A Antón Arrufat le sigue latiendo el corazón*
IPS Cuba rescata esta entrevista realizada en 2001 por Leonardo Padura al Premio Nacional de Literatura Antón Arrufat, fallecido el pasado 21 de mayo.

Escribir era su gran pasión y sus acusadores no consiguieron que dejara de hacerlo.
Pocas personas han vivido más intensa y dramáticamente que Antón Arrufat los avatares de la historia cultural cubana de la segunda mitad del siglo XX. Y lo curioso es que algo así le haya sucedido precisamente a él, un escritor exquisito que quiso hacer de la literatura un reino donde sólo habitara la imaginación y la poesía. Pero la realidad, más empecinada que los deseos y voluntades de los hombres, entró en la vida cotidiana y en la vida literaria de este escritor, hasta hacerlo una criatura esencial y típicamente asediada por su tiempo, por la historia, por sus circunstancias.
Nacido en la caliente ciudad de Santiago de Cuba en 1935, educado en un colegio de jesuitas, radicado por varios años en el Nueva York de los 50, Arrufat regresa a Cuba en 1959 y, desde entonces, vive en el vórtice de la vida cultural cubana de estos últimos 40 años: ya sea como alegre participante, como simple escritor, como juez implacable o como víctima marginada. Su biografía moldea entonces, como pocas, los senderos por los que se ha movido la vida y la política cultural cubana de la Revolución, en un combate descarnado del que, como personaje de Hemingway, Antón salió destrozado, marcado por mil cicatrices, más no vencido.
Poeta, narrador, dramaturgo, autor de la controvertida pieza teatral Los siete contra Tebas, ganador de la primera edición del importante Premio de Novela «Alejo Carpentier» con La noche del aguafiestas, Antón Arrufat disfruta hoy del reconocimiento público en Cuba, luego de haber sido considerado uno de los más nocivos personajes del ámbito cultural de la isla, lo cual le costó nueve largos años de absoluto ostracismo. Como más reciente flor a su corona, Arrufat ha sumado, al fin, el Premio Nacional de Literatura, la más alta condición literaria que se concede por las autoridades culturales de la isla.
VIVIR, ESCRIBIR, MORIR EN LA ISLA DE CUBA…
¿Cuándo fue que publicaste tu primer libro?
Mi primer libro salió en el 62 y se llama En Claro. Es un poemario, donde recogí lo que había escrito desde el 55. Se publicó de una manera curiosa, porque quizás fue la última edición privada que hubo después de la Revolución. Lo publicó Reinaldo Ballina en su pequeña colección llamada La Tertulia, donde ya había sacado algunos libros, a los que Fayad Jamís le diseñaba las portadas.
¿Antes de esto había comenzado tu vinculación con el teatro?
Sí, en el año 57. Ya conocía a Virgilio Piñera y había publicado en Ciclón algunos poemas que nunca recogí en mi libro porque ya no me gustaban. Eran poemas neoclásicos, y lo primero que escribí para el teatro también fue una pieza neoclásica sobre el mito de Medea, imitando a Séneca. Lo único que queda de esa obra es una carta de Rodríguez Feo a Virgilio Piñera. En ella le cuenta que he ido a su casa a leerle esa obra de teatro y que yo soy un hombre de tal orgullo y soberbia que no acepté siquiera una crítica y tuve un gran disgusto con él, me fui y lo dejé con la palabra en la boca.
“Después escribí El Caso se Investiga, que se estrenó en el año 57 y estuvo dos o tres días en cartelera y fue apaleada por la crítica. Luis Amado Blanco y Rine Leal dijeron horrores de esa obra. Cosa curiosa, con el tiempo se volvió a poner y fue muy elogiada. Hasta cierto punto era una obra sorprendente: un personaje decía una cosa y el otro respondía algo que nada tenía que ver con lo que le habían preguntado y me imagino que eso sorprendió mucho”.
¿Qué encontraste en Cuba al regresar en el año 59?
Encontré el principio de una revolución. Vi por primera vez a los barbudos que andaban por todas partes, cubiertos de rosarios y de medallas. Casi de inmediato entré a trabajar en Lunes de Revolución, y caí en un torbellino. Era una situación con esa magia del nacimiento de las epifanías, de algo que va a surgir. Realmente fueron años extraordinarios para mí. Todo iba cambiando a mí alrededor y yo también cambiaba en algo. Lo que antes era importante dejó de serlo, la moral empezó a cambiar, el hombre se acercó al hombre para comprometerse con él, por lo menos humanamente. Las estructuras mentales de las personas variaron, la gente empezó a perder interés por el dinero, casi se vivía sin dinero. Era una especie de alegría generalizada. El pueblo entraba en las milicias y se hacían prácticas de tiro. Atacábamos a todo el mundo. Ataqué a Lezama en los periódicos, a Jorge Mañach, todo lo que me molestaba lo ataqué. Había una libertad inmensa para hacer de todo y para emplazar a aquellas figuras que tenían un prestigio y a las cuales uno quería enjuiciar en el periódico, nada menos que en el periódico del Movimiento 26 de Julio. Yo me imagino que Lezama, cuando se despertó por la mañana y su mujer le dijo que había un ataque contra él en el periódico de la Revolución, el pobre gordo se echaría a temblar. Todo el poder que se puede pensar en un país estaba de nuestra parte y uno lo ejerció alegre e irresponsablemente. Eso fue lo que yo viví en esos años.
Tú fuiste uno de los primeros censurados en Cuba con Los siete contra Tebas. ¿Por qué piensas que fue censurada esa obra y por qué sigue siéndolo más de 30 años después?
Hay una pequeña historia previa. La pieza iba a ser estrenada en Teatro Estudio por Armando Suárez del Villar, que me pidió que hiciera una versión de la obra de Esquilo. Yo comencé a preparar la versión y a medida que trabajaba, se me iba trasformando en una obra más personal, hasta que terminó siendo mi texto con ciertos fragmentos de Esquilo: lo que actualmente se llamaría intertextualidad. Entonces se la di a Armando pero Vicente Revuelta se enamoró de mi versión y quiso dirigirla. Así se desató una especie de pequeña guerra en el grupo, pues Armando no la cedía y Vicente hasta habló conmigo y yo tampoco acepté entregarle la pieza… En ese momento es que mando la obra al concurso de la UNEAC… Por otro lado, en el mismo concurso, estaba el libro de Heberto Padilla Fuera del Juego y se dijo que nosotros nos habíamos puesto de acuerdo para participar juntos en el concurso y producir un escándalo político. En realidad no hubo ningún acuerdo y nos enteramos varios días después que los dos estábamos concursando.
“Todo esto se produce sobre el trasfondo, todavía vivo, de la polémica entre Lisandro Otero y Padilla, que había publicado un artículo en El Caimán Barbudo donde elogió a Guillermo Cabrera Infante y criticó la novela de Lisandro Otero, Pasión de Urbino. Hubo entonces respuestas y contrarrespuestas. Pero recuerda que en esa época Lisandro era el secretario privado de José Llanusa, el ministro de Educación que tenía a su cargo el Consejo Nacional de Cultura, cuando todavía no se había creado el Ministerio.
“Esta polémica ha formando un ambiente político desfavorable para nosotros. El jurado de Padilla se mostró unánime en premiar su libro y en mi caso votaron a favor Ricardo Salvat, Adolfo Gutkin y José Triana, y en contra Raquel Revuelta y Juan Larco. Pero había tal atmósfera creada que nosotros nunca pudimos recoger el premio que consistía en una cantidad en metálico y un viaje a Hungría. Algunos amigos nos llamaron por teléfono para advertirnos que se planeaba un acto de repudio para el momento en que nos entregaran el premio… Finalmente las obras se publicaron, con una nota de la Unión de Escritores en la que se afirmaba que la institución no estaba de acuerdo con los premios. Los libros nunca circularon en la ciudad, ni en ninguna parte, ni se vendieron en las librerías. Eso sí, se repartieron a las embajadas cubanas en el extranjero. Si alguien preguntaba si nos habían publicado, estaban los ejemplares para demostrarlo. Así, el resto de la tirada ha de estar guardada en algún almacén.
“En realidad no sé qué cuestiones políticas importantes para la nación existían en ese momento, que permitieron que tal hecho ocurriera. Estas cosas son pequeñas en un país eminentemente político como el nuestro, donde las cuestiones políticas son las que deciden. Por eso pienso que detrás de esa pequeña batalla cultural, habría algún factor político que permitió que la cultura fuera usada, en un momento dado, en la lucha política por el poder. Hechos parecidos ocurrieron varias veces. No olvides que la cultura en un país socialista como el nuestro no es un sector intrascendente, sino una parte importante de la nación».
¿Cuál ha sido el destino posterior de esa obra?
El mismo que le trazaron al principio: no se estrenó, se publicó fingidamente, no se vendió y se mantuvo oculta. Cada vez que algún grupo intenta estrenarla, sucede algo y no la llega a estrenar.
El hecho político-cultural en que desemboca todo esto fue el llamado caso Padilla. ¿Qué significó ese affaire?
Creo que significa todavía el primer enfrentamiento dramático entre la literatura y el dogmatismo de ciertos funcionarios de la cultura y del partido. Fue la primera vez que los que dirigían la cultura se vieron ante algo que no sabían resolver, y no oyeron la opinión de algunas personas más sabias, como Alfredo Guevara, que aconsejaron que no se hiciera nada y lo dejaran pasar porque haciéndolo estaban dándole a dos escritores mucha importancia, y podían transformarlos en figuras. Pero la torpeza en el manejo de estas cuestiones, cierta falta de sutileza para interpretar que la literatura no es expresión directa de la realidad, cierta ortodoxia marxista, produjeron una situación que no pudieron manejar con acierto o hipocresía. Creo que después algunos han aprendido: situaciones que podrían haberse transformado en otro “caso Padilla”, se han evitado o se ha ejercido una censura silenciosa. Y sobre todo se ha hablado con los autores, se ha tenido una relación con el autor menos despectiva que la que tuvieron con nosotros. Ellos rompieron toda comunicación con Padilla y conmigo, nunca hubo la menor conversación, negociación, ni el menor cabildeo, sino simplemente la decisión de que habíamos cometido un error y nos debían castigar y convertirnos en ejemplo, en advertencia. Ese “castigo” entre comillas le produjo a la Revolución cubana un escándalo ideológico. Una serie de escritores y artistas favorables a la Revolución, hombres de izquierda, algunos hasta marxistas, se opusieron abiertamente a esa manera de tratar los problemas.
¿Y cuándo se inicia tu marginación?
Después del premio a Los Siete… seguí trabajando en Teatro Estudio y hubo como un silencio. Parecía que todo se iba a arreglar, sin hablar con nosotros, pero que todo se iba a arreglar. La conducta de Padilla, a partir de entonces, tampoco fue muy inteligente. Estaba muy enojado y empezó a recibir extranjeros, a dar entrevistas, creando una situación que molestó y preocupó a la dirigencia política. En un momento dado fue mandado a detener y estuvo en Villa Marista un mes. Lo que parecía diluirse de pronto se encrespó, hasta llegar al extremo. En ese momento se celebró el Congreso de Educación, que luego se llamó de Educación y Cultura, donde se establecieron las directivas que regirían durante muchos años la vida cultural y hasta moral del país. Allí se discutió, por ejemplo, el homosexualismo, y también se tomaron medidas contra varios escritores y artistas cubanos, y empezó un ostracismo que duró unos diez años.
¿Cómo se decide que vayas a trabajar a una biblioteca municipal?
Luis Pavón Tamayo, que era el presidente del Consejo Nacional de Cultura, me citó a su despacho, pero no me recibió él, eso era darme mucha importancia. Me recibió un funcionario menor, Armando Quesada, y me ordena que debo dejar de trabajar en Teatro Estudio, y que estaba designado a la Biblioteca Nacional. Pero el director de la Biblioteca Nacional consideró que era demasiado escandaloso que fuera a trabajar a un centro tan frecuentado y pidió un mes para meditarlo. Al cabo me llamaron por teléfono para decirme que estaba designado a la biblioteca municipal de Marianao. Voy a la biblioteca y me recibe la directora, me ubica en el almacén, para amarrar con sogas paquetes de revistas. Allí no podía contestar al teléfono, ni recibir visitas, mucho menos escribir. Un día me visitó Virgilio Piñera y por poco arde Troya. Recuerdo que trabajaba en un departamento pequeñito y la directora me vigilaba constantemente. Un día me cansé y salí de la biblioteca y di unas vueltas alrededor del edificio. Cuando regresé ella me llamó y me dijo que no podía hacer eso hasta que hubiera cumplido mis ocho horas de trabajo. Mi estancia allí fue impresionante. Cuando terminaba mi trabajo, revisaban el cesto de los papeles para ver si había escrito algo, y de cualquier cosa que pasaba en la biblioteca, yo era el culpable. Cuando venía un invitado extranjero, como la biblioteca estaba en la avenida por donde pasaba la comitiva oficial, me daban vacaciones, yo no podía estar dentro de la biblioteca cuando ellos pasaban por la calle. Una vez aparecieron unos papeles quemados en una especie de habitación que tenía la biblioteca en el jardín, e inmediatamente me acusaron de haberlos quemado, pero las mujeres de limpieza aclararon que unos muchachos jugando con fósforos quemaron esos periódicos viejos. Además, yo estaba en mi casa cuando eso ocurrió… Todo esto después me lo contaban las bibliotecarias. Con el tiempo ellas y yo acabamos cogiéndonos un gran afecto. Se dieron cuenta de que era completamente inofensivo, que contra mí había una maquinaria que era como usar una grúa para levantar un cigarro. Al final fui elegido vanguardia de la biblioteca, y me dieron permiso para que pudiera estudiar en la universidad, donde me gradué en Información Científica, estudiando por las tardes y por las noches.
¿Alguna vez se te dijo por qué te marginaban? Y luego, ¿por qué te rehabilitaban?
Nunca se me ha dicho por qué yo estuve nueve años en esa biblioteca, ni hubo un juicio, ni tribunales, ni acusación, ni siquiera hubo documentos: simplemente se me comunicaban las decisiones, muchas veces por teléfono… Cuando ya habían pasado nueve años, yo le escribí una carta a Fidel Castro. Fue respondida a los 22 días con otra carta firmada por su secretario, en la que se me indica que fuera al Ministerio de Cultura. Esa carta causó una especie de revuelo. A los pocos días fui situado en la revista Revolución y Cultura, con la salvedad de que haría trabajo de editor, pues no podía publicar hasta pasado un año. Luego empecé a publicar, y en el 81 apareció mi novela La Caja está Cerrada. Mi rehabilitación había empezado y ha continuado hasta hoy.
¿Cómo se palpa en la década del 80 que hay un cambio con respecto a los años anteriores?
Gran parte de los escritores y artistas que fueron excluidos por homosexualismo, que se consideraba una aberración política, son readmitidos. De los que teníamos problemas políticos, Padilla decidió irse, yo decidí quedarme. En esa carta que ya mencioné pedía quedarme, que se me permitiera participar en la vida literaria de mi país. Los años 80 son los de la rehabilitación pública. La gente empieza a dar conferencias, a publicar, y sobre todo, empieza a viajar. Una de las cosas que más terribles era no poder viajar, algo que ya se ha olvidado porque ahora se viaja con mucha facilidad. También se empieza a publicar en el extranjero, algo que ya hacemos en este momento con gran libertad y sin que tenga consecuencias. Pero en aquella época únicamente se podía publicar a través de la UNEAC y sólo los que allí se elegían, y casi siempre en los países socialistas.
¿Las duras experiencias de esos años han influido en tu literatura?
Una vez Salvador Redonet me hizo una observación que me impresionó: “Usted se ha hecho un mundo aparte”. Y creo que sí, que me hecho un mundo aparte y que mi literatura (lo que yo he podido hacer, que no es mucho), ha sido realizada exclusivamente como obra de imaginación. Las relaciones que pueda tener con la realidad son tan laberínticas que a veces ni yo mismo sé en qué consisten esas relaciones.
En los momentos más duros de tu marginación, ¿pensaste alguna vez salir de Cuba?
No, éste es mi país y lo es para siempre. Aquí viví y he de morir aquí. Si por una casualidad involuntaria muero durante uno de mis viajes al extranjero, pido y ordeno que me traigan y que en esta tierra me entierren. Quiero estar junto a los grandes cubanos que aquí descansan, junto a Lezama y Piñera. No pido más. Ya sé que me van a permitir que muera aquí. Una vez Julio Cortázar me dijo: “Mira, Antón lo que sucede conmigo es que aquí me mastican pero no me tragan”. A mí me ocurría algo parecido. Y ahora me mastican y han empezado a tragarme. Pienso que por primera vez la sociedad socialista ha entendido que puede haber un hombre de letras en ella, un escritor que sólo se proponga hacer literatura y nada más, sin otras consecuencias, ni relación directa o unívoca con la realidad… Yo me imagino que si mi vida puede servir de algo a los demás es porque he creado ese espacio, y ese espacio puede ser ocupado por otros.
En los últimos años, además del respeto artístico, te han llegado homenajes y reconocimientos. ¿Consideras que es un premio a la tenacidad, a la resistencia?
Es un premio a la resistencia. Alguien dijo una vez: ‘Aquí tiene razón el escritor al que le sigue latiendo el corazón’. Yo creo que mi corazón ha seguido latiendo. Por fortuna ha llegado el momento para que esos homenajes se produzcan y yo pueda disfrutarlos con vida.
—-
Notas:
* Entrevista con el más reciente Premio Nacional de Literatura (2000).
De La Redacción IPS Cuba. Este es un extracto tomado de la entrevista realizada por Leonardo Padura con la colaboración de John M. Kirk, para el libro Conversaciones en La Habana, y publicada en la revista mensual de IPS Cuba Cultura y Sociedad, No.1, enero de 2001.
Su dirección email no será publicada. Los campos marcados * son obligatorios.
Normas para comentar:
- Los comentarios deben estar relacionados con el tema propuesto en el artículo.
- Los comentarios deben basarse en el respeto a los criterios.
- No se admitirán ofensas, frases vulgares ni palabras obscenas.
- Nos reservamos el derecho de no publicar los comentarios que incumplan con las normas de este sitio.