Disney, Latinoamérica y otros asuntos de identidad

Personajes de la más grande productora de animados infantiles del mundo reproducen estereotipos de Latinoamérica

Tomado de Disneysoul.com

Fotograma de Las Locuras del Emperador

Por el aura de abordar temas nobles, relacionados con la edad de la inocencia, Walt Disney y su Compañía devinieron portavoces de valores y aspiraciones de un pretendido carácter universal, bajo cuyo paraguas podía guarecerse la humanidad toda. Es así que en 1935, la Sociedad de Naciones, precursora de la ONU, declaró a Mickey Mouse «símbolo internacional de buena voluntad». Y el Departamento de Estado de Washington, ante la posibilidad de que la Alemania nazi ganara ciertos países latinoamericanos para su causa, no eligió a otro que al propio Walt Disney para que, en 1941, realizara un viaje de buena voluntad por Sudamérica, promoviendo la era Roosevelt y su Política de Buen Vecino.

Del horno de aquella gira salieron dos largometrajes que figuran hoy entre los Clásicos de Disney y en cierta medida se han erigido espejo de nuestro continente en otras regiones del mundo e incluso entre nosotros mismos. Se trata, de Saludos Amigos (1942) y Los tres caballeros (1944). El impacto que tuvo el recorrido por Latinoamérica en la Compañía fue tal que en otro animado de larga duración que estrenaría más de cincuenta años después, Las locuras del emperador (2000) aparecerán reproducidos varios de los estereotipos asociados al latinoamericano de los dos primeros materiales.

En lo que respecta al tema de la otredad y la manera en que Tzvetan Todorov (1998) describe sus posibles manifestaciones en «La conquista de América. El problema del otro», obras como Saludos Amigos y Los tres caballeros resultan paradigmáticas. Ambas películas y su making of, South of the Border with Disney, son particularmente reveladores porque no solo incluyen los productos animados que surgieron a raíz del ya mencionado viaje de buena voluntad, sino que además explican entre uno y otro qué elementos en su interacción con Sudamérica los inspiraron.

A pesar de que los títulos de las obras y la música que introduce Saludos Amigos tienen un carácter apelativo, asumen al latinoamericano como interlocutor: «Hello, friends, vecinos, unidos hay que estar…»; nuestros pobladores pierden la categoría de sujetos al aparecer consecutivamente equiparados a los animales, las plantas o los accidentes geográficos de la región; tal como lo haría Cristóbal Colón con los indios al decir de Todorov. En South of the Border la descripción de Bolivia es fehaciente en ese particular: la edición enumera tres escenas al parecer intercambiables, se pasa sin preámbulos de un grupo de muñecas «exóticas», a un desfile de militares, y por último a la marcha de un grupo de llamas.

Se proponen al comienzo del itinerario la búsqueda de «nuevos panoramas, nueva música, nuevos bailes…», y encuentran casi exclusivamente similitudes con su propia cultura —es alegórico el animado donde se equipara al cowboy con el gaucho. Por otra parte, caen en el saco de lo «exótico», ciertas «melodías», «típicos personajes», algún «colorido local», una «rara panadería» y otras expresiones culturales o individuos descritos de forma imprecisa. Los largometrajes solo se detienen en el carácter aparencial, cosifican los sujetos y el patrimonio inmaterial debido al absoluto desinterés por conocer el significado que poseen. El término «exótico» lo emplean además para describir animales y flores endémicos.

Esa estrategia finalista de interpretación es también aplicable a las descripciones de las zonas urbanas y las rurales de Latinoamérica. Una y otra responden a la idealización burguesa de la ciudad y el campo que Dorfman y Mattelart mencionan en su clásico latinoamericano Para leer al Pato Donald. En estos dos largometrajes, Buenos Aires, Río de Janeiro, Bahía y Acapulco aparentan vivir una eterna temporada festiva, donde «todo parece diseñado para hacer la vida más placentera», «cada cosa tiene un toque artístico».

Aquí los trabajadores no parecen realizar un gran esfuerzo, no tienen problemas ni preocupaciones, sino que cantan y bailan. Y las mujeres nacen en mayor número que los hombres, y son todas hermosas. Donald se encuentra incluso una playa de Acapulco exclusivamente poblada por el sexo femenino. El campo, en contraste –sean la pampa, los alrededores del lago Titicaca o la selva amazónica–, resulta «paradisíaco», «romántico», «pintoresco».

En estas zonas pobladas de naturaleza, el indio se transforma en parte del paisaje, es solo decorativo en las aventuras de animales antropomórficos como Donald. Y el gaucho, un poco más humanizado, duerme en su «romántica tierra» bajo la luna, vive solo con su caballo, no tiene hijos ni familia ni casa, como cualquier caballero andante de novela europea. Ya advertía Todorov que «si el comprender no va acompañado de un reconocimiento pleno del otro como sujeto, entonces esa comprensión corre el riesgo de ser utilizada para fines de explotación».

Al conocer un artículo como «Pensar nuestra cultura», del mexicano Guillermo Bonfil, que aboga por el respeto a la pluralidad resultan incongruentes en Los tres caballeros ciertos objetos, rituales y creencias que se representan como «típicas» de México. Incluso para un latinoamericano poco entendido en las idiosincrasias de este país, resulta peregrina la sobresaturación icónica: cactus, piñatas, villancicos «autóctonos», «galoneados sobreros» y sarapes emergen «sacados del contexto cultural que les daba sentido», como «parches» que «hilvanan» un conjunto desestructurado de lo nacional.

La prolífica literatura ensayística sobre civilización contra barbarie en Latinoamérica deviene un binomio recurrente en El emperador y sus locuras (2000) y no menos en el par que lo precede. De hecho, la descripción psicológica de la llama «orgullosa» y de «mirada desdeñosa» en el episodio de Saludos Amigos titulado «Lago Titicaca», donde Donald tiene que salvar al animal que le debía servir, y la displicencia con que la llama asume la posibilidad de su propia muerte, nos hacen recordar aquella descripción de Domingo Sarmiento sobre el «bárbaro» latinoamericano: «la fusión de estas tres familias [el andaluz, el negro y el sambo] ha resultado un todo homogéneo […]. Mucho debe haber contribuido a producir este resultado desgraciado la incorporación de indígenas que hizo la colonización. Las razas americanas viven en la ociosidad y se muestran incapaces, aún por medio de la compulsión, para dedicarse al trabajo duro y seguido».

Diría Fernández Retamar que Sarmiento «estigmatiza como integrantes de la ‘barbarie’, desde luego, a los indígenas, haciéndose eco de un racismo implacable; pero también a los ‘gauchos’, los llaneros o monteros mestizos de su región; a los grandes conductores populares, como Artigas; y desde luego a los gobernantes latinoamericanos que osaron defender los intereses nacionales y entraron por ello en contradicción con los explotadores europeos». Por otra parte, resulta siempre prodigiosa la lucidez de José Martí cuando afirma: «No hay batalla entre la civilización y la barbarie, sino entre la falsa erudición y la naturaleza».

El protagonista de Las locuras del emperador (2000) vivirá la mayor parte de la historia atrapado en el cuerpo de esa llama que el Disney de 1941 considerará «la bestia de carga más inteligente que existe». Este filme, que se encuentra en las postrimerías del Renacimiento de Disney (1989-2000) y por lo tanto hereda su preocupación por reescribir la Historia o las leyendas de culturas periféricas, recrea un universo diegético a partir del imaginario inca.

Si bien no se menciona explícitamente esta sociedad, sí hay señas de que se trata de una cultura mesoamericana, y los nombres de algunos personajes como el del emperador Kuzco (en referencia a Cusco, la ciudad peruana que se asume como capital del imperio inca), o del campesino Pacha (que alude a Pachacútec, considerado entre los más importantes gobernadores incas) no dejan duda de esta procedencia.

A pesar de que la introducción sitúa la historia «hace mucho tiempo atrás», la música nos habla de «tiranos dictadores, expertos manipuladores», «gente bruta y sin modales, que en los árboles serían más feliz» para presentarnos al protagonista, el emperador Kuzco. Al promover un análisis «psicologista» y no sociohistórico de la realidad, según refieren Dorfman y Mattelart, Disney desprovee al espectador de las razones que generan determinadas circunstancias. Así, por ejemplo, el Donald de las historietas permanece desempleado porque es haragán y poco emprendedor, y no debido a condiciones sistémicas del mercado laboral.

En este sentido, resulta paradójico que en Las locuras del emperador se juzgue a Latinoamérica como una tierra propicia para las dictaduras cuando existen pruebas fehacientes de que Washington en ciertos períodos estimuló la aparición y permanencia de gobiernos autoritarios en la región. Sin embargo, el borrado de la Historia que estos materiales ejecutan crea la plataforma para tales simplificaciones. Los deseos de Kuzco de «modernizar» su reino, además de disociar el filme de un tiempo histórico preciso, incorporan uno de los puntos básicos alrededor de los cuales giró la problemática latinoamericana sobre civilización y barbarie. Si el dictador del filme es caracterizado como un hombre ególatra, incapaz de acceder (ni comprender) las necesidades del otro, y hasta afeminado; su contrafigura, el campesino Pacha se nos muestra como un hombre bonachón pero torpe, incapaz de contradecir las órdenes de Kuzco. Su falta de elocuencia le deja como única arma una testaruda y animalesca servilidad que terminará ganando la empatía del dictador con su causa. Si Kuzco resulta el bárbaro, Pacha no es el civilizado sino el buen salvaje, en una sociedad tan hierática y jerarquizada que parece reclamar la llegada de un conquistador que la salve de sí misma e importe un nuevo orden.

Para colmo, es una mujer, Yzma, la consejera real, que se ocupa en sus ratos libres de administrar el imperio por su cuenta. En las historietas que analizaban, Dorfman y Mattelart notaron que «el único poder que se le permite a la mujer es la tradicional seducción, que no se da sino bajo la forma de la coquetería. […] Hay mujeres que infringen este código de la femineidad: pero se caracterizan por estar aliadas con las potencias oscuras y maléficas». En los largometrajes de Disney, este último tipo de mujer desempeña un rol atribuido tradicionalmente al género masculino, se encuentra o aspira a una posición de poder: la madrastra de Blancanieves… y Cenicienta, la Maléfica de La Bella durmiente, Cruela en Los 101 dálmatas, Úrsula en La sirenita y una larga lista de personajes negativos. Puede deducirse lo que implica que en Las locuras del emperador, Yzma se nos presente como el individuo más dotado para gobernar.

En ese ensayo capital para los de esta tierra titulado «Nuestra América», José Martí nos alertaba sobre el tigre que «espera, detrás de cada árbol, acurrucado en cada esquina». Cuando escribió el artículo, el Apóstol cubano tenía aún muy frescas las impresiones de la Conferencia Monetaria Internacional celebrada en Nueva York en diciembre de 1890. Cónsul de Argentina y Paraguay por aquellos años, había recibido además la encomienda de representar a Uruguay en el evento. Sin embargo, no es su ensayo latinoamericanista un tratado económico, sino una radiografía cultural. Había identificado este terreno como el campo de batalla por la independencia más importante de Latinoamérica una vez redimida por las armas del yugo español. Decía allí mismo: «No se le oye venir, sino que viene con zarpas de terciopelo. Cuando la presa despierta, tiene al tigre encima». Como estos tres largometrajes prueban, Disney es el terciopelo de esas garras.

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