Fenomenología del paquete (parte II)

Cuando se condena la calidad de los contenidos del paquete, haría bien en detenerse la mirada en la diversidad cultural de semejante menú.

Y bien, henos ante el paquete.

Mi curiosidad pavloviana me dirige hacia la carpeta denominada «Películas». Hace unos años, tras la demanda judicial contra el sitio de intercambio de archivos The Pirate Bay, hubo una crisis en el suministro de contenidos actualizados para esta categoría. Fase superada: hoy abundan los títulos recientes, en calidad óptima la mayoría, aunque persisten aquellos archivos típicos de la piratería digital, capturados con móviles u otras cámara ligeras en la sala de proyección. En estos casos, la carpeta suele advertir: «Copia de cine».

Pero la oferta fílmica del paquete ha crecido en diversidad. Hoy están los combos (un archivo de DVD con varios títulos y su respectivo menú, diseñado para la venta minorista en soporte fijo); los archivos en copias de alta calidad (películas adquiridas de soporte BluRay y con calidad de alta definición); cine clásico (filmes en blanco y negro de disímil calidad y origen) y hasta archivos de filmes en 3D, más un buen puñado semanal de archivos en formato .mkv, .mp4 y .avi.

Las fuentes de procedencia también han variado. Últimamente, es común encontrar archivos con la marca de origen del sitio web www.gnula.nu. Se trata de un banco de contenidos residente en un dominio de Niue, isla de apenas 200 kilómetros cuadrados, estado libremente asociado a Nueva Zelanda y de cultura polinesia. Su posición geográfica ha permitido a estos cinéfilos caribeños tener acceso a películas de cinematografías tan remotas y raras para la difusión local como Filipinas, Fiji o Indonesia, además de otras casi tan extrañas, como son Australia, Corea del Sur, Hong Kong, Tailandia, Taiwán, Israel y Rusia, más la nueva oleda de películas procedentes de las naciones nórdicas de Europa, como Noruega y Finlandia.

Cuando se condena la calidad de los contenidos del paquete, haría bien en detenerse la mirada en la diversidad cultural de semejante menú. Si bien abundan aquí los filmes de género y las películas comerciales de baja ambición estética, además de los contenidos globales de Hollywood y Bollywood, también consta que la apertura de mundos sociales ignotos es valiosa.

Así, en los pliegues del paquete he encontrado ejemplos del cine más arriesgado de los últimos tiempos: exponentes de la nueva ola del cine griego y rumano; El sonido alrededor, la película brasileña que arrebató en Locarno y tuvo un solo pase en el festival de La Habana; Boyhood, el celebrado documental de Richard Linklater que la FIPRESCI escogió como mejor filme de 2014; documentales más allá de lo común, como el mexicano Workers o The Act of Killing; la excepcional Una historia de violencia, del chino Jia Zhangke; Tú y yo, el regreso en 2013 del octogenario Bernardo Bertolucci; joyas de la animación como Se levanta el viento, canto de cisne del enorme Hayao Miyazaki; la delicada Frances Ha, de Noah Baumbach, por mucho uno de los mejores filmes de 2013 en Estados Unidos de América… pero que el Oscar ignoró. Súmensele obras latinoamericanas que estarán en diciembre en pantallas cubanas como parte del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamerciano, como son Matar a un hombre (Chile) y La tercera orilla (Argentina).

También las películas cubanas vienen al paquete. Esto ha sido motivo permanente de las quejas de los realizadores locales, debido a la baja calidad de las copias que por ese medio circulan. Cosa cierta. Pero, bien mirado, con la obsolescencia casi absoluta de la proyección en salas que padece Cuba y el impacto casi nulo de las ediciones en DVD de los filmes nacionales de estreno (que demoran meses en estar asequibles para uso doméstico, con precios no ajustados a la economía criolla y en cantidades ridículas), por no hablar de la inexistencia de estrenos simultáneos en salas y a través de plataformas en internet (algo tan normal en el mundo para el cine independiente, de valor cultural, o de los nuevos realizadores), el acceso a copias degradadas acaba siendo una opción de instantaneidad que nunca antes tuvimos.

Cineastas como Jorge Molina entendieron hace años la utilidad de este tipo de circuitos de distribución para hacer visible su obra. Tratándose de un realizador que aborda temas y emprende géneros «difíciles» para la censura (la violencia, el sexo, lo extremo), su cine ha sido recurrente dentro del catálogo de la distribución informal. Y si bien su caso es excepcional, producciones cubanas como Melaza, que mereció un estreno ridículo en una de las salas del Multicine Infanta, a pesar de haber triunfado en el concurso latinoamericano del festival de Málaga, llegó a mucha gente por esa vía.

La relación ambigua entre circulación irregular de películas y explotación comercial por vías tradicionales ha tenido exponentes singulares. En Brasil, por ejemplo, la venta de varios millones de copias piratas de Tropa de élite no evitó que su estreno convocara a otros tantos, hasta convertirla en la película más taquillera de esa cinematografía. Su espectacularidad, pero sobre todo la manifestación en su interior de un fenómeno público significativo (la violencia urbana), activado en su dramaturgia como cuestión para ser sometida a un debate social, justificó que las salas de cine activaran su función de ágora virtual del demos.

En Cuba tenemos un caso similar. En 2012 comenzó a circular una copia pésima de Juan de los Muertos, capturada durante una proyección pública en España, a la que faltaba una decena de minutos en su inicio. Mucha gente creyó que sería esa la única manera de enterarse de qué iba el segundo largometraje de Alejandro Brugués. La película de Producciones de la 5ta. Avenida había sido Premio del Público en el anterior Festival de La Habana y, aunque hubo que esperar hasta mayo (casi medio año) para su estreno en Cuba, las filas de personas colmaron los cines de La Habana.

Además de las películas, una carpeta potencialmente rica es la de contenidos televisivos. Con énfasis en las series de ficción. A pesar de la resistencia de las mentalidades cómodas, que consideran la televisión como un pariente espurio del cine, de poco o ningún interés para la generación de algún discurso elevado, los dramatizados de televisión acogen hoy la gran tradición del cine clásico, en producciones millonarias o no que despliegan los relatos más allá de las restricciones de formato del cine. Son historias que duran años, en que vemos crecer y tranformarse a los personajes, así como mutar y metamorfosearse sus cauces narrativos.

A lo largo de los pasados tres años se han producido fenómenos de intenso seguimiento de formatos de esta especie, con títulos paradigmáticos entre los cubanos como Spartacus, Breaking Bad, The Walking Dead o, como sucede cada primavera, ante la entrega anual de Game of Thrones. Este interés discute con los formatos tradicionales de la televisión latinoamericana y su espectador, entre quienes reina la telenovela.

La explosión de interés durante 2013 alrededor de series colombianas derivadas del subgénero de la narconovela, como son Pablo Escobar y luego La viuda negra, pone en entredicho la capitalización del gusto por parte del melodrama, mejor representado por la telenovela brasileña, que desde la pasada década del ochenta es el programa regente de la televisión cubana. Estas derivas muestran el creciente interés de los públicos tradicionales y de los nuevos espectadores hacia géneros como el policial, el thriller y hasta el fantástico.

La mutación de los formatos televisivos del presente ha girado hacia la producción de formatos híbridos, que apelan a franjas de consumidores diversos. A ello contribuye el cambio en las formas de exposición a los contenidos televisivos, que pasan hoy por el pago por visionaje (pay-per-view), los diseños crosmedia que trasladan los contenidos de plataforma en plataforma (sobre todo mediante internet) y la programación de sesiones múltiples que ofrecen al espectador, por ejemplo, varios capítulos de una serie en bloque, lejos de la frecuencia temporal tradicional.

Igualmente, el paquete ha contribuido a la difusión de formatos de la tele-realidad desconocidos en Cuba. Los concursos parecen ser los favoritos, dada la popularidad manifiesta de formatos como The Voice, Got Talent o Belleza latina. Tradicionalmente, en Cuba se han impugnado tales programas, condenando su celebración de la estulticia mercantilista, la competitividad consumista y la banalidad, pero lo cierto es que a través de ellos circulan algunas de las corrientes de innovación más interesantes de la televisión actual, aparte de ser valiosos laboratorios de tácticas de exposición pública de imaginarios privados y de producción de debate en torno a los valores sociales vigentes.

A través del paquete uno apercibe la elongación de la televisión y de la cultura audiovisual en general mediante inéditas plataformas y medios de difusión, en una lógica de crosmedia. De ahí que el tercer mayor corpus de contenidos proceda de internet que, al estar vedada a la mayoría de los cubanos, aparece ahora cribada según intereses que magnifican sus funciones como fuente de contenidos de entretenimiento.

En el paquete he visto desde contenidos bajados de canales de YouTube, como es el célebre Whadafaqshow!, programa que ironiza con archivos que cualquiera comparte en YouTube mismo o en otras plataformas, hasta tutoriales de toda clase (desde cómo aprender a tocar guitarra, cómo hacerse una coleta para salir de noche o idioma italiano en 20 lecciones), pasando por software de muy diversa utilidad, publicidad, decenas de gigas de videos musicales, discografías completas en mp3, trailers de películas y de videojuegos, más toda clase impensable de contenidos en video que en la red pululan.

De un tiempo a esta parte, internet ha alimentado además otras formas de entretenimiento, más cercanas a la información. Así, reunidas en carpetas organizadas por temáticas, pueden consultarse páginas web de servicios noticiosos en español, con notas sobre economía, ciencia, política, deportes, arte y cultura, etcétera.

Asimismo, una sección curiosa, titulada «Siguiendo a los famosos», ha ofrecido, comprimidos en archivos zip, los perfiles de Facebook de Katy Perry, del actor bonitillo de la telenovela brasileña de turno o de otra cara bonita de una serie coreana. El diseño del paquete muestra así una especie de inteligencia curatorial, que lo envía incluso tras ciertos sucesos contextuales (como cuando ofreció una carpeta de videos que abordaban desde distintas perspectivas el trágico accidente en que perdiera la vida el actor Paul Walker), para contemporizar.

En julio pasado vimos incluir allí partidos de la fase final del Mundial de Fútbol de Brasil, que permitieron a los seguidores de ese deporte atesorar en su egoteca encuentros históricos o repetir una vez tras otra momentos destacados de un partido equis. Hace poco, cierta sección ofrecía videos de preparación técnica del arquero, tomados del diario deportivo español Marca, ofrecidos como demostración de las habilidades necesarias para dominar esa difícil posición de juego. (Como sin quererlo, quizás el paquete colabora en el auge del fútbol en Cuba).

Esa cualidad mutante y experimental del paquete ha dado lugar a su metamorfosis en un soporte de difusión por derecho propio, con lo que excede su función primordial de distribución. Quiero decir que, más que servir de canal para contenidos ajenos, el paquete «produce» sus propios contenidos. Esto, porque su existencia ha propiciado el auge de la publicidad de ciertos negocios de la economía privada cubana. Nuevamente la inventiva criolla torna visible una apetencia no satisfecha dentro del nuevo contexto nacional de relaciones mercantiles.

Es así que el paquete incluye cortos publicitarios de muy diversa calidad. Al principio, solían invadir a través de la violencia del corte las secuencias de créditos de las películas; después, comenzaron a ubicarse como colas de los trailers o insertados dentro de contenidos diversos. Ha sido curioso observar cómo los curadores del paquete han ido creando un formato propio a través de esa clase de piezas. Se trata de una suerte de canal emisor propio con una producción de publicidad comercial empotrada, algo que en la televisión nacional no ha existido por más de medio siglo.

Los negocios que se anuncian van desde hostales y servicios de fiestas de cumpleaños hasta restaurantes, bares, payasos-animadores, magos, fotógrafos profesionales, alquiler de trajes para fiestas de bodas y de quinces, peluquerías, talleres de reparación de equipos electrodomésticos y atención a celulares, entre otros. A través de semejantes contenidos uno accede a otro país, uno que funciona bajo las demandas de la creatividad y la imaginación. También de la rentabilidad. Por desgracia, la realización de la mayoría tiene calidad próxima a la indigencia, aunque algunos asomos de creatividad se notan en algún que otro.

Quizás sea este último el rasgo más destacable en la evolución del paquete. Por demás, un servicio que, como parte de su conciencia editorial, bordea con éxito algunos de los reparos más graves que a su existencia podría hacerse desde el poder. Mucha gente se ha dado cuenta: el paquete no contiene pornografía ni propaganda política antigubernamental. Tampoco arte minoritario, de vanguardia, ni videoarte, aunque a menudo aparecen esos archivos con que grupos emergentes (sobre todo de reggaetón) quieren darse a conocer.
La cuestión de la pertinencia ideológica del contenido evidencia la conciencia del contexto de sus curadores. O sea, también el paquete tiene una política editorial, que dicta una clase de censura. En una entrevista reciente a un individuo responsable de uno de los dos paquetes que, según sus declaraciones, circulan hoy, y que guarda su identidad real tras la denominación de «El Transportador», este asegura a su interlocutora: «Antes que preguntes, todo es verificado. Nos aseguramos de que no nos traiga problemas, ni al país. Nosotros no queremos eso, sino todo lo contrario.»

Los contenidos de cada paquete son tan diversos como el espectro de consumo que pretenden satisfacer. «El Transportador» subraya, no obstante, atender a su utilidad: «hemos puesto hasta La Historia me Absolverá en pdf; sabemos que para las pruebas de ingreso puede ser útil.» Cierto, y también el Diario del Che en Bolivia. Me consta. Entre las ofertas que apuntan a un público nuevo, pero creciente, están los videos para teléfonos celulares en formatos estándar y las aplicaciones para distintos dispositivos.

La mayor queja de «El Transportador» es su carencia de canales de retroalimentación. Según él, es importante saber qué desea el público. Hasta la fecha, consiguen alguna información gracias a los puntos de distribución. Allí ciertos consumidores sugieren este o aquel contenido, preguntan por qué no se incluye determinada serie o película. En esos casos, pareciera que el trabajo de curaduría se emprende menos a ciegas.

Este interés por conocer su mercado meta es lógico, tratándose esta clase de actividad de un fenómeno nuevo en Cuba. En ella, las relaciones mercantiles imponen un nivel de competencia comercial que desafía las formas habituales de consumo cultural. Y si bien el paquete es un dispositivo cultural menos mediado que lo habitual en nuestro contexto, pues opera a partir de formas transversales de relación con los contenidos, el desplazamiento natural sería que fuese intervenido por sus consumidores.

Cineastas independientes, artistas de la cultura colaborativa, comunidades en red, músicos alternativos podrían comenzar a «invadir» este canal para crear otros paquetes, o para generar esferas de contenidos menos dependientes de las industrias culturales hegemónicas. Es decir, una verdadera y legítima inteligencia colectiva. Esto último, porque en verdad ningun canal institucional ha conseguido engendrar algo semejante. Y porque el ejemplo del paquete, con sus virtudes y defectos, pero innegable capacidad de respuesta a la avidez de los consumidores nacionales, demuestra que es viable producir un consumo cultural divergente y antihegemónico. O sea, una suerte de utopía socialista, comunitaria y abierta, sin burocracia de la censura ni policía del pensamiento, donde tuviese cabida desde la banalidad más hartera hasta el gesto vanguardista.

Debe ser que yo tengo mi propio paquete. Lo comparto con amigos y colegas y en él van desde mis peores pesadillas hasta mis más añorados sueños. A cambio, ellos me dan algo de los suyos. Entonces, ya no soy yo algo escindido y aparte, sino un fragmento del todo.

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