Rubén Darío, auténtica y viva voz de América

El mundo celebra el centenario del gran poeta nicaragüense.

Precursor del modernismo en las letras de Nuestra América.

Foto: Tomada de nuevodiario.com

Máximo exponente del primer movimiento literario de Nuestra América, el modernismo, el nicaragüense Rubén Darío ha sido objeto de recordación en diferentes partes del mundo durante este año, cuando se conmemora el centenario de su fallecimiento.

Desde Buenos Aires hasta Japón y con mayor énfasis en su tierra natal, Nicaragua, coloquios, simposios y ediciones de sus obras así como la intervención para su estudio de los más connotados especialistas reviven para nosotros al inolvidable creador de Azul, ese compendio de prosa y poesía que significó la renovación absoluta de la literatura en lengua castellana con la introducción de innumerables influencias europeas y hasta asiáticas.

Los especialistas coinciden en asegurar que Darío rompió con los cánones estéticos heredados de España e incluso influenció a muchos grandes autores de la llamada generación del 98 en la península ibérica como Juan Ramón Jiménez, Antonio Machado y Ramón de Valle-Inclán.

ruben-dario-01Aunque el mismo Darío reconoció como precursor de sus búsquedas al cubano José Martí, es indudable que quien llevó a la cima las influencias parnasianas y simbolistas y realizó una obra cosmopolita, de tonos inéditos en el erotismo y la reflexión y con preocupaciones sociales fue este nicaragüense a quien el propio presidente Daniel Ortega homenajeó con su presencia en una misa en la Catedral de León, ciudad donde falleció el autor de Prosas Profanas en 1906.

El parlamento de su país, mediante un decreto ley, le concedió el título de Héroe Nacional porque “con su pluma e intelecto como armas defendió la soberanía e independencia de la lengua nacional de Nicaragua”.

Añade el documento que el poeta “defendió con su verso y prosa, en función de su idea artística, la lengua de América y España, así como la de Francia dentro de su latinidad”, aludiendo de este modo a la incorporación realizada por él de la métrica francesa y las resonancias musicales de los simbolistas que incorporó a la lengua castellana.

El gran poeta y sacerdote nicaragüense Ernesto Cardenal declaró que Darío fue “un liberador de la lengua castellana, como dijo Jorge Luis Borges” mientras que su compatriota, la escritora Gioconda Belli afirmó que “Darío es literatura nicaragüense, esa alquimia rara de lagos y volcanes, de mañanitas frescas y magma que se hizo verbo y habitó entre nosotros”.

Fue en la ciudad que lo vio morir, León, donde tuvieron lugar la mayoría de los actos conmemorativos del centenario de fallecimiento, pero en toda Nicaragua tanto en escuelas, universidades, bibliotecas y hasta denominaciones religiosas se realizaron conciertos, reuniones y recitales.

Hasta en Japón, país que Rubén Darío no visitó nunca pero que admiraba por su “cortesía y unidad cultural”, el Instituto Cervantes de Tokio celebró un simposio en recordación del célebre poeta en cuya obra son frecuentes las referencias a esa nación asiática.

En Argentina, una de las muchas naciones donde el poeta habitó por un largo período de tiempo se realizó en febrero un coloquio organizado por el Programa de Estudios Literarios contemporáneos bajo el nombre de “Rubén Darío. La sutura de dos mundos” al tiempo que se realizaron numerosas reediciones de sus libros más conocidos.

Aunque irrumpió en la literatura con textos tradicionales del más puro romanticismo en 1888 con la aparición de Azul en Santiago de Chile, Darío se convirtió en uno de los poetas más inmortales del español, especialmente por los trabajos prosísticos de la primera edición. Pero ya en la segunda edición, de 1890, sus versos alcanzan todo el refinamiento de una búsqueda estética que incluyó el trabajo con todas las formas métricas y la perfección formal.

Según el investigador Anderson Imbert es, sin embargo, el poemario Prosas Profanas, de 1896, el que mejor contiene alma, gesto y rostro en una poesía exótica, cosmopolita, que aborda como ninguna hasta entonces el erotismo y la reflexión.

Darío fue, además, un excelente periodista y un diplomático que supo aprovechar sus misiones en la Vieja Europa para asimilar todos los legados, incluso el de la poesía española tradicional con la que rompió pero de la que se alimentó con lo mejor que había en ella.

En sus Cantos de vida y esperanza, de 1905, el bardo vuelve a esas preocupaciones sociales de las que nunca estuvo alejado, no obstante su poesía se caracteriza, fundamentalmente, por el gozo de vivir y el miedo a la muerte.

Tuvo una azarosa vida sentimental con varios matrimonios y hasta mantuvo relaciones con una campesina analfabeta con la que nunca pudo casarse pero a la que amó profundamente, la Francisca de uno de sus poemas inmortales.

En definitiva, mucho significa Rubén Darío en la historia de la literatura latinoamericana y estos primeros cien años de inmortalidad no son más que el comienzo de su presencia inmortal que ha dejado huellas en todo el Universo y ha dado a Nuestra América la primera voz auténticamente regional, descolonizadora y trascendente.

Recordémoslo pues, como lo que fue: un ser humano cuyas dotes superiores para la literatura lo hicieron, en su época y ahora, una de las más altas voces no solo de la literatura hispanoamericana sino de la lírica universal.

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