El cine como patria soñada

Los cineastas cubanos independientes emigrados del siglo XXI generalmente no cargan consigo el dolor del expatriado, aunque la pérdida forme parte de su experiencia.

La joven realizadora,, Adriana F. Castellanos, con su documental Dos islas (2017), explora su historia familiar en busca de las raíces de la abuela, emigrante de Canarias que echó raíces en Cuba.

Foto: Tomada de Muestra Joven Icaic

Cuando el documental A media voz (Heidi Hassan y Patricia Pérez Fernández, 2019) fue premiado en el Festival Internacional de Cine de La Habana, Hassan dijo en sus palabras de agradecimiento: «Con este premio el Festival legitima también el cine independiente cubano y a los cineastas cubanos que hacemos cine desde fuera del país».

A media voz, que había merecido antes el máximo premio del Festival Internacional de Cine Documental de Ámsterdam, algo inédito para el cine cubano, recurre al cine autobiográfico y a la autoficción para construir su discurso en torno a la experiencia de la emigración como reinvención de la propia identidad. Para sus realizadoras Cuba no es el Edén perdido, sino parte indisoluble de aquello con lo que pueden construir un mundo para existir.

Heidi Hassan, quien reside hace más de una década en Europa, volvió a colaborar en este largometraje con Pérez Fernández, su antigua compañera de estudios de la Escuela Internacional de Cine y Televisión (EICTV) de San Antonio de los Baños, como hicieran previamente en Piscina municipal (2013), dirigido por la segunda, o en Otra isla (2014), de Hassan, ambos grabados en España.

Lejos de la sensación de pérdida y del desarraigo como eje dramático de muchas de las películas del cine cubano del exilio –con El súper (León Ichaso y Orlando Jiménez Leal, 1979) como paradigma–, A media voz supone otra manera de entender la diáspora cubana, donde la experiencia del emigrante tiene un cariz de aspiración y libre elección antes que de amargo extravío o de ruptura definitiva.

El cine de la diáspora cubana hoy es también un examen de la experiencia de pertenecer a algo más complejo que la idea de la patria que impone el nacionalismo. En ese sentido, Adriana F. Castellanos examina en Dos islas (2017), un documental que explora su historia familiar en busca de las raíces de la abuela, emigrante de Canarias que echó raíces en Cuba, su propia condición de emigrada que vive y ejerce como montajista en Polonia.

Adriana F. Castellanos, realizadora cubana que vive en Polonia.

Generalmente, los cineastas de la diáspora cubana del siglo XXI no cargan consigo el dolor del expatriado, aunque la pérdida forme parte de su experiencia. La mayoría de los jóvenes altamente capacitados en la EICTV, por ejemplo, como buena parte de sus coetáneos hijos del cine digital y de la producción independiente, comenzaron a hacer su obra en la isla caribeña y ahora ejercen profesionalmente en múltiples destinos. Van y vienen, pertenecen a la patria virtual que los cubanos tejen en las redes sociales, en las conversaciones vía WhatsApp, en las colaboraciones que establecen para sacar adelante sus proyectos sin el estatal Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC) detrás.

En un fenómeno consustancial al audiovisual contemporáneo, las películas nacen a través de tejidos productivos complejos que van más allá de las fronteras nacionales y de la ansiedad de los aparatos burocráticos por la pureza de la pieza artística.

Se trata de una situación que prosperó desde la pasada década, cuando los jóvenes realizadores comenzaron a intervenir con sus obras producidas fuera de Cuba, o a caballo entre varias orillas, en la Muestra Joven y en el Festival de Cine de La Habana: Memorias del desarrollo (Miguel Coyula, 2010), The Illusion (Susana Barriga, 2008) y Ahlam (Jessica Rodríguez, 2015) son piezas construidas a partir de una condición posnacional desde el punto de vista de la producción, pero también del sujeto que narra. Un cine que empezó a ser exhibido en Cuba sin los prejuicios de antaño, aunque los amantes de las taxonomías no supieran muy bien cómo calificarlo.

Cine de lo remoto íntimo

Entre Japón y Cuba trenzó Carlos Quintela su largometraje Los lobos del Este (2017), una película con tema y personajes nipones, y donde la isla caribeña es una radiación de fondo que opera como nostalgia por un pasado remoto. La diáspora es tematizada aquí a través de un protagonista que fuera el patriarca de su comunidad y ahora se enfrenta a la vejez y la soledad.

Quintela, quien dirigiera viviendo en Cuba dos largos independientes muy destacados como son La piscina (2012) y La obra del siglo (2015), reubicó su residencia en Madrid, y desde allí dirigió la webserie El sucesor (2019), una sátira del aparato de poder cubano que sugiere la posibilidad para el audiovisual cubano de un cine político muy frontal, sin recurrir a las coartadas y disfraces habituales para evitar la censura.

Esa búsqueda de lo propio llevó a los hermanos Rodrigo y Sebastián Barriuso a dirigir Un traductor (2018), una producción entre Cuba y Canadá que fue la candidata a los Premios Oscar 2020 por la Isla, algo sin antecedentes tratándose de una producción independiente dirigida por realizadores cubanos residentes en ese país del norte de América.

Después de que Sergio y Sergei (Ernesto Daranas, 2017) fuera descalificada por la Academia de Hollywood para competir por ese galardón a nombre de Cuba, dada la mayoritaria participación española en su producción, la elección de las autoridades del ICAIC sentó un precedente importante para la legitimidad del audiovisual cubano contemporáneo como un ámbito más complejo que el del cine estatal.

Memorias del desarrollo, de Miguel Coyula, es una «pieza construida a partir de una condición posnacional desde el punto de vista de la producción, pero también del sujeto que narra».

Los hermanos Barriuso construyeron su película a partir de su biografía personal, con su infancia en un país traumatizado por la crisis del “Periodo Especial” ubicada en su centro argumental. A través de recursos del melodrama, ambos evocan el paraíso perdido de su familia y construyen un personaje ejemplar, que se sobrepone a los tiempos duros a través de la solidaridad.

Asimismo, en Cuban Food Stories (Asori Soto, 2018) se nos invita a una exploración de la cultura culinaria más idiosincrática de la nación, que es al propio tiempo un examen de las diferentes prácticas de supervivencia del sujeto popular cubano. Desde Nueva York, Soto hizo uno de los documentales de viaje más reveladores del paisaje humano interior de su país, que está disponible en la plataforma de Amazon, Prime Video.

También a esa plataforma de streaming accedió Ángela (Juan Pablo Daranas, 2018), corto de ficción sobre la experiencia de una joven emigrante cubana en Nueva York, donde la nostalgia resulta una parte indisoluble de la experiencia de reinvención personal.

Son muchos los cubanos que reelaboran la noción de una patria transnacional en Florida. Acaso el más persistente de todos sea Eliécer Jiménez Almeida, quien en Miami ha desarrollado el cine de montaje político heredero de Santiago Álvarez y Nicolás Guillén Landrián que comenzara en Cuba y que provocó la censura de sus mediometrajes Entropía (2013) y Persona (2014).

Piezas como Now! (2016), Palabras a los (des)intelectuales (2016) y Elegía (2016) son expresiones de su aprecio por la cultura cinematográfica del exilio político cubano –con la obra de Orlando Jiménez Leal como paradigma–; mientras que Para construir otra casa (2017), sobre la obra del pintor cubano Humberto Calzada, contribuye a la antropología de un exilio inseparable de la Isla.

Fuera de las interrogaciones por el sentido de lo nacional, prosigue en Estados Unidos la obra de Alejandro Brugués (Personal Belongins, Juan de los Muertos), quien se ha consagrado a la dirección para la televisión de relatos de género. A su cargo han estado diferentes producciones de las series de horror 50 States of Fright e Into the Dark (ambas de 2020), de un segmento del filme ómnibus Nightmare Cinema (2018) y también de episodios de From Dusk Till Dawn: The Series (2015-2016).

También en la cuerda del cine de género. Rudy Riverón Sánchez, un cubano que estudió cine en el Reino Unido, dirigió ¿Eres tú, papá? (2018), una apuesta por el thriller de horror que contó con un equipo de realización, actores y escenarios cubanos.

En otro extremo del espectro, Rafael Ramírez (Alona, Los perros de Amundsen, Las campañas de invierno), autor de una de las obras audiovisuales más inclasificables de los últimos tiempos en Cuba, y cuyo cine pertenece a una cartografía equidistante de cualquier idea de unidad nacional o de matriz cultural restrictiva, prosigue su trabajo desde Grecia.

Por estos días, el egresado de la EICTV retornó a su escuela para impartir un taller que propone el cine como gabinete de milagros. A lo mejor ello explique que la condición actual del cineasta cubano emigrado sea la de vivir en el cine como si fuera la única patria que necesita. (2020)

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