Fundamentalismo religioso en Cuba: aristas para un debate
Jorge Cela
Sacerdote jesuita cubano.
El fundamentalismo no es solo religioso.
Es una actitud de intolerancia, irracional, que sacraliza principios o prácticas, negándose a su revisión y al diálogo. Por eso se crece más fácilmente en personas que no tienen las capacidades desarrolladas para una argumentación y un análisis racional, y en personas que tienen inseguridades muy fuertemente enraizadas.
Nace del miedo que nos lleva a aferrarnos irracionalmente a verdades que nos den seguridad.
Es por eso fácilmente manipulable por quienes crean miedos para sacar ventaja. Por ejemplo, a través del manejo de las noticias falsas en las redes (fake news) se está fomentando un fundamentalismo occidental contra el pretendido fundamentalismo musulmán.
A veces se restringe el uso del término a grupos religiosos cristianos de alto nivel de intolerancia, que sacralizan algunas frases o prácticas y se cierran a todo diálogo con quienes no piensan como ellos. Pero eso no es más que una de las muchas formas de fundamentalismo.
Puede ser político, ideológico, de género, racial. Darle peso religioso ayuda a fortalecer sus convicciones (sacralizándolas), por eso muchos fundamentalismos utilizan el lenguaje o imaginario religioso.
El fundamentalismo estaba en Cuba mucho antes de los noventa. No solo porque había ya presencia de religiones de corte fundamentalista, sino porque había grupos religiosos o no, con actitudes fundamentalistas, a veces incitadas por algunos líderes. En aquellos años, con la progresiva apertura hacia la libertad de cultos, estos grupos crecen y se fortalecen. Su presencia en la sociedad es un buen signo de progresiva apertura. Pero al mismo tiempo es un signo negativo de aumento de las inseguridades y los recursos a la cerrazón intolerante y el autoritarismo.
El fundamentalismo religioso siempre ha optado por incidir en la sociedad civil y en la vida cotidiana. La convicción que sus criterios son los únicos válidos que pueden salvar a la humanidad los impulsa al proselitismo y a querer imponer sus convicciones a todos. La sacralización de esos criterios ayuda a fortalecer su carácter absoluto. La Suráfrica del apartheid es un buen ejemplo. Esto puede llegar a dimensiones extremas justificando el asesinato en nombre de Dios de quienes se les oponen.
Las sociedades autoritarias tienden a generar un fundamentalismo que crece en situaciones de crisis, cuando el miedo hace más fácil que las masas asuman actitudes fundamentalistas que pueden ser xenófobas, racistas, machistas, políticas, etc. Pensemos en el rechazo sufrido por los judíos (no solo en tiempo del nazismo), o las guerras étnicas de Ruanda-Burundi, (territorio de Bélgica bajo mandato de la Sociedad de Naciones y con posterioridad territorio en fideicomiso de Naciones Unidas, entre 1924 y 1962, año en que dio lugar a los estados independientes de Ruanda y Burundi), para poner algunos ejemplos externos.
Dentro de religiones más abiertas pueden generarse actitudes fundamentalistas, sobre todo si existen estructuras rígidas y autoritarias y situaciones de crisis que facilitan la manipulación de las masas.
No podemos llamar fundamentalismo a todo disenso de una determinada propuesta. Sería limitar la libertad de opinión a aquellas que no se tachen de fundamentalistas. Ni siquiera es fundamentalismo la defensa de un criterio erróneo. El fundamentalismo se refiere a la manera de hacerlo, negándose al diálogo, descartando autoritariamente toda posición diferente, y queriendo imponer su criterio incluso por la fuerza. No podemos llamar fundamentalismo a las actitudes de las minorías, religiosas o no, de defender su posición. Fundamentalismo sería querer imponer por la fuerza una posición, descalificando cualquier otra por la fuerza. Aunque la libertad de expresión termina donde comienzan los derechos del otro. Por eso no se le pueden conceder derechos a quienes vulneran los derechos de otros; por ejemplo, los que promueven la discriminación por razones de raza, género, religión o ideología.
En el caso concreto del matrimonio igualitario en la Constitución cubana no podemos llamar fundamentalista a quien se opone, sino que tendríamos que ver cómo se opone. De lo contrario estaríamos dando pie a negar el derecho de libre opinión y expresión a las minorías, o incluso a mayorías sin poder.
En Cuba tenemos pendiente una ley que garantice la libertad religiosa individual y colectiva y que regule los derechos y deberes de las distintas religiones. Una ley así permitiría situar los límites de la libertad religiosa en los derechos del otro. Fundamentalistas serían quienes no acepten este derecho del otro.
Las religiones son las organizaciones de personas que han encontrado respuesta a su pregunta por el sentido de la vida en la dimensión trascendente de la persona. En ese sentido buscan todos lo mismo y debían enriquecerse con el diálogo mutuo que nos ayudaría a superar actitudes intolerantes y discriminatorias y comprender mejor la posición del otro. El miedo al diálogo es un síntoma de inseguridad. La apertura al otro es un síntoma de la apertura a la trascendencia. Para ser consecuentes debíamos estar más abiertos al ecumenismo y al diálogo interreligioso. Por suerte para nosotros los católicos, el Papa Francisco está siendo un buen ejemplo de esta apertura.