¿Nacer para ser felices?

«Conducta» tiene la virtud de generar múltiples interpretaciones o lecturas y no es casual que la atención caiga, en primer lugar, en los niños.

Fotograma del filme

Conducta parece convertirse en uno de los principales sucesos culturales del año.

Se ha hablado mucho en estos días de Conducta, la película cubana recién estrenada, dirigida por Ernesto Daranas. Las críticas en los medios y los comentarios en las redes sociales son favorables, entusiastas, emotivos.

Con las salas de cine abarrotadas y largas filas para adquirir una entrada, el ciclo de exhibición promete ser extenso y pudiera ser de mayor impacto si el país no tuviera más del 85 por ciento de sus salas clausuradas o destruidas. Al margen de su calidad estética o artística, este hecho: mover a tantos millones de cubanos hacia un espacio tan degradado en el país, es ya un evento de trascendencia cultural y social.

Ha sido habitual en nuestra cinematografía que las películas de producción nacional interpreten o reflejen la sociedad en que vivimos. Relatos, conflictos, personajes, situaciones y ambientes no se alejan mucho del mundo que nos rodea. A veces de forma metafórica (Los sobrevivientes– T.G.Alea-1978, Madagascar-F. Pérez-1994), otras utilizando la sátira y el humor (La muerte de un burócrata-T.G.Alea-1966, Plaff- J. C. Tabío-1988), el viaje al pasado (Lucía- H Solás-1968, El siglo de las luces- H.Solás-1992), el drama existencial (Memorias del subdesarrollo– T G Alea-1968, Papeles secundarios– O Rojas- 1989), o el juego con las formas y el género (Nada– J C Cremata-2001, Memorias del desarrollo– M Coyula-2009, Juan de los muertos-A. Brugués-2012); todas intentaron asomarse a la vida para interrogarla y quizás encontrar en ella, respuestas acerca de quiénes somos o quisimos ser.

Conducta no es la excepción y, aunque utilice recursos artísticos próximos al melodrama, su historia es tan fuerte, sus personajes tan cercanos y su discurso tan honesto que el espectador se olvida que está frente a una dramatización o puesta en escena. Los avatares de un niño y su maestra de escuela, que deben hacerle frente a su propio destino, resultan tan reales que el filme, a ratos, parece un documental.

Con gran habilidad, su director logra sumergirnos en ese complejísimo tejido que conforma buena parte de la sociedad cubana actual. No por gusto la cámara vuela sobre edificios, solares, calles y ruinas de una ciudad en ebullición, donde las fronteras entre el bien y el mal, la ética o la moral deben reconfigurarse a cada instante.

Pero a Daranas no le basta con hacer volar su cámara para ofrecernos una vista panorámica de los sucesos, sino que baja a la superficie y confronta a sus personajes que somos, por qué no, también nosotros. Así, la anécdota funciona solo como pretexto artístico para revelar las zonas oscuras de un sistema vacilante que necesita urgentemente repensarse, pues a fuerza de recordar lo que fue, ya no sabe quién es.

No son casuales las oposiciones que en el filme se manifiestan. Por ejemplo, entre las diferentes generaciones de maestros o modelos de enseñanza, entre los niños y algunos pedagogos por conservar la estampa de la virgen, entre una sociedad que forma a sus hijos para que más adelante la abandonen, entre los signos «civilizatorios» (la escuela, las instituciones) y la «barbarie» ( la violencia callejera, las pandillas, las peleas de perros) o, finalmente, entre las fuerzas de… ¿la ley? (el policía, los trabajadores sociales, las autoridades docentes) y… ¿el desorden? (el padre ilegal, el niño agresivo, las apuestas clandestinas, la familia disfuncional). Es interesante que esa polarización entre el deber ser y el ser se muestra solo en su apariencia externa, porque en Conducta cada acto puede ser visto de diferente manera. Aquí nadie es héroe o villano. Aquí discurre la vida, llena de contradicciones, de virtudes y de sombras.

En la película confluyen dos mundos, el de las apariencias: superficial, artificial, oportunista; y el de la cruda realidad. Lo interesantes es que los sujetos de esta historia flotan entre ambos, moviéndose indistintamente según los dictados de su conciencia o los imperativos de su existencia. Daranas suelta a sus personajes para que cobren vida. No los juzga, no ofrece una «moral de la historia», ni siquiera un final porque el futuro de estos personajes está escribiéndose en este mismo instante.

Esa manera veraz de interpretar las dinámicas de la vida en la Cuba de hoy nos hace quizás pasar por alto los problemas que acompañan al filme en su resolución artística. Las palabras que Carmela (Alina Rodríguez) pronuncia a… ¿sus jueces? y que nos son reveladas en diferentes momentos poco aportan realmente al personaje. La información que nos da de ella o del conflicto es mínima, en definitiva, nada que no hayamos observado o comprendido nosotros mismos con las imágenes. Esa recurrencia a ella, una y otra vez, genera una digresión dramática que, pienso, resulta innecesaria. La película, los conflictos y la puesta en escena nos son expuestos de una forma tan clara e intensa, que puede prescindirse perfectamente de estos «insertos» con tintes melodramáticos. En el mismo sentido pudiera verse la frecuente utilización que se hace de fragmentos musicales para buscar intensidad o identificación del espectador con los personajes. Pudiera decirse que es algo habitual en el cine clásico, digamos, una convención universal para «hacer llorar al espectador», pero que en una película como esta, tan cercana a nuestras vidas, deviene en artificio de poco valor narrativo.

El filme tiene la virtud de generar múltiples interpretaciones o lecturas, abriéndose desde la honestidad al debate sobre los problemas de la sociedad y el destino del país, pues no es casual que los sujetos de atención sean en primer lugar los niños de esta escuela que, evidentemente, no nacen para ser felices.

Pero sobre todas las cosas propone una mirada hacia nosotros mismos, hacia nuestra responsabilidad de cara al futuro de la nación. Daranas nos mostró, sinceramente, la conducta de sus personajes. ¿Sabremos nosotros cuál será la nuestra?

Un comentario

  1. Richard Abella

    Parece que una buena película (sobre todo si es cubana) motiva a las persona a ir al cine, aún cuando no tengan las salas las mejores condiciones. Después de tanto hablar de cómo recuperar el público cubano en los cines, espero que alguien se de cuenta de ¿Cómo?

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