A Sarusky la risa le sale por los ojos

El periodista y escritor cubano Jaime Sarusky celebró su cumpleaños 70 entre amigos que amaban su obra, entre ellos no pocos colaboradores de IPS Cuba.

Reconocido con el Premio Nacional de Literatura 2004, Jaime Sarusky (1931-2013) legó novelas como Rebelión en la octava casa (1966) y Un hombre providencial (2001).

Foto: Tomada de https://jaimesarusky.wordpress.com/

Al inicio de un nuevo milenio de la era histórica o cristiana -elijan ustedes el adjetivo que más les acomode-, ante la incertidumbre enorme en que nos sume una humanidad con vocación y militancia autófaga, pero sobre todo después del público, revelador, nada sospechoso y hasta emocionante abrazo de Diego y David en Fresa y chocolate, creo que es un deber inaplazable defender las manifestaciones de ternura entre hombres.

De modo que sin temor a lesionar su bien ganada fama de doblegador de femeninas voluntades y de depredador de alcobas de jóvenes y antañonas damiselas, me apresuro a decir -y por favor, no se me pongan suspicaces- que lo que más me gusta de Jaime Sarusky es su risa.

Fíjense bien. Aquí la tienen. Empieza como una chispita acuosa en los ojos, que luego va deslizándose sinuosamente por la cara hasta depositarse en los labios, y de ahí se lanza, torrente abajo, a estremecerle el cuerpo todo en una gimnasia involuntaria, sísmica, contagiosa e impúdica, que mucho nos habla del goce pleno de vivir la terrenalidad inaplazable del aquí y del ahora.

Y justamente de eso se trata. Jaime Sarusky, el sobresaliente amigo y novelista que hoy nos convoca, es, en toda la extensión de la palabra, un gozador. Ya sé que en el pasado siglo el término se relacionó con actividades poco o nada confesables, pero estamos, de cara al futuro, en la obligación de remendar, lustrar y cambiarle el agua a la semántica de nuestro maltratado idioma, y de asumir, de una vez, que un gozador es aquel ser privilegiado y caribe que tiene la rara capacidad de buscarle el lado bueno a cada cosa o situación, y a quien las emociones más vivas se le despiertan no ante la relevancia retórica de los hechos, sino por su cualidad de irrepetibles.

El periodismo de Sarusky ahondó en la historia de varias colonias de inmigrantes, resumidas en libros de reportajes como Los fantasmas de Omaja (1986) y La aventura de los suecos en Cuba (2002).

He escuchado desgranar a Jaime su peculiar y en ocasiones dolorosa historia, sin perder la elegancia, lo mismo frente a una copa de seven years old que ante una del demoledor, casero, luciferino y comunicativo destilado llamado Hueso de tigre o Saltapatrás. No importa que el interlocutor sea un políglota del trópico, un artista o un simple habitante de este mundo. Todos tienen algo que decirle; a todos tiene algo que acotar.

Jaime se ha visto reflejado en el Almendares y en el Sena. Ha interrogado al Tarot y al tablero de Ifá. Ha usado, en una y otra época, esencias Pierre Cardin y colonia Fiesta. Ha degustado manjares servidos en bandejas de latón y pobrísimos bocados en vajillas de Sévres. Ha frecuentado la Biblia y la Torah. Ha bailado, literalmente, al son del tiempo, pero sin dejarse sacar del paso que le es característico: esa vueltecita vaciladora y reflexiva, ese tumbaíto sensualote y distante de quien golpea con la punta del pie y con selectas flores, marca el territorio, da un requiebro y se aleja como si, definitivamente, regresara.

La primera persona que se tomó el trabajo de escribir sobre mí, fue Jaime Sarusky. Recuerdo que, bajo el seudónimo de Ricardo Hoyos, y con un breve texto, me presentaba a los lectores de la revista OCLAE como un tipo muy simpático. Debo confesar que aquello no me gustó nada. Era lo suficientemente joven entonces como para aspirar a ser un gran poeta. ¿Por qué el crítico no hablaba de mis originalísimos versos? ¿Por qué no decía que Azucena, mi musa de entonces, era allí mejor cantada que la Beatriz del Dante y que la Fidelia de Zenea? ¿Cómo no saludaba mi sangriento propósito de fundir el idioma heredado para pasarlo por el crisol de mi sensibilidad y acendrarlo definitivamente? Un tipo simpático, un bromista, decía.

Qué lejos estaba yo de saber que es mejor –o más práctico­ ser gracioso que poeta, en esta isla que todos tanto sufrimos como amamos. Por eso no quiero saludar hoy al novelista que busca incansablemente –como es condición del arte verdadero­ y que se revela lo mismo en la séptima que en la octava casa, ni al periodista fundamental, cazador de fantasmas criollo, sino a la gente, a la buena gente que es Jaime. Ese personaje gracioso, cordial, un poco belle epoque si se quiere, pero que tiene la manera más plena e inteligente de reír que yo conozca.

 

Nota: Publicado originalmente en la revista Cultura y Sociedad de IPS Cuba, No.2, febrero de 2001.

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