Fotorreportaje de una vida
Palabras de Rogelio Polanco durante la inauguración de la exposición «70 por Setenta. Fotorreportaje de una vida».
Una vez más Baldrich se nos ha escabullido. Alérgico a homenajes y reconocimientos; negado a entrevistas y a ser fotografiado; quizá se imaginó que en esta ocasión, cuando inauguraríamos la exposición «70 por Setenta. Fotorreportaje de una vida», no habría excusas para la ausencia; y escogió la única válida: nos dejó para siempre.
Y sin embargo está aquí, de la mano de su «amiga íntima»: la fotografía, conversando a través de las imágenes, como diría al colega Luis Hernández Serrano, en uno de los escasos momentos en que no pudo escapar a la emboscada periodística.
Hoy me gustaría recordarlo como fundador. No sólo por haber capturado las instantáneas de aquella tarde lluviosa en que se produjo el parto de Juventud Rebelde y haber permanecido fiel a su periódico durante cuatro décadas; sino sobre todo por haber sido protagonista privilegiado de los años fundacionales de la prensa revolucionaria.
Con sus ojos escrutadores y su sensibilidad infinita, legó los rostros maravillosos de un pueblo, el paisaje inédito de una época. Allí están para la eternidad la nostalgia silenciosa de los jóvenes internacionalistas de regreso a la Patria ; la música de los machetes en la inmensidad del cañaveral; la apacible mansedumbre del mar; la sinfonía de luces y sombras de personajes humildes, las raíces evocadoras de un árbol, el concierto magnífico de vasijas en la cocina de un bohío cubano.
Junto a la hornada fecunda de grandes maestros de la fotografía criolla cuya eclosión se produjo en aquellos años 60, Baldrich había incursionado inicialmente en la publicidad y después se dedicó por entero al periodismo. Mella, Pionero, Juventud Rebelde, Opciones , IPS fueron testigos de su genialidad profesional.
Comprometido con su tiempo, sus manos revelaron imágenes de la Sierra Maestra , cuando la herejía costaba la vida. Pero, más tarde, fueron sus retinas las que volvieron una y otra vez a los parajes más recónditos de la geografía nacional o a los más lejanos contornos del planeta acompañando modestamente la obra de tantos colegas.
Su foto más querida, la que más repercusión ha tenido, según sus propias palabras en aquella entrevista referida, fue un contraluz del Comandante en Jefe cuando inauguró la Escuela de Cuadros de la CTC , en 1975. «La tomé de noche, a 15 metros de Fidel, antes que subiera a la tribuna del acto», confesó hace poco. «Una sola luz le daba en el rostro, de frente. Se le veía hasta el aliento al respirar, por el frío reinante. Estuvo inédita durante casi diez años y a mitad de los 80 ocupó una primera página completa de Juventud Rebelde. Tanto gustó ese contraluz que un profesor de Diseño que visitó el diario con sus alumnos les dijo: ´Esto es a lo que se le llama la imagen mínima».
Una misteriosa singularidad comparten las obras maestras. Como el Che de Korda, trascienden a sus autores y el momento en que fueron realizadas. Tienen vida propia y mágicas razones que las inmortalizan.
Por eso, aunque Baldrich no haya podido venir a su homenaje, cuando admiremos esta exposición -fruto de la voluntad de sus amigos y colegas, en especial de Elsa Methol-, y nuestras pupilas se posen ante cada ventana de su vida estaremos por un instante en el enfoque y el encuadre exactos que él consagró. Entonces, el ser humano excepcional que es Angel González Baldrich estará dentro de cada uno de nosotros: esa será su imagen máxima.
* Director del diario Juventud Rebelde , palabras en la inauguración de la exposición de Angel González Baldrich, el 12 de noviembre de 2007.
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