Niñas y niños discapacitados mejoran al paso de caballos
Lo que se aprovecha en la equinoterapia es el movimiento tridimensional que el caballo ejecuta al caminar.
Camagüey, Cuba, 5 nov.- Miguel Fatjó, un experimentado vaquero de rodeo de esta provincia central, nunca pensó que a los 60 años su vida cambiaría. Sin embargo, la equinoterapia le mostró nuevas maneras de ayudar a niños y niñas con discapacidad.
Este hombre ayudó a fundar el Centro de Rehabilitación, en Camagüey, a 534 kilómetros al este de La Habana, que hoy apoya a pequeños con retardo del desarrollo psicomotor, lesión estática del sistema nervioso central, síndrome genético (incluido Down), enfermedades neurológicas y malformaciones congénitas, entre otras.
También atiende los casos de autismo, amputados, cardiopatía congénita compensada, discapacidad intelectual, trastornos con déficit de atención o hiperactividad, psicosis infantil, fobia, retraso del lenguaje, síndrome de Wuess, tipos de escoliosis, problemas sensoriales, visuales, auditivos y fonológicos, así como implantes cocleares.
“La equinoterapia no es algo nuevo. Pero hoy se conoce que los equinos emiten entre 110 y 120 impulsos nerviosos en un minuto a través de la médula espinal a la parte motora del cerebro”, explicó Fatjó a la Redacción IPS Cuba.
Según expertos, un caballo entrenado en el paso tridimensional – tres puntos de apoyo y uno en el aire- realiza movimientos ascendentes, descendentes, rotación y flexión, que incitan a trabajar la masa muscular del niño o niña, algo que no se consigue en la cama o silla de ruedas.
Ese ejercicio da orientación espacial al paciente, cuya calidad de vida mejora.
“Al principio, salud pública no quiso participar. Alegaban que eso no estaba incluido en ningún tratamiento ni institucionalizado. Pero las buenas referencias de los padres los hizo cambiar de opinión y mandaron los primeros defectólogos y rehabilitadores”, mencionó el vaquero.
También el calor corporal del caballo (38 grados) provoca distensión del cinturón pélvico y los miembros inferiores. Los impulsos rítmicos del lomo se transmiten al cerebro a través de la columna vertebral, favoreciendo la relajación muscular y la estabilización dinámica del tronco y la cabeza, y la coordinación.
“Los pacientes llegan de todo el país”, señaló el vaquero. “Evolucionan de una manera extraordinaria. Algunos llegaron en estado casi vegetativo, sin tono muscular, fuerza en el tronco y cuello, ni agarre en las manos”, detalló.
Hace más de una década, Rosario Camejo, presidenta de la no gubernamental Asociación Cubana de Producción Animal en Camagüey, buscó a Fatjó y le dijo: “Vi en La Habana algo que debemos tener. Tú eres el hombre para hacerlo”.
Juntos fueron a Río Verde, en la periferia de la capital, donde un criador de caballos pura sangre realizaba terapias con niños sordo ciegos. Entonces Fatjó se dio a la tarea, que luego fue perfeccionando en varios cursos.
Entrenó a la yegua Lupe en el paso tridimensional. Y 14 niños y niñas con síndrome de Down de la escuela especial Van Troi, en Camagüey, fueron los primeros en recibir la equinoterapia en la casa de Fatjó.
Luego recuperaron un antiguo basurero, donde nació el actual Centro de Rehabilitación, que cuenta con una sala para las consultas del equipo multidisciplinario integrado por un neurólogo, ortopédico y psiquiatra, entre otros; los colchones para la rehabilitación, el parque infantil, las cuadras y el picadero.
Yarelis Guerra, madre de Liobel Manso, de tres años y con una parálisis cerebral infantil, aseguró que el centro ha sido la salvación de su hijo.
“Liobel tenía tortícolis, no se sentaba ni gateaba”, recordó con tristeza esta mujer. Pese a la precariedad del transporte público, Guerra recorre varias veces a la semana los más de 30 kilómetros que separan al municipio de Jimaguayú de la ciudad de Camagüey, para que su hijo reciba el tratamiento.
“Ya se sienta y se para. Está dando los primeros pasos. Ha mejorado el habla e intelectualmente. Le encanta el contacto con los caballos”, sostuvo la joven, que no pierde las esperanzas de ver nuevos avances en Liobel.
Aida Montero llegó hace un año al Centro de Rehabilitación desde Holguín, a 155 kilómetros más al este de Camagüey. “Un día leí en el periódico un reportaje sobre Fatjó y su trabajo. Mi esposo y yo decidimos traer al niño”, contó.
“Albertico (Gisbert) no tenía control cefálico, le costaba pararse. Ha avanzado muchísimo, tanto con los caballos como con la rehabilitación y la terapia ocupacional. Ha conseguido en el centro lo que no logró en sus tres años de vida”, comentó Montero.
“Esta práctica desarrolla la esfera afectiva y, particularmente, la autonomía e independencia. Influye en el desarrollo de los procesos cognoscitivos, memoria, atención e imaginación, concentración, la comunicación y la socialización de manera integral, destacó la médica Reina María Peraza, directora del centro.
“No pretendemos sustituir el tratamiento de las salas de rehabilitación, sino interactuar con otras modalidades terapéuticas: equinoterapia, arteterapia y cultura física”, señaló Peraza. “Aprovechamos el entorno, donde niños y niñas con diversas discapacidades no sienten que vienen a recibir tratamiento ni están en el hospital”, agregó.
“Nuestra expectativa es rehabilitarlos de modo que puedan insertarse en la sociedad, aun con sus limitaciones”, apuntó la médica.
Además de los caballos, niños y niñas son atendidos por rehabilitadores, entrenadores deportivos y, hasta hace un tiempo, instructores de arte.
Para la rehabilitadora Jenny Díaz, quien pasa largos ratos haciéndoles movimientos a los pequeños que contribuyen a fortalecer los músculos, los avances son muy notables. “La mayoría sale caminando. En el caballo ganan mucho equilibrio y sociabilizan con el medio”. (2014)
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