Jíbaro: retrato de un hombre trans en resistencia
La película de Osmanys Sánchez Arañó ganó en 2021 un concurso de cortometrajes por la igualdad, la no discriminación y los derechos de la comunidad LGTBIQ+

Yamíl Alessander, protagonista de Jíbaro y persona trans, carga el peso de los roles de género asignados por su singularidad biológica.
Foto: Cortesía de los realizadores
Jíbaro (Osmanys Sánchez Arañó, 2023) aporta al cine cubano contemporáneo una de las alegorías audiovisuales más precisas, poderosas y sintéticas sobre la resistencia y la emancipación de un ser que se resiste a asumir el rol de género tradicionalmente asignado a partir de las singularidades biológicas.
Su protagonista, Yamíl Alessander Tamayo Flores, es un hombre trans que habita las honduras de la Sierra Maestra, en el extremo oriental de Cuba. Justo donde se alza la giba más gigantesca, vasta y agreste del país. Un cosmos aun no lo suficientemente visibilizado por la percepción urbana que prima entre la población cubana y sus modos de representación artísticos o periodísticos.
Es este un territorio donde la masculinidad está relacionada con trabajos de gran rudeza, dependientes de la fuerza física. Un obstáculo insalvable para la mayoría de las mujeres que pretendan acceder a la práctica profesional de labores ganaderas, agrícolas, de fabricación del carbón, corte y acarreo de leña, construcción de caminos o pedraplenes, chapea de zonas o como arrieras.
La ley del más fuerte…
Desde esta lógica atávica, las mujeres alcanzan su “verdadera medida” en el reino del hogar, en el mundo intramuros. Están limitadas casi siempre al cuidado de la casa, a parir hijos que deberá cuidar por decreto naturalizado y no escrito. En resumen: a atender y complacer a los hombres montaraces.
Un caso extremo de esta reglamentación lo expone el documental Guárdame el tiempo (Ariagna Fajardo, 2013), que confecciona el retrato de una mujer viuda que nunca pudo trascender los predios de la casa finca por mandato férreo de su esposo, durante más de medio siglo.
Otra película de Fajardo, Achel la vaquerita (2014), revela el caso de una niña con vocación congénita para lidiar con el ganado vacuno y equino, frente al prejuicio de unos padres que intentan “reformarla” en los cánones de la feminidad hegemónica recesiva, hogareña, paridora y alejada de todos los oficios reservados para los hombres.
Estas dos películas, filmadas en el mismo contexto sociocultural montañoso del oriente cubano, se distinguen como notables antecedentes de la problematización más extrema que plantea Jíbaro, en tanto su protagonista desafía y saja la esencia de la masculinidad hegemónica. Es una persona con biología femenina que se reconoce como hombre pleno, y asume este rol en el espacio público, en el contexto laboral.

El filme de Sánchez Arañó ganó en 2021, junto a otros dos proyectos, en el concurso de cortometrajes por la igualdad, la no discriminación y los derechos de la comunidad LGTBIQ+, convocado por el Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC). Esta entidad fue también su casa productora, con la participación de Champola Films.
La historia de Yamíl Alessander se adentra entonces en un territorio conflictual menos explorado aun por el audiovisual cubano. Puede decirse que “persona trans” prácticamente ha devenido sinónimo de “mujer trans”, pues estas prevalecen casi de manera absoluta en la filmografía nacional de cariz queer.
El cuerpo como dispositivo resiliente
Víctimas de un machismo más sutil y solapado, y de una transfobia “selectiva”, estos hombres han quedado relegados a las esquinas más silenciosas de la representación.
El cuerpo del protagonista está modulado por una voluntad de superación física para responder a las demandas de las prácticas laborales que aparece ejecutando en la película: “chapeando” con su hacha la falda boscosa de una loma, construyendo un horno para farbricar carbón vegetal con los troncos cercenados.
El cuerpo es su principal manifiesto de identidad de género. Es un instrumento político poderoso, reformulado a contrapelo de los cánones de feminidad asumidos por sus semejantes.
Es el dispositivo con el que concreta su revelación y su rebelión ante la sociedad que la observa fuera de campo, que no aparece en un documental concentrado en (re)presentar al joven hombre montañés en el insilio al que ha sido obligado a permanecer por decreto social y renuencia personal a comportarse y lucir como se espera de él.

La soledad desde la que Yamíl Alessander ha decidido ser, y desde la que sobrevive y expresa —solo se escuchan en off algunos puntuales pero plenos retazos de su testimonio— es más bastión que confinamiento. Es un espacio melancólico, introspectivo, reservado, pero de indubitables resistencia y emancipación.
Es una liza donde transcurre la sorda batalla contra las consecuencias que le ha traído ser como se piensa y no como fue “diseñado”. Un laboratorio en el que opera la alquimia de la identidad como gesto cultural, allende el determinismo (o fatalismo) biológico.
Naturaleza viva con hombre trans
Sánchez Arañó apuesta por filmar la implosiva personalidad de su personaje, sin dejarse seducir por facilismos reporteriles que contribuirían a explicitar de una manera anecdótica y maliciosa, chismográfica, los conflictos y penurias del personaje.
Yamíl Alessander se convierte, así, en epicentro expresivo del documental. Es resumen y símbolo de sí mismo, una auto-alegoría.
Aunque Jíbaro es un retrato, el plano general prevalece con pocas excepciones. El personaje se muestra casi todo el tiempo interactuando con el paisaje montañoso, con sus quebradas, bosques, senderos y ríos.
Parece interpelar a la misma naturaleza, potencia esgrimida como uno de los principales argumentos contra su definición cultural de género. Pero en lugar de antagonista punitiva, la naturaleza entabla un diálogo afable con él. Lo acepta, le presta su seno como reducto cordial en el que expandir el yo que escogió.
Lejos de ser una coyunda reaccionaria, la naturaleza es protección, aprobación, respeto, emanación del dios cristiano al que Yamíl Alessander rinde culto y declara como el único capaz de comprenderlo en toda su plenitud. Pues es una deidad de comprensión, de inclusión y amor a todas sus criaturas, sin excepción.
Tal y como el que adora la mujer trans protagonista del premiado documental El evangelio según Ramiro (Juan Carlos Sáenz de Calahorra, 2012). El dios de ambos no es una fuerza segregacionista, pues no hay nada más anti-natura que la discriminación (2023).
Un comentario
Osmanys Sánchez Arañó
Para siempre la gratitud de nuestro equipo de trabajo por este artículo que nos dedica Antonio Enrique González Rojas.