Terranova: La Habana como fantasmagoría
Entre el 1 y el 7 de febrero, el Festival Internacional de Cine de Rotterdam, Holanda, tendrá en su programa competitivo de cortos el mediometraje cubano Terranova, de Alejandro Alonso Estrella y Alejandro Pérez.
La más reciente obra de Alejandro Alonso Estrella ha sido seleccionada para la competencia del Festival Internacional de Cine de Rotterdam, Holanda, uno de los más prestigiosos del mundo para el cine más arriesgado. Terranova, su mediometraje dirigido a cuatro manos con el realizador español Alejandro Pérez, estará en la sección de cortos del premio Ammodo Tiger.
Alonso Estrella es el autor de algunas de las obras más inclasificables e inspiradas del audiovisual cubano independiente de los últimos tiempos, entre los que están Velas (2014), El proyecto (2017), Home (2019), Metatrón (2018), El hijo del sueño (2016), entre otros, además de tener a su cargo la fotografía de Brouwer. El origen de la sombra (Katherine T. Gavilán, Lisandra López Fabé, 2018). Ese recorrido lo coloca, junto a realizadores como Rafael Ramírez, Raydel Araoz y Marcel Beltrán, a la vanguardia de la no ficción nacional.
Por su parte, Alejandro Pérez Serrano es un egresado, al igual que Alonso Estrella, de la Cátedra de Documental de la Escuela Internacional de Cine y TV (EICTV) de San Antonio de los Baños. Entre sus piezas están El contramaestre (2017), El autómata (2017) y El espectáculo (2017), exhibidos en festivales como el IDFA, el de Mar del Plata, Documenta Madrid, IndieLisboa y el Festival Internacional de Documentales de Múnich. Su documental La cosa radiactiva obtuvo el Yellow Oscar al mejor cortometraje en el Uranium International Film Festival de Quebec.
Terranova es el cuarto título cubano que en los últimos años es elegido para el programa oficial de Rotterdam, después que Carlos Lechuga (Melaza, 2012), Carlos Quintela (La obra del siglo, 2015) y Rafael Ramírez (Las campañas de invierno, 2019; exhibida en el programa del festival holandés en Curazao) tomaran parte de ediciones anteriores.
La película es un homenaje a La Habana y nació de una convocatoria de proyectos abierta por la Unión Europea (UE) en 2019 en la que el borrador de Terranova resultó beneficiado.
“Nunca había filmado en la ciudad. Lo más cercano era Metatrón, que es en una habitación cerrada. Nunca me había atrevido ni se había presentado esa oportunidad. Así que lo asumimos como un reto: vamos a filmar esos espacios que además no conozco, porque no soy habanero, para que sirvan como pretexto para intentar entenderlos y descubrir la ciudad mientras hacemos la película”, explicó Alejandro Alonso Estrella, piñareño de nacimiento.
“Fue más de un mes de filmación. Tuvimos mucha suerte, porque al tener detrás a la UE y a la EICTV nos dieron luz verde para filmar lo que quisiéramos: desde la termoeléctrica de Tallapiedra, las bóvedas del Museo Nacional, la oficina de restauración del Convento de San Gerónimo, la Cámara Oscura… Esta última nos daba mucha curiosidad y nos establecía un punto de vista que fue una de las premisas que teníamos desde el inicio, y es que La Habana se sostiene desde la mirada, es una ciudad concebida para ser mirada, y la Cámara Oscura es un dispositivo concebido para eso”, contó.
Precisamente una serie de registros obtenidos en esa suerte de panóptico de la zona antigua de la capital cubana dotan a Terranova de una extrañeza que evita cualquier parasitismo del objeto retratado. La Habana aquí aparece como mundo desplazado, aludido, apenas visible como fantasmagoría. Las imágenes de la ciudad vista desde la Cámara Oscura incluidas en la película son acaso el mejor ejemplo de lo que pretenden los realizadores al hacer un homenaje a la ciudad sin rendirse al dato, la semblanza, el retrato familiar.
“Además del extrañamiento que generaban, esas imágenes le daban ciertas aberraciones a las superficies, lo que las acercaban a algo pictórico. Así que fuimos encontrando sobre la marcha determinadas conexiones. También Alejandro Pérez y yo teníamos algunos personajes que hemos ido conociendo en nuestra estancia aquí en La Habana e hicimos una especie de rompecabezas con ellos para ir armando esa sinfonía de personajes que están todos obsesionados con la ciudad”.
Sin embargo, como obra por encargo al fin y al cabo, algo de parasitismo debía imponerse: “Había un reto con la película, y era que teníamos que poner algún elemento que diera a entender que se hablaba de La Habana. Eso nos costó mucho, porque una de nuestras premisas era no mencionarla en toda la película. Encontramos la idea del mito fundacional de la ceiba del Templete. Habíamos filmado la ceiba durante el 500 aniversario, y alrededor de ese árbol que muere, de ese centro que va muriendo, construimos ese falso mito de un árbol que está encima de la Torre de Babel y hace que ahí todo se sobredimensione”.
Tomando como referencia Las ciudades invisibles, de Italo Calvino, la aproximación a la ciudad en la película es siempre la elaboración de un discurso en torno a una abstracción.
No obstante, en Terranova hay personajes alegóricos, que se integran a una suerte de invocación de un mundo fantástico.
“Era de las pocas cosas que teníamos claro cuando fuimos a filmar: que todos los personajes dentro de la película forman parte de un gran rito. Ahí fuimos encontrando al organista, al aviador, e intentamos encontrar la conexión que los uniera para crear esta gran liturgia. Eso donde más se siente es en el sonido. Trabajamos el sonido intentando concebir la película como quien entra a una iglesia, a una misa, y darle una cosa medio sagrada a ese acto final, que es la desaparición de la ciudad”.
Los personajes arquetípicos de Terranova hayan su piedra de toque en Damián y “El Sirio”, dos sujetos que al inicio del filme sostienen un diálogo que sirve como prólogo y marca el devenir narrativo.
“Hay una idea en la película, que plantea ‘El Sirio’, que es que las ciudades no se repiten, sino que se transmutan. Eso nos metía en una idea más vinculada con cuál es el alma de la ciudad, una ciudad que se está destruyendo y va a tomar otra forma. Y lanza la pregunta de qué va a quedar de esa esencia para esa otra cosa que se va a formar. Esas fueron nuestras guías para armar este rompecabezas, que tuvo un trabajo de montaje muy complicado, porque se montó en tiempo de pandemia”.
En ese trabajo de montaje el sonido requirió de un cuidado especial, tratándose de uno de los elementos expresivos que mejor expresa la idea central de estar haciendo referencia a un paraje insólito. Un trabajo que estuvo a cargo de Glenda L. Martínez, quien se ocupó del diseño sonoro y también del montaje y mezcla junto a Velia Díaz de Villalvilla e Irina Carballosa Socarrás. Y, junto a esto, un elemento no menos importante: la música para órgano a cargo de Moisés Santiesteban Pupo que retumba a través de Terranova.
“Nunca había trabajado con tres sonidistas en el estudio, porque Alejandro Pérez había hecho todo el sonido directo, pero ellas se encargaron de la edición y la mezcla. La idea fue distanciarnos de la ciudad real, de ese bullicio y aparente felicidad que se identifica con La Habana, y encontrar otro tipo de musicalidad, más cercana a la idea de la liturgia. Encontrar al organista, poder grabar con él casi al inicio nos ayudó a hallar diversos tipos de sonidos. Por ejemplo, cuando llegamos a Tallapiedra teníamos conexiones con cómo sonaba ese digamos intestino, mecanismo, tubería. Eso también condicionó la manera de filmar el lugar. Parte de esa banda sonora tan especial se debe a ese diseño que se hizo a seis oídos”, subrayó Alonso Estrella.
Ambos Alejandros estarán presentes por vez primera en Rotterdam, que entre el 1 y el 7 de febrero sesionará online debido a la pandemia del covid-19. (2021)
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