Rosa María Rodríguez Pupo: el horror, el sarcasmo y la memoria

La joven relizadora cubana, Rosa María Rodríguez deambula entre el cine de horror, las políticas de género, así como entre la ficción y el documental. ¿Será ese su modo especial de construir una poética personal?

Rosa María Rodríguez

Foto: Yaíma Leyva Martínez

Rosa María Rodríguez Pupo es una de las voces emergentes del audiovisual cubano. Se trata de una realizadora formada como actriz, primero, y más tarde como directora de audiovisuales en la sede de Holguín de la Facultad de los Medios de Comunicación Audiovisual del Instituto Superior de Arte.

Uno de los rasgos más llamativos de la primera parte de su filmografía es que estuvo integrada por relatos fantásticos y con fuertes dosis de horror. Así, el corto de ficción que le sirviera como tesis de graduación, La casa (2013), y que fuera incluido en la selección de la Muestra Joven ICAIC (Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos), refiere la historia de un personaje que contrata su muerte y, para ello, ingresa a una residencia en cuyo interior habitan seres mostruosos. Le siguieron Una cena y doce chicas (2015), cercano al slasher, y La costurera (2017).

En 2018, I Love Papuchi supone un aparente cambio de tono. Aquí se falsea una entrevista en vivo, en el tono formal del fake, que sigue a una mujer cuya pasión por su pareja, a quien nunca acabamos de ver, desfila ante la cámara en el relato que esta hace de su relación.

Sin marca visible alguna de lo terrorífico como apunte sobrenatural, en este corto Rosa María desliza algo más siniestro: la dominación psicológica que implica la cultura patriarcal, la subordinación emocional del sujeto femenino.

Su directora cuenta cómo surgió este proyecto:

“Cuando finalicé La costurera, terminé muy agotada. Entonces hicimos un viaje en avión a Holguín de vacaciones. Nos tocó de compañera una muchacha muy delgada, que lloraba todo el tiempo. Luego comenzó a hablar, a contar que se separaba de su pareja, y que ella no acababa de aprender: lo descubrió en el ascensor con otra mujer. Así que decidió volver a Holguín, porque no podía seguir viviendo con él.

Fotograma de La costurera

“Me quedé con esa historia y escribí el guion, muy largo al inicio. Tengo una amiga actriz, Ariagna Delgado, a quien se lo mostré, pero le dije: ‘quiero que seas tú, porque quiero que esto se reinvente.’ En un principio me imaginaba a una actriz muy delgada. Como no pudo ser, preferí hacerlo con alguien con quien yo tenga química, porque imaginé desde el inicio que fuera un diálogo con el equipo de filmación. Se trataba de hacer una obra de personaje, que no tuviera nada que ver con La costurera, sin preocuparnos por la forma y disfrutar.

“En un principio grabamos con dos cámaras: una que mostrara al equipo haciendo cosas con el personaje y otra concentrada en el monólogo de la actriz.

“En la edición nos tomamos mucho tiempo, porque eran textos muy largos. La mujer está todo el tiempo hablando y no había cómo cortar. Después nos dimos cuenta de que no hacía falta que se viera el equipo de filmación”.

De ahí que I Love Papuchi sea una especie de confesión, de monólogo, donde una mujer expone lo compleja que puede ser la felicidad cuando alcanzarla supone dejar parte del amor propio a un lado.

En el fondo, sigue siendo una historia de horror.

Por eso no es raro que Rosa María esté preparando un nuevo proyecto que se sumerge en aguas muy oscuras.

“En Oriente, y fundamentalmente en Holguín, tenemos muchas fantasías con mundos imaginarios, muy teatrales, y el terror me permite trabajarlos. Ahora estoy escribiendo un proyecto que son varias historias de mujeres y tiene esa mezcla propia del mundo fantástico. De historias reales, que también estan cargadas de esos mitos del Oriente de Cuba. De mujeres que hacían rituales, desde la época de los mambises. Mujeres que se quedaron solas y sobrevivieron… Me interesan mucho las historias de mujeres que tienen esa espiritualidad especial. En Holguín no tenemos la religión yoruba tan marcada, en cambio, están estas brujas blancas, como ellas mismas dicen. Te leían la Biblia, eran muy cristianas, pero al mismo tiempo te ponían un vasito con agua debajo de la cama y te bautizaban como si fuera la primera vez. Veían espíritus, hablaban con ellos y los respetaban mucho. Toda esa cultura la tengo muy cerca, en la casa. Siempre fui de creer mucho en toda esa fantasía de animalitos y personajes que viven en los lugares.

Poster de I Love Papuchi, de Emilio Cruannas.

“Luego, como mi madre es defectóloga, tengo un acercamiento especial a las malformaciones, a las enfermedades congénitas, y eso también está en una de las historias. Esto de las personas que no pueden coger sol y de alguna manera esa condición antecede al vampirismo… Son gente común, pero a su alrededor se crean otras historias.

“Cuando era pequeña, me levantaba a ver las películas del sábado y me traumaticé con La mujer gata. No podía dormir porque veía eso en todas partes. Era muy fantasiosa de pequeña y me llevaron a gente para que me santiguara y otras cosas. Hasta que una sicóloga empezó a jugar con eso y, en mi casa, mi mamá y mi papá tenían que hacer ese rol. Yo los maquillaba para entender que eso no era así. Quería vivir dentro de esa pantalla. Entonces, creo que todas esas vivencias salen en mis trabajos ahora”.

Además de este proyecto, la directora está finalizando la posproducción de Órgano, al ritmo del son molío, un largometraje documental que pretende rescatar la historia del Órgano Oriental de los Hermanos Ajo. Ambientado en un municipio de la provincia de Holguín, la película sigue a los individuos encargados de que el legado de este conjunto se mantenga vivo.

“El órgano es un instrumento venido de Francia, que quedó en la parte oriental de Cuba. El órgano de Romni, mi personaje, tiene 105 años y vino de ese país. Los campesinos se intercambiaban los órganos que, según la sonoridad y conveniencia del grupo, o cuando estaban pasando por una crisis económica, las familias vendían. El órgano se convertía así en un negocio. Donde hubiera un órgano, las mujeres de la casa hacían frituras de yuca, maíz, turrones y buñuelos, los vendían en los bailes. Las casas que tenían un órgano eran salones particulares en el campo, donde no había electricidad y el órgano tocaba para todo el pueblo. Este órgano que tiene el personaje central de mi documental fue el último que se compró en la familia, porque los que construyó Pepe Ajo, el Hatuey y el Hatuey II, se tuvieron que vender. Después del triunfo de la Revolución, Pepe tenía mucho prestigio como constructor de órganos, porque los suyos sonaban diferente”.

Para Rosa, el órgano es también un personaje importante: “Este órgano al que yo le hago el documental tocó en Tropicana y todavía tiene las chapas originales de ese cabaret. Además, fue el órgano que vino al 8vo Festival de Cine de La Habana, se presentó en la piscina del Hotel Nacional de Cuba y fue llevado a la Escuela Internacional de Cine y Televisión (EICTV) por Fernando Birri.” (2019)

Un comentario

  1. Gilda Aleida Pérez Caro

    ¡Me alegra mucho que este Altercine se esté preocupando por el quehacer de los creadores jóvenes, es una excelente manera de estimular su obra! ¡FELICIDADES PARA EL COLECTIVO!

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