Apoyan Premios Nacionales de Cine declaración «No ha de temerse la sinceridad»

Nota del g-20 para los cineastas.

Leo Brouwer
Julio García Espinosa
Daysi Granados
Eslinda Núñez
Juan Padrón
Manuel Pérez
Fernando Pérez
Raúl Pérez Ureta
Enrique Pineda Barnet
Juan Carlos Tabío

Estimado colegas: varios de ustedes han manifestado con toda razón inconformidad porque no se les ha ofrecido oportunidad de firmar la Declaración “No ha de temerse la sinceridad”, emitida por el g-20 en días pasados.

El propósito del documento no fue el de recoger firmas. Nuestro pequeño equipo no tiene condiciones ni personas que puedan asumir con responsabilidad la tarea de acoger las firmas de todo el que desee hacerlo e ir dándolas a conocer en partes periódicos que lleguen regularmente a todos, garantizando además que los firmantes sean cineastas, que es el ámbito del documento.

Existen procedimientos para que la adhesión a un documento pueda hacerse por Internet de modo automático y personal por el interesado, pero nosotros no contamos con esas facilidades y sobre todo es una práctica que se ha ido viciando por abuso y porque cualquiera puede incluir cualquier nombre, de vivos o muertos, o por simple broma.

Nuestra vía es la Asamblea de cineastas, e incluiremos este punto en la próxima para que todo el que lo desee pueda manifestarse, y para que colectivamente se adopten las iniciativas que se entiendan.

No obstante lo dicho, estamos dando a conocer el apoyo que recibe la Declaración con la firma de nuestros Premio Nacionales de Cine. Hacemos esta excepción porque entendemos que ellos nos representan a todos más que cualquier comité, representan toda la trayectoria y el futuro del cine cubano que con su trabajo y ejemplo nos han puesto en las manos.

El grupo de 12 compañeros que firmamos lo hacemos en representación del g-20, el comité que elegimos en nuestra primera asamblea y que en la próxima deberá renovarse. En este comité es práctica interna que sus decisiones son válidas con la mitad más uno de los miembros, porque de otro modo su funcionamiento sería imposible. Pensamos que todo esto quedaba aclarado en el segundo párrafo, pero evidentemente no ha sido así y pedimos disculpas.

Aprovechamos esta nota aclaratoria para convocarlos a la próxima asamblea de cineastas el sábado 11 de enero en el Centro Cultural Fresa y Chocolate.

En los próximos días daremos a conocer el contenido de la Asamblea del día 11.

A continuación, damos a conocer tres textos escritos, respectivamente, por Kiki Álvarez, Ernesto Daranas y Juan Antonio García Borrero sobre la censura a Regreso a Ítaca:

ÍTACA. EL CREPÚSCULO Y LA PASIÓN

Por Enrique Álvarez

A nosotros nos ha tocado la misión
de asistir al crepúsculo de la piedad.
Robert Alt

Qué hacer, qué decir, qué escribir, si de pronto descubres que tus palabras, tus ideas, tus acciones, no son leídas como tú quisieras, porque una parte de tus interlocutores no son lo que tú crees que son, ni piensan como tú supones que deberían pensar.
Cómo reaccionar, si ya sabes que esos interlocutores te escuchan y te leen como si fueras un contrincante, un mal intencionado, un provocador.

Cómo dialogar, si nadie te escucha, ni te responde, para siquiera decirte no estamos de acuerdo.

Cuál es nuestra condición humana si no somos capaces de confrontar criterios, ni de discutir desde posiciones contrarias.
Cómo puede alguien acostarse a dormir tranquilo después de censurar las palabras o la obra de otro hombre, solo porque presume que es contraria a sus convicciones.

Ahora es un hecho: la exhibición de la película Regreso a Ítaca de Laurent Cantet en el Festival de Cine de la Habana fue prohibida por funcionarios de la cultura y el ICAIC sin dar explicaciones convincentes, sin escuchar las opiniones de los cineastas, sin querer ver y discutir la película con nosotros, sin tomar en cuenta las consecuencias que un hecho como este puede traer para el cine y la cultura cubana.

¿Por qué? Me es imposible configurarme una razón válida. Conozco la película y sé que no hay nada en ella que pueda poner en peligro la estabilidad sociopolítica de la sociedad cubana, como sí podría ocasionarla un acto de represión cultural.

¿Entonces qué hacer? Mi primera reacción fue retirar Venecia, mi película, de la competencia oficial del Festival, pero qué sentido tendría, si los miembros del equipo de trabajo del Festival no son, en ninguna instancia, los responsables de la prohibición, aunque su director Iván Giroud sea, para la prensa internacional, el rostro visible de todo este asunto.

No retiré Venecia, porque no tenemos derecho (los cineastas) de escamotear a los espectadores cubanos las películas que hacemos para enfrentarlos a sus vidas, a sus angustias, a sus peripecias, a sus sueños.

Una película es lo que es, lo que cuenta y la forma en que lo cuenta, y por eso es un crimen condicionar su lectura desde percepciones oblicuas.

La productora francesa Didar Domehri ha defendido el derecho de que Regreso a Ítaca sea exhibida en Cuba, alegando que no es un película política, y yo pienso lo contrario, es una película política porque los conflictos que desarrolla su trama son heridas abiertas en la sociedad cubana que tenemos que reconocer, afrontar y restaurar desde la responsabilidad política. Somos una sociedad de mujeres y hombres dispuestos a participar en el diseño de nuestras vidas y no una manada de avestruces en veda que necesitan ser protegidos por sus cuidadores.

Regreso a Ítaca es una película cubana que propone, con la estructura de su relato y las relaciones entre sus personajes, la tarea que a todos nos toca realizar: sentémonos a hablar en una azotea, en la sala de una casa, en un salón de reuniones… con la pasión, el dolor, la incertidumbre, los miedos, la certeza, y el amor por Cuba que sus personajes sienten.

No hay otra salida: la única posibilidad de no quedarnos en la contemplación del “crepúsculo de la piedad”, que no es otra cosa que el crepúsculo de nuestros sueños, es afrontando con pasión la confrontación de ideas que implica un hecho como este. No se desapasionen, nos dice un personaje de Ricardo Piglia, en Respiración artificial: “No se desapasionen porque la pasión es el único vínculo que tenemos con la verdad”.

Y con el derecho a seguir siendo los responsables de nuestras vidas, opino yo.

La Habana, 14 de diciembre de 2014.

ÍTACA EN EL PANORAMA ACTUAL DEL CINE CUBANO

Por Ernesto Daranas

Desde la fundación misma del ICAIC, el cine cubano ha estado movido por una marcada vocación social; en consecuencia, más de una vez ha tenido que lidiar con la censura. Los resultados han sido siempre contraproducentes y han repercutido más allá de la cultura. Esto no ha evitado que en años recientes algunas obras, sobre todo de nuestros más jóvenes directores y productores, hayan tenido que lidiar con el recelo que genera esa mirada necesariamente crítica que prevalece en nuestro cine. Ítaca, entonces, no es un caso aislado.

A pesar de haber desarrollado la mayor parte de mi trabajo audiovisual como independiente, las dos películas que he filmado han sido producidas con el apoyo de las instituciones de la cultura y del cine cubanos. En ambos casos, la libertad creativa ha sido absoluta. Ese es el respeto que defiendo para toda obra de arte. Los artistas son responsables de sus obras, pero no son los autores de la realidad con la que dialogan; son parte de ella. Por eso, la censura es esencialmente retrógrada, en tanto limita y condiciona el necesario abordaje de los problemas que cualquier sociedad enfrenta. Las políticas o las estrategias editoriales, que en todas partes existen, son más o menos efectivas en la medida que son capaces de integrarse a un sistema cultural y de valores que reconoce a la diversidad de criterios como uno de sus factores de progreso y crecimiento.

En el caso de Regreso a Ítaca se ha concretado una censura sin argumentos. Tal y como ha venido ocurriendo con la demanda de una Ley de Cine o la legalización de la producción independiente, se asegura que no hay nada en contra, pero los hechos no indican eso. Quienes retiraron la película del Festival confiesan que ni siquiera la han visto y opinan que «debe acompañarse y prepararse el terreno» para que sea exhibida. Un ingenuo paternalismo en la era del paquete semanal y del trasiego digital, encargados de hacer parte del trabajo que corresponde a la cultura, en un tiempo donde ninguna restricción es ya capaz de contener el flujo de informaciones y de arte de todos los signos y tendencias.

Lo ocurrido con la película de Cantet, Padura, Isabel, Perugorría y otros importantes creadores se suma a otras censuras pasadas y presentes, al accionar que cierra por decreto las salas de exhibición particulares o presta más atención al paquete semanal que a la Ley de Cine. No se ha comprendido que el sistema que de esa Ley se derive es la herramienta capaz de propiciar estrategias culturales a la altura de lo que pueden ser nuestro cine y el consumo audiovisual en estos días. Ninguna prohibición es efectiva en ese crucial terreno de la vida moderna. Los temas por venir en nuestro arte serán cada vez más complejos y expresarán, de manera creciente, el legítimo enfoque de las generaciones más jóvenes, sumado a las miradas de quienes les preceden. Es un proceso natural y necesario que exige de un diálogo real, interesado en activar las opciones de renovación y crecimiento del modelo de cine, cultura y, en consecuencia, de sociedad que todos sabemos posible. La resistencia a esto es una posición autodestructiva, que tiene como principales aliados a la resignación y el silencio.

Invitar Ítaca al Festival de La Habana, además de un acto de coherencia artística, es parte del derecho que le corresponde a una película que es nuestra. Retirarla frente a quienes agotamos todas las vías para evitar que se cometiera el error, ha equivalido a desautorizar la potestad que se espera de un Festival para decidir lo que programa. A la vez, se ha dejado entrever que las instituciones de nuestro cine y de nuestra cultura no están en capacidad de revertir la medida, a pesar de todos los argumentos aportados para ello y con los cuales no se han mostrado expresamente en desacuerdo. ¿Qué hacer entonces? ¿No es obvio el daño que se hace a la credibilidad de estas entidades? ¿Cómo es posible que desconozcan el llamado de atención de sus creadores y sean involucradas en un error de esta naturaleza? A pesar de los encuentros que hemos sostenido antes, durante y después del Festival, no tenemos una respuesta convincente, pero una simple lectura del actual estado de cosas evidencia cómo los conflictos que Ítaca plantea mantienen una nociva vigencia. Estar o no de acuerdo con sus puntos de vista forma parte de ese intercambio natural y necesario que de cualquier hecho artístico se espera.

Mientras estos errores se reiteran, los cineastas cubanos debatimos cómo mejorar nuestro escenario y lograr que el cine tenga todo el peso que le corresponde dentro del espacio cultural de los cubanos. Esto, luego de años esperando por medidas tan obvias como la urgencia de legalizar esa producción independiente que sostiene, desde hace rato, gran parte del peso del cine que hacemos, a menudo en colaboración con las instituciones. ¿No es absurdo entonces que esas instituciones tengan que interactuar con un ente sin figura legal definida? ¿Hasta dónde el propio modelo de funcionamiento de la sociedad está perfilando formas de ilegalidad que luego combate? ¿No está claro que la realidad no puede esperar por ese afán regulador que limita la implementación de reglas de juego efectivas que tengan en cuenta el criterio de quienes mejor dominan sus problemas?

Una esperada realidad comenzó a perfilarse el pasado 17 de diciembre con las declaraciones de Raúl y Obama. La capacidad de dialogar, dentro y fuera de Cuba, desde «el arte y el respeto de avanzar civilizadamente con nuestras diferencias» es el tipo de pensamiento que anima a los cubanos realmente interesados por su presente y su futuro. En este nuevo contexto, el grueso del cine y de buena parte del audiovisual que se exhibe en Cuba proviene de la producción de cine y televisión de Estados Unidos, algo que ha sido posible bajo las condicionantes de un bloqueo tal vez ya en punto de mate. Si eso cambia, como parece previsible, la producción nacional tendrá que llenar enormes vacíos en un momento donde el cine y el audiovisual cubanos carecen de sistemas culturales y productivos medianamente funcionales y donde parte de nuestro mejor talento, incluyendo a no pocos graduados de las escuelas de cine, emigra en un flujo continuo. Más allá de las razones económicas, es una migración potenciada por la ausencia de respuestas tras años de reclamos.

Es en la dirección de estas y otras problemáticas que los cineastas hemos estado haciendo nuestras propuestas. Estas son las razones por las que hemos terminado constituyéndonos como un grupo de trabajo, en defensa de los intereses que nos unen y abordando con claridad nuestras diferencias en busca de consensos. Desde hace dos años funcionamos a partir de una Asamblea Abierta en la que todos tienen voz y voto. Así se eligió el grupo que ha trabajado, en diálogo con el ICAIC, en el diseño de un nuevo escenario para el cine cubano que tenga en cuenta a todos sus actores y que contempla aspectos tan diversos como la producción, la exhibición, la comercialización y la preservación del patrimonio, entre otros. A pesar del inmovilismo y los prejuicios enfrentados, hemos mantenido nuestra disposición de diálogo y de trabajo. Pero está claro que un diálogo real conduce a respuestas reales, dadas a tiempo.

El suceso de Ítaca y los malentendidos frente a nuestro desempeño demuestran por qué el espacio en el que se dirimen las contradicciones de la cultura ha de ser público, como mismo ha sido público el peso de la censura ejercida. A la vez, ratifica que los problemas de la cultura deben abordarse desde la cultura, único cimiento de las políticas perdurables, renovadoras y verdaderas.

La Habana, 26 de diciembre de 2014

REGRESO ÍTACA: ¿EL ETERNO RETORNO A LO INDÉNTICO?*

Por Juan Antonio García Borrero

Llegué al 36 Festival de Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana con muchos deseos de ver Regreso a Ítaca, de Laurent Cantet, que como ya se sabe se apoya en fragmentos de La novela de mi vida, de Leonardo Padura.

Ítaca, el viaje, el retorno, las reconciliaciones, la memoria histórica, son temas que me apasionan. Todos tenemos una Ítaca a donde regresar. En este largo y al mismo tiempo efímero viaje que es la vida de cada individuo, los humanos olvidamos muchas veces esa ínsula original que somos nosotros mismos en cada minuto que estamos vivos; y tarde o temprano regresamos a ella, porque es la única manera de encontrar en medio del caos existencial parte del sosiego interior.

La cinta de Cantet obtuvo en septiembre el premio especial de la sección informativa del 71 Festival de Venecia, así como el Premio Abrazo a la mejor película en el XXIII Festival de Cine Latinoamericano de Biarritz. Invitarla a La Habana se me antojó un acto político de gran madurez que estaba a la altura de lo que en ediciones anteriores ha propiciado este espacio de resistencia cultural que es el festival; ¿cómo no sentirse entonces decepcionado con la arbitraria exclusión de la que fue víctima posteriormente, a pesar de figurar en el catálogo oficial?, ¿cómo no sentirse impotente ante la falta de transparencia a la hora de esclarecer los motivos de su no exhibición pública?

Para ser justos, cuando uno pone en una balanza las cuestiones positivas y las negativas vividas en este festival, al menos a mí me parece que el saldo final fue, con mucho, para bien. La muestra presentada por Cuba, más allá del análisis que puedan generar los filmes puntuales, nos habla de un crecimiento indiscutible; del mismo modo, los talleres teóricos organizados resultaron de lujo, en tanto que las proyecciones en las principales salas marcan un kilómetro cero en nuestra historia cultural. Pero por ello mismo me parece imprescindible que sometamos a crítica esa modalidad de censura torpe que una vez más se puso de manifiesto con lo sucedido con Regreso a Ítaca, y que pudiera hacernos pensar que en este país no hemos aprendido nada de lo sucedido con PM o Alicia en el pueblo de Maravillas, por poner dos ejemplos de triste memoria.

Como no he visto la película aún, es obvio que no estoy hablando del filme en sí, de sus posibles calidades, sino de ese dispositivo evidentemente policíaco donde la complejidad del arte pasa a un segundo plano, para apenas obtener sentido la imposición autoritaria de determinadas medidas asumidas por un grupo de personas que toma las decisiones en nombre de “la mayoría” o “el pueblo”, si bien jamás discutirán los argumentos en la esfera pública. No es nada nuevo, y ya en otras ocasiones he expresado mi punto de vista en este sitio.

La pregunta que se impone en estos casos es: ¿a quién beneficia este tipo de acción a todas luces represiva y silenciadora? En este caso puntual, no es al Festival, y por ende, tampoco a quienes todavía pensamos que es posible fomentar una cultura verdaderamente crítica desde las instituciones.

Puede que alguien, de buena fe, todavía crea que el actual déficit democrático de las sociedades capitalistas (con todos sus excluidos en el orden económico) justificaría la censura en el socialismo: a mí en lo personal me parece lamentable ese tipo de argumento; si el socialismo cubano no es capaz de garantizar espacios para el debate transparente y sereno de asuntos que atañen a la nación y a la memoria de quienes la conforman (los individuos que en el día a día la construyen, y no solo en el espacio físico que sería la isla), sencillamente estaríamos hablando de una de las tantas abstracciones que en nombre de un humanismo universal se olvida de la gente de carne y hueso.

* Publicado en su blog Cine cubano: la pupila insomne.

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