Pasando el escalpelo sobre la 12 Muestra Joven (II): Ficción y Animación

Análisis de las obras de ficción y animación concursantes en el principal festival cubano del audiovisual realizado por jóvenes.

Tomado de Cubacine

Melaza, de Carlos Lechuga, destaca entre lo más interesante de la Muestra.

De no ser por Carlos Lechuga y sus industriosas manos puestas en el guión y la dirección de Melaza, tampoco habría mucho que dignificar de las entregas que la 12 Muestra Joven ofrece en el apartado de las ficciones. Esta madura opera prima suple la ya mentada falta de Televisión Serrana en el evento y, encima, recupera al campo cubano como tema desvanecido del largometraje nacional de las últimas décadas. Casi que puede verse como una saga con personajes inventados de aquel deMoler (2004), documental de Alejandro Ramírez, sobre el fin de la gloria azucarera. 

Hastiado de los desmarques genéricos, Lechuga persigue una línea de encuentro entre comedia y tragedia, donde rehúye lo satírico y lo patético; y también la total inclinación hacia la borda del “drama humano” o la de la crítica social. Algo así como “ni Alicia en el Pueblo de Maravillas ni Barrio Cuba”. 

Es igualmente espléndido en el acápite fotográfico y en el manejo de un tempo narrativo que se aviene, perfectamente, al aletargamiento vital del contexto rural donde trascurre la historia. Por si fuera poco, el realizador parece conseguir lo que quiere de sus actores: Armando Miguel Gómez, en el rol de Aldo, el maestro, tierno y achicado para ganarse los frijoles; y, sobre todo, de una Yuliet Cruz que se agranda cada vez más en sus papeles para el cine, como la trabajadora del central “demolido”, la pragmática y también prudente Mónica.

Del resto, cabe señalar la sutileza con que el guión de Afuera desliza su conflicto central: una pasión homosexual ocultada (más que reprimida). Pero este corto de Vanessa Portieles y Yanelvis González, que además contó con lujosas interpretaciones de Isabel Santos y Mario Guerra, fuerza en demasía su melodrama privado dentro de la atmósfera mayor del “Maleconazo” de agosto de 1994.

Un problema nacional: el envejecimiento demográfico y sus consecuencias, cuyo reflejo en el audiovisual joven va cogiendo presión, se observó en el documental desde ángulos más tópicos, como la soledad, la carestía material, la discapacidad física y mental de la vejez (La espera, Crisálida, El receso). Oslo de Luis Ernesto Doñas, y Tiempo de partir de Ana A. Alpízar, son dos ficciones que aportan un ángulo interesante: el peso de los sueños incumplidos en la última etapa de la vida.

Lástima que cierta inverosimilitud en el desenlace de la primera; y percibir en la segunda a un Raúl Pomares envarado por unos parlamentos no muy bien “traducidos” del precedente literario (Ray Bradbury) hacia el libreto fílmico; impidan la mayor redondez de estas obras.

Ver a Rosa Vasconcelos y Broselianda Hernández en un duelo actoral es el estímulo de Nani y Tati, de Adolfo Mena. Más, de qué padecen los personajes que ellas interpretan: ¿locura, retardo mental, achaques por la invalidez física y la extrema indigencia? ¿Justifica el “ejercicio teatral” tanta nebulosa argumental?

De buenas intenciones está sembrado Iris, un mediometraje producido por el Centro Martin Luther King, con la dirección de Erian Ruiz y un elenco apreciable encabezado por Gilda Bello. Pero su conflicto acerca del deseo de ser madre, afianzado en un solo polo de una pareja lésbica, queda resuelto   con didactismo y edulcoración. Además, ¿por qué se filmó en blanco y negro?

Mientras, los caminos del cine de género lucen bastante cerca del infierno; por lo visto en el suspense Knock out de Liber Drey, y el thriller psicológico Te estoy viendo de Camila Carballo y Jesús D. Acosta; ambos trillados, miméticos, amateurs. Se digieren mejor, por su cacharrería satírica, los Zona de conflicto I, II y III del Proyecto El cuchillo de Macbeth.

Para salvar, realmente, queda Koala de Yimit Ramírez y Claudia Claremi. La reunión de collage, parodia y metaficción delata que, para este caso, más vale interpretarlo como “dispositivo” posmoderno que buscar los hilos de un “relato” fílmico. Aventuro que los realizadores quisieron lanzar esta pregunta: ¿Cómo hacer cine si uno está esquizofrénicamente dividido entre las marcas de la tradición cinematográfica autóctona y el modelo del cine industrial y de género hollywoodense?

Estas “angustias de la influencia” encuentran continuidad en algunas piezas presentadas en la categoría de Animación. Fly, por ejemplo, de Yolanda Durán y Ermitis Blanco, es una clara muestra de “ánime” criollo, que más sirve de video clip para la voz de Danay Suárez que como historia de dibujos animados. Y El maestrico de Isis Chaviano tal parece la versión “en muñequitos” de aquel largometraje de Octavio Cortázar de 1977, El brigadista.

A contrapelo de la ingenuidad del anterior, como apuntando a que los niños, los de entonces, ya no son los mismos, discurre la socarrona Bienvenido al cielo de Marcos Menéndez, con su espacio celestial tanto o más infierno que la tierra. Aunque, si la fábula con regusto infantil tuviera validez aún, mejor si guardan la ternura de Ivette Ávila y sus grotescos pero adorables muñequitos de plastilina manipulados con el arduo stop motion, en Coronas y cascabeles y La madre.

Y para seguir hablando de cuestiones eternas está Dios que un pepino. Ahí Harold Díaz-Guzmán quiere convencernos de que Él mora en todas las cosas; pero bien pudo ahorrarse la verbosa metafísica, derramada por una voz en off con atonía de locutora televisiva, mientras asistimos al paseo del divino vegetal.

No hay sábado sin Sol, dicen las abuelas. Ni Muestra Joven sin resplandor; y de la claridad se encarga esa joyita titulada La Luna en el jardín. Conste que ni soy un arrebatado por la lírica ni un abanderado del esteticismo elitista. Pero, simplemente, caí en las mallas de la seducción de este animado inspirado en el universo literario y biográfico de Dulce María Loynaz.

Aplaudo al dúo Yemelí Cruz-Adanoe Lima, por la planeación detallada de planos y encuadres con perspectiva muy cinematográfica, el manejo de la iluminación y los detalles de la puesta en escena. También por la exactitud con que una partitura de Caturla, interpretada por la Camerata Romeu, se convierte en recurso narrativo. El violín pulsado por Yadira Cobo, todavía en este instante, resuena en mis oídos, y bajo este provechoso influjo quisiera poner el punto final.

Un comentario

  1. Alejandro Ríos

    Gracias Rafael, por tu valiosa información. Saludos, Alejandro

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