Viajar sin salir de las páginas, a lo Lezama
En Viajes de una guajira, la cubana Iris Cepero encontró razones para salir de la abulia y la desesperación durante los largos meses de la pandemia.
Muchas han sido sus andanzas, las geográficas y profesionales. De Piedrecitas, en su Camagüey natal, Santiago de Cuba, La Habana, Delhi, Madrid hasta terminar en Londres. Del periodismo, la diplomacia y la edición hasta su primer libro: Viajes de una guajira, que llevan la firma de la cubana Iris Cepero.
Publicado en meses recientes por la editorial independiente Hurón Azul, de Madrid, el volumen recoge 21 relatos, que llevan a pueblos y ciudades, ruinas arqueológicas y paisajes naturales, todas adornadas con hechos históricos, encuentros, referencias literarias y artísticas.
Sus descripciones hacen ver imágenes de los lugares y, si se pudiera, sentir los olores, incluso, inventarse los desconocidos. Pero hay más, puede sentirse como un susto en el pecho como si estuvieras en un túnel entre las dos Coreas y saborear sus sensaciones y vivencias. Es como viajar sin salir de las páginas.
Los destinos son muy diversos, desde Kioto y Tokio, hasta Sukhotai, Moscú, Marrakech, Angkor, Galápagos, Petra, Sarajevo, Beijing y Palestina.
¿Cómo surgió la idea del libro?
Escribir el libro fue volver a viajar. Cuando comenzó la pandemia de covid-19, en marzo del 2020, estaba de viaje por Israel y Palestina, y cuando llegué de vuelta a casa, en Londres, ya no pude volver a salir. Ni al trabajo ni a ninguna parte.
En esas primeras semanas escribí la última crónica del libro, “Lágrimas en la piedra” contando la visita a Tierra Santa. Durante los meses siguientes, en medio de la pandemia, cuando la estela de muerte y desesperanza envolvía nuestras vidas, escribí las primeras versiones de esas 21 crónicas que conforman el volumen.
El mundo se estaba cayendo a pedazos y escribir me salvó de la abulia y la desesperación. Cada crónica me llevó de vuelta a las ruinas arqueológicas, a las calles, a los museos, al recuerdo de la gente y las sensaciones de cada viaje. Volví a mirar las fotos, recordé los libros que estaba leyendo en cada momento, vi nuevas películas sobre esos destinos, o nuevas películas.
Aproveché la pausa obligatoria en los viajes para contarlos, que es otra manera de volver a los lugares. Así, a través de los cristales de mi apartamento, mientras esperaba el mejor momento del día para salir a caminar por los parques del barrio, volví a escribir. Volví a viajar. Y a soñar con los viajes por venir.
Como diría Antonio Tabucchi: “Un lugar nunca es sólo ese lugar: ese lugar somos en cierto modo nosotros también. De alguna manera, sin saberlo, lo llevábamos dentro y un día, por casualidad, llegamos hasta él”.
Trabajé en el libro hasta que tomó forma definitiva a mediados del 2021. Como mucha gente, he estado buscando qué salvar de esta sombría temporada. En mi caso, es Viajes de una guajira.
Espero que los lectores de estas historias se sientan inspirados a conocer sitios, gente y culturas nuevas cuando viajar sea más factible. Y quienes no viajen físicamente a los destinos, lo hagan desde sus páginas, leídas en la comodidad de un sofá o un sillón, a lo Lezama.
No puedo negar que la inspiración viene de los grandes escritores de viaje. Cuando leí Mediterráneo, de Fernand Braudel, en la universidad, sabía que estaba leyendo un libro de historia, pero para mí fue siempre un libro de viaje sobre los lugares del Mediterráneo que soñaba con visitar.
Más cerca de casa, Un verano en Tenerife, de Dulce María Loynaz es el cuento de su estancia en las Islas Canarias, y un canto de amor a esas tierras; y entendí todo el valor de esa familiaridad con las rutinas de los sitios que se visitan por vez primera y pronto se convierten en algo asombrosamente cercano y personal.
Luego, he leído bastante literatura de viaje, desde Viajes con Heródoto y otras de Ryszard Kapuściński, que son de lo mejor del periodismo y la literatura de viajes del siglo XX, hasta autores y libros mucho más contemporáneos, como El Museo de las Inocencias y Estambul, de Orhan Pamuk. Todos los libros de W. G. Sebald son excepcionales, un poco crónicas de viajes, un poco memoria, un poco ensayo.
Viajes de una guajira es, además, la transición natural de mi blog de viajes que también se llama Viajes de una guajira, fundado en 2014. Un poco antes, desde 2008 y durante varios años, escribí crónicas de viaje para El Nuevo Herald. Fue en esa época cuando Wilfredo Cancio, editor en el diario, me sugirió compilarlas en un libro. Nunca seguimos la conversación, pero quizás ese es el origen inconsciente de Viajes… aunque los destinos y las crónicas sean otras.
¿Qué etapas abarca?
El libro cambió su formato varias veces durante el proceso de escritura y terminó siendo un texto sobre visitas a lugares en Europa y Asia, con la excepción de la crónica sobre Galápagos (El borracho del muelle) que decidí incluirla por la excepcionalidad del lugar.
Otro criterio fue no repetir ningún país, aunque finalmente Japón tiene dos crónicas, una sobre el Japón tradicional y los templos de Kioto (El sentido del mundo) y otra, sobre la modernidad de Tokio (Shinjuku).
La decisión sobre Italia fue extremadamente difícil, pues Italia es un lugar muy querido, al que he vuelto más de una docena de veces durante los últimos 15 años. Unas veces visitando las grandes ciudades, Roma, Venecia, Florencia, Milán, Nápoles, y también Sicilia más de una vez, la Toscana, y pueblos menos conocidos, tan rabiosamente hermosos como las Cinque Terre. Magníficos las unas y los otros. Finalmente, me decidí por Ferrara (El conjuro), que es una crónica de la ciudad y sobre Lucrecia Borgia.
No hay ningún relato en el Reino Unido, ni en España ni en India, los tres países donde he vivido, pues esta es la mirada de una viajera. Cuando uno llega a un sitio por primera vez los sentidos están más aguzados que nunca y esa primera sorpresa es irrepetible, desaparece cuando vives en un lugar, aun cuando sea tan fascinante como Londres.
La sorpresa y la fascinación se convierten en otro tipo de seducción más analítica, más calmada, más digerida. El libro cuenta esas primeras emociones y sorpresas que se dan a la llegada a un destino nuevo.
Sin embargo la primera crónica del libro titulada “Los primeros viajes” es completamente diferente y funciona como introducción a lo que viene después. No es sobre un destino de viaje, un país, una ciudad o un monumento. Es el relato de mi infancia en Piedrecitas, Camagüey, en la Cuba rural de los 70 y los 80, donde crecí. Es el relato sobre la ilusión de viajar y de conocer lugares nuevos y la imposibilidad de llegar a ellos. Es sobre el más inaudito de los sueños de mi infancia.
¿Has vuelto a los lugares de los primeros viajes, ha cambiado tu mirada sobre ellos?
Sí, hay muchos lugares a los que he vuelto una y otra vez, tengo la suerte de vivir en Europa, donde viajar es cómodo y muchos países y culturas centenarias distintas quedan muy cerca unas de otras. Por ejemplo de Londres, donde he vivido los últimos 14 años, a París se puede ir en tren en dos horas y media, pero eso no significa que yo lo haga todo el tiempo.
Siempre existe el dilema de usar el tiempo disponible —las vacaciones y los fines de semana— para volver una y otra vez a los lugares amados o descubrir nuevos destinos. Yo trato de encontrar el balance. Cada nueva visita a un destino es distinta a la anterior, porque ya no somos los mismos. Sé que cuando vuelva a Nápoles veré la ciudad con nuevos ojos, los de los personajes de la tetralogía de Novelas Napolitanas de Elena Ferrante.
¿Fue difícil publicarlo el libro con esa editorial?
Decidí publicar Viajes de una guajira con la editorial independiente Hurón Azul, de Madrid, especializada en libros de autores cubanos y sobre Cuba. El catálogo de autores de la isla y del exilio es bastante amplio.
Este puede ser el primero de una serie de libros de Cepero, quien desde la publicación del libro ha seguido sus andanzas, por Madeira y, una vez más, París. (2022)
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