“El trabajo no se reduce a una cuestión de gusto, sino de valorizar el cine que importa”

Entrevista a Zaira Zarza, una de las nuevas voces de la crítica de cine en Cuba.

Zaira Zarza

Foto: Tomada de la Web del Festival de Cine de La Habana.

Zaira Zarza (La Habana, 1983) es profesora en el Departamento de Historia del Arte y Estudios Cinematográficos de la Universidad de Montreal. Enseñó en el Departamento de Cine y Arte de los Medios de la Universidad de York, en Toronto (2018-2019) y obtuvo la Izaak Killam Postdoctoral Fellowship en el Departamento de Lenguas Modernas y Estudios Culturales de la Universidad de Alberta (2016-2018). Se doctoró en Estudios Culturales en la Universidad de Queen’s, en 2015, y realizó sus grados de Licenciatura y Maestría en Historia del Arte en la Universidad de La Habana. Trabajó también como investigadora en el Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC) y el Instituto Cubano de Radio y Televisión (ICRT) y como curadora en la Fundación Ludwig de Cuba.

Ha programado en el Festival Internacional de Cine de Toronto (TIFF) y en el Festival Internacional de Cine de Cartagena de Indias (FICCI), en Colombia. Fue también la directora del LASA Film Festival de Boston, en 2019. Su libro Caminos del cine brasileño contemporáneo fue publicado por Ediciones ICAIC en 2010. Zarza es la fundadora y coordinadora del proyecto Roots and Routes: Cuban Cinemas of the Diaspora in the 21st Century, una plataforma para la promoción y el estudio del cine realizado por cubanos que viven fuera de la nación caribeña.

De los colegas de esta profesión, ella es una de las pocas con quien tuve la oportunidad de compartir las aulas en la Facultad de Artes y Letras de la Universidad de La Habana.

Daniel Céspedes: ¿Qué es la crítica?

Zaira Zarza: Esta es una pregunta amplia, que puede contestarse de muchas maneras válidas. Siempre me he considerado mucho más investigadora que crítica de cine. La carrera de Historia del Arte nos brindó herramientas básicas para el análisis cinematográfico y eso de diseccionar una película y descifrar sus valores estéticos y semióticos es algo de lo que me enamoré temprano. Me parecía un trabajo muy científico y cautivante. Sigo amando cuando veo un filme, hacerlo de manera activa y (de) (re)construirlo en mi cabeza. Sin embargo, he dejado paulatinamente de realizar la labor ardua y sistemática de la crítica periodística, que hice con regularidad durante años en Cartelera de Cine y Video, La Gaceta, Cine Cubano y en el programa de televisión “Nuevos Aires”, de Cubavisión Internacional, donde trabajé con un equipo hermoso. La vida me ha llevado por otros caminos y ahora utilizo el ejercicio crítico –o lo que llamo análisis cinematográfico– en publicaciones académicas que ven la luz de un modo menos regular.

Rufo Caballero –quien fue un profesor clave para nuestra generación de la Facultad de Artes y Letras, sobre todo para los interesados en estudiar cine– siempre nos decía que al escribir sobre el arte que otros creaban nosotros nos sumergíamos en un proceso creativo igualmente rico. Que no portáramos una cámara no suponía que valiera menos lo que nuestro conocimiento teórico y nuestra investigación podían contribuir a las conversaciones y al pensamiento sobre cine. Eso se ha quedado siempre conmigo. Somos parte esencial de un sistema de relaciones y eso creo que debemos defenderlo. Escribir bien sobre cine –sobre cualquier tema, en realidad– es un trabajo duro y complejo, que requiere constante disciplina. Por eso es un reto delicioso, al menos para mí.

DC: ¿Para qué sirve la crítica?

ZZ: Para poner en valor intertextual –a través de la escritura, en este caso– una obra, evento o fenómeno cultural. Para incitar al espectador a ver un filme o contribuir a su comprensión desde un ángulo estético, político, o socioeconómico que quizás otras personas no hayan tenido en cuenta. Para agregar una voz especializada, a veces institucionalizada, al debate y al pensamiento sobre cine. El asunto de la mirada legitimadora de la crítica que estudiamos hace algunos años provoca cada vez más cuestionamientos. Y menciono legitimadora y no legítima porque una voz crítica puede valorizarse por el espacio en el que aparece y no necesariamente por la calidad de lo que se escribe. Hay análisis en plataformas independientes, blogs, vlogs, etc., que llegan a ser más profundos que los que aparecen en sitios de instituciones oficiales.

DC: ¿Cómo te sientes reincidiendo en una vocación que parece ser oficio de hombres?

ZZ: Esas preguntas sobre políticas de la identidad –un campo de los que más exploro en las ciencias sociales y los estudios sobre medios de comunicación– siempre me parece bueno tenerlas en cuenta en un sentido interseccional. ¿Cómo me siento como mujer feminista en un mundo dominado históricamente por el patriarcado? ¿Cómo me siento en tanto persona racializada en la diáspora, hablando inglés y francés con acento en el norte global? ¿Cómo me siento al ser alguien que creció sin Internet, en un país caribeño de recursos materiales muy limitados, ahora trabajando en una sociedad donde rigen la tecnocracia y el uno por ciento? Cuando respondo a esas preguntas, que discuten muchas caras de la identidad y del sentido de pertenencia, me siento a veces un poco desesperanzada, siempre resiliente, pero nunca sola. Soy parte de una comunidad que es cada vez más consciente de su poder transformador pensando y actuando outside the box. También valen las preguntas: ¿cómo me siento con todo lo que me permiten las visas estampadas en mi pasaporte cubano, los dólares que me paga la universidad donde trabajo, el hecho de tener acceso a agua potable? En fin, que reconozco mis privilegios en la misma medida en la que actúo a favor de la equidad en nuestro mundo polarizado. Hay muchísimo por hacer.

DC: Algunos críticos estamos abogando más por el término audiovisual, pues ya no es lo cinematográfico en rigor cuanto se analiza, sino otras modalidades y técnicas de realización. ¿Qué piensas al respecto?

ZZ: Yo prefiero realmente hablar de medios digitales y de industrias creativas, que es mi nuevo tema de investigación y que incorpora al diseño, a las publicaciones online, al videojuego, a las nuevas humanidades digitales en sentido amplio. Es en esa concepción más vasta de la creación mediática donde exploro entonces las políticas culturales que rigen los mecanismos de producción y la circulación de contenidos, las economías informales, las dinámicas cambiantes del trabajo freelance, la precariedad y la gentrificación. El universo de las redes sociales es clave en esta era, porque se crean zonas de contacto y pequeños actos políticos con el mínimo esfuerzo de un clic. Cuando le damos “me gusta” a una publicación en Facebook o seguimos a una institución en Instagram estamos generando data que informa como nunca antes sobre nuestras preferencias como usuarios. Ese nuevo espacio de relaciones que es Internet hay que aprender a utilizarlo de manera responsable, teniendo en cuenta que es una dimensión nueva de la ciudadanía. Un arma de doble filo, peligrosa y maravillosa, donde encontramos tanto actos de violencia extrema como sitios para alimentar la solidaridad y movilizar comunidades.

DC: ¿Acaso al decodificar lo que más podamos de una obra audiovisual no estamos ya haciendo crítica de cine, sin necesidad de afirmar si te gusta o no el material en cuestión?

ZZ: Por supuesto. Eso es lo que yo hago cada día como investigadora. Yo estudio mucho cine imperfecto contemporáneo, mucho small cinema. Y eso no lo hace menos válido como producto cultural. Si el resultado no es sublime a nivel formal, el proceso de creación y la experiencia de las (y los) cineastas son igualmente ricos como objeto de análisis. Para mí muchas veces el trabajo no se reduce a una cuestión de gusto, sino de valorizar el cine que importa.

DC: ¿Crea el cine a sus espectadores?

ZZ: Pienso que el cine sí puede crear a sus espectadores. Y en esto es clave la política cultural que sigan los países y las instituciones. De la misma manera en que los jóvenes –y yo también– aprenden de memoria las canciones actuales de reggaetón y pop, podrían estar más familiarizados con la trova de Silvio, Pablo, Santiago, Varela, el jazz de Irakere o los boleros de la Freddy si los encontraran más seguido en la radio, en la televisión, en los medios de transporte público, o se distribuyeran a través el paquete. Con el cine pasa lo mismo. Aunque defiendo mucho la idea de Ranciére del “espectador emancipado”, pienso que se nos hace familiar y cercano aquello que consumimos cotidianamente. Y aunque cada vez más se personaliza el consumo por el acceso a la tecnología, la educación y las instituciones aún ocupan un lugar central de poder a la hora de generar audiencias y formar públicos. El problema no se reduce a Cuba, aunque la tome de ejemplo. La política de programación en la industria mundial siempre ha priorizado el cine comercial por encima de las obras de autor. La curaduría diversa, que no la censura, de todos los productos culturales, es muy importante. Es un reto constante evadir la monocultura y dar espacio a todas las opciones.

DC: ¿Crees que los festivales y sus respectivas programaciones, los premios y las campañas de promoción influyen en una suerte de crítica más equilibrada?

ZZ: Pienso que sí. Hay una parte en el texto crítico que no implica el análisis cinematográfico propiamente, sino el hecho de compartir información sobre el proceso de producción de un filme, la recepción de sus audiencias, la trayectoria en festivales, la experiencia de los(as) cineastas. Mientras más conozca quien escribe sobre la vida del filme, creo que será mucho mejor su trabajo. Ese universo que puede considerarse erróneamente extracinematográfico, para mí es igual de plato fuerte que lo que cuenta el relato fílmico y cómo lo hace. También hay reseñas que discuten la programación de un evento, la presencia de la cinematografía de un país en una sección festivalera, o los filmes de un(a) mismo(a) autor(a) en muestras específicas. Las posibilidades son infinitas. Y la crítica que investiga es, para mí, la más completa.

DC: ¿Cómo crees entonces que tus conocimientos sobre audiovisual contribuyen a la labor de programadora?

ZZ: Ese aprendizaje va en dos direcciones. El cine y los medios digitales me interesan por su potencial de transformación social. Con el tiempo me he dado cuenta de que, aunque veo las películas de festivales clase A y las nominadas al Oscar, las grandes narrativas y el cine corporativo no me atraen tanto como las propuestas que encuentro en el cine independiente de países en desarrollo. Ahí es donde yo creo que puedo hacer una contribución mejor como investigadora, crítica y programadora. Entonces, usualmente programo teniendo en cuenta la importancia de dar espacio a esas nuevas voces, a ese cine otro, que es también a lo que dedico mi trabajo académico. Ser investigadora y profesora me han hecho mejor programadora. Del mismo modo en que programar festivales me hace mejor profesora para mis estudiantes. Ahora tengo un conocimiento de la industria, de políticas culturales y de organización de eventos que la labor académica sola no me hubiera proporcionado. Por eso me concentro en la investigación-creación, que balancea ambos saberes y prepara a mis estudiantes para enfrentar luego con mejores herramientas el mercado laboral inestable de las industrias creativas.

DC: ¿Cómo una crítica con spoilers puede salir airosa?

ZZ: Cuando esté bien escrita, sea seria y a la vez diáfana, resalte valores que quizás no percibamos en una primera mirada. Yo al menos, para escribir sobre una película, necesito verla varias veces. Y ese tiempo de atención informará lo que se lea en el texto. Muchas veces vamos a la crítica cuando ya hemos visto la película. Otras, nos gusta leer polémicas sobre un filme antes de ir al cine. Creo que cuando hay una intención de promover, la crítica sin spoilers es preferible. Pero si se escribe con el objetivo de analizar profundamente un texto cinematográfico, puede haber spoilers sin que eso sea un problema. Soy de las que piensa que el viaje con la película y su crítica vale la pena más allá del factor sorpresa que la presencia o ausencia de spoilers propicie o no.

DC: ¿De quiénes lees críticas? ¿Cómo las aprecias?

ZZ: La vida académica me obliga mucho más a leer artículos en revistas especializadas y libros o capítulos de mayor extensión. Pero también leo críticas puntuales sobre filmes que me interesan, o publicaciones que acentúan el análisis del cine latinx, latinoamericano y de sus diásporas, que son los temas que más me apasionan. Luego, disfruto algunas reseñas sobre pelis más mainstream que han generado debate. Leí bastante sobre Roma y Joker, dos filmes muy controversiales desde el punto de vista de la representación de las clases sociales, los prejuicios étnicos/raciales y la violencia. Si bien aprecio el estudio del cine como arte, son su impacto e implicación social y las preguntas que despierta en los espectadores lo que más me importa estudiar en este momento.

DC: ¿Quiénes te influenciaron para escribir sobre cine?

ZZ: En Cuba: Juan Antonio García Borrero, Gustavo Arcos, Rufo Caballero, Desiderio Navarro, Dean Luis Reyes, Joel del Río, María Caridad Cumaná, Danae Diéguez, Berta Carricarte, Víctor Fowler, Mario Piedra, Pedro Noa.

En el extranjero: Ruth Goldberg, Ana M. López, Susan Lord, Alisa Lebow, Ruth Behar, Hamid Naficy, Arjun Appadurai, Chandra Mohanty, Carlos Gutiérrez, Victoria Ruétalo.

Y, siempre, los y las cineastas: Fernando Pérez, Heidi Hassan, Karim Aïnouz, Walter Salles, Daniellis Hernández, Lucrecia Martel, Sandra Gómez, Aram Vidal, Rodrigo y Sebastián Barriuso, Elia Suleiman, Laura Mora, y muchas, muchos más.

DC: A propósito de tu libro Caminos del cine brasileño contemporáneo (Ediciones ICAIC, 2010), ¿cómo lograste que una tesis de licenciatura se convirtiera en un volumen ensayístico?

ZZ: El libro es la combinación de mis tesis de licenciatura y maestría en Historia del Arte. Ambas investigaciones son complementarias y estudiaron el cine de la Retomada brasileña de manera íntegra, por vez primera en Cuba. Eso fue algo que le interesó al ICAIC. Y así Caminos… se convirtió en el único libro enteramente sobre cine brasileño que se ha publicado en el país. El proceso lo debo primero al apoyo de mi tutora, María Caridad Cumana, y a Víctor Fowler, que fue uno de sus revisores más agudos. Gracias a ellos, ambas tesis se terminaron con una calidad que me permitió luego editarlas en forma de libro. Y en segundo lugar, no hubiera existido el libro sin la inmensa confianza que depositó en mí Pablo Pacheco y la tenacidad de Mercy Ruiz en Ediciones ICAIC. Yo recién comenzaba a trabajar en el Departamento de Investigaciones del ICAIC en 2008 y fue un momento en el que había interés puntual por parte de la editorial y de la institución en apoyar voces jóvenes. Luego siguieron muchos libros de escritores y ensayistas de generaciones posteriores que publicaron versiones de sus tesis de grado en el seno de la editorial.

DC: ¿Algún libro en preparación?

ZZ: Estoy convirtiendo en libro mi tesis de doctorado sobre cine cubano en la diáspora. Es el estudio de una generación de cineastas, que es la mía también, atravesando por las mismas experiencias de no-pertenencia y de integración que hemos vivido todos los que decidimos y/o necesitamos echar raíces fuera de Cuba.

DC: ¿Qué cineastas te interesaron? ¿Quiénes te interesan?

ZZ: Me interesó siempre y me interesa ahora el cine hecho por mujeres, por cineastas indígenas, y por realizadores afrodescendientes en América Latina. En general, me apasiona y defiendo el trabajo de los (y las) cineastas jóvenes de la región. Cada año, desde 2017, tengo el privilegio de ver cientos de filmes iberoamericanos en los procesos de selección para TIFF, Cartagena, LASA, y nunca estuve más informada de lo que ocurre con la producción del continente: la emergencia impresionante del cine dominicano, la calidad de lo que se realiza en Chile en los últimos años, la diversidad de voces en Brasil, la renovación creciente de los documentales de justicia social, la necesidad de acuerdos de coproducción para países como Cuba, Costa Rica, Puerto Rico.

DC: ¿Tu película cubana y tu documental?

ZZ: Mis tres películas cubanas, desde que comencé a estudiar cine, han sido Memorias de subdesarrollo, Fresa y Chocolate y Suite Habana. Todo lo que ha dirigido Ernesto Daranas también me parece de gran tino y de un nivel de humanidad que me conmueve. Hay muchas obras de realizadores jóvenes que aprecio mucho y que estudio en el libro sobre la diáspora. El documental –que además enseño mucho a mis estudiantes de cine latinoamericano– es algo tan bello y corto como Por primera vez. Siempre que lo veo siento que soy una de esas niñas de ojos curiosos mirando la pantalla.

DC: ¿Tienes tiempo de seguir series? ¿Qué ves por estos días?

ZZ: La verdad, veo pocas series. Las miniseries han venido a salvarme porque profundizan y reducen el tiempo en pantalla de mucho contenido interesante por estos días. Lo último que me desarmó fueron Chernobyl y When they see us, de Ava du Vernay. También disfruté la primera temporada de Vida, una serie Latinx de Starz, cuyos personajes principales son mujeres latinas en Estados Unidos, tres de ellas lesbianas. Dos de los capítulos los dirigió el cineasta mexicano Alonso Ruizpalacios –que también ha dirigido varios de la versión de Narcos en México. Me cautivó cuando un flashback en el primer episodio mostró a las hermanas protagonistas bailando de niñas al ritmo de una canción de Selena. El estudio de la cultura latina en Norteamérica –en Estados Unidos y, aunque menos estudiado, también en Canadá– me concierne por razones obvias.

DC: ¿Cómo es un día de trabajo tuyo?

ZZ: Depende del momento del año. Soy profesora universitaria, investigadora y programadora de festivales y la dinámica de mi trabajo varía. Aunque es un balance que es difícil de sostener, me interesa continuar con ambas prácticas. Lo más complejo es cuando se unen la programación de un festival y las actividades del semestre. Me ha pasado a veces. Pero TIFF se prepara en los veranos, así que ha sido más balanceada la experiencia allí. Eso sí, hay que buscar la manera de moverse. Las horas sedentarias de pantalla en uno y otro empeño son tremendas.

La vida académica exige una preparación intelectual constante, publicaciones regulares, acceso a fondos de investigación que se logran tras procesos muy largos de escritura. Hay periodos en los que estoy diseñando cursos, otros escribiendo ensayos, otros buscando financiamiento para organizar una muestra. Durante el semestre estoy más en el aula impartiendo clases. Aunque jamás me imaginé en ese campo, siento que la educación es hoy para mí el espacio donde mejor puedo contribuir a un futuro más inclusivo. La mayoría de mis estudiantes se forman para ser cineastas y me encanta trabajar con ellos y ayudarles a descubrir cines diferentes, en idiomas que ellos desconocen, realizados en contextos distintos al suyo.

La programación exige otro tipo de compromiso, que empieza con el visionaje de muchas, muchísimas películas. A pesar de lo glamoroso que puede parecer, el trabajo de programación es más precario, por lo inestable. Por un lado, puede ser doloroso, porque el porcentaje de películas que podemos invitar es mucho menor que las que se presentan a selección. Se queda mucho cine de valor fuera. También vemos muchas películas de muy baja calidad que, a mi juicio, carecen de propósito o han perdido el rumbo. Pero, por otro lado, los festivales son una fiesta y el trabajo de programación es fascinante porque permite mantenernos al tanto de lo nuevo que se produce cada año. Celebrar la proyección de un filme con su equipo de realización en una sala llena no tiene comparación. Es lo más bello del trabajo. Adoro la magia, por ejemplo, de los estrenos mundiales. Ser testigos de la experiencia de los cineastas que muestran sus filmes al público por primera vez es un regalo. Y como programadores sentimos que formamos parte también de esa comunidad que se crea alrededor de una película porque, al programarla, hemos contribuido un pedacito a su destino, a su viaje.

DC: ¿Qué no harías en una crítica de cine?

ZZ: Lastimar a conciencia. Respeto mucho el trabajo de los cineastas, sea cual sea la calidad del resultado. Hacer una película es un proceso arduo. Sobre todo en América Latina.

DC: ¿Qué es el cine para Zaira Zarza?

ZZ: Una aventura, un laberinto y el camino que he escogido seguir en la esfera profesional –en el aula, en los festivales– y en mi vida personal –en mi casa, con mis amigos. Como industria, creo que es también un universo fascinante para entender muchas desigualdades y lo complejo de las relaciones humanas, laborales y sociales. (2020)

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