Diálogo con Ishtar Yasin sobre Gibara y Mi país perdido
Ganadora en los Festivales de la Villa Blanca con El camino y Dos Fridas, la costarricense presenta en la edición de 2023 un documental que evoca la relación con su padre iraquí.
Ishtar Yasin porta los Premios Lucía recibidos por Dos Fridas, con la plaza principal de Gibara como escenario de fondo.
Foto: Cortesía de la entrevistada.
Con su pelo negrísimo y el exotismo de su apariencia, entre latina y de oriente medio, se le ha visto desandar muchas veces por las calles de la Villa Blanca. Su palabra inteligente ha resonado en paneles teóricos, ha dado su voto firme como jurado; y con películas propias ha recogido laureles. Ishtar Yasin lo cuenta por sí misma: “Estuve en el primer Festival de Cine Pobre, hace ya veinte años, con el guion de El camino, que se convertiría luego en mi primer largometraje”.
Pero su relación con Gibara en el pasado vamos a dejarla para el final y enfocarnos en el ahora, porque si bien no estará de cuerpo presente en la 17 edición, su más reciente película sí ha llegado para competir en el apartado del Documental.
País perdido y recuperado
“Filmé a lo largo de los años los encuentros con mi padre, para rescatar su memoria y que las nuevas generaciones, principalmente de Irak, conocieran su legado”, explica ella sobre el proceso creativo de Baladi Aldaia (Mi país perdido).
Hija de Mohsen Yasin, director teatral y actor iraquí, y de la bailarina y coreógrafa chilena-costarricense Elena Gutiérrez; sus padres se divorciaron cuando era muy niña; y de esa separación y la nostalgia por su padre salió esta película.
“Cuando él murió en Londres, en 2014, encontré las cartas que le envié a lo largo de la vida. Yo también había guardado las suyas”, rememora ella en intercambio sostenido por WhatsApp. “No empecé con un guion, quise encontrar la película en la mesa de montaje. Tenía necesidad de escuchar la voz de mi padre, vivir el duelo, llenar su espacio vacío. Evocar el país perdido, Irak, desde la diáspora. Baladi Aldaia es una invocación, un acto ritual”.
“Siempre quisimos trabajar juntos en Irak, pero debido a la dictadura de Sadam Huseín, a la invasión de Estados Unidos y sus aliados, a la llegada de grupos extremistas religiosos, no nos fue permitido”, ahonda Yasin. “Esta película es nuestro país recuperado, creado con todo lo que mi padre me transmitió de Irak. También quería conectar de una forma espiritual, humana, al mundo árabe y el latinoamericano.”

“Mi país perdido habla de una relación entre padre e hija, atravesada por acontecimientos violentos, sociales y políticos. Es la primera de una serie de películas que quiero realizar sobre mi familia.”
El camino de Ishtar
Nació en Moscú, pero su familia la llevó a Chile. De ahí tuvieron que huir a raíz del golpe de Estado en 1973, para radicarse en Costa Rica.
“De niña soñaba despierta, imaginaba mundos y aventuras. En el Conservatorio Castella, una escuela artística, descubrí el cine de los grandes autores y comprendí que gracias a ese arte podría revivir esos sueños, sin límites de espacio-tiempo”, evoca Yasin.
“Inmediatamente me puse a escribir guiones. Ese lenguaje de imágenes y sonidos me resultaba una expresión natural y necesaria. Pero antes de volver a Moscú en 1985, para estudiar la Maestría en Artes del Instituto de Cine VGIK, había empezado ya a trabajar como actriz en el teatro”.
Protagoniza películas en la Unión Soviética y recibe el premio Pushkin en 1986 y en 1990. De vuelta en Costa Rica, funda Teatro Ámbar y obtiene el Premio Nacional de Teatro con la obra Agonice con elegancia. Hacia 1998 crea una casa productora, Astarté Films. Yasin explica: “He podido así escribir, dirigir y producir 12 películas, entre ellas tres largometrajes, y explorar las posibilidades del lenguaje cinematográfico y asumir nuevos retos”.
Sobre su vida errante, a través de tantas geografías, resume: “Aunque tengo nacionalidad costarricense, me siento iraquí como mi padre y chilena como mi madre. Recuperar estas raíces ha sido importante en mi desarrollo como ser humano. Y he vivido y trabajado en muchos países, y cada país donde realizo una película, sea Nicaragua, Haití o México, lo hago parte de mí, por una necesidad de pertenencia y comunión, de establecer empatía a nivel humano”.

Yasin en películas
En 2008 estrenó El camino en el Festival Internacional de Cine de Berlín; y recogió unos 15 premios en países como Suiza, Francia, México y Cuba. Diez años después, quiso revisitar la vida de la pintora mexicana más famosa y realizó Dos Fridas, interpretando ella misma a la Kahlo y con la portuguesa María de Medeiros de co-protagonista. Otra vez, llegó el reconocimiento, con cuatro premios en el Festival Ícaro de Cine Centroamericano.
“Hablo del desarraigo, la búsqueda de un hogar o una utopía perdida (que debemos reinventar). En mis tres largometrajes hay personajes que han migrado a otros países. También he indagado el universo femenino, el abuso y la opresión patriarcal”, define Yahsin sobre el nexo que engloba su cine.
Sean de ficción o documental, piensa sus películas “como poemas escritos en una servilleta”, sin fronteras entre ambos géneros cinematográficos. “Mis parámetros principales son la poesía y la música. Hilvanar el tiempo no de forma cronológica, más bien cíclica o espiral. Explorar múltiples dimensiones de la vida y la conciencia, donde los sentimientos y las ideas se funden en un solo tejido”.
Baladi Aldaia ejemplifica esta cualidad. “Ahí pude tener un contacto íntimo con el material sonoro y visual, y quise montarla como si fuera música, jugando con el tiempo circular, al estilo de la poesía de los antiguos sumerios. Es una propuesta de imágenes-sonidos discontinuos, con conminaciones y voces, material de archivo histórico y familiar, fotos y collages, filmaciones en formatos que van del viejo Super 8 hasta el digital. Igual, se entremezclan los idiomas, los países, las épocas y las formas expresivas”.

Pasión por Gibara
El paso de El camino por la Villa Blanca, en 2009, se zanjó con el galardón del Jurado de la Prensa Extranjera. Mientras, en 2018 le tocó a Dos Fridas conquistar la Mejor Dirección y la Mejor Fotografía. Ahora, a la espera de si la fortuna le sonríe nuevamente con Mi país perdido, durante la 17 edición del Festival Internacional de Cine de Gibara, Ishtar Yahsin vuelve en la memoria hacia aquel primer contacto de 2003:
“El festival creado por Humberto Solás es único en el mundo, es como un faro de luz en un mar abierto. A mí me marcó la vida y fue la inspiración para continuar intentando hacer un cine valiente y consecuente”.
Acerca del Manifiesto del Cine Pobre lanzado por el cineasta de Lucía, ella dice: “Me sentí plenamente identificada con esa visión. Sobre todo, por la búsqueda de libertad creativa, de proyectar una mirada crítica y encontrar una voz propia en contra de la imposición de un modelo único de pensamiento. La falta de recursos económicos puede ser parte de una cualidad estética”.
“Es necesario agitar la conciencia del público, hacerlo pensar y dejarlo sentir. No darle todas las respuestas. Que haya misterio y que se produzca esa relación dialéctica con un espectador activo, de la que habló el cineasta Tomas Gutiérrez Alea.”
Esta hija del cruce de culturas cierra con esta confesión: “Me enamoré del pueblo de Gibara, de su corazón generoso y de su historia. Ellos son los imprescindibles en este evento cinematográfico que, afortunadamente, está lejos de ser elitista” (2023).
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