Leonardo Padura y la búsqueda de la verdad

Un repaso al Festival Escribidores.

Leonardo Padura y Álvaro Vargas Llosa durante la sesión “Caribe de mis historias” en el II Festival Escribidores, en Málaga, España.

Como reseñó antes en este espacio Lucía López Coll, durante los días 22, 23, 24 y 25 de febrero, en las ciudades de Málaga, Almería, Granada y Sevilla, tuvo lugar el II Festival Literario de América y Europa Escribidores. Las instituciones organizadoras convocaron a una treintena de escritores y escritoras por segundo año consecutivo y convirtieron a Andalucía, nuevamente, en foco de atención de la literatura mundial.

Si en la primera edición de Escribidores fue Colombia el país invitado, en esta ocasión ese honor le cupo a Francia. Esa circunstancia tuvo como antecedente, dos semanas antes, la entrada de Mario Vargas Llosa en la Academia Francesa, un hecho inédito, excepcional, en tanto es el primer autor que ingresa en ese lugar de culto sin escribir en francés.

Con espacio propio ya entre los inmortales, llegó a Málaga, epicentro del Festival, el escritor vivo más relevante de la lengua española, y con esa gravitación en el fondo se efectuó la jornada inaugural de Escribidores en la que, para acompañar al Premio Nobel de Literatura 2010, fue elegido Leonardo Padura.

Ser el escogido, entre todos los escritores y las escritoras de América Latina (el año anterior fue el rumano Mircea Cãrtãrescu, por Europa) para interactuar con Mario Vargas Llosa en una ocasión tan señalada hace una marca muy especial, de enorme relieve, en la trayectoria del Premio Princesa de Asturias 2015. Para acentuar la distinción, el escritor cubano también ocupó el espacio estelar de la jornada siguiente en Málaga, cuando fue entrevistado por Álvaro Vargas Llosa.

Mario Vargas Llosa y Leonardo Padura abrieron la jornada inaugural del Festival Escribidores de este 2023.

Los personajes de mi vida

Las respuestas de Mario Vargas Llosa y Leonardo Padura a las preguntas formuladas por la editora mejicana Marisol Schulz en la apertura oficial de Escribidores resultaron —como se le ha calificado— una clase magistral sobre el oficio del novelista, la construcción de personajes y el mundo concebido para ellos.

Siguiendo la ruta trazada por la moderadora, Padura y Vargas Llosa desplegaron el mapa de sus respectivas motivaciones y de las historias detrás de las historias, del universo narrativo con que han encantado a los lectores, y de las experiencias vividas en el proceso creativo.

La eterna fascinación por Madame Bovary y la lección de poética narrativa de Flaubert para Vargas Llosa, así como las enseñanzas de Manuel Vázquez Montalván y Raymond Chandler en la concepción de Mario Conde, para  Padura, abrieron un diálogo en que los autores desandaron los extraños caminos que toman los personajes, el poder de seducción que pueden ejercer en sus propios demiurgos, y la complejidad que entraña la arquitectura de una novela.

A las confesiones de Vargas Llosa en la escritura de Conversación en la catedral, “una novela que iba a ser la historia de unos muchachitos y terminó siendo una historia del Perú”, se unió la de Padura sobre La novela de mi vida y su trascendencia más allá de la investigación sobre el libro extraviado de José María Heredia y la masonería en Cuba.

Igualmente atrayentes resultaron los relatos de Vargas Llosa sobre La guerra del fin del mundo (una de las grandes novelas del siglo xx) y de Padura acerca del cambio de voz narrativa para el personaje de Trotsky en El hombre que amaba a los perros, su obra más conocida universalmente.

Mario Vargas Llosa, Marisol Schul y Leonado Padura en Escribidores 2023.

El Caribe de mis historias

La conversación (más que entrevista) entre Álvaro Vargas Llosa y Leonardo Padura fue sumamente atractiva porque el entrevistador supo pulsar —desde su conocimiento y dominio de la obra— los puntos esenciales de la novelística del entrevistado, e ir retándolo con peguntas incisivas, agudas, provocadoras, un combate verbal que nunca esquivó Padura, en el que siempre estuvo a la altura esperada.

Durante hora y media de “metraje” desfilaron los personajes y espacios de Adiós, Hemingway, El hombre que amaba a los perros, Personas decentes: Ernest Hemingway, Toribio el tuzao, Mario Conde, Ramón Mercader, Iván, Trotsky, Jacques Monard, Yarini, Reynaldo Quevedo; Finca Vigía, La Habana, Coyoacán…, casi nada quedó fuera de ese recorrido por obras y contextos, un viaje literario inquietante y seductor como un buen road movie.

Con particular interés se examinó al Hemingway que aparece en la novela referida, el de sus días finales, aquejado de enfermedades, al que Padura calificó como un anti-Hemingway, muy distante del personaje que él mismo construyó durante su vida; el Hemingway que encontró en Finca Vigía la casa ideal en las afueras de la ciudad para escribir, pescar en la corriente del golfo, tener gallos de pelea, y hasta una pequeña valla.

En esa quinta, ubicada en el poblado de San Francisco de Paula, además de perros y gatos, había gallos de lidia. Sobre esa particularidad se teje un aspecto clave de la novela y se inserta el personaje del gallero Toribio el tuzao, quien fue interrogado por Mario Conde a propósito del crimen que investigaba, un interrogatorio en el que Toribio riposta: “¿Tú eres policía?”, y Conde responde: “No, escritor”.

La cita de esa indagación propicia a su vez una de las preguntas más incisivas de las que formulara el primogénito de Mario Vargas Llosa: “¿Un escritor es una forma de policía?”, a la que Padura responde: “En cierta forma, sí. Es un investigador”.

El novelista refirió que al inicio [en la tetralogía, que transcurre en 1989] Mario Conde “fue policía porque no podía ser de otra forma para investigar crímenes en Cuba; luego no, y fue más libre”. Justamente es Adiós Hemingway la novela en que Conde, por primera vez, goza de esa libertad, en su otra faceta, como mercader de libros de uso e investigador, y que Padura define como “un buscador de verdad, esa es su esencia, y lo hace por vía literaria, por vía bibliográfica, o por vía policial”, porque “Conde es mi ojos, es mi voz, es mi forma de buscar esa verdad”.

En esa búsqueda de la verdad también intervienen los amigos de Conde que, al igual que él, son personas decentes, un término en desuso en la Cuba actual, un concepto que el autor rescata en su última novela, Personas decentes, igualmente objeto de análisis durante la entrevista.

En el intercambio verbal de ese segmento —en el que afloran la prostitución en la isla en 1910 y la figura de Alberto Yarini— Álvaro Vargas Llosa hace a su entrevistado otras preguntas complicadas, tales como si eran indecentes aquellas prostitutas y quién fue realmente Yarini. Las respuestas del novelista están en la propia novela, pero acaso se resumen en su calificación de Yarini, “el proxeneta como símbolo de la identidad nacional”.

Pero si ejercer la prostitución es un recurso de sobrevivencia para las mujeres pobres en la Cuba de 1910, practicar la represión por obediencia es un acto infame, indecente, en la década de los setenta, presente en el otro hilo narrativo de la novela y personificado en Reynaldo Quevedo, la representación del victimario en esos años oscuros, un personaje que encarna la maldad, una criatura malévola que da pie a otras preguntas de gran agudeza: ¿Por qué Reynaldo Quevedo es malvado? ¿Fue un fruto del sistema?

La obediencia y el compromiso político dieron pie a una pregunta comparativa de Álvaro Vargas Llosa entre Reynaldo Quevedo y Ramón Mercader, otro victimario fruto de la ceguera ideológica, pero que recibe un tratamiento diferente en El hombre que amaba a los perros porque son otros los contextos, las circunstancias, la época, las opciones.

El tramo final de la entrevista lo ocupa La novela de mi vida, esa obra de indagación histórica que representa una nueva etapa en la narrativa del autor, no solo de mayor complejidad, sino también más abarcadora, que continuará —luego de su libro más editado— con otras novelas trasatlánticas en las que Mario Conde sigue siendo una persona decente, que vive en un barrio muy similar a Mantilla, desde donde su creador, ejerciendo su libertad, dice lo que necesita decir —lo que esperan los lectores y otros escritores no se atreven o no saben decir—; un escritor que hace veinte días compartió —de igual a igual— escenario con un inmortal, aunque la prensa de su país no se haya enterado; un tipo decente con el que uno tiene ganas de hablar de pelota y tomarse un par de cervezas (manipulando una línea de diálogo de Álvaro Vargas Losa). (2023)

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