Los mil rostros de la violencia

¿Para qué se cría y se entrena un perro de pelea?

Archivo IPS Cuba

Criar perros con el único fin de hacerlos pelear también es un comportamiento violento

Uno de los asuntos más debatidos entre los especialistas dedicados a estudiar los comportamientos violentos en la sociedad y los individuos es el de su presencia en los medios de difusión masiva, en especial la televisión.

Recientemente, un programa televisivo cubano dedicado a presentar obras cinematográficas, abrió un pequeño debate a propósito de la exhibición de la película española Tesis, en la cual se cuenta una historia relacionada con la filmación y comercialización de videos en los que el mercado de la violencia y el morbo llegan al extremo de ofertar filmaciones verídicas de torturas y asesinatos.

La cuestión de si el consumo de violencia «mediática» es uno de los motores generadores de la violencia «real» parece ser hoy una cuestión definitivamente aceptada en un mundo donde el consumo y la manifestación de la violencia ha alcanzado – por muy diversas razones históricas, económicas, políticas – cuotas nunca antes vistas en la larga historia del hombre.

Sin embargo, cuando en Cuba se habla de la violencia, muchas veces se le presenta como un mal lejano, del que afortunadamente estamos inmunizados. Una visión entre triunfalista y parcial se impone sobre la realidad del incremento de la violencia en la isla, y se tiende a dar poco espacio a las investigaciones – que afortunadamente las hay – sobre fenómenos como la violencia sobre las mujeres, sobre los niños, o la a veces descontrolada violencia callejera que aparece cuando menos se le espera en cualquier esquina de la sociedad.

Cierto es que historias horripilantes como las que con tanta frecuencia ocurren en los colegios norteamericanos jamás suceden en Cuba, donde el mercado de las armas de fuego es oficialmente inexistente. Del mismo modo, en el país se vigila casi cristianamente la presencia de la violencia en la televisión y rara vez una historia de violencia ocurrida en la isla llega a los medios informativos.

Sin embargo, hechos tan concretos como ciertas modificaciones del Código Penal cubano aprobadas recientemente y a propuesta en muchos casos de la más alta instancia política del país, evidencian la necesidad de reprimir con mayor fuerza el crecimiento de actitudes delictivas que en muchas ocasiones vienen acompañadas de actos violentos.

Lo más curioso, no obstante, es cómo la sociedad y hasta las esferas del gobierno a veces permanecen impasibles ante ciertos brotes de violencia que sólo son tenidos en cuenta cuando llevan a una crisis.

No es un secreto para nadie – y valga este como primer y más simple ejemplo – que la violencia sobre los niños es una actitud cotidiana en la realidad cubana. Cualquier persona ha visto decenas de veces cómo un padre o las más de las veces una madre, golpea a un niño en la calle por el motivo que sea, y casi siempre lo hace ante la mirada silenciosa del resto de las personas (incluidos muchas veces agentes del orden), pues se supone que un padre tiene la autoridad necesaria para reprimir violentamente alguna actitud del menor. Del mismo modo casi todos hemos visto a un grupo de adolescentes que hostiga a una persona con desequilibrios mentales, ante la actitud indolente de los transeúntes que prefieren seguir de largo (cuando no detenerse y «disfrutar» del espectáculo) y no meterse en el peliagudo problema que puede significarles salir en defensa del indefenso…

Vida de perros

Una de las actitudes violentas que con mayor indolencia se ha manifestado en la realidad cubana de los últimos tiempos es la de la cría y entrenamiento de perros agresivos destinados a la vigilancia y sobre todo de los perros dedicados a las peleas.

Verdaderamente resulta pasmoso cómo la presencia de estos últimos animales se ha convertido en una imagen cotidiana en las ciudades de un país que, para comenzar, prohibió hace muchos años prácticas como los combates de perros y de gallos. En la ciudad de La Habana, específicamente, una estampa digna de un cuadro de costumbres es el «paseo» obligatorio que los dueños de estos animales les aplican por largas cuadras y kilómetros con el fin de fortalecerles las extremidades y aumentarles su capacidad de resistencia.

Es cierto que tener un perro de las razas preferidas para estos fines, e incluso que entrenarlos en la vía pública no quiere decir, necesariamente, que su dueño se dedique a tales actividades. Para aplicarle las medidas legales a esos individuos habría entonces que sorprenderlos en una riña organizada, con las debidas apuestas. Sería como pensar qué se puede hacer contra un individuo que afila un cuchillo especial para descuartizar reses: por supuesto, esperar a que la descuartice… ¿No?

Parece tan evidente que la cría y adiestramiento de los perros de pelea no puede tener otro fin que la pelea misma, que pensar otro destino para esos animales resulta cuando menos una tontería.

Por otro lado, va siendo también un comentario habitual el hecho de que uno de esos perros haya atropellado en lugares públicos a otro animal sin sus condiciones físicas, y del mismo modo es normal que sus dueños los conduzcan por las calles sin bozales, bajo el pretexto de que esos animales sólo agreden si son agredidos o si reciben la orden para hacerlo.

¿Qué se puede hacer ante la evidencia de que en Cuba se practica de un modo bastante extendido las peleas de perros? Al parecer, la única opción, hasta ahora, es la intervención policiaca ante el hecho consumado de la pelea (cuando la policía logra enterarse de su existencia). Sin embargo, en un caso tan diáfano como éste, ¿no sería preferible aplicar aquel viejo refrán de que es mejor precaver que tener que lamentar?

Las posibles medidas contra la proliferación de estas razas de animales serían verdaderamente complejas. Se haría necesario un análisis muy cuidadoso de la cuestión, pero en otros casos se han tomado medidas contra actitudes de las llamadas «predelictivas», y, ciertamente, pocas existen tan predelictivas como ésta…

En cualquier caso, desde los amantes de los animales hasta cualquier persona con un mínimo de sensibilidad debe rechazar el visible incremento de esta peligrosa presencia en las calles del país. Por su lado, las autoridades competentes – sean cuales sean – deben preocuparse por una manifestación de violencia tan manifiesta e indiscutible. Por lo pronto, preocupa en una sociedad como la cubana la indolencia con que se ha asumido este tema, a pesar de las voces que en más de una ocasión ya han alertado sobre la cuestión de los perros de pelea y su presencia en la vía pública. ¿O habrá que esperar – como ha ocurrido ya en otras latitudes – a que uno de estos animales se convierta en un asesino para que la opinión pública y las instancias legales al fin se pronuncien sobre su nada agradable presencia en la vida cubana de estos tiempos?

Un comentario

  1. esteban M.Morales Dominguez

    La violencia comienza así a adueñarse del ambiente social, poco a poco, por medio de actividades que son fruto de la ignorancia,el lucro, la satisfacción de algunas mentes enfermizas o la indolencia del individualismo. No basta con la acción policial, hay que condenar y ejercer algún tipo de castigo o al menos de amonestación oficial, lo mismo a los que la practican que a los que disfrutan de los actos violentos.Si se tratara de actos para lucrar con ellos, como la pelea de perros, habría que ejercer acción legal contra los implicados, como unos delincuentes cualquieras y decomisarles los animales, que si no tienen posibilidad de ser reeducados, deberían ser sacrificados,como se le hace a un perro con rabia.Con sus grados, todos, lo que ejecutan la accion y los que disfrutan de ellas, debe ser penalizados.

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