Me desordeno, amor, me desordeno

Carilda Oliver Labra, una de las poetisas cubanas de verso más apasionado.

Tomado de Cubadebate

De ser difundida con justicia,

la poesía de Carilda ejercerá magisterio en América.

Gabriela Mistral

Premio Nobel de Literatura

Carilda Oliver Labra se maquilla y se arregla el pelo frente a un espejo oval, que no le devuelve una imagen de noventa y tantos, sino una de aquella, lozana, más igual de atractiva, treintañera recién divorciada. Aquella que, en brazos de Hemingway, se va a pasear en lancha, mientras el gigantón norteamericano le coquetea abiertamente.

La belleza de la poeta cubana, una de las más sobresalientes de Hispanoamérica, y su poesía martillando siempre en el tema amoroso, la inserta en un mítico mundo de fabulaciones, en donde baila, deslumbrante, intemporal, bajo la luz de sus propios versos.

Carilda ama vivir. «Qué es el amor sino agasajar con risa a la vida», dice. Justamente es la risa su respuesta ante cualquier comentario mundano -Carilda es el mito viviente de la poesía en Cuba-, y hay muchas leyendas en torno a ella. Pero esto es entendible: siempre hay imaginería popular alrededor de cualquier mujer hermosa y enamorada.

Estas fabulaciones están además hechas de sombras que observan la luz tenue de su ventana y hablan de una femme fatale, una devoradora de hombres –sobre todo de aquellos que son jóvenes-. Robusteciendo esta imagen, como nota al pie de cada comentario, está el recuerdo de una serie de televisión, en donde Carmen Sevilla encarnó la vida de Carilda. Y quizás… está el hecho de que su esposo actual tiene varias décadas menos. También por él Carilda se desordena.

Ella se ha desordenado por todos. Tal vez, con algunos, demasiado literalmente:

Carilda con diecisiete años. Carilda bailando al compás del trío Matamoros: tú me quieres dejar, yo no quiero sufrir… Carilda asediada por un joven llamado Hugo, quien le declara su amor en el medio de la calle… fútilmente. Carilda espantada, porque el joven se atraganta con pastillas, y dispara varios balazos contra sí. Una vez recuperado, se hacen amantes.

Carilda descontrolada: planea con Hugo la mejor manera de matarse juntos. La muchacha de abundante pelo rubio, cuya silueta ondea con el ritmo de Lágrimas negras, cuyo vestido floreado atraviesa las penumbras de cualquier rincón sin luz y se convierte en un haz él mismo, discute el método apropiado para quitarse la vida. De no haber el padre intervenido a tiempo el suicidio colectivo, lo más significativo de su obra (Al sur de mi garganta, 1949; Versos de amor, 1963; Calzada de Tirry 81, 1987; y Libreta de la recién casada, 1998) no hubiera existido nunca.

A pesar de lo dramático de la relación –o quizás por eso- se casa con Hugo unos años después, pero él -¿qué amamos cuando amamos?- le es infiel. «Amamos lo imposible, amamos sin saber por qué o a quién», escribe Carilda.

Su segundo matrimonio no la impulsó a quitarse la vida, pero no fue más afortunado. El joven de veinte y dos años –a Carilda le gusta disfrutar de su tendencia maternal- practicaba karate, y una lesión lo deja inválido hasta su muerte, en 1981. Carilda pone el vestido floreado en pausa y escribe Se me ha perdido un hombre.

(…)

Se me ha perdido un hombre.

Y me quedo temblando
como quien no come sino polvo,
como quien ya extravió la sombra.

Pero no,
que no,
que no me ayudan a buscarlo.
¿A quién le importa si su mirada ha derrotado el
tiempo?
¿A quién le importa aquella piel
con ganas
de la luz?
¿A quién le importan unos labios transparentes
que no tuvieron hambre,
unas piernas que sólo corrían al amor?

(…)

La poesía de Carilda es suficiente: La poesía de Carilda habla por ella. Pero ¿dice todo? ¿Quién es esta mujer, a quien llaman La novia de Cuba, que recibió la visita en su casa, en Tirry 81, Matanzas, a Pablo Neruda, Nicolás Guillén y Rafael Alberti?

Fluyen otra vez los pliegues bajo la música y descubren a una Carilda de noventa y dos años, casada con un jovenzuelo de cuarenta y tantos, que le regala flores diariamente, y baila con ella a las dos de la mañana.

Carilda sube la radio para no escuchar el cuchicheo incesante de sus vecinos matanceros. Ella se sabe ebria de amor. Y defiende su derecho de amar y ser amada. A esos que hablan, que más de un hecho han provocado –como aquella vez que un obispo fue a cuestionarle sobre lo erótico de unos versos- ya le ha legado Carilda bastante. A través de los vitrales italianos de su casa matancera, salen volando los versos y la risa de la poeta.
Porque escribir y reír es su mejor manera de festejar la vida. Porque es la vida, y solo ella, quien inspiró estos versos.

Me desordeno, amor, me desordeno
cuando voy en tu boca, demorada;
y casi sin por qué, casi por nada,
te toco con la punta de mi seno.

Te toco con la punta de mi seno
y con mi soledad desamparada;
y acaso sin estar enamorada;
me desordeno, amor, me desordeno.

Y mi suerte de fruta respetada
arde en tu mano lúbrica y turbada
como una mal promesa de veneno;

y aunque quiero besarte arrodillada,
cuando voy en tu boca, demorada,
me desordeno, amor, me desordeno.

11 comentarios

  1. Ale

    MUY INTERESANTE

  2. Elbita

    Dios mio no sabia nada de esto, que mujer mas valiente y a la vez, tan viva!

  3. ariadna

    qué visión mñas poetica de carilda, me gusta y me quedo con este recuerdo de ella para siempre

  4. raul

    Es un artículo novedoso, mezcla sociología con psicología. Eso se hace bien poco en Cuba

  5. mariela

    Gracias, Diana, tú sola, sola tú, sabes la manera de convertir una historia en un beso

  6. Michel

    Gabriela Mistral tuvo razón. Carilda es uno de nuestros regalos.

  7. Efi

    Ella puede cantar «lagrimas negras», ese icono de la cancion en cuba, pero se ve que ella hace que su vida este llena de sonrisas blancas, por asi decirlo

  8. Lester

    Siempre es un placer leer lo que escribe diana.

  9. Lester

    Hay poetas de ciertas temporadas pero hay otros que perduran para siempre….

  10. Pamela

    Muy interesante reseña sobre la poetisa cubana; narrada de tal manera que invita revivir con ella la pasión que sintió en cada una de sus obras.

  11. Mar

    Carilda es tan mágica, que sólo de «Una mujer escribe» he regalado 4 copias.
    Magnífico artículo, gracias por devolvernos a la Eva de la manzana 🙂

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