La singular historia de Juan sin Nada
Observaciones sobre el absurdo cotidiano.

Acaso el rasgo que primero salta a la vista ante La singular historia de Juan sin Nada sea su ausencia de complejo ante la forma documental.
Después de atravesar en direcciones diversas el documental observacional y de personaje en Despertar y luego su antípoda, con el falso documental Operación Alfa, Ricardo Figueredo hace un giro formal para construir un sistema donde cohabitan el documental expositivo más rancio (con narrador en off, entrevistas a especialistas que brindan perspectivas ilustradas del tema y un orden argumentativo causalista), el trabajo con el archivo y la ficcionalización.
Porque si a alguna lógica obedece La singular historia de Juan sin Nada es a la macroesfera de una retórica de persuasión que se despoja de la obediencia a estructuras de manifestación previsibles y despliega la artificialidad necesaria para entrar en el territorio de las ideas en conflicto. Y eso es básico en el abordaje de su tema central: la sobrevida del cubano común en un entorno económico desquiciado y absurdo.
El documental presenta como eje argumentativo central a un personaje: Juan sin Nada. Un cubano normal, que vive de su trabajo y cuenta para la reproducción de su existencia material con apenas 250 pesos cubanos al mes. Esta idea improbable (el salario medio cubano está en un entorno de 500 pesos) permite a Figueredo producir un ente abstracto, ahora sí exacto, que sería el pueblo cubano. En esa producción de un entorno alegórico, se activa la intertextualidad de la pieza: Figueredo evoca el “Juan sin Nada, hoy Juan con Todo” celebrado por Nicolás Guillén en su célebre poema Tengo, representativo del momento histórico del acto dignificador de la Revolución Cubana con el sujeto popular para el cual demandaba toda la justicia.
He aquí el margen transgresor de su ejercicio simbólico: Juan sin Nada es el mismo celebrado por Guillén, cuarenta años después, que ha vuelto a un estatus de marginación. No el mismo, faltaría más, pero cómo pedirle a un documental que se caracteriza por revelar lo que duele que sea balanceado, que mencione las diferencias entre el país de hace 50 años y este de ahora. Y ya aquí comienza el tono polémico que cruza la pieza.
Porque este mediometraje se apresta a desmontar expresivamente una de las circunstancias esenciales que explican el país que tenemos. En breve, la existencia de un sistema de racionamiento alimenticio subvencionado por el estado, que no basta para la subsistencia, y que, si bien concebido para solucionar dificultades concretas de un país bloqueado y sin abastecimiento suficiente para permitir un mercado de alimentos libre y abierto, se originó como mecanismo de justicia pero hoy, como aquí se afirma, transmite desigualdad.
Juan sin Nada es ese cubano hipotético que ‘vive de la libreta’. Ese personaje es interpretado de manera fenomenal por Jorge Fernández Era y tiene todos los rasgos de la fragilidad. A través de su vivencia seremos partícipes de una intriga argumental que explica cada detalle del sistema de racionamiento cubano, las contradicciones que implica y su despliegue sobre la realidad del ciudadano cubano. La didáctica de este segmento mayoritario de la pieza es remarcable. El uso extenso de infografías, animaciones, textos y planos descriptivos, más planos detalle ilustrativos, consigue ofrecer una explicación sucinta pero suficiente de un tema que, a fuerza de cotidiano y, por tanto, invisible, escapa a los intereses de representación del arte cubano.
Apenas se reflexiona sobre esta cuestión en nuestra esfera pública, pues se toma como asunto intrínseco a lo que somos. De ahí que revelarlo como cuestión central en la vida nacional sea un primer mérito de la pieza de Figueredo; central y determinante en la comprensión de qué clase de sociedad tenemos. Dedicarle el tiempo necesario a detallar su intríngulis, el segundo. Ofrecer una didáctica parvular casi para ilustrarlo, eligiendo eficaces ideas visuales, fruto de las necesarias meditación y elaboración que merece un tema muy serio, el tercero. Revelar, a partir de un cuidado tono irónico, por instantes sarcástico, lo absurdo del orden reinante que asume como normal esa circunstancia, uno mayúsculo.
Porque en el problema detallado por Juan sin Nada se manifiesta una de las mayores contradicciones del socialismo cubano. La imposibilidad de satisfacer a través del trabajo las necesidades de reproducción de la vida cotidiana –léase la alimentación básica- para una buena parte de la sociedad cubana es uno de los problemas más hondos que arrastramos.
De ahí que Juan sin Nada quiera abundar ofreciendo capítulos de argumentación complementaria, en los que se explica con idéntica didáctica pedagógica la dualidad monetaria, los problemas de corrupción inherentes al modelo económico, la cuestión del éxodo de cubanos que buscan mejores condiciones de vida… en fin, las características de un país pobre con paradojas profundas. Demasiado para un solo documental.
Por desgracia, esa ambición de prolijidad lesiona la fuerza dramática de la pieza, la hace flaquear hacia el final. No obstante, ahí queda su función literalmente documental, su trabajo de registro y resumen de una época, cosa que compete siempre a la no ficción. Y cierta noción de urgencia, algo de lo que tanto sabía Santiago Álvarez. Rasgo este tras el cual se manifiesta la noción de compromiso que enarbola Juan sin Nada. Compromiso con la verdad, con la claridad y el deseo de decir aquello que duele y sangra.
Pero la sangre es siempre una sustancia que odian los celosos vigilantes. Por eso Juan sin Nada no tiene pantallas en Cuba. Sin tratarse de una pieza sobresaliente, valdría como llamado al diálogo, al debate, a la tarea de ser más conscientes de nuestro tiempo y circunstancia. Pero vivimos tiempos de ceguera crónica. Y de temor. Así que tenemos una nueva pieza del audiovisual cubano contemporáneo con la cual alimentar nuestra cinemateca privada, nuestros diálogos de alcoba, nuestras sobremesas intelectuales. Luego, los días primero de cada mes pagamos la visita obligatoria a la bodega de la esquina, cargamos los mandados y esperamos que nos toque cantar el manisero. (2017)
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