Pensamientos desordenados sobre violencia y civismo en Cuba
Un acercamiento desde la ética y la filosofía a dos temas especialmente sensibles en la sociedad cubana.

La solidaridad, como valor moral, no es grupal, sino universal.
Foto: Patricia Grogg_IPS
El término violencia, entendido en su forma más elemental como el daño que se ejerce sobre las personas por parte de otros seres humanos, no se agota por su complejidad en un escrito de limitada extensión. Por ello, tomaré solo algunas aristas de la vieja cuestión entre el civismo y la violencia, que incluyen apuntes sobre el contexto cubano actual.
Primero que todo, deseo recordar unos versos del poeta y ensayista británico Wystan Hugh Auden (1907-1973), nacionalizado estadounidense:
Todas las palabras como Paz y Amor
todo discurso afirmativo y cuerdo
había sido mancillado, profanado, degradado
hasta tornarse horrendo chirrido mecánico
Mucho se ha escrito sobre las palabras amor y paz. No obstante, los versos de Auden continúan vigentes en cualquier lugar del mundo: en nombre de la paz se destruye la paz, en nombre del amor se mata el amor, en nombre de la justicia se cometen injusticias.
Todo ensañamiento con cualquier criatura es contrario a la dignidad humana.
Papa Francisco Laudato siʼ (Alabado seas) Sobre el cuidado de la casa común
La unificación del lenguaje no debe disimular la existencia de una diversidad de actitudes. Se produce constantemente eso que escribiera el filósofo e historiador francés Michel Foucault (1926-1984) acerca de una especie de trastrocamiento del discurso, su rarefacción1. Muchas veces escucho peroratas acerca de lo que sucede en el ámbito nacional y siempre me producen la misma sensación: palabras vacías, volátiles, ridículas, como una especie de juego que permite un constante olvido, que expresan siempre una invariable monotonía.
Lo que en mí siente está pensando12
En el verso del poeta y escritor portugués Fernando Pessoa (1888-1935), que encabeza este epígrafe, el poeta concentra en pocas palabras lo que cualquier científico social tendría que explicar en una extensa monografía: la necesidad de sintetizar pensamiento y sentimiento para el mejoramiento de las conductas de las personas. La pensadora, filósofa y ensayista española María Zambrano (1904-1991) escribió: “Si el pensar no barre la casa por dentro, no es pensar…”3 Pensar es la más activa de las acciones, apunta siempre al futuro porque no es un nacer, es siempre un ir naciendo.
Cuba posee un índice elevado de instrucción escolar, nadie lo duda, pero carece de una reflexión colectiva profunda acerca de algunos problemas nacionales.
En Cuba también se le ha prestado gran significación a la tarea del pensar. José Martí, heredero de las ideas del Padre Félix Varela (1788-1853), “quien nos enseñó primero en pensar»4, expresó lo siguiente en 18822: “¡Qué ridícula cosa, un pensamiento enano con alma de rey, o vestidura de gigante!”. Explicó que a veces los pensamientos, luego de examinados, quedan como aquel rey Luis XIV, quien fue pintado en tres partes: en la primera era un rey magnífico, con una gran peluca, bastón alto, majestuoso manto y zapatos encintados; en la segunda reflejaron esos atributos aislados, sin el cuerpo del rey; en la tercera parte solo el pintor dibujó al mísero rey, todo encorvado y enjuto, lleno de arrugas, muy flaco. Lo que demuestra lo pobre que suelen ser los seres humanos si se les quita el manto. No ha decirse escritores – subraya Martí – sino pensadores, en justo castigo por haber venido dando funestísima preferencia al arte de escribir sobre el de pensar.
“Revestíos del hombre nuevo” dice Pablo en su Epístola, IV, 24. Revestirse de ese ser “nuevo” no se hace con sueño, con honras, con panfletos, no se hace sin una mística ante tanto dolor expandido, gente decapitada, explosiones sin sentido, amenazas de guerras nucleares, demostraciones de odio en muchos lugares del mundo, muros levantados y por levantar, escuelas amenazadas por el resentimiento, permanencia de triviales panaceas. Por ese concepto de “hombre nuevo”, preferiría otra palabra que utilizó el poeta español Juan Ramón Jiménez (1881-1958) en su “Trabajo gustoso”, esta es: “aristocracia”, la cual está más relacionada con una postura y una forma de ser interior, que con una marca mediante la cual la sociedad reconoce a determinado grupo social. A ese estatus aristocrático pueden aspirar todos los seres humanos porque se refiere al cultivo del yo interno, al desarrollo del talento innato de uno mismo.
Destaca el poeta de Moguer: “Aristócrata, a mi modo de ver, es el estado del hombre en que se unen –unión suma– un cultivo profundo del ser interior y un convencimiento de la sencillez natural del vivir: idealidad y economía. El hombre más aristócrata será, pues, el que necesite menos exteriormente, sin descuidar lo necesario, y más, sin ansiar lo superfluo, en su espíritu.”
Por el amor se ve. Con el amor se ve. El amor es quien ve
Se supone que en toda sociedad exista una subordinación de sus ciudadanos a las leyes y, sobre todo, a determinadas normas de conducta, costumbres, preceptos, que denominamos moral en determinado tiempo y espacio. Cuando hay un predominio de la burocracia o de un complejo sistema de oficinas –como señaló la filósofa y teórica política alemana Hannah Arendt (1906-1975) en su trabajo “Sobre la violencia”– no cabe hacer responsables a los seres humanos, ni a unos ni a otros, ni a pocos ni a muchos sobre lo que sucede, porque estamos ante el dominio de Nadie. Y cuando eso sucede, no hay nadie al que pueda preguntarse por lo que se hace o no se hace; este estado de cosas hace imposible la localización de la responsabilidad, una manera de escapar a todo control.

Jacques Derrida (1930-2004), pensador francés de origen argelino, tiene una filosofía con el enemigo muy inteligente, pues piensa que los enemigos que tenemos en nuestras vidas personales nos acompañan en el tiempo y ahí el filósofo encuentra cierta solidaridad por ese hecho. Los enemigos contemporáneos, comenta, no hemos compartido nada, salvo el presente. A ese compartir tiempo y espacio lo llama, aunque sean individuos que se consideran contrarios, “compasión fundamental”. Algo interesante que destaca es que puede haber más compasión en la guerra que en la paz. Leí en alguna parte que a la madre de Teresa de Calcuta (1910-1997), monja católica de origen albanés, que vivía fuera de su país y fundó las Misioneras de la Caridad en Calcuta, un día le comunican que su madre estaba muriendo. Pide permiso para verla y el presidente en ese entonces se lo niega. Años después, visita Albania y le lleva flores a su madre al cementerio. Alguien le indica la tumba del presidente que le había negado la entrada, ella le coloca las flores de su madre a ese señor y expresó: “A él le hacen más falta que a mi madre”.
Sabemos que hay toda una tradición de civismo en Cuba que nos convoca a la concordia y a la búsqueda de la verdad sin imposiciones. Civismo no es más que el arte de la convivencia. No obstante, en nuestra vida cotidiana se manifiestan expresiones de violencia de diversas maneras, en múltiples circunstancias: los mosquitos son enemigos, las palabras enfrentamiento y lucha se repiten constantemente; a los ciclones hay que “enfrentarlos” con la certeza de que no pueden más que “el Hombre”. Los antiguos tenían muy claro que rebelarse contra la naturaleza era rebelarse contra sí mismos, hacer eso significaba golpearse la cabeza contra las paredes.
Escuché en una ocasión a un cantante dedicar su música de la manera siguiente: ¡esto es para los cubanos que viven en Cuba, que son los que quieren nuestra bandera! Si Martí hubiera escuchado tales declaraciones, segura estoy que sufriría mucho, tanto como cuando se quejaba en determinado momento por lo apaleado, acorralado, por la brutalidad y la sordidez con que muchas veces lo trataron, por los insultos y las burlas recibidas por su denodado esfuerzo para unir a todos sus compatriotas. Martí escribió: “Mudar de tierra no quiere decir mudar de alma…” Pero dijo mucho más: “La patria no es de nadie: y si es de alguien, será esto solo en espíritu, de quien la sirva con mayor desprendimiento e inteligencia”. También en un debate en el Club Hidalgo expresó las siguientes palabras: “Yo vengo a esta discusión con el espíritu de conciliación que norma todos los actos de mi vida”. Es evidente que aquí se comprueba que no se refería a la conciliación filosófica y teórica, sino a una conciliación para la acción, para la vida. Todos sabemos los fines de equilibrio republicano que anhelaba para nuestro país en ese conocido discurso fundacional “Con todos y para el bien de todos”. En definitiva, fue un genio de la moderación, de la paciencia, porque esas virtudes son inseparables de la capacidad de sacrificio que poseía.
El 14 de abril de este 2018, Estados Unidos atacó a Siria. Palabras de Martí: “¡Llaman justicia a esa que mata! ¡Justicia podría llamarse la que evita!”3
No hay frase que compendie mejor la idea del amor como principio: “Por el amor se ve. Con el amor se ve. El amor es quien ve”. Martí es el máximo exponente de la fineza y la resistencia cubanas, por la tenacidad con que vivió; la sacralidad de su pensamiento reside en el estilo sabio con que supo desenvolverse en medio de la hostilidad y el difícil desciframiento de sus circunstancias. El diario martiano constituye el más grande poema escrito por un cubano. Su sueño, su gran aspiración, era la conformación de una república moral. Su gran drama: verse obligado a la violencia de la guerra para alcanzar la justicia.
La filósofa María Zambrano leyó el diario escrito por Martí. Su lectura inspiró la aparición de un artículo denominado “Martí, camino de su muerte”, publicado en la revista Bohemia en febrero de 1953. Allí expresa que ese diario resultó ser…más que un testamento, cosa del pensar: un itinerario de su morir, cosa del ser. Le impresionó cómo un poeta tuvo que convertirse también en hombre de acción y, al no tener vocación guerrera, fue a la guerra por destino. No hay que olvidar que ese trágico acontecimiento sucedió en el siglo XIX. En el cumplimiento de ese destino, se hizo a sí mismo en contra de sí, de sus gustos.
También la conmovió, en esa pequeña publicación íntima, esta bella frase: “la lluvia pura sufrida en silencio”. Martí vivió, sufrió la intemperie, describió cómo la lluvia calaba hasta sus huesos, sin albergue, sin morada. Todo ese sacrificio para construir no su propia casa, sino la Casa de todos. He ahí el legado martiano, su trascendencia universal, porque anheló con ello una forma de ser habitante del planeta.
Al repensar de nuevo su muerte, podemos afirmar con especial énfasis que el Héroe Nacional sacó un revólver que nunca disparó, otro de los signos fulgurantes de su fin. Lo paradójico también de su vida es que fue a la guerra contra un enemigo que amó, más que odió, que deseaba más redimir que derribar. Cuánto nos hace falta conocer y materializar este simbólico despliegue del final de Martí.
Pienso en el presente de la isla. Hace ya un tiempo leí algunas noticias que me paralizaron, pues me produjo una amarga impresión de hostilidad. Se trata de una preocupación de algunos cubanos donde pedían que los nacionales que abandonaran Cuba se olvidaran del sistema de salud nuestro, porque ello “repercute en los que viven aquí”. Exigen leyes regulatorias para que “esos” no se sirvan de las ventajas cubanas, de los médicos cubanos, de su país. Así, de manera tajante, manifestaron un egoísmo que es totalmente antimartiano, un ultranacionalismo peligroso, además de resultar una incoherencia total con un sistema que brinda su atención, su apoyo, a países extremadamente necesitados. ¿Cómo es posible que Cuba entonces le dé la espalda a sus propios hijos? Cuba, como bien dijera Martí, es “patria de todos, dolor de todos y no feudo ni capellanía de nadie”.

La ciudadanía es un estatuto jurídico; más que una exigencia de implicación política, una base también para reclamar derechos. Los seres humanos necesitan ser autónomos, decidir dónde desean vivir, esa es una de las diferencias entre ser ciudadano y ser súbdito. La solidaridad, como valor moral, no es grupal, sino universal. Se supone que nuestro país, sobre todo en medicina, practica la solidaridad universal. Esa solidaridad universal de la que el país se enorgullece y que aparece diariamente proclamada en los medios de comunicación está reñida con una moral de establo, –como destaca la filósofa española Adela Cortina– con los comunitarismos excluyentes.
Cuando escucho ciertas ideas de esperanza condensadas en violencia, cierto amor irreconocible, me siento en un “baile extraño”, creo que tal y como en ciertas ocasiones el propio Martí se sintió.
Si brindamos nuestro territorio para la firma de la paz en Colombia, por qué nuestro territorio no puede hacerse-diálogo para todos los cubanos y cubanas. De los ciudadanos que parten, muchos lo hacen con un dolor infinito: por su tierra, por su familia, por sus tradiciones, por su cultura. Los que regresan son nuestros parientes, nuestros amigos, nuestros compatriotas. De nuevo María Zambrano nos recuerda: “no es posible elegirse a sí mismo como persona sin elegir, al mismo tiempo, a los demás”. Por ello, esperamos con impaciencia las muestras de consolidación de un mejoramiento eficaz, constructivo, inteligente entre Cuba y sus emigrados.
Un connotado hecho de violencia fue cuando circuló en Internet un terrorífico video donde dos cubanos quemaron un perro dentro de una caja; se pudo observar a estos individuos muy risueños por haber cometido este crimen, lo que provocó la recogida de firmas por personas que pertenecen a organizaciones de protección animal con el objetivo de pedir la aprobación de una ley en el país que defienda los derechos de los animales. Debemos valorar la vida de todos los seres idénticos, porque los animales son titulares también de vida. Ellos son dignos de ser tratados con respeto, nada justifica que no sean tratados con consideración moral. Es conocido que, además de tener motivaciones de beneficio a la humanidad, hay científicos que realizan experimentos con animales solo por simple curiosidad, otros lo hacen por beneficios comerciales y por ambiciones académicas. El Padre Francisco destaca en su carta encíclica “Alabado seas, mi Señor”, cuando escribe: “El corazón es uno solo, y la misma miseria que lleva a maltratar a un animal no tarda en manifestarse en la relación con las demás personas.”
Es obvio que no basta saber lo que pasa a nuestro alrededor sobre determinado fenómeno social, es necesario que a ciudadanos y ciudadanas se les otorgue la posibilidad de saber qué hacer ante tales hechos. Se requeriría una conciencia ética permanentemente ejercitada con el objetivo de neutralizar los abusos que se cometen a diario contra nuestros animales. El tema de la carencia de responsabilidad se constata en nuestro escenario con mayor énfasis en las últimas décadas. Enseñar a las nuevas generaciones determinadas responsabilidades como el cuidado a los animales está atravesado también por la enseñanza del afecto, del amor a la vida misma, a la comunidad, al mundo en su totalidad. Para ello hay que darle un verdadero sentido a la participación, ello no se logrará mediante clases aburridas de valores. La pérdida de estos últimos es un reflejo del deterioro de nuestra sociedad en la actualidad y no su causa. No tengo conocimiento de que existan comités de ética en determinadas instituciones vinculadas con la existencia animal, como los zoológicos, acuarios, zoonosis, etc., lo que sería necesario divulgar y exigir.

La esperanza es la vida misma defendiéndose
Cuba necesita abrirse al futuro desde su cotidianidad, desde lo más leve hasta lo más desgarrador. La ciudadanía toda tiene una tarea impostergable por delante. En su ensayo “La confesión: género literario y método”, María Zambrano escribe: “Nada, apenas nada sabemos de este mundo; es el mundo de la intimidad sin palabras, donde ha de reinar una oculta e insensible armonía, donde debe encontrarse la raíz de toda guerra, donde la paz no es cosa de pactos ni de compromisos, pues no es cosa de derechos ni leyes, sino de una silenciosa armonía que, una vez destruida es ingobernable tumulto, rebeldía sin término, discordia. …Mas, lo grave es ser un extraño para sí mismo, haber perdido o no haber llegado a poseer intimidad consigo mismo; andar enajenado, huésped extraño en la propia casa”.
La esperanza se produce a veces en personas desamparadas. Hay una frase de San Pablo: “La fe es el argumento de las cosas que se esperan”. Las situaciones sin salidas pueden ser relativizadas mediante la esperanza. Por eso debe estar presente siempre como sustento en todos los seres humanos, para poder descubrir la salida cuando no se presenta. Al decir de Zambrano, “cuando amamos a una persona, un país, una cultura, se acepta su historia realizada, pero siempre se esperan cambios, mutaciones, no con resignación, sino con el asombro con que esperamos el alba”.
Una tesis importante para el incremento de una cultura de paz es la siguiente: “…hay una esperanza que nada espera, que se alimenta de su propia incertidumbre: la esperanza creadora; la que extrae del vacío, de la adversidad, de la oposición, su propia fuerza, sin por eso oponerse a nada, sin embalarse en ninguna clase de guerra. Es la esperanza que crea suspendida sobre la realidad sin desconocerla, la que hace surgir la realidad aún no habida, la palabra no dicha: la esperanza reveladora… nace del sacrificio que nada espera de inmediato… Es la esperanza que crece en el desierto que se libra de esperarnos por no esperar nada a tiempo fijo, la esperanza librada de la infinitud sin término que abarca y atraviesa toda la longitud de las edades”4
Es poéticamente como los seres humanos harán verdaderamente habitable la Tierra, ni con armas ni con charangas bullangueras. La palabra es medio esencial de encuentro. (2018)
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Notas:
1 Pierre Bourdieu Intervenciones 1961-2001. Ciencia social y acción política Editorial Hiru S.L., Hondarribia, 2002, p. 14.
2 Pessoa, Pessoa Segadora En: Vida y obra de Fernando Pessoa. Historia de una generación de Jõao Gaspar Simões Fondo de Cultura Económica S.A. de C.V., México D.F., 1987, p. 292.
3 Zambrano, María Delirio y destino. Los veinte años de una española, Mondadori España S.A., Madrid, 1989, p.82
4 La frase corresponde a José de la Luz y Caballero (1800-1862), filósofo y educador cubano, discípulo de Varela.
1 Pessoa, Pessoa Segadora En: Vida y obra de Fernando Pessoa. Historia de una generación de Jõao Gaspar Simões Fondo de Cultura Económica S.A. de C.V., México D.F., 1987, p. 292
2 Martí, José La Opinión Nacional, Caracas, 11 de mayo de 1882 En: Obras Completas Edición Crítica, Centro de Estudios Martianos, La Habana, 2010, Pp. 65-66
3 Martí, José Carta al Director de “La Nación” 29 de marzo de 1983, En: Obras Completas Edición Crítica, Tomo 17, Centro de Estudios Martianos, La Habana, 2010, p. 63
4 Zambrano, María Delirio y Destino. Los veinte años de una española, Mondadori, España S.A., Madrid, 1989, p.112
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