Te quiero con todos los tambores de la lluvia

Recordando a Raúl González Tuñón, poeta y periodista argentino.

Foto: Tomada de Wikipedia

 Detrás de cada poema existe un diálogo de voces; enunciación de una efusividad que le perteneció al hombre antes de ser del texto. Para el poeta escribir un poema es como abrazar a alguien en la otra orilla, divisado en medio de la tormenta interior. Se abraza –se escribe, entonces- para continuarse. Para vislumbrar un horizonte hecho con todas la botellas arrojadas al mar.

Durante toda su vida, Raúl González Tuñón, poeta y periodista argentino, llenó el mar de mensajes, plegarias y declaraciones amorosas. Sus botellas iban dirigidas a un nombre rimbombante y eufónico, como cuero de tambor: Amparo Mom.

Hasta los treinta y tres años, los poemas de Tuñón no tocan el tema del amor. Alguna que otra vez habló de la famosa Blanca Luz Brum, que tantos affaire –imaginarios y reales- tuvo con los intelectuales latinoamericanos de principios del siglo XX. Pero es con Amparo, mujer casi diez años mayor que él, con la que comienza su poesía amorosa.

Solo en una mujer se puede seguir viajando; solo en una mujer es posible abandonar la condición de extranjero”. Tuñón se casa con Amparo Mom en 1934, un año después de conocerla. El matrimonio estaría marcado por constantes separaciones y reencuentros en diversos países, que los amantes mitigan con un fluido epistolario.

Cuando viaja a Europa sin su esposa argentina, Tuñón escribe decenas de cartas de amor, que luego lanza al mar. Los poemas se las arreglan para llegar a las manos de Amparo, que los inspira y los espera, con paciencia inquebrantable. Sabe que no puede pedirle a Tuñón que se asiente. Este hombre ha nacido en una familia de tradición viajera, y ella no quiere arriesgar su amor con condiciones.

Con una Amparo que nada pide para sí, y todo entrega, vive Tuñón años bohemios, en los que participa de la vanguardia literaria argentina, española y francesa. Trotamundos por naturaleza, vive indistintamente en París, en Chile, en Madrid. En todas las ciudades que frecuenta, traba las mejores amistades: César Vallejo, Rafael Alberti, Miguel Hernández, Federico García Lorca, Pablo Neruda.

Todos estos hombres lo admiran y respetan. Y es que este poeta, enmarcado dentro de las llamadas vanguardias de principios del siglo XX, una de las más firmes influencias de los posteriormente llamados «poetas de la Guerra Civil española», tiene la capacidad de dominar a la perfección el arte de la amistad. En Madrid, Miguel Hernández le escribe unos versos, que no por ser espontáneos, nacidos en el medio de un almuerzo, son menos trascendentes: Raúl, si el cielo se constelara/ sobre sus cinco cielos de raúles/ a la revolución sus cinco azules/ como cinco banderas entregara. En Chile, Gabriela Mistral se desprende de una máquina de escribir, cuando se entera de que Tuñón no tiene ninguna.

Al estallar la Guerra Civil Española, Tuñón comparte casa en Chile con su esposa y Neruda. Fundan entonces la sección chilena de la Alianza de Intelectuales para la Defensa de la Cultura, organización antifascista surgida del Congreso de Escritores de Valencia, realizado en Barcelona, en medio de los bombardeos franquistas.

Pendiente de la guerra que se libra en España, se apena cuando comienzan los ametrallamientos y se preocupa por los intelectuales que no huyeron, como su amigo Federico García Lorca. La noticia de la muerte de Federico le llega como un estallido de escombros de horror, y se le desmorona un pedazo de sí. Hombre comprometido con la amistad tanto como con la poesía, siente entonces una gran pena, y se refugia en la quietud y la seguridad del amor que comparte con Amparo: acaso los rostros amigos, las fotografías, los paisajes que hemos visto juntos, tantos gestos que hemos entrevisto, sospechado, los ademanes y las palabras de ellos, todos, todo ha desaparecido y estamos solos bajo la lluvia, solos en nuestro compartido, en nuestro apretado destino, en nuestra posible muerte única, en nuestra posible resurrección.

Como siempre en su vida, el viaje lo calma. Tuñón vuelve a tratar de abrazar esa otra orilla, que traslada luego –como todo lo que lo impresiona- a sus poemas. En esta ocasión, se lleva a Amparo para conocer Panamá. Allí ve por primera vez un albatros, y por un segundo, se olvida de la guerra, de los republicanos y los franquistas, y de la muerte, que nos aguarda a todos. Como todo poeta, reconoce la belleza. Le aprieta la mano a Amparo. “¿Qué pasa?”, pregunta ella. Él, con la mirada fija, sostiene, mirando a los albatros: “cuando alguno de estos pájaros muere, en algún lugar del mundo también muere un poeta”. Amparo lo mira, estupefacta, y asiente sin saber por qué. De pronto, en medio de una selva semi-virgen, en Panamá, comienza a llover.

Lluvia

Entonces comprendimos que la lluvia también era hermosa.

Unas veces cae mansamente y uno piensa en los cementerios

            abandonados. Otras veces cae con furia, y uno piensa en

            los maremotos

Que se han tragado tantas esplendidas islas de extraños       

            nombres.

De cualquier manera la lluvia es saludable y triste.

De cualquier manera sus tambores acunan nuestras noches y

            la lectura tranquila corre a su lado por los canales del

            sueño.

Tú venías hacia mí y los otros seres pasaban

No habían despertado todavía al amor.

No sabían nada de nosotros.

De nuestro gran secreto.

Ignoraban la intimidad de neustros abrazos voluptuosos, la

            ternura de nuestra fatiga.

(…)

Te quiero con toda la ternura de la lluvia.

Te quiero con toda la fuerza de la lluvia.

Te quiero con todos los tambores de la lluvia.

Te quiero con todos los violines de la lluvia.

(…)

Porque la intensidad de nuestro amor es tan grande, tan

            poderosa, que no nos daremos cuenta cuando todo haya

            muerto, cuanto tu y yo seamos dos sombras, y todavía

            festejemos pegados, juntos, subiendo siempre la

            callejuela sin fin de una pasión irremediable.

(…)

La lluvia es bella y triste y acaso nuestro amor sea bello y triste

            y acaso esa triste sea una manera sutil de la alegría

            oh, intima, recóndita alegría.

Estoy tocado de tu destino.

Oh, lluvia. Oh, generosa.

3 comentarios

  1. Unnandi

    Es un texto maravilloso, increible, completo, sentido, emocional. Se nota que lo escribio una mujer. Gracias!

  2. Kirk

    Qué interesante la figura de gabriela mistral insertada en esete mundo de hombres

  3. Carlos Melone

    Que pena desconocer la autoría del artículo. Una belleza conmovedora en el registro, en la palabra, en el silencio.
    Una belleza.
    Gracias

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