A debate

Eutanasia en Cuba: los límites de lo posible

Naomi C. Bonilla Pedroso

Médica masajista. Trabaja en D' Marie.

Para responder a esta pregunta, voy a referirme al concepto de eutanasia: intervención de acción u omisión aceptada voluntariamente por el paciente y/o representante legal, realizada por un profesional médico que acelera la muerte de un paciente con una enfermedad terminal, con la intención de evitar sufrimiento y dolor innecesario.

En América Latina y el Caribe, las particularidades del contexto socioeconómico y cultural hacen que el problema fundamental no sea cómo se muere, sino cómo se vive. La carencia de recursos incide en que un enfermo terminal sea una carga para la familia, por lo que «la ayuda a morir es una opción». De ahí que los intereses van más allá de solamente eliminar el sufrimiento del paciente, por lo cual se debe tener mucho cuidado a la hora de que el personal médico tome una decisión.

En Cuba la eutanasia no es admitida en ninguna de sus variantes. Desde el punto de vista legal, no existe en el Código Penal ninguna figura delictiva que tipifique específicamente esta conducta, o sea, la del trabajador de la salud que por compasión ponga fin a la vida de un paciente. En caso de hacerlo, estaría cometiendo un delito de homicidio, un asesinato y, como tal, es sancionado por el Código Civil y por la Ley 41 de la Salud Pública y sus reglamentos. De modo que en Cuba la práctica de la eutanasia es penalizada.

Además, en mi opinión, los profesionales de la medicina cubana no están preparados para enfrentar la vida y la muerte de una manera diferente de como fuimos formados: la medicina hipocrática, medicina para salvar. Es necesario darse cuenta de que es un problema que no es solo del mundo desarrollado, sino que está llegando a todos los lugares; que la cultura médica cubana no está preparada para enfrentarlo y, por tanto, hay que encontrarle alguna solución desde la realidad y el contexto actual.

El término, a mi consideración, no debe verse de modo aislado e independiente entre paciente, familiar y personal médico, debido a que cada cual tiene consideraciones al respecto. Como profesional de la salud, no lo vería de la misma forma que si fuera paciente o familiar, empáticamente hablando; por lo cual le confiero dificultad a la hora de decidir.

Hace poco realicé un acercamiento somero al tema entre un grupo de profesionales de diferentes ámbitos, entre los cuales también participaron personas que no son universitarias, y casi todos coinciden en conferirle importancia a la calidad de vida de las personas y el derecho a decidir voluntariamente, o por algún responsable legal, de culminar la vida si el paciente se encuentra en un marco donde no haya posibilidades de mejoría y la evolución de la enfermedad sea desfavorable.

Pero ¿dónde está la contradicción? Ah, en  que pocos tomarían esa decisión con un familiar de primera línea, dígase padres o hermanos, y ninguno lo haría con sus propios hijos. Lo otro sería que, como médicos, ninguno tendría el valor para tomar la decisión de aplicar el método directo o activo de eutanasia pero, en casos excepcionales si se pudiera, aplicarían el método indirecto o pasivo. Se vuelve muy difícil decidir que el proyecto se apruebe, ya que socialmente resultaría contradictorio y difícil.

El valor de la vida humana varía, pues no es lo mismo la existencia puramente biológica, que la vida con conciencia, con capacidad de interacción mental, social y física con otros seres, con posibilidad de experiencias agradables, con una preferencia consciente de seguir con vida. En el fondo, muchas de las decisiones médicas encubren, de algún modo, consideraciones de esta índole sobre la calidad (dignidad) de la vida y sobre qué beneficia al paciente. La doctrina del valor sagrado de toda (forma de) vida humana nos llevaría a hacer todo lo posible por prolongarlas.

Las iglesias cristianas son contrarias a la eutanasia y al suicidio asistido: es el caso de la Iglesia Católica Romana y de las Iglesias evangélicas y pentecostales. Las iglesias luteranas, metodistas y anglicanas se oponen en principio, pero dan espacio para la decisión individual, caso a caso. Por otro lado, varias iglesias han optado por no pronunciarse y enfatizar el valor de la conciencia individual en cuestiones éticas; son los casos de las iglesias católicas afiliadas a la Unión de Utrecht y algunas iglesias presbiterianas, entre otras.

La óptica judía sobre eutanasia dice que se debe hacer todo lo que esté a nuestro alcance para poder conservar y prolongar la vida, sin tener en cuenta lo conocido como «calidad». Sin embargo, una vez que una persona esté agonizando, ya no hay obligación de prolongar la vida de esa persona; hacer algo que acorte la vida es un asesinato.

La ética clínica cubana admite el rechazo al tratamiento y el respeto a sus decisiones; sin embargo, también practica el principio de veracidad soportable, de acuerdo con nuestros patrones culturales, lo cual hace que el paciente no tenga a la mano toda la información que le permita tomar decisiones sobre terminar o no con su vida.

En Cuba es excepcional que un paciente solicite poner fin a su vida y esa problemática no es frecuente entre los profesionales de la salud; sin embargo, sí es una realidad en el caso de pacientes que padecen enfermedades terminales, pues su calidad de vida y los sufrimientos son un conflicto para familiares y profesionales de la salud, los cuales hacen el mayor esfuerzo por minimizarlos y tratar de que se respete su dignidad como persona. La existencia del plan del médico de la familia, con su enfoque multidisciplinario que permite, entre otros aspectos, el ingreso en el hogar de estos pacientes, está brindando una solución momentánea. Pero no debemos olvidar lo que ocurre en el mundo actualmente, para lo cual debemos estar preparados.

De modo que considero que debería ampliarse más la introducción del tema en la sociedad haciendo conciencia acerca de su contenido para que no existan confusiones ni resulte una situación tan compleja a la hora de tomar decisiones que competen al personal de la salud. Yo aprobaría la ley para casos excepcionales, muy bien justificados, y solo utilizaría el método indirecto o pasivo, el cual viola de forma menos cruel el juramento hipocrático por el cual nos formamos.

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