Girona en la memoria colectiva
Archivo IPS Cuba vuelve en esta entrega especial de agosto a la emblemática heladería Coppelia del arquitecto Mario Girona como parte de la memoria colectiva de la nación cubana.

Sin ceremonias de inauguración, la heladería Coppelia abrió sus puertas al público con 26 sabores de helado el 4 de junio de 1966 en pleno corazón de la capital de Cuba. Los servicios entraron en una crisis severa durante el llamado “período especial” de inicios de los años 90 del siglo XX y, a pesar de varios intentos, no ha logrado recuperar su esplendor.
Cuando cumplí 7 años me llevaron por primera vez a Coppelia, y ni el “frío” de nuestro invierno, ni el tiempo de espera en la interminable cola pudieron empañar el encanto de aquella tarde en la recién estrenada heladería.
El lejano recuerdo de ese día me sorprendió el pasado 26 de agosto (2008), cuando supe de la muerte de Mario Girona, el arquitecto que diseñó en apenas siete jornadas aquel asombroso lugar, donde se podían tomar 26 sabores (se asegura que luego fueron 54) del mejor helado del mundo, según la autorizada opinión de los cubanos, siempre tan propensos a la exageración.
De adolescente también fue uno de mis lugares preferidos, pues aunque a simple vista su mayor atractivo eran precisamente sus helados, cremosos y compactos, el lugar tenía otros muchos encantos, como su privilegiada ubicación en pleno centro de El Vedado, rematando aquella “milla de oro” que fue La Rampa de las décadas del sesenta y setenta, por lo que muy pronto se convirtió en un punto de referencia y encuentro para tantos de nosotros, testigo discreto de algunos de los mejores momentos de nuestra juventud.
Una buena parte de su magia residía en su propia estructura un poco laberíntica, abierta al fresco bajo la abundante vegetación, como un pequeño oasis en medio de la vorágine citadina, y donde incluso era posible encontrar ciertos espacios de intimidad, a pesar de contar con capacidad para mil asistentes.

Al menos para mi generación, Coppelia fue siempre un lugar entrañable, donde nos podíamos reunir a la salida de la Universidad para conversar y hacer largas “medias”, aunque poco a poco fueron desapareciendo las sabrosas combinaciones con diversas clases de dulces y la lista de sabores fue decreciendo a ojos vistas, hasta quedar reducida a unos pocos.
Supongo que como a mí, a Mario Girona le tiene que haber dolido que su criatura más popular sufriera tal decadencia, y aunque luego la aparición del dólar le diera a la gigantesca instalación un segundo aire, muchos piensan que nunca ha vuelto a ser igual que antes.
Aún así Coppelia sigue siendo uno de los iconos constructivos de La Habana y una prueba incontestable de que, aún con elementos prefabricados y sin otros grandes recursos pero con una buena dosis de talento, se pueden crear obras capaces de conciliar la función comercial, social y utilitaria con un alto valor estético.
Coppelia quizá fue también uno de los símbolos del espíritu de aquella época un poco romántica de los primeros años de la revolución, considerada por muchos como el período más fructífero del movimiento moderno en Cuba, cuando se soñaron y pudieron realizarse diversos proyectos de singular valor arquitectónico y social.
Girona se había graduado en la Universidad de La Habana en 1953, pero a diferencia de los profesionales que abandonaron el país con el triunfo revolucionario de 1959 o después de la solicitud del nuevo gobierno al Colegio de Arquitectos de colaborar en sus planes constructivos, él respondió a la convocatoria y comenzó una nueva etapa en su prometedora carrera, en la que ya había dado sus primeros pasos como parte del equipo que diseñó el Hotel Capri.

Su primer gran proyecto en este período fue la realización de un complejo turístico en la Ciénaga de Zapata, un sitio de particular belleza al sur de la zona central de la isla, hasta ese momento totalmente olvidado.
En la Ciénaga, hoy Reserva de la Biosfera, se encuentra la Laguna del Tesoro, con algo más de cuatro metros de profundidad promedio y unos 16 kilómetros de superficie, reservorio de una singular biodiversidad, con ejemplares acuáticos como la cebrita cubana, la cabezota, jicoteas y ranas toro.
Cuidando de no realizar intervenciones que perjudicaran ese privilegiado entorno y sin recurrir a reproducciones miméticas, Girona y sus colaboradores idearon cabañas de estilo rústico, levantadas sobre pilotes hincados en el fondo de la laguna, donde se utilizaron los mismos materiales de la zona, la madera, las hojas de palma, con un diseño que reelaboraba las construcciones de los primeros pobladores del archipiélago cubano.
Surge así el centro recreativo Guamá, una especie de alegoría y homenaje a nuestros primeros pobladores, que consigue mantener la armonía entre el paisaje y las construcciones destinadas a los huéspedes y los diferentes servicios.
Al mismo tiempo logra una feliz asociación con el arte, pues trabaja en colaboración con la escultora Rita Longa, encargada de elaborar numerosas figuras escultóricas que recrean algunas de las actividades realizadas por los aborígenes cubanos en su vida cotidiana.
Tras concluir Coppelia, Girona participa en otro gran proyecto vinculado a la naturaleza y de carácter social, también representativo del espíritu de la época, para el cual contó con la colaboración de un equipo multidisciplinario a pie de obra.
A partir de 1968, toda el área de la porción suroriental de la Sierra del Rosario, que pertenece a la Cordillera de Guaniguanico, en la provincia de Pinar del Río, fue sometida de manera experimental a un sistema de terraceo que permitiría repoblar extensas áreas montañosas desforestadas, en lo que se conoció como el Plan Sierra del Rosario.
Se decidió entonces la construcción de una comunidad rural, con el objetivo inicial de agrupar la población dispersa, facilitando su acceso a servicios fundamentales como educación, salud, deporte, recreación y desarrollo cultural, además de garantizar la mano de obra para la atención de los bosques.
Uno de los aciertos del proyecto, en el que también fue importante la participación del arquitecto Osmany Cienfuegos, es haber concebido el entorno como uno de sus elementos más importantes, por lo que algunas de las construcciones se elevaban sobre el nivel del suelo para adaptarse a la irregular topografía.

Se utilizó el sistema Sandino, cubiertas de rojos techos de tejas, carpintería rústica y paredes pintadas de blanco, con closets sobresalientes que producían juegos de volúmenes en las fachadas de las casas, enclavadas en esa imponente escenografía tapizada de árboles, desde las que era posible contemplar el hermoso paisaje, presidido por un pequeño lago artificial.
Las Terrazas, como se llamó al poblado, se inauguró de forma oficial el 28 de febrero de 1971, y en 1990 esta experiencia sirvió de punto de partida para el proyecto de un complejo turístico, modelo de desarrollo rural sostenible.
Al margen de su labor como profesor de la Universidad de La Habana, con la cual contribuyó a llevar adelante la arquitectura cubana de los años 60, en las décadas siguientes Girona continuó desarrollando otros proyectos, como los Hoteles Mar Azul, en la capital cubana, Pasacaballo, en Cienfuegos, y Ancón, en Trinidad, además de la Terminal 3 del aeropuerto internacional José Martí, y el aeropuerto de la isla de Granada.
Considerado figura emblemática de la vanguardia arquitectónica del país, Mario Girona fue uno de los primeros en obtener el Premio Nacional a la Vida y a la Obra que otorga la Unión Nacional de Arquitectos de la Construcción de Cuba, en 1996. Aunque quizá ya poseía el mayor reconocimiento a su obra, sabiendo que su Coppelia había sido tan nuestro y que formaba parte, para siempre, de nuestra memoria colectiva.
Nota: Publicado originalmente en la revista Cultura y Sociedad de IPS Cuba, No.10, de octubre de 2008
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