Fernando Ortiz, genuino representante de la cultura cubana
El quehacer de Ortiz es multifacético, transita por muy diversas ramas del saber tales como la etnología, la historia, la lingüística, la música.
Fernando Ortiz ocupa, por derecho propio, un lugar cimero entre los más grandes exponentes de la intelectualidad cubana. Se le considera el tercer descubridor de Cuba, y este reconocimiento se lo ha ganado sobre la base de integrar a la identidad cubana las raíces negras fundamentando sólidamente que Cuba es y será un gran ajiaco.
El erudito cubano dedica gran parte de su vida a demostrar los aportes del negro al desarrollo de la sociedad cubana y el importante rol que este ha desempeñado -a partir de las postrimerías del siglo XVIII- en el desenvolvimiento de la industria azucarera, principal renglón económico del país durante más de dos siglos.
El referido antirracista, da la espalda al gobierno de Gerardo Machado y marcha al exilio. Desde allí denuncia la crisis por la que atravesaba el país, responsabilizando al intervencionismo norteamericano de una buena parte de los males que aquejaban a Cuba y que habían derivado en la grave situación que afrontaban los cubanos bajo la tiranía impuesta por el general Machado.
El quehacer de Ortiz es multifacético, transita por muy diversas ramas del saber tales como la etnología, la historia, la lingüística, la música… Sus resultados investigativos quedan plasmados -en gran medida- en su extensa bibliografía, que incluye artículos, ensayos, conferencias y libros. Algunos de estos últimos aún constituyen un referente obligado para los estudiosos de estos temas: no han perdido vigencia.
No se limita Ortiz, en su labor creativa, a lo que acontece dentro de las fronteras de su amada Patria. Consideraba que para que Cuba pudiera avanzar en el orden científico-cultural y sus intelectuales se tuvieran en cuenta fuera de la Isla, era imprescindible el intercambio académico, la confrontación de las ideas y la superación constante para mantenerse al día.
Ortiz colabora en múltiples revistas e instituciones culturales y a su ingente esfuerzo se debe la renovación de la Sociedad Económica de Amigos del País, la fundación de la Institución Hispano Cubana de Cultura (IHC), así como la creación de las Sociedades del Folklore Cubano y de Estudios Afrocubanos.
La IHC sirve a Ortiz, como anillo al dedo, para impulsar su máxima inspiración: elevar la cultura de su país. Esto se evidencia cuando se leen los fines de la Institución, donde él afirma que el objeto de la IHC consistía en: «promover el incremento de las relaciones intelectuales entre España y Cuba por medio del intercambio de sus hombres de ciencia, artistas y estudiantes, creación y sostenimiento de cátedras y realización de propaganda con el fin exclusivo de intensificar y difundir la cultura que nos es propia, para que siga siendo uno de los bellos ritmos de la civilización universal»1.
La IHC organiza actividades de muy diversa índole, pero el centro de su accionar estaba directamente vinculado a las magistrales conferencias que allí se impartían. La clave del éxito radica, desde mi punto de vista, en las figuras elegidas para que participasen como expositores así como en los temas escogidos por aquellos brillantes conferencistas.
Muchos especialistas españoles cautivan al auditorio: Gregorio Marañón, Salvador de Madariaga, Fernando de los Ríos, Federico García Lorca, Juan Ramón Jiménez, Ramón Menéndez Vidal, se incluyen en la larga lista. También participa en las mencionadas conferencias un nutrido grupo de latinoamericanos, destacándose – entre otros- el peruano Luís Alberto Sánchez, el mexicano José Vasconcelos, la chilena Gabriela Mistral y el dominicano Max Henríquez Ureña.
Los cursos y cursillos de conferencias de la IHC alcanzan gran repercusión en América Latina, no solo por la presencia de personalidades hispano-americanas, sino por la importancia de los temas que se debaten en aquellas polémicas sesiones convocadas por Ortiz, desde 1926; particularmente entre 1936 y 1941 donde toman parte 178 conferencistas.
Uno de los cursos que más atrae la atención de los intelectuales -dentro y fuera de Cuba- es el referido a las «Doctrinas Políticas». Se abordan en el mismo las diversas corrientes ideológicas que en la década de 1930 movían la atención, tanto de los políticos como de los académicos: el anarquismo, el fascismo, el antisemitismo, el imperialismo, el catolicismo, el socialismo, el comunismo,…, estos temas se incluyen en las 32 conferencias impartidas por especialistas cubanos, latinoamericanos y españoles.
Una de las disertaciones que logra más repercusión es «El Feminismo», que tiene a cargo Camila Henríquez Ureña, valiosa educadora dominicana. Mucho debe el magisterio cubano a esta destacada intelectual, por su contribución a la formación y superación pedagógica de profesores cubanos en décadas posteriores.
La revista Ultra -publicación mensual dirigida por Fernando Ortiz desde su aparición en 1936- contribuye decisivamente a la difusión del quehacer de la IHC a través de los Mensajes de dicha Institución, que reunían las conferencias dictadas en los referidos cursos, auspiciados por la mencionada Sociedad Cultural.
Ultra sirve, además, para divulgar infinidad de artículos publicados con antelación en España, Francia, Argentina y otros países de Europa y América que actualizaban a los lectores en temas relacionados con la Historia, la Filosofía, la Economía, las Artes Plásticas, la Música y otras disciplinas.
Apoyándose en la IHC, Ortiz exalta los valores patrióticos de los cubanos, evidenciados en las gestas independentistas y, en reiteradas oportunidades, concede espacio a disertantes cubanos y de otros países de América Hispana, para que ahonden en los temas martianos. En virtud de esta política orticiana, el más universal de todos los cubanos es analizado bajo múltiples ópticas, y estas valoraciones acercan más al organizador de la Guerra del 95 a los pueblos que integran la llamada América Nuestra. Aún se recuerda la magistral intervención de la poetisa Gabriela Mistral, en Octubre de 1938, acerca de los Versos Sencillos de José Martí. A pesar del tiempo trascurrido no ha perdido su frescura y calidad.
Ortiz propicia asimismo, que los problemas del continente americano se pongan sobre el tapete, con la finalidad de que no se ignorasen las dificultades que debían enfrentar los pueblos de América. Al reclamo, un apreciable número de intelectuales del Nuevo Mundo ocupan esta tribuna libre de prejuicios. Entre otros, puedo recordar a los puertorriqueños Tomás Blanco y Rafael Pico, quienes abordan álgidos temas, tales como el prejuicio racial y el destino de Puerto Rico.
Fernando Ortiz, sin duda alguna, es uno de los cubanos que mejor ha sabido utilizar la inteligencia en aras de engrandecer y cultivar al pueblo que le había visto nacer. Tiene la grandeza, que pocos intelectuales muestran, de ayudar a la formación de jóvenes creadores -que algunos han querido desconocer- y apuesta a favor de la fe en el poder de la verdadera cultura -no en la de bla bla bla- para coadyuvar al florecimiento de Cuba y a la forja de verdaderos valores que engrandeciesen al pueblo por el que ofrenda su vida el apóstol Martí.
Desconocer a Ortiz, de hecho, es olvidar a uno de los grandes gigantes de la historia de la cultura hispano-americana. Su saber universal le permite trascender las fronteras del verde caimán, donde forja sus armas para luchar contra algunos de los grandes prejuicios que lastraban la sociedad cubana. A 133 años de su nacimiento se le debe rendir honor.
Nota
1 Mensajes de la IHC. «Los fines de la Institución». La Habana Impr. El Universo, 1928, pp. 19.
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