Sin anestesia
Los médicos al banquillo.

Los servicios médicos cubanos distan de poseer las excelencias que cabría esperar de una pretendida potencia médica
Las reclamaciones de pacientes descontentos con la atención recibida en centros asistenciales, publicadas recientemente por la prensa nacional, han motivado la réplica de algunos profesionales de la salud a través de las redes de correo electrónico.
Además de mostrar su desacuerdo con las quejas presentadas, los galenos expusieron por esta vía sus propias insatisfacciones como trabajadores del sector, invocando condiciones laborales inadecuadas, poco estímulo salarial y escaso reconocimiento de la población, entre otros importantes aspectos que, en su opinión, deterioran la calidad de sus servicios.
Pero más que tomar partido sobre quién ha dicho la verdad o quién tiene la razón (los pacientes supuesta o realmente afectados o los profesionales cuestionados), estos incidentes y su ventilación pública deberían propiciar un serio análisis sobre los problemas y dificultades que hoy dañan a un sector que ha sido por años una de las referencias más sostenidas del proyecto revolucionario cubano.
Los niveles de salud alcanzados en Cuba han sido en nuestro caso un logro mucho más trascendental y digno de reconocimiento por las difíciles y peculiares circunstancias en que se hicieron realidad, y por haberse sostenido incluso en los momentos más álgidos de la crisis de los años 90’s (cuando faltaron muchos medicamentos, entre otras cosas), en gran medida gracias al trabajo de esos valiosos y poco recompensados profesionales.
Sin embargo, ni los propios galenos ni las autoridades sanitarias pueden negar que por diversas razones –más o menos justificadas-, los servicios médicos cubanos distan de poseer las excelencias que cabría esperar de una pretendida potencia médica, según la propaganda oficial, aunque se haya logrado mantener un nivel de calidad incuestionable, también “gracias al trabajo de esos valiosos y poco recompensados profesionales”.
Aunque con características propias, muchas de las actuales dificultades que atraviesa el sector, afectan tanto a pacientes como a sus propios trabajadores y no hacen más que reflejar y reproducir algunos de los problemas que hoy afronta el resto de la población. Desde el hecho innegable de que el salario devengado por estos profesionales no se corresponde con su significativa contribución, hasta los aspectos relacionados con disposiciones burocráticas obsoletas y limitación de los recursos que dificultan su labor. O, más allá, la real y notable pérdida de valores sufrida por la sociedad cubana.
En respuesta a los comentarios periodísticos que cuestionan el desempeño de ciertos médicos, algunos de ellos rechazan la descalificación en bloque y en cambio hacen señalamientos que de ser atendidos contribuirían a mejorar su desempeño, “como el descanso post-guardia, la alimentación adecuada en el servicio nocturno, agua y jabón para el aseo de las manos y un largo etcétera que los pacientes ignoran”, según expresa una doctora en su texto que circula a través del correo electrónico.
Asimismo esta especialista de Medicina Interna se refiere a otros importantes aspectos a tener en cuenta al valorar el desempeño del sector, como el mal “estado de muchos de nuestros centros de salud”, aunque pocos advierten –señala-, “que son esas y no otras las condiciones en las cuales trabajan y prácticamente viven los médicos, las enfermeras y los técnicos de la salud ya que pasamos más tiempo en ellos que en nuestros hogares. Cuando se comentan las largas horas que hubo de esperar algún enfermo para acceder a una consulta, no se tiene en cuenta que el personal que la ofrece, está trabajando en ese mismo lugar sin detenerse para beber un vaso de agua, no digamos ya para almorzar. Se lamentan de su maltrato y no del que está sufriendo el otro”.
Indica la propia doctora en el texto citado que nunca ha tenido noticias de “planteamientos por parte de la población para que sean mejoradas nuestras condiciones laborales, para que se respete el criterio clínico que tanto esfuerzo y tiempo cuesta aprender. Por el contrario, son escasísimos los enfermos que muestran comprensión hacia nuestro trabajo, que respetan nuestro horario de almuerzo o de descanso, que colaboran con mínimos gestos hacia los locales de consulta (me refiero, por ejemplo, a cuidar en horario nocturno que ningún malhechor hurte muebles o instrumentos médicos de los consultorios) y no a regalos ni a prebendas”.
“De la burocracia –recuerda-, todos somos víctimas sin excepción, pero la médica es particularmente abrumadora. No me refiero a la reseñada en los artículos, sino a la que padecemos nosotros los médicos sin que los enfermos la conozcan. No se trata entonces de disponernos a un lamento en masa, sino de escucharnos los unos a los otros, de tendernos las manos, de ayudarnos a soportar los males que a todos nos golpean”.
Además de estos justos señalamientos que sintetizan algunos de los problemas que enfrentan cada día los profesionales cubanos de la salud, cabe mencionar el factor humano que hace su labor más compleja, en tanto ellos se relacionan con personas en situaciones poco placenteras que esperan la más rápida solución para sus padecimientos, y si no se cumplen sus expectativas tienden a descargar sus frustraciones en los médicos, que son la cara más visible del sistema de salud.
No es de extrañar entonces que a pesar de la ética y el amor hacia su profesión que caracteriza a la mayoría de estos trabajadores, en ocasiones se sientan desestimulados y lleguen a incurrir en lamentables errores, como le puede ocurrir a cualquier ser humano. O que algunos de ellos, incluso, pervierta sus principios.
Si alguna duda existe acerca de la repercusión que pueden llegar a tener tales problemáticas en un sector donde los implicados son los responsables de la salud y hasta de la vida de las personas, baste recordar los incalificables sucesos que provocaron el deceso de un elevado número de enfermos mentales en el Hospital Psiquiátrico de La Habana, un centro considerado en otros tiempos un modelo de referencia más que para Cuba para el resto del mundo.
Aunque se trata de un ejemplo extremo, no considero que los inculpados y sancionados después por los tribunales, de acuerdo a sus diferentes grados de implicación y responsabilidad en aquel suceso, constituyan un caso aislado y sin precedentes. Por el contrario, pienso que se limitaron a repetir -con irresponsabilidad criminal-, lo mismo que muchos de nosotros hacemos a diario sin que (al parecer) ello tenga mayores consecuencias.
Porque si el panadero “resuelve” un par libras de pan hoy y otras mañana, apenas se advierte. Pero si un enfermero hurta parte de la dieta asignada a un paciente mental, el resultado a largo plazo puede ser fatal. Si un laboratorista, amparándose en la recurrente escasez de reactivos, le niega a un ciudadano la posibilidad de un análisis, para luego venderlo al mejor postor, estará atentando contra la salud de esta persona. Si un “camionero” sustrae gasolina del vehículo asignado para trasladar mercancía, habrá cometido un delito, pero si lo hace el chofer de una ambulancia, su acción le puede costar la vida a un enfermo que necesita ser trasladado con urgencia.
Es posible que cada uno de nosotros haya tenido como paciente alguna experiencia negativa. Pero también es muy probable que esa experiencia no sea responsabilidad directa de los médicos o las enfermeras, sino el resultado de deficiencias administrativas y organizativas del trabajo. Yo, particularmente, recuerdo que en el pabellón de Geriatría de un importante hospital no había ascensor y hubo que cargar a mi suegra entre cuatro personas para llevarla al segundo piso porque tenía una parálisis que le impedía caminar. También puedo citar las molestias innecesarias que sufrió el padre de una amiga que fue preparado dos veces para una operación de colon, pero por falta de sangre primero, y de guantes después, hubo que suspender el procedimiento en el último minuto. En ambos casos se podría culpar al bloqueo o a la situación económica del país, por la falta de materiales e insumos médicos, pero más que todo, a los responsables de situar una sala geriátrica en un segundo piso sin ascensor o de programar una operación para la cual no se contaba con los recursos necesarios ¿Y quién se responsabiliza por esos errores? La burocracia no tiene rostro, mientras los médicos con nombres y apellidos, pueden ser criticados más fácilmente.
Por otra parte, lo cierto es que cada uno de nosotros también podría contar numerosas experiencias positivas como pacientes, que igualmente deben ser puestas en la balanza a la hora de valorar en su conjunto el desempeño de estos profesionales. Tampoco es justo que por el accionar negativo de una minoría, se tienda a descalificar en su conjunto el trabajo de los profesionales de la salud, que aún padeciendo las mismas dificultades que sus colegas y a pesar de los escasos incentivos, a lo largo de los años han desarrollado una labor tan importante y necesaria para todos.
Sin embargo, no considero “saludable” ponerse a la defensiva y cerrar la posibilidad de crítica (aunque no estemos muy acostumbrados a ejercerla y, sobre todo, aceptarla), siempre que se haga responsablemente y sobre una base sólida. Si se hace con justicia, el ejercicio de la crítica no le hace mal a nadie, si no todo lo contrario, pues puede contribuir a sacar a la luz las deficiencias que será necesario remediar. Téngase en cuenta que al acudir a la consulta de un facultativo, los pacientes le confían su salud, y por tanto no es posible pretender que estos no realicen ninguna reclamación si resultan afectados por una mala práctica, que intencionada o no, puede incluso marcar la diferencia entre la vida y la muerte.
Pero la crítica no puede ser un privilegio de los pacientes. Es necesario atender las expuestas por los médicos, quienes no sólo deberían tener derecho a réplica ante una acusación injusta, sino también a pronunciarse acerca del funcionamiento interno del sector y de sus propias necesidades, en tanto profesionales cuyo trabajo entraña una gran responsabilidad, e incluso sacrificio.
Así como en otras esferas de la producción (agricultura), y de los servicios (turismo), se ha entendido la importancia del estímulo material para incentivar al trabajador, y se ha empezado a vincular el salario con los resultados productivos, habría que estudiar alguna solución adecuada en esferas que tanto aportan a la sociedad como la salud y la educación. Seguramente ello contribuirá a mejorar estos servicios cuyos resultados no sólo se expresan en cifras y metas cumplidas, sino en la calidad de la atención al paciente y en la satisfacción de los propios trabajadores del sector.
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