La empatía
Un sentimiento vital
El Diccionario de la Real Academía Española define la empatía como “sentimiento de identificación con algo a alguien”, o lo que es similar, la “capacidad de identificarse con alguien y compartir sus sentimientos”. Cada cual debiera de hacer un ejercicio de introspección y preguntarse si realmente tiene esa capacidad, si experimenta ese sentimiento, y cuán a menudo lo hace. No estaría de más encuestar en la vía pública para inquirir a los transeúntes si conocen el término y lo ponen en práctica.
La palabra me asalta con mucha frecuencia. En situaciones diversas. La última vez fue ayer. Había terminado de cruzar la calle B, en Lawton, para seguir caminando por la calzada de Porvenir cuando, justo en la intersección de ambas arterias, donde está el semáforo, una mujer de unos ochenta y tantos años me pidió que la ayudara a cruzar pues su visión estaba muy afectada.
Personalmente no me gusta para nada atravesar Porvenir en esa esquina por lo difícil que resulta. El semáforo allí, en lugar de ser una ayuda para los transeúntes, se constituye en un peligro: cuando la luz roja se proyecta para una senda, la verde puede estar puesta en la otra, y si coincide la roja en ambas, es muy poco el tiempo que lo hace. Pero hice de tripas corazón y emprendí la marcha –lenta–, con la señora agarrada de mi brazo, en el momento que me pareció adecuado. Tan pronto logramos pisar la acera opuesta, los autos pasaron veloces muy cerca de nosotros. Sentí el susto y supongo que ella también.
Entonces traté de ponerme en el lugar de esa señora casi invidente, quien –según me dijo– vive sola y tal vez, con frecuencia, tenga necesidad de atravesar la calzada y encomendarse a algún desconocido. Me entristeció su desamparo, su soledad, su situación de persona vulnerable, y también pensé en la cantidad de ancianos que sufren a diario el tormento de atravesar una avenida en La Habana, en especial las más transitadas: Infanta, Diez de Octubre, Porvenir, Boyeros, 23, 26, 51…
Lo que hace más difícil aún cruzar una avenida de la ciudad, en las esquinas donde hay semáforos, es el poco tiempo de que disponen los transeúntes para hacerlo en algunos de esos sitios. Uno se pregunta quién los regula. Cómo es posible que haya tanta disparidad entre ellos. Mientras que hay semáforos que te dan veinte segundos o más para cruzar, en otros debes hacerlo en la mitad del tiempo. Esa situación se ve agravada por la rotura o desaparición de los “muñequitos” que se activan para indicar cuándo se puede cruzar. ¿Ninguna autoridad del transporte ha experimentado eso? ¿Es que no caminan por La Habana? ¿Solo lo hacen en auto? ¿No son capaces de ponerse en el lugar de los transeúntes?
Otro factor que aumenta el peligro de cruzar las avenidas y calzadas capitalinas es la agresividad con que manejan muchos choferes. He observado cómo algunos casi no esperan el cambio de luz. Quienes hayan atravesado la 5ta Avenida de Manhattan habrán notado lo fácil que resulta hacerlo, a pesar de la densidad del tránsito en el corazón de la Gran Manzana.
Si a las personas de mayor edad les cuesta trabajo cruzar las avenidas habaneras, a los débiles visuales les resulta una tortura caminar por las aceras de los repartos, en las que deben ir adivinando cada obstáculo que se presenta en su andar. Para los invidentes en especial, el tránsito por las aceras puede convertirse en un gran peligro en determinados espacios de la urbe donde están rotas las tapas de los registros de las alcantarillas.
Las aceras, entonces, por su acusado deterioro, en lugar de ofrecer un espacio de seguridad para el caminante, se convierten en una barrera, como muchas otras que proliferan por la ciudad. Una amiga arquitecta me señaló que las aceras están en tierra de nadie pues el organismo que se ocupa del sistema vial no tiene ninguna responsabilidad sobre ellas.
La pandemia que asola el mundo hace dos años ha acentuado la vulnerabilidad de las personas mayores. Salir con nasobuco y careta es un impedimento serio para cruzar una calle y también un desafío a la comunicación: sentir que no te entienden cuando hablas y no se esfuerzan por hacerlo, que no se ponen en tu lugar, causa un hondo pesar, una sensación de ser desvalido.
Mucha gente –no solo los jóvenes– anda por la vía pública con la mascarilla de collar, como un adorno; así se dirigen a los demás. Les hablan, y hasta les gritan sin mascarilla a centímetros del rostro. Si es un anciano, peor aún.
La pandemia ha incrementado las distancias entre los grupos sociales y entre los grupos etáreos, ha puesto a prueba valores, conceptos e instituciones tan preciados como la familia, la amistad, la hermandad, la solidaridad, y ha subrayado la necesidad de la empatía.
Quienes han enfermado de gravedad por la la covid y han logrado salir del hospital lo saben mejor que nadie. Cuántas veces no les habremos dicho a un amigo, a una amiga, o a un ser querido: tienes que pensar de manera positiva porque ya pasaste lo peor, tienes que olvidarte de eso. Bueno, ¿acaso nos hemos puesto en el lugar de esa persona, en todo el calvario que pasó, en el temor que siente de volver a enfermar, y –esta vez– quizás hasta morir?
Cuando está llegando a su final este año lleno de dolor en que hemos acumulado tanto sufrimiento, no podemos sino desear que el próximo sea definitivamente mejor, que podamos sentir al menos parte de la alegría perdida, y que la empatía invada los corazones para que seamos mejores personas. (2021)
Un comentario
Haydee Lujan
Muy interesante y lamentable. Ojalá su artículo sirva de reflexión para los ciudadanos y de tomar responsabilidad los miembros del Poder popular de todo este país.