A fuego lento

El triste final de la rana hervida.

Jorge Luis Baños - IPS

La pérdida de valores debido a factores de origen diverso nunca se produce de un día para otro, sino que ocurre paulatinamente

Días atrás recibí un correo sin remitente con un enigmático enunciado en forma de pregunta: “¿Conoces el síndrome de la rana hervida?”

No, no conocía el síndrome de la rana hervida así que, impulsada por esa atracción (fatal) que suele ejercer lo desconocido, me arriesgué a averiguarlo. Por suerte el correo de marras no estaba infestado por un virus devastador, ni se trataba de una cadena que debía seguir so pena de sufrir alguna desgracia irremediable.

En cambio debo agradecer al amable remitente que me hizo llegar el correo, pues me puso en conocimiento de una teoría referida al comportamiento humano, identificada precisamente como “el síndrome de la rana hervida”.

Realicé entonces algunas indagaciones sobre la existencia de tal síndrome y sobre los nombres citados en el artículo, para saber si eran reales o inventados por algún simpático bromista. Y aunque no pude obtener toda la información que necesitaba, finalmente corroboré una parte de los datos contenidos en el mensaje.

Según afirmaba el correo la explicación sobre este síndrome aparece en el libro La rana que no sabía que estaba hervida… y otras lecciones de vida (2005), del “especialista en bienestar” Olivier Clerc, quien supuestamente tomó como punto de partida algunos pasajes del libro The boiled Frog Syndrome (1987), de Marty Rubin.

De acuerdo a mis pesquisas, Marty Rubin fue un periodista y activista gay de origen canadiense, afincado luego en Estados Unidos, donde falleció en 1994. Incluso encontré a través de Google algunos fragmentos del referido libro en inglés donde se hace mención del síndrome, aunque sin tener acceso al texto completo no es posible aportar más datos sobre el supuesto origen de la teoría.

Tampoco he podido consultar el texto de Clerc, aunque en el referido correo se citan ciertos fragmentos de su libro donde se describe el síndrome y hasta se orientan posibles soluciones para prevenirlo o remediarlo. Lo cierto es que, ya sea una teoría sustentada científicamente o una mera invención seudocientífica ideada para vender libros de autoayuda, a través de esta especie de fábula se logra describir un comportamiento bastante frecuente entre los humanos.

En cuanto a la infeliz rana, le ha tocado un papel bastante triste en esta historia. Siguiendo los pasos descritos por Clerc, el inocente animal es sumergido en una cazuela llena de agua fría, donde nada lo hace sospechar posibles peligros. Entonces la cazuela se pone a calentar a fuego lento y la temperatura empieza a subir con lentitud. Luego de un primer momento en que el anfibio todavía se siente a gusto en el agua agradablemente tibia, empieza a inquietarse y trata de seguir nadando mientras se adapta a la nueva situación.

El agua se sigue calentando y cuando se viene a dar cuenta de la amenaza, la rana está muy fatigada, adormecida por el calor y sin fuerzas para reaccionar, así que termina hervida sin haber intentado saltar de la cazuela, lo que, según expone la teoría, habría sido su reacción natural si desde un principio el agua de la cazuela hubiera estado bien caliente.

Para Clerc este experimento “demuestra que un deterioro, si es muy lento, pasa inadvertido y la mayoría de las veces no suscita reacción, ni oposición, ni rebeldía”.

A modo de ejemplos quien escribe el correo señala diversas situaciones, como esas relaciones amorosas cuya decadencia está marcada a menudo por pequeños detalles que conducen a la quiebra final, sin que la pareja sepa explicar cómo y cuando empezaron a ir mal las cosas. O los síntomas silenciosos de una enfermedad que desgasta lentamente al paciente. En ambos casos no es posible hablar de un momento de ruptura o una crisis puntual y los interesados continúan con sus vidas sin apenas percatarse de cuánto se ha deteriorado la relación amorosa o su propia salud hasta que el mal ya no tiene remedio.

Asimismo la teoría es aplicada a la vida laboral, cuando se refiere a la trayectoria de un joven y prometedor profesional que debido quizá a reiteradas frustraciones y falta de motivación, pierde interés en su trabajo y empieza a cometer pequeñas indisciplinas y fallas que de manera imperceptible van lastrando la calidad de su desempeño laboral, y quien fuera inicialmente un trabajador responsable y eficiente puede terminar incluso perdiendo su trabajo.

La teoría de la rana hervida me parece aplicable a otras muchas situaciones personales, y de mi propia cosecha incluiría el caso de las adicciones a las drogas, el alcohol y hasta los cigarros, considerados estos últimos como una droga blanda porque no afecta el comportamiento del individuo.

Nadie se convierte en un adicto o en un alcohólico de un día para otro. Se requiere de algún tiempo desde que la persona comienza a experimentar con drogas o a consumir alcohol como una supuesta forma de sentirse bien hasta el momento en que se hace totalmente dependiente de la bebida o a determinadas sustancias. Mientras el agua se calienta, esta rana se siente cada vez mejor e incluso tratará de negarse a sí misma que está sumergida en una cazuela de agua que llegará a estar hirviente, hasta que en muchas ocasiones ya no hay salvación posible.

Asimismo pienso en el caso de muchos padres de jóvenes y adolescentes que de pronto se dan cuenta de que su hijo ya no es aquel dulce niño o niña que solía despedir con un beso a la entrada de la escuela, y que no anda en buenos pasos. ¿Cómo y cuándo ocurrió el cambio? Seguramente no fue de un momento para otro, pero quizá los padres tenían demasiado trabajo, estaban muy cansados o les perdonaban las trastadas, hasta que un buen día el problema les estalló en las manos.

Pero el síndrome de la rana hervida es aplicable a otras muchas situaciones más allá del ámbito personal.

Según continué indagando a través de Internet, hay quien asegura que la actitud negligente de la humanidad hacia el llamado cambio climático también se ajusta a este síndrome, en tanto las posibles señales de peligro se presentan de manera aislada en diferentes zonas del mundo y el deterioro no es percibido como una catástrofe inminente. ¿Terminará nuestro planeta convertido en una gran cazuela donde todas las ranas (nosotros), moriremos hervidos?

De acuerdo con el autor del correo, el síndrome de la rana también se puede aplicar al ámbito social. La pérdida de valores debido a factores de origen diverso nunca se produce de un día para otro, sino que ocurre paulatinamente. Cada vez somos más permisivos, elevamos el umbral de tolerancia y nos resignamos a convivir en determinadas condiciones que habríamos considerado inaceptables si se hubieran presentado de golpe. Pero en tanto ranas adormecidas por la tibieza del agua, nos vamos acostumbrando a ese estado de cosas hasta que quizá resulta demasiado tarde.

En otro fragmento del libro de Oliverc Clerc citado por el autor del correo anónimo se afirma que “tan solo una conciencia muy aguda”, “una memoria excelente” o “un patrón de referencia que haga posible valorar el estado de la situación” permiten darse cuenta de que “existe un deterioro lento, tenue, casi imperceptible”.

El especialista propone entonces “ejercitar la conciencia, sin la cual estaremos dormidos en el sentido estricto o figurado”. Además sugiere entrenar la memoria y utilizar patrones de referencia como “termómetros”, sin los cuales se corre el peligro de perder la orientación.

¿Qué pasó?¿Cómo llegamos hasta aquí?, son preguntas típicas de una rana incómoda por su estado. Pero la gran interrogante será si debido a ese largo proceso de lento deterioro lograremos salir a tiempo de la cazuela o terminaremos escaldados como el infeliz animal de la fábula.

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