Proyecto enfrenta violencia y abuso sexual en ciudad cubana

 Además de ofrecer asesoría en Matanzas,  integrantes de la iniciativa Sol-Luna realizan acciones en comunidades y escuelas de la urbe conocida como la Atenas de Cuba

Mujeres blancas, entre 30 y 50 años y de cualquier nivel educacional, en situación de violencia acuden mayoritariamente a la consejería de Sol-Luna, en Matanzas.

Foto: Tomada de Facebook

La Habana, 21 ago.- Brindar atención a mujeres en situaciones de violencia y llevar herramientas conocimientos a docentes para detectar síntomas de abuso sexual son algunas de las acciones del proyecto Sol-Luna en la ciudad de Matanzas, a unos 100 kilómetros de la capital cubana.

“Desde hace unos años, realizamos este proyecto de visibilidad y prevención de la violencia. Una de las acciones es un servicio de consejería a personas en esa situación”, declara Ismary Lara, psicóloga y profesora de la Universidad de Matanzas.

De ese modo, refiere, acompaña a mujeres que sufren violencia, visibiliza el maltrato en todas sus facetas, estudia los perfiles de los victimarios para poder identificarlos de antemano, sin obviar la sensibilización de la sociedad.

Surgió en febrero de 2019, cuando algunas de sus integrantes fueron invitadas por la oenegé Oscar Arnulfo Romero (OAR) a una capacitación nacional en La Habana, con especialistas que atendían a personas afectadas por la violencia.

Desde hace un tiempo, cuentan con un espacio físico en la Oficina del Conservador de la Ciudad (antiguo Palacio de Justicia) de Matanzas.

“Decidimos que fuera ese lugar porque es céntrico, está frente al Teatro Sauto y es un espacio neutro, en el sentido de que se trata de un servicio que las personas no conocen y podría servir de alguna manera como protección a quienes se han sentido en situación de violencia”, comenta Lara.

¿Cómo es la violencia en Matanzas?

Según explica, hay personas que necesitan diferentes tipos de apoyo. “Cuando alguien llega, en dependencia de la urgencia, se activa el mecanismo y se remite directamente a la fiscalía o se les orientan los servicios jurídicos”.

En tal sentido, apunta que algunas personas buscan ayuda tras estar dos y tres años soportando la violencia. Otras requieren un seguimiento desde el servicio asistencial, no clínico, entre ocho y 10 semanas, aunque en ocasiones se prolonga algo más, en dependencia de sus horarios o si están insertadas laboralmente.

Mujeres blancas, entre 30 y 50 años y de cualquier nivel educacional acuden mayoritariamente a la consejería de Sol-Luna, que no es el único servicio de su tipo en la ciudad,  pues están los consultorios del médico de la familia y el equipo multidisciplinario de la Casa de Orientación de la Federación de Mujeres Cubanas.

Aunque la literatura señala que las mujeres negras pueden sufrir mayor violencia, no son las que más acuden a Sol-Luna, “lo que nos está diciendo que ahí existe una fisura en la información”, advierte la especialista.

Por otro lado, revela que los casos atendidos de abuso sexual en adolescentes generalmente ocurren dentro de la propia familia, “algo que resulta complejo, pues suele ser un miembro que era modelo para el entorno familiar, lo que los hace sentirse vulnerables”.

Señala como insatisfacciones una posible articulación mayor con los medios de comunicación o con organizaciones, de manera que las personas necesitadas conozcan más sobre la existencia de la consejería.

“Con las situaciones que se están viviendo, deberían ser superiores las solicitudes de ayuda, sobre todo en las mujeres, generalmente las que más las viven”, sostiene.

Al respecto, la psicóloga destaca que “hay muchas maneras de ayudar a otro ser humano cuando está en esa situación, no se puede ser un espectador pasivo: si siente que se gritan continuamente, se ofenden o insinúan que pueden provocarles la muerte o causar daño, es una responsabilidad civil denunciar”.

En ocasiones, valora, las personas tienen temores, “pero esa denuncia puede ser anónima, esto podría ser un elemento importante para que se «despierte» la estructura institucional creada y esa persona pueda ser llamada e imponérsele una norma de alejamiento para evitar hechos que son muy lamentables y hasta salvar vidas”.

Las muertes de mujeres ocurren en las comunidades y no empiezan con ese momento, “por tanto, no puede ser que las personas no estén al tanto de esa situación, que no es un asunto privado, sino un problema que compromete a la sociedad”, agrega.

“Si nuestros adolescentes están viendo esas relaciones, no son buenos modelos a imitar, es responsabilidad de todos y tenemos que tener un papel más activo en su atención”,

enfatiza la integrante del equipo formado por otras psicólogas, una psicopedagoga y una psiquiatra.

Impactar en otros escenarios

Por la compleja movilidad, el grupo no puede brindar atención fuera del territorio, pero sí acude a comunidades y escuelas de la ciudad, donde abordan asuntos como el abuso sexual infantil.

En una ocasión, señala Lara, “las maestras decían que ellas no sabrían que hacer ante un caso. Entonces, hay que enseñarles cuáles serían los indicadores de niñas y niños vulnerables y estar alertas, conocer quién los visita, cuánto tiempo pasan con determinada persona.

Por otra parte, resalta que en los talleres en las comunidades se insiste mucho en enseñar a niñas y niños que los cuerpos son burbujas que nadie tiene que tocar.

“Hay que decirles: el pecho, la vulva y el pene son zonas que no tocan los adultos, que si mamá y papá los llevan al médico, lo puede hacer porque ellos están enfermos y sus padres están ahí”, puntualiza.

A su juicio, debe enseñárseles que no pueden guardar secretos porque este es un tipo de estrategia que usan algunas personas manipuladoras, a la vez que recomienda cuidar dónde y con quién juegan y qué adulto supervisa esa actividad. (2023)

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