La adaptación, una necesidad irreversible
El cambio climático afecta a toda la región caribeña en cuanto al ascenso del nivel del mar, la intrusión salina y la sequía, afirma el investigador Carlos Rodríguez Otero.
Un estudio conjunto de varias instituciones científicas, encabezadas por el Ministerio de Ciencia Tecnología y Medio Ambiente alertó que, debido al previsto aumento del nivel medio del mar por el cambio climático, hacia 2050 podría quedar sumergida una superficie de 2.550 kilómetros cuadrados de la costa cubana. En 2100, esta cifra se elevaría a unos 5.600 kilómetros cuadrados.
En entrevista con IPS, Carlos Rodríguez Otero, investigador en ordenamiento territorial y ambiente del gubernamental Instituto de Planificación Física (IPF), sitúa en 577 los asentamientos humanos que podrían sufrir el embate combinado de ese crecimiento de las aguas oceánicas, sobreelevación por el oleaje y surgencia asociada a los huracanes.
De los 577 asentamientos identificados como vulnerables, 262 poseen superficies situadas a menos de un metro de altura sobre el nivel del mar, en el primer kilómetro tierra adentro desde la línea de la costa. «Son los que estamos conceptuando como asentamientos costeros por su sensibilidad», vista esta como el grado en que un sistema natural o humano se perturba por las alteraciones climáticas, indicó Rodríguez Otero.
A la vez, de esos 262, un total de 122 pueden ser afectados en diferentes formas tan solo por el aumento del nivel del mar, con pérdidas permanentes de superficie, edificaciones, redes y servicios. «Con estos asentamientos hay que tomar desde ya medidas de regulación y adaptación concretas», afirmó.
¿Cuáles son los mayores desafíos que impone al país el cambio climático, en materia de adaptación?
Cuba no es una excepción en cuanto a los procesos de concentración de la población, que son característicos a nivel mundial. Datos de la Oficina Nacional de Estadísticas e Información (Onei) correspondientes a 2010 indican que Cuba tiene una población total de 11.240.841 habitantes, de los cuales viven de forma concentrada el 92 por ciento en un total de 6.864 asentamientos humanos, según el censo de 2002, con diversas categorías jerárquicas. Solo el otro ocho por ciento, es decir 800.000 habitantes, vive de forma dispersa, aunque vinculado fuertemente con sus tierras y las actividades agropecuarias. Las proyecciones al año 2030 establecen una tendencia a la reducción de este número en atención a características demográficas actuales.
La población actual se concentra en el 75 por ciento en asentamientos humanos de categoría urbana. No obstante, los mayores impactos esperados por el ascenso del nivel medio del mar por el cambio climático se producirán en asentamientos humanos rurales caracterizados por sus pequeñas dimensiones, con menos de 200 habitantes, vinculados a las actividades de pesca o recreación de verano. En estos casos, las tipologías constructivas de las viviendas son diversas y su resistencia ante eventos severos como los huracanes no es la apropiada, lo cual genera su alta vulnerabilidad, al ser instalaciones débiles y constituir en buena parte instalaciones de uso transitorio, sin población residente.
Hoy es un gran reto, en primer lugar, el abordar de forma escalonada la totalidad de los asentamientos humanos que tienen afectaciones actuales y futuras. En segundo lugar, que la gente vinculada a estos reconozca y perciba los peligros a los cuales están expuestos, que sea un aspecto de dominio de toda la sociedad y no solo de los técnicos o de las autoridades. La tercera cuestión de importancia es lograr insertar el tema de la adaptación al cambio climático como una necesidad actual, ante la irreversibilidad de los procesos puestos en marcha provocados por acciones globales, pero con incidencia local demostradas.
¿Qué debemos entender por adaptación y qué se debe hacer en términos de planeamiento y urbanismo?
Adaptarse, en sentido general, es prepararse para las condiciones que nos imponen los procesos globales que se están generando en el ámbito del clima, con la elevación de la temperatura del aire, la dilatación de los océanos, que provoca el ascenso del nivel medio del mar, los fenómenos de sequías o el incremento de la intensidad de los huracanes, por citar algunos de los que tienen incidencia directa sobre la vida del ser humano.
En materia de planeamiento y urbanismo, están en primer término las regulaciones urbanas y de ordenamiento territorial que tomen en cuenta los resultados de las investigaciones realizadas, contribuyendo a procurar el uso de los inmuebles ubicados históricamente en áreas susceptibles de afectaciones, la reducción de las densidades de población en áreas más expuestas, la recomendación de crear y potenciar espacios públicos en estas zonas y reducir los elementos en riesgo en estas zonas, en particular los servicios de emergencia. También están las soluciones de reacomodo en la misma localidad, con la elevación de las construcciones in situ con pilotes o plataformas; otra variante podría ser la de relocalizar las viviendas e instalaciones de servicios en lugares más seguros dentro del propio asentamiento, en general zonas con mejor drenado y más altas.
No deben descartarse las medidas de protección de ingeniería, como diques, rompeolas, sistemas de drenaje eficientes, entre otros, pero que en general son mucho más costosas y justificables en localidades específicas, por las funciones vitales que deben estar ahí presentes, como en puertos, termoeléctricas, etc. Estas obras costosas deben estar bien avaladas, pues en la práctica pueden provocar efectos negativos por el represamiento de las aguas del mar, si no están bien concebidas en atención a la morfología litoral o poseen insuficientes soluciones de drenaje para el retorno al mar del agua salobre, y también la dulce generada por lluvias.
Otra vía de adaptación puede venir dada por el uso de materiales de construcción más resistentes, que aseguran la permanencia de las construcciones ante la acción simultánea de efectos temporales de penetraciones del mar, fuertes vientos e inundaciones, aspectos estos básicos para evitar la afectación de los inmuebles.
Como aspecto vital en el proceso de adaptación están la capacitación, sensibilización y organización de la sociedad en pleno, que permitan perfeccionar los mecanismos de evacuación de la población y el aseguramiento de los bienes económicos e individuales, ante eventos temporales de tipo intenso como huracanes, bajas extratropicales y vientos del sur muy fuertes, causantes de situaciones de catástrofe en asentamientos humanos construidos en zonas muy bajas, con drenajes insuficientes.
En ocasiones, lo más indicado es regular el crecimiento de los asentamientos ubicados en las zonas expuestas, concebir diseños que contribuyan a la liberación hacia espacios públicos de las áreas de mayor exposición, la reducción de las densidades de habitantes por hectáreas de las zonas construidas, el análisis sistemático del cambio de uso de determinadas zonas e instalaciones en los inmuebles de los asentamientos humanos.
Disminuir la vulnerabilidad implica la edificación con variantes constructivas más resistentes, debe accionarse de forma proactiva (prevenir y adaptarse) y anteceder a las actuaciones reactivas, una vez ocurrido el desastre. Promover la prevención es un accionar lógico para reducir el impacto esperado bajo las condiciones actuales de variabilidad del clima, así como a más largo plazo por el cambio climático.
No pueden perderse de vista las acciones de mejorar el manejo de los bosques de manglares, por ser una importante barrera natural en las áreas costeras, con acción protectora tanto ante el ascenso del nivel del mar, como por la inclemencia que genera el paso del huracán. Otro tanto sucede con las barreras arrecifales, las cuales deben quedar protegidas de las intervenciones humanas inadecuadas. A la vez, las dunas arenosas deben ser objeto de protección ante cualquier proceso de explotación, en atención a sus potencialidades para la recreación y el turismo.
Quien vive en las zonas costeras sabe que el impacto de una masa de agua es mucho mayor que la carga de viento. Hay edificios que son barridos por la masa de agua; sin embargo, soportan la fuerza del viento. Lo que pasa es que los huracanes son más conocidos por la fuerza de sus vientos, a los que está expuesta toda la población, tanto la que vive en el interior como en las zonas costeras, donde hay combinación de fenómenos que las hace más vulnerables.
¿Las ciudades deben prepararse para huracanes más intensos debido al cambio climático?
Efectivamente, se plantea que los huracanes no aumentarán en cantidad, pero sí en intensidad. Siempre hablamos de categoría cinco porque los estudios se hacen sobre la base de esos eventos más poderosos, pero no necesariamente son los más recurrentes.
Entre los muchos daños que causa el paso de un huracán, la interrupción del servicio de energía eléctrica es especialmente molesta para la población. ¿Qué se está pensando hacer al respecto?
En la Habana Vieja la red es soterrada, pero llevar esto a toda la ciudad de 2,2 millones de habitantes requiere inversiones de muy alto costo. No queda por ahora más alternativa que tratar de proteger los sistemas aéreos, fortalecerlos hasta que puedan ejecutarse otras inversiones. Uno de los temas más conocidos en las ciudades es seleccionar especies adecuadas para sembrar y evitar así que la caída de árboles o partes de ellos afecten estas infraestructuras y los servicios que brindan en instantes de tanta necesidad, como son las horas subsiguientes de recuperación al paso de un huracán. Hay, además, que efectuar un trabajo sistemático de ejecución de podas del arbolado, para evitar que sobrepasen la altura del cableado de electricidad y telefonía, pero con conocimiento de que sus funciones beneficiosas no se pierdan al brindar sombra, paisaje, absorción de carbono y producción de oxígeno, entre otros beneficios.
Las arboledas citadinas hay que preservarlas, pues el impacto clave del cambio climático –que es el aumento de las temperaturas–, se agudiza en las ciudades. Las construcciones masivas existentes, cemento, asfalto, motorización, industrias, etcétera, generan un incremento de temperaturas de más de tres grados en relación con las zonas periféricas rurales en la actualidad, por lo cual, el cambio climático se superpone a esta situación y se reducen las condiciones para el confort humano. Los espacios abiertos, las zonas arborizadas, los tipos de césped, el color de las edificaciones, entre otros, contribuyen a la amortización de ese fenómeno, al generar frescor a un medio totalmente transformado por la mano del ser humano.
En parte de las ciudades existen zonas o islas de calor, que se deben también a los efectos del trazado, las facilidades de aireación y flujos de aire por sus arterias, elementos todos que deben analizarse, al igual que la orientación de las edificaciones en relación con el régimen de brisas y de insolación a que están expuestos por la localización geográfica del país en una zona subtropical. Todo esto es clave en el ambiente beneficioso o no que se logre para los habitantes.
¿De acuerdo con sus investigaciones, dónde, en que aéreas se concentran los mayores riesgos a enfrentar por el cambio climático?
En Cuba, los mayores riesgos recaen en las zonas costeras, la recurrencia de la sequía y el descenso de los volúmenes de agua resultantes del régimen de precipitaciones anuales. En el caso de la sequía, hay una tendencia mayor de su frecuencia de aparición en la zona oriental, donde históricamente ha existido menos desarrollo económico, menor calidad de los suelos, déficit de aguas subterráneas y procesos de desertificación. El fuerte período seco del 2003 al 2005 causó pérdidas por más de 3.000 millones de pesos. Es decir, casi un tercio de las pérdidas que dejaron los tres huracanes que impactaron nuestro país en 2008, estimadas oficialmente en 10.000 millones de dólares.
De otra parte, la naturaleza nos ha dado la condición de que un porcentaje elevado de nuestras precipitaciones están vinculadas al paso cercano de los huracanes y bajas tropicales por el Caribe Occidental. Si no los hay, tenemos sequía automáticamente, primero meteorológica, después agrícola e hidráulica, con efectos nocivos para el desarrollo. De hecho, en los últimos cuatro años las reservas de agua han disminuido mucho y las sequías se han hecho presentes al occidente del país con severas afectaciones a la agricultura y la distribución del agua a la población residente, inclusive en la capital del país, dependiente tanto de aguas subterráneas como superficiales para su abasto.
¿Diría usted que estos problemas son comunes en todo el Caribe insular?
El cambio climático tiene en toda esta región efectos comunes en cuanto a las precipitaciones mayores o menores, al ascenso del nivel del mar, la intrusión salina y los procesos de sequía que vienen aparejados a algunos de estos. Es un conjunto de efectos de carácter muy nocivo y para los cuales hay que prepararse mejor.
¿Considera a Cuba más adelantada en cuanto a capacidad para enfrentar estos problemas?
Creo que sí, tenemos los recursos humanos, capacidad, experiencia y voluntad política para destinar recursos a la investigación y la implementación de soluciones. Es decir, que estos factores nos colocan en un lugar privilegiado para poder abordar estos temas, identificar los problemas y buscar las soluciones a que podemos aspirar como país en vía de desarrollo y con fuertes limitaciones de recursos económicos. Cuba es un país referente en materia de reducción de desastres, con un alto nivel de organización de su Defensa Civil, en la cual todos participamos, y es precisamente esta capacidad de organización, la existencia de sistemas y puntos de alerta temprana en funcionamiento, y de preparación de la sociedad en pleno ante estos eventos extremos de hoy, lo que nos brinda mayores posibilidades para enfrentar el reto de la adaptación ante el inequívoco proceso de cambio climático. (2012)
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