Nelson Rodríguez: El cine es cortar con instinto
El Festival Internacional de Cine de Gibara en su XVI edición hace un homenaje a decano de la edición en Cuba, fallecido en 2020.

Fallecido en 2020, Nelson Rodríguez Zurbarán acumuló méritos detrás de las moviolas para ser considerado el más importante editor del cine cubano
Foto: Tomada de Cubacine
Cuando el Festival Internacional de Cine de Gibara exhiba en las pantallas de su edición de 2022 una copia restaurada de Los sobrevivientes, cinta que Tomás Gutiérrez Alea (Titón) dirigió en 1979 y donde contó para el montaje con Nelson Rodríguez Zurbarán (Cienfuegos, 1938-Miami, 2020), se estará haciendo homenaje al más importante editor del cine cubano y uno de los más reconocidos en Iberoamérica.
El cine, básicamente, es cortar y “en la edición todo es puro instinto”. Estas dos premisas recorren la obra del decano del montaje cubano, desde que se apasionó por el cine en la adolescencia y participó en los cursos de verano impartidos por José Manuel Valdés Rodríguez en la Universidad de La Habana.
Luego integró el Cine Club Visión, que le abrió las puertas al naciente Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (Icaic). Ahí comenzó a trabajar bajo la dirección de Santiago Álvarez en el paradigmático Noticiero Icaic Latinoamericano.
Aprendiendo mientras cortaba, trabajó tras moviolas en documentales como Historia de una batalla (Manuel Octavio Gómez, 1962), Gente de Moscú (Roberto Fandiño, 1963) y Nosotros, la música (1964, Rogelio París), y en su primer largometraje: Tránsito (1964) de Eduardo Manet. En esos años inicia su trabajo con Humberto Solás, para quien edita Manuela (1966).
1968: Memorias del subdesarrollo
Uno de los hitos del trabajo de Nelson Rodríguez es haber editado, con apenas treinta años, dos películas tan diferentes como Memorias del subdesarrollo (1968) de Titón y Lucía (1968) de Solás, consideradas clásicos del cine cubano y universal.

Su huella es perceptible en otra obra emblemática de la década: La primera carga al machete (1969), del director Manuel Octavio Gómez —con este trabajó además en Tulipa, Los días del agua, Ustedes tienen la palabra y Gallego—, donde tuvo que ingeniárselas con la cámara en mano y las peripecias del fotógrafo Jorge Herrera.
En Memorias… exploró el método que denominó “cortar a lo Jean-Luc Godard”. Tomado del filme Sin aliento (1959), consistía en interrumpir la continuidad de la escena con la inserción de otros planos y alterar el ritmo.
El crítico e investigador Joel del Río dice de Memorias… : “Significa un logro descomunal, entre muchas otras razones, por su edición anticonvencional, godardiana, sobre todo en aquel memorable final cuando el corte hace «brincar» la narración entre los cañones de la Crisis de Octubre y el personaje, desesperado, encerrado en su apartamento y en sus indecisiones”.
Con Titón diseñó la estructura definitiva de Una pelea cubana contra los demonios (1971), La última cena (1976) y Los sobrevivientes (1979), obras completamente distintas en su estética.
1968: Y además Lucía
“Acreditado también, con toda justicia, como coguionista de Lucía, Nelson ayudó a conferirle estructura definitiva y estilo propio a cada una de las tres historias, y a partir del corte estableció la brillantez de secuencias como aquella del primer cuento, cuando Lucía escucha la primera declaración de amor, y ella entra a su casa, henchida de emoción.

“A la manera de un video arte, pleno de jump cuts y escenificado a partir de una especie de danza brechtiana del personaje con la cámara, la escena está compuesta de varios planos que muestran el desborde romántico de la mujer, y es precisamente la edición el código cinematográfico que refuerza la epifanía sentimental de Lucía”, añade Del Río sobre el filme de Solás.
Para este realizador, Rodríguez Zurbarán editó también Un día de noviembre (1972), Cantata de Chile (1975), Cecilia (1981) y Un hombre de éxito (1986). En los filmes de Solás, más allá de la edición, su presencia irradia en el guion, el doblaje, incluso la dirección… Así sucedió con Amada (1983), cuyo guion escribió a partir de La esfinge, novela de Miguel del Carrión, y dirigió en buena parte, aunque no aparezca así en los créditos.
Intuición e independencia
Graduado de Historia del Arte en la Universidad de La Habana, Nelson se convirtió desde los años sesenta en uno de los editores más reconocidos del cine latinoamericano, por ser lo que la llamada “vieja escuela” reconoce como un editor integral: alguien que domina todas las especialidades técnicas y entrega al laboratorio la película lista para su corte al negativo.
En esa época hacía casi de todo: cortar la imagen, definir la estructura dramática, seleccionar la música, dirigir el doblaje, a partir de un estilo de trabajo asumido a lo largo de una filmografía que abarca cientos de obras, entre documentales y ficciones.

Dos características lo distinguían: la intuición como guía para armar el filme y la independencia; es decir, montar la obra sin la presencia de su director, lo cual le facilitaba emplear la creatividad propia.
Aunque el raciocinio fuera importante, prefería la intuición y su instinto. Lo interesante, contó una vez, es el disfrute del movimiento interno de cada cuadro, propiciado por el desplazamiento de la cámara y los actores.
Más allá del Icaic
Editó muchas películas latinoamericanas notables, como La tierra prometida (1973) y La viuda de Montiel (1979) del chileno Miguel Littín, uno de los directores de cabecera del Nuevo Cine Latinoamericano. También lo hizo en la cinta de María Novaro, Danzón (1991), ocupante del lugar 45 en una lista de 100 mejores películas del cine mexicano.
Trabajó junto al documentalista chileno Patricio Guzmán, otro de los padres del Nuevo Cine Latinoamericano, cuando este incursionó en la ficción con La rosa de los vientos (1983). Para el colombiano Jorge Alí Triana y la película Tiempo de morir (1985), con guion de Gabriel García Márquez, tuvo que editar prácticamente en tres días y garantizar que el Gabo, de visita en La Habana, pudiera ver el primer corte.
Por esa labor ganó el Premio Coral de edición en el Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano de 1985. Un lauro que repitió en 1989 gracias al filme de Orlando Rojas, Papeles secundarios —considerado por muchos la vanguardia de la ficción cubana en los ochenta—. Para Rojas había trabajado en Una novia para David, de 1985, demostrando que la sagacidad en la mirada y el corte no pertenecieron solo a su etapa en los sesenta.
Otras colaboraciones notables se le dieron con los colombianos Lisandro Luque (Visa USA, 1986) y Jaime Osorio (Confesión de Laura, 1989); y en la cinta de Jaime Humberto Hermosillo, El verano de la señora Forbes (1988), basada en uno de los Cuentos peregrinos de García Márquez.
Maestro de varias generaciones
Su impronta no quedó solo detrás de la moviola, o en los programas digitales a los que se adaptó para sus últimos trabajos, pues Nelson Rodríguez, además, impartió clases en la Escuela Internacional de Cine y Televisión (EICTV) de San Antonio de los Baños, y en varias academias y universidades de Iberoamérica, en ciudades como Quito, Buenos Aires, La Paz, Madrid y Panamá.
Ofrecía talleres y asesoramiento en la EICTV como parte de su labor profesoral, e incorporó la edición de Cuestión de fe (1995) y Escrito en el agua (1998), películas del boliviano Marcos Loayza.
De esa experiencia, Rodríguez Zurbarán ha contado: “A mis alumnos les enseño el ABC: la fase A es la correspondiente a las cosas técnicas, la B es la de la organización del material, y la C son mis secretos profesionales, de los que solo les muestro los resultados, pero el cómo se llega ahí es para que indaguen, practiquen e inventen como mismo hice yo en mi momento”.
“Olvido las definiciones que hay en los libros y les doy la mía, basada en mi experiencia. Siempre les digo que ensamblar no es el mero hecho de cortar y pegar, eso es muy burdo. El cine es cortar, pero con arte” 1.
La docencia “es algo que nace con uno”, le comentó Nelson Rodríguez a Luciano Castillo2 en una entrevista. “Incentivar a la gente que en realidad le gusta el cine, especialmente a quienes interesa el montaje, es muy estimulante”.
A inicios de este siglo, acompañó tanto a realizadores consagrados como a los jóvenes. Participó en Miel para Oshún (2001) de Humberto Solás y en el documental español Machín, toda una vida (2002, Nuria Villazán). Estuvo con Rigoberto López en Roble de olor (2003), con la panameña Pituka Ortega en Los puños de una nación (2005); y en la opera prima del cubano Alejandro Brugués, Personal Belongings (2006).
El decano de los editores cubanos recibió el Premio Nacional de Cine en 2007 y un homenaje de la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de Estados Unidos. Años antes, dejó su testimonio en Nelson Rodríguez, el cine y la vida (1997), documental con el que Manuel Iglesias ganó un Coral en el Festival habanero; y en El cine es cortar (2010), libro donde conversa ampliamente con Luciano Castillo sobre su trabajo como editor y su pasión por el cine (2022).
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Notas
- Cecilia Crespo: “Nelson Rodríguez: “Entre la intuición y el reto de editar cine”, Cine cubano, 168, abril-junio 2008, p. 93.
- Luciano Castillo: “Ninguna película es mía, pertenecen al director”. El cine cubano a contraluz, Editorial Oriente, Santiago de Cuba, 2007, p. 108.
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