El Mayor: Los héroes siempre visten de smoking

Una película de época que intenta dar una determinada visión de la Historia está condenada al fracaso si no empieza por despojarse de la Historia y se rebela como un discurso con una sólida argumentación estética.

El Mayor, en su intento de insuflar vida a la figura de Ignacio Agramonte, queda atrapada entre la fidelidad a la Historia y los imperativos dramatúrgicos.

Foto: Tomada de Agencia Cubana de Noticias

Una película de época que intenta dar una determinada visión de la Historia, está condenada al fracaso si no empieza por despojarse de la Historia y se rebela como un discurso con una sólida argumentación estética que implica, al propio tiempo, una clara demarcación de su ethos, es decir, de su fundamento ético.

Dicho con otras palabras, si usted volvió los ojos a una anécdota del pasado, espero que haya sido porque encontró allí un problema que ventilar, una duda que esclarecer, un mito que renovar, o una inquietud que, manifestada en el presente, precisa rastrear su génesis en busca de respuesta, sea que la halle o no.

Por eso ante cualquier ejercicio creativo audiovisual, que se autoproponga como “inspirado en hechos reales”, yo me enfoco en lo que es: una dramatización, una ficción. En ese sentido, El Mayor (Rigoberto López, 2020) es la historia de un joven revolucionario llamado Ignacio Agramonte, que decide sumarse a la lucha contra la metrópolis española por la independencia de su patria.

En ese empeño, Agramonte tropieza con la oposición de un célebre revolucionario de otra región del país, llamado Carlos Manuel de Céspedes, con quien sostiene fuertes discrepancias en torno a la conducción de la guerra y los procedimientos para fundar una nación soberana.

Trama interesante, desarrollo fallido

Las dos posiciones en disputa se resumen, por una parte y según Céspedes, en concentrar la autoridad en un solo mando (el suyo), dejando para después cuestiones no medulares en el escenario de una guerra. Mientras que, por la otra y según Agramonte, debe priorizarse en la misma conducción de la contienda, el concepto de una república democrática con separación de poderes, teoría acuñada por Montesquieu, y que establece la base del constitucionalismo moderno.

Las mujeres como Amalia Simoni, la esposa del patriota, quedan disueltas en el trasfondo de la película

Al final, cuando ambos dirigentes se hallan envueltos en intrigas, disconformidades y divergencias entre facciones, que amenazan con desautorizarlos y malograr la añorada victoria, pactan una solución intermedia. Ignacio recupera de forma oficial el mando y queda al frente de las regiones de Camagüey y Las Villas; pero poco después muere en combate.

La trama asumió un punto de partida muy inteligente. Sin embargo, su desarrollo no da respuesta al conflicto que animó la acción dramática inicial. El realizador se sintió más comprometido con la fidelidad a los hechos históricos y se saltó, como el mejor acróbata del Cirque du Soleil, el cierre lógico de una premisa que, desde el punto de vista narrativo —realista a ultranza—, estaba obligado a respetar y resolver.

En medio de una confusión entre relato fílmico e Historia, puede que sintamos un cierre lógico e indefectible. Pero violentar las reglas de la dramaturgia en una ficción convencional no es, a veces, el resultado de un fallo de la forma, sino la consecuencia de la incertidumbre que emana del propio contenido. ¿Cómo darle la razón a un prócer o al otro, o peor: quitársela a ambos, proponiendo, acaso, una tercera iniciativa?

De la premisa del filme a la contradicción histórica

El tema es la lucha por el poder, por hacer prevalecer, a toda costa, un criterio por encima de otro. Ello queda definido en la escena en que Ignacio (Daniel Romero) le pide al soldado español que se disculpe por haber tropezado accidentalmente con su futura novia, Amalia (Claudia Tomás). El soldado lo hace de buen grado, pero un oficial superior lo interpela por su amable gesto y ahí se dispara la intransigencia de Ignacio. Total, que la discusión termina con un reto a duelo.

Esa es la premisa del filme: las discrepancias se resuelven mediante la violencia. Expresado a escala sociopolítica: las discrepancias entre españoles y cubanos se han de resolver en el campo de batalla. Pero esto último es solo un signo accesorio para apuntalar el tema principal.

En el caso de esta obra, la contradicción histórica y los enfrentamientos entre mambises y españoles, son secundarios. Lo importante en El Mayor es (o debió ser) la disputa entre un patriota y otro, encarnando dos posiciones políticas diferentes que, a la larga —ya lo sabemos por lo que cuentan los libros—, entorpecieron el logro del objetivo común: la independencia de Cuba. Sin embargo, la película se termina sin que el espectador de Groenlandia se entere jamás a dónde condujo el conflicto propuesto al inicio.

Héroes, villanos y patriotas

Dentro de un esquema básico donde el héroe se enfrenta al villano, Ignacio es héroe y Céspedes es antihéroe en una sencilla adecuación de las funciones de los llamados dramatis personae. En esos términos, el héroe está llamado a vencer, aunque luego se produzca su trágica muerte. Esa es la fórmula que se viene repitiendo en la pantalla desde que el cine hereda el ABC narrativo de la literatura decimonónica, luego sistematizado por los pioneros de la escuela inglesa de Brighton, Porter, Griffith y compañía.

Otra cosa puede suceder en películas experimentales, cine avant garde, de ensayo, de autor, etc., enfrascado en la clarividente desobediencia a las convenciones estilísticas, lingüísticas y técnico-expresivas del cine cotidiano.

También es cierto que, en El Mayor, el conflicto de los personajes principales de la película contiene un núcleo mucho más complejo que la simple medición testicular. ¿Quién de los dos tenía la razón? Ambos demostraron ser valientes caudillos. Pero las posturas divergentes que ellos representaron, no fueron ni cuestionadas ni argumentadas a lo largo de todo el filme. Por lo que consumido un tiempo prudencial de metraje y agotados los acontecimientos históricos que marcaron la vida del joven militar, llegó el momento de poner fin, y ya está.

Si el personaje de Céspedes no fue suficientemente perfilado como para ocupar con la debida eficacia el lugar actancial que le correspondía como contraparte del héroe, anótese como un fallo de la narración, tendente a empobrecer la riqueza del conflicto. Otra vez, la mirada tímida sobre la sacrosanta Historia impide que diégesis y discurso, significante y significado cobren el sentido potencial que exige el texto fílmico.

A la carga con el panfleto

Diálogos inauditos y actuaciones encartonadas y miméticas, hicieron lucir bastante mal a una pléyade de actores de primera línea como Rafael Lahera, Ulyk Anello y Aramís Delgado. Todavía recordado por José Martí: el ojo del canario, Daniel Romero, a pesar de su agradable presencia en pantalla, se me queda chiquito frente a la mitología del soberbio camagüeyano. Lo demás fueron muchas cargas al machete, campamentos que daban grima por la poca representatividad escénica que tuvieron, así como las imágenes de ejércitos paupérrimos en ambos bandos.

Ni hablar de las soluciones escenográficas que no alcanzaron, por ejemplo, para describir la opulencia material de la clase adinerada, cuyos representantes son, en efecto, los líderes de la guerra libertaria. Lógica ambientación de teleplay cubano, dada la escasez de recursos de un cine tercermundista como el nuestro, que se atreve con una cinta de época ¡y bélica!, en la que solo para resolver con verosimilitud las batallas campales se habría necesitado un presupuesto multimillonario. Y por lo que resultó en pantalla, parece una obra de bajo costo.

Las mujeres quedan disueltas en la escenografía, como siempre sucede en un tipo de cine centrado en exaltar al sujeto masculino a través de sus hazañas descritas con una irreprimible male gaze. Ana Betancourt tuvo quince segundos de fama al reclamar el derecho al voto para la mujer, luego de lo cual la retiraron, para volver a mostrarla con brevedad soltando un sonado lagrimón, mientras se aprobaba la Constitución de Guáimaro.

Visión pedagógica de El Mayor

A otro nivel, en el equipo de creación se destacan, entre otras féminas, Arietis Valdés en la dirección de arte, Anisleidys Boza y Yohannia Cabrera en el diseño de vestuario; en el maquillaje la consagrada Magaly Pompa junto a Magdalena Álvarez, el montaje a cargo de Beatriz Candelaria y el diseño sonoro de la joven y experta Velia Díaz de Villalvilla.

En resumen, un relato entretenido, bueno para introducir el tema de la Guerra de los Diez años a estudiantes de primaria. Y enseñarles, entre otras cosas, que para ganarse un puesto en cualquier historia se ha de ser blanco, lindo, hombre y valiente como Ignacio, como su hermano Eduardo y como Sanguily, al que le gustaba andar limpio y oler bien.

Que Ignacio le escribía unas cartas hermosas a su esposa Amalia, se afeitaba con puntualidad o era lampiño; jamás se despeinó ni se sudó en combate, y su ayudante, que era un negro analfabeto, ni se afeitaba, ni se pelaba y probablemente tampoco olía bien. (2022)

3 comentarios

  1. Francisca

    Si la representación artística de la película no sirve, ¿por qué destacar a casi todas sus especialistas de arte? ¿Acaso solo por ser mujeres?

  2. Rolando

    Aunque discrepo con esta crítica, me permito corregirle que el soldado español no tropieza con Amalia Simoni sino con otra joven camagueyana desconocida de Agramonte, lo que le da más realce a su caballerosidad y patriotismo.

  3. Fausto del Real

    A dónde se ha ido la magia para contar una historia?
    Quizás tristemente ha huido del país , se ha fugado como casi todo lo demás.
    No voy a repetir lo que en esta crítica se expresa con claridad y buen tino…
    Solo me permito añadir o quizás recordar que una historia que no nos rebele algo nuevo, que no emocione.,que no sea capaz de colocarnos al borde del precipicio junto a los personajes que nos presenta y al igual que ellos nos conmine a tomar una la decisión que se hace impostergable, nunca logrará nuestra sincera implicación y por ende todo el esfuerzo será fallido. Puede tener toda la mejor intención del mundo, la mejor buena voluntad de enseñar algo y entretener, ser lo más fiel al hecho real, un gran esfuerzo en un país tan depauperado económicamente… Pero ni la suma de todo esto la convierten en un relato cinematográfico.

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