeres realizan labores que no requieren capacitación, vinculadas a la recolección, acarreo y administración del agua, la carga de leña y la recogida de los desechos; también aumenta su carga de trabajo al atender a los enfermos, los niños y la recuperación de la vivienda cuando es dañada. Los pobres y las mujeres son más vulnerables al cambio climático, pero la mayoría de las veces se desconocen sus verdaderas necesidades. Al enfocar la realidad hacia las diferencias entre hombres y mujeres, las que son socialmente aprendidas, se debe preguntar “quién hace qué, qué necesita cada cual y quién se beneficia con qué”2.

En Cuba, aunque se ha trabajado por la emancipación de la mujer, en muchas comunidades no hay condiciones materiales e infraestructura que facilite su incorporación laboral. En la comunidad costera de Carahatas crían cerdos con sardinas, en Nazabal pescan jaibas, cangrejos, hacen minutas, y más recientemente en Isabela venden alimentos elaborados de origen marino a visitantes y lugareños. Se trata de actividades que pretenden conjugar la resistencia a las limitaciones materiales, la falta de ofertas de trabajo, con intereses económicos, motivaciones culturales y de reivindicación social.

En muchos lugares es común que las mujeres, para lograr un trato igualitario, en busca de realizarse profesionalmente, se enfrenten a un exceso de horas de trabajo. En teoría existe igualdad de oportunidades, pero en la práctica hay muchos aspectos que entorpecen, desde lo cotidiano, lo cultural, lo económico, lo jerárquico y lo legal, entre otros. Se habla de igualdad, pero el cambio en la mentalidad es lento; existe una dicotomía entre la emancipación que se exhibe en el espacio público y las inequidades que se reproducen tras las puertas del hogar, en lo privado.

Si la acción humana provocó el cambio climático, también puede evitarlo. ¿Qué hacer?

Las gestiones a desarrollar frente a los efectos del cambio climático son diversas, pero al tratarse de un evento inevitable, las estrategias se orientan hacia la adaptación y la mitigación. Muchas soluciones tienen un carácter local, en otras se adecuan estas iniciativas a directrices nacionales, aunque una buena parte de la solución a los problemas depende de la cooperación entre los países.

En Cuba se desarrollan estrategias que, entre sus componentes, incorporan acciones de mitigación y adaptación, la educación, la comunicación y el desarrollo de una cultura ambiental, además de la integración intersectorial, la investigación, la asistencia técnica y el establecimiento de políticas públicas adecuadas.

Una muestra de este trabajo es la articulación de intereses y acciones de diferentes entidades, que convergen en el uso, administración y/o control de determinados recursos. Tal es el caso del agua, recurso administrado por el Instituto de Recursos Hidráulicos, pero de gran demanda por la agricultura, la ganadería, la industria y la población, por solo citar algunos.

Así, las presas constituyen una buena alternativa porque incrementan la capacidad de almacenamiento de agua. Como consecuencia de los efectos del cambio climático, aumenta la presencia eventos meteorológicos extremos, tiene lugar la ocurrencia de grandes sequías o inundaciones y el incremento de las temperaturas causa una mayor pérdida de agua por evaporación; todo esto convierte a las presas en una necesidad. Además, la construcción de conductoras de gran magnitud permite llevar el agua almacenada a otras regiones donde es deficitaria.

No obstante, no se puede perder la perspectiva de que una buena parte de esa agua embalsada debe tributar a los mares, de lo contrario se corre el riesgo de una penetración de la cuña salina en los terrenos, con la consiguiente salinización, además de los daños al sector pesquero. Esto ratifica la necesidad de articular las políticas ambientales con la acción de diversos actores, porque el agua es una sola y la necesitan todos y todas.

En la agricultura, se estimula la producción de cultivos que requieren menores cantidades de agua y se emplea el ferti-riego. La rotación de cultivos, el intercalamiento, el empleo de abonos verdes, la lombricultura y el compostaje son rescatados como prácticas agroecológicas que ayudan a recuperar la fertilidad de los suelos. Además, se trata de reducir la contaminación por el uso de los fertilizantes químicos.

Por otra parte, existe una política dirigida al manejo de las cuencas, que incluye la reforestación de la faja hidrorreguladora (de un ancho variable según el caudal del río), con lo que se reduce la acumulación de sedimentos que deterioran la calidad del agua y se recupera parte de la biodiversidad y de los servicios ecosistémicos. Una empresa como la ganadera de MACUM, en la región central de Cuba, tiene entre sus objetivos la reforestación de grandes extensiones de terreno, con lo que ofrece refugio y alimento al ganado, además de ayudar a la recuperación de los suelos y constituir una buena acción entre las estrategias desarrolladas para la captura de CO2.

Se abre paso una cultura del ahorro de agua. En las instalaciones hidráulicas de los baños de los hoteles dedicados al turismo se emplean sistemas ahorradores de agua y se usan aspersores en la jardinería; hay una tendencia al empleo de plantas nativas con vocación ornamental, lo que reduce los gastos por pérdida de agua y favorece la adaptación a un ambiente sometido al efecto de los vientos y el spray salino, como es el caso de la mayoría de los hoteles situados en la cayería norte de Cuba.

Desde el punto de vista energético, ha sido una preocupación el uso de fuentes alternativas de energía renovables, como la eólica, la hídrica y la solar. La reducción de las fuentes contaminantes, la sustitución gradual del empleo de tecnologías obsoletas, el uso de prácticas productivas más limpias y la eliminación del consumo de productos que dañan la capa de ozono son algunas de las acciones desarrolladas.

El programa de la revolución energética ha trabajado en el cambio, en el sector residencial e industrial, de los equipos refrigerantes y aires acondicionados que usaban gases de efecto invernadero. El empleo de bombillos eléctricos ahorradores también constituye otra iniciativa de valor. La lista de acciones es larga y no es posible abordarlas todas, pero es innegable que, en su conjunto, contribuyen a la mitigación de las emisiones de gases de efecto invernadero.

Las áreas protegidas tienen un valor considerable, pues combinan la conservación de la biodiversidad con los servicios ambientales y sociales de las localidades donde están enclavadas3. En Cuba, los planes de manejo incorporan la atención a los cambios en el uso del suelo y con ello la pérdida de la cobertura vegetal, lo que previene la liberación de CO2 a la atmósfera. También fomentan activamente la reforestación, lo que constituye una vía para la mitigación del cambio climático.

La reforestación con mangle en las áreas marinas, además de los efectos beneficiosos de la captación del CO2, ofrece una protección frente a los impactos de los eventos climáticos extremos, a la vez que ayuda a mantener la integridad de los ecosistemas. Otras tareas que realizan las áreas marinas se vinculan a la gestión de financiamiento para la implementación de alternativas pesqueras sostenibles, además de la divulgación, capacitación y educación ambiental, con énfasis en el cambio climático.

Los estudios de peligro, vulnerabilidad y riesgo que se desarrollan en todo el territorio nacional también tributan a las acciones de adaptación y mitigación de los impactos del cambio climático. Se ha realizado un levantamiento de la información de los riesgos y las áreas vulnerables, considerando entre los tipos de vulnerabilidad los relacionados con penetraciones del mar, fuertes vientos, inundaciones, derrumbes y deslizamientos, entre otros. Para la obtención de esta información se han realizado numerosas visitas a todos los municipios, se han hecho talleres con los pobladores y representantes de las principales entidades económicas de cada territorio, para el análisis de la situación en particular. Esta información ha sido mapificada y los posibles impactos se han discutido con los pobladores, directivos empresariales, comunales y representantes del gobierno.

La legalidad también aporta a este sistema de acciones. De forma paralela se ha sometido a proceso de revisión el cumplimiento de normativas como la Ley de Costas, que establece la ubicación y el tipo de infraestructura permisible (según la actividad a realizar), que deben ser compatibles con la zona costera. Esto ha conllevado inspeccionar la situación de los asentamientos costeros en los que se han construido numerosas viviendas de recreación para los meses de verano, en la misma línea de costas.

También se han establecido sistemas de alertas tempranas para anticipar eventos climáticos extremos que pueden ocasionar daños y que han funcionado muy bien, reduciendo las pérdidas de recursos materiales y de vidas humanas.

Por último, y no menos importante, es la labor de educación, comunicación e información en la que participan diversas entidades. Se han ofrecido innumerables capacitaciones por vías formales e informales. Los medios de comunicación masiva le dan una amplia cobertura a los asuntos relacionados con el cambio climático. En los cursos televisivos de “Universidad para todos” se han abordado estos temas y también en las escuelas son un asunto priorizado, en tanto las empresas lo tiene incorporado de forma permanente a su agenda de trabajo. No obstante, aún falta mucho por hacer.

El reto más complejo ante el cambio climático se dirige a lograr cambios en los comportamientos de las personas, transformar los hábitos consumistas, derrochadores, e incorporar diferentes instituciones a esta tarea. Para ello se precisa de una voluntad política, la integración de los diferentes sectores, concertar acciones, incorporar los resultados de las investigaciones, disponer de información relevante y actualizada sobre las vulnerabilidades locales, y aplicarla de forma preventiva y eficiente. Se deben usar mensajes claros, sencillos y orientadores para implicar a los más indecisos y movilizar la acción desde la familia y la cotidianeidad, a los niveles locales, provinciales, nacional y global.

La adaptación y mitigación de los efectos producidos por el cambio climático es costosa. Al margen de cuál sea la estrategia elegida, se requiere de voluntad política, articulación de actores, concertación de decisiones y, sobre todo, no dejarlas para mañana, pues ya resulta apremiante.

 

 

Referencias

1- PNUMA: “Proyecto Ciudadanía Ambiental Global. Manual Cambio Climático”, México D.F. http://www.pnuma.org/ciudadania/index.php, 2005.

2-  Foro electrónico: “Investigaciones sobre Género y Ambiente en la Región Andina: Estado, Problemas y Desafíos”, http://www.sur.iucn.org/ces/documentos/documentos/987.pdf, 2006.

3- Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas: “Estrategia de Cambio Climático para Áreas Protegidas.”, 2ª edición. Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales- SEMARNAT. México. www.conanp.gob.mx, 2010.

*María Elena Perdomo López es bióloga e investigadora titular del Centro de Estudios y Servicios Ambientales de Villa Clara. Se especializa en el trabajo comunitario en áreas protegidas y el manejo de conflictos.

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