El amigo Toqui rescata ilusiones en Cienfuegos

Para las noches a oscuras del 9 Festival audiovisual Surimagen 2024, fue un rayo de luz la visita al lugar donde pervive un muñequito que acompañó a tantos niños cubanos y conocer a Ana María Salas, su creadora.

Fotograma del animado Guanaroca, realizado por Ana María Salas y ganador en Surimagen 2024

Foto: Cortesía de los organizadores de Festival Surimagen

El apagón es una cosa muy persistente en la llamada Perla del Sur. Tanto, que parece un absurdo digno de Virgilio Piñera el hecho de haberse efectuado, entre los días 20 y 22 de noviembre, el festival del audiovisual Surimagen 2024 en una Cienfuegos sometida al castigo de 16 horas diarias y más de cortes de fluido eléctrico.

Adicionen a esas noches tenebrosas la circunstancia de que esta ciudad llegó a tener, según sus viejos habitantes, 21 cines, y hoy sobreviven apenas, en su céntrico paseo del Prado, la otrora sala oscura del Martí, devenida en Casa de la Música y salón multiusos con pantalla de proyecciones al fondo, y el que fuera Cine Luisa reconvertido a espacio de multisalas.

El uso de plantas eléctricas permitió al Centro Provincial de Cine de Cienfuegos, principal entidad organizadora, rescatar a duras penas la exhibición de los filmes en concurso y dar cumplimiento al programa de actividades, que incluyó conferencias y encuentros con artistas, realizadores y críticos de cine invitados al evento. Pero de estas desventuras (y puede que algunas venturas) trataré quizás en un texto más adelante, y ahora me enfocaré en una cuota de claridad recogida en esos días.

La madre de Toqui

Entre los materiales enviados para la competencia del Surimagen, destacaba uno, Guanaroca, la recreación de una leyenda local, que a la larga obtuvo el lauro en el apartado de cine de animación y un premio colateral del Consejo Provincial de Artes Escénicas.

Fue una sorpresa, al menos para este cronista, enterarse de que la artífice de esa pieza llena de ingenio y calidez, realizada con técnica de stop motion, era nada menos que Ana María Salas. Su nombre tal vez no diga mucho a los más jóvenes, pero todo infante de la Cuba de los 70 y 80 del pasado siglo creció encontrándose cada tarde, por la pantalla televisiva, con el muñeco que cantaba “Y es que ya soy tu amigo/ por siempre lo seré/ todas mis ilusiones/ a ti te las diré”.

“Puedes confiar en mí” y “nunca más estarás solo”, decía esa figura infantil; y Salas, su creadora, proponía después, en cada capítulo y tras el toque mágico de una mariposa, un viaje a través del tiempo y el espacio, a territorios reales de la historia y a la cultura, o al mundo fantasioso de los cuentos y los sueños. Con Toqui, el amigo eterno, los niños cubanos llegamos a confiar en que “puedes ser muy feliz” y la clave de la existencia estaba en “aprende a dar de todo/ y aprende a recibir”.

Además del asombro por saberla viva, y tan lúcida, a esta señora que uno imagina octogenaria, se daba la maravilla de tenerla al alcance de la mano, porque ―se enteró ahí el cronista― vive actualmente en Cienfuegos. “Yo no te conocía/ ni tú tampoco a mí”, rezaba aquella canción; y se volvió urgente hacerle la visita.

Toqui, el amigo de los niños cubanos, es una creación de la cienfueguera Ana María Salas

Caserón de ensueño

Es imposible que alguien tome hacia Punta Gorda, pase Los Pinitos, enrumbe por el maleconcito y no se detenga a contemplar extasiado esta edificación. Una tarja delante de la verja aclara que ahí residió “Eduardo Benet Castellón (1879-1965), destacado poeta, escritor e insurrecto mambí”. Detrás, la fuente y el jardín poblado de plantas y flores; al final, el caserón de dos plantas, estilo bungalow americano. Y aunque luzca modernizada y recién pintada de amarillo, nadie imaginaría a ese inmueble patrimonial habitado por una persona y no por fantasmas de otro tiempo.

La sorpresa siguiente fue encontrar ahí a Ana María Salas, abriendo la reja. Tan pequeña y delgada, de pelo recortado y rojo, y rasgos tan sospechosamente parecidos a los de la criatura que engendró. Ella odia las poses y la formalidad y no puede quedarse quieta nunca, y me agarra del brazo y sube una pierna para quedar teatralmente inmortalizada en la foto.

Una perra oscura y pelona, de la raza que los cubanos llamamos “chino”, recibe, tímida al principio y alocada después, a quienes visitan el recinto. Ana María hace olvidar que afuera está la pomposa y afrancesada Cienfuegos, de 150 mil habitantes, y nos encierra en el universo de su peculiar casa de los espíritus. Ella rellenó de agua un socavón del amplio terreno circundante y plantó una laguna con carpas asiáticas. Rescató a un poni de un amo maltratador y lo soltó a correr a sus anchas por la propiedad.

La Casona de Toqui, en la barriada cienfueguera de Punta Gorda

Tesoros de la vida

A la actriz le gusta vivir en una relación libre, respetuosa, y a la vez pragmática, con la naturaleza. Un árbol de Carolina, de tronco verdoso, crece a su arbitrio, enroscando las ramas alrededor de los pilares de un tanque de agua. Pero ella obtiene de un huerto el alimento vegetal, ha sembrado plantas frutales; y la vid trepada a una pérgola la provee de uvas. Una tropa de gallinas asilvestradas le proporciona los huevos. “Casi no tengo que salir a comprar comida en tiendas”, asegura.

La casa de la Salas es una cajita de sorpresas. Con ese espíritu comercial que complementa su lado artístico, tiene la segunda planta apertrechada para recibir clientes en una suerte de hostal. Mujer de existencia rica en aventuras y codeada con personas de importancia, alberga en el piso inferior el museo de su vida. Suvenires traídos de un sinfín de lugares, máscaras del carnaval de Venecia y de guerreros de África, enseres de indios del Amazonas, sombreros de París, tapices suramericanos, alfombras de la India, vasijas, relojes antiguos, joyería, geishas de porcelana, artesanía peruana, papiros egipcios, muebles finos, fotos de ella con sus tres hijos, dibujos de Quino, un cuadro de Guayasamín…

Otra novedad de la casa: un área acomodada como salita de conciertos. Y un detalle sobre la pared que causa admiración, de verla a ella tan frágil: enmarcado, un diploma de la Asociación Internacional de Karate la certifica como Cinta Negra y Primer Dan. Allá los maleantes incautos que entren aquí imaginando coger mangos bajitos con la “viejecita” solitaria…

Ana María Salas se aferra al cronista, teatral, porque no quiere una foto “de las normales”

El cuento de Toqui

Ana María no para de hablar y te liga conocimiento agrícola y consejo sentimental: “El flamboyán es como el matrimonio: primero todo flores y después pura vaina”. Llegamos hasta una entrada posterior, donde Toqui, de cemento y un metro de altura, nos saluda. Él no podía faltar como tema de conversación…

Toqui fue alumbrado en Ecuador; pero la Salas, como el Benny, nació en la localidad cienfueguera de Santa Isabel de las Lajas, en una fecha de la cual no quiere acordarse. Empujada por la familia, empezó a estudiar Pedagogía y después Ingeniería Química, pero lo suyo era otra cosa y escapó a La Habana a hacerse instructora de arte. Regresó al centro del país, a Santa Clara, ya convertida en teatrera y ahí dirigió el Teatro Guiñol. Pero el amor, ay, se la llevó muy lejos, cuando se enamoró de un ecuatoriano, médico y militante izquierdista, y se fue con él para Quito.

Allá, la cara de los niños de la calle la inspiró y creó al muñequito; lo presentó al concurso de un programa de televisión y ganó la porfía. “La gente cree que su nombre es Quito al revés, pero en verdad se lo puse por una expresión quechua y significa: gran jefe guerrero y su lanza de obsidiana”, asegura.

Su marioneta fue un éxito rotundo, tanto que una broma de Toqui provocó un malentendido que casi le cuesta el pellejo. Todo por poner al chiquillo a decir en televisión que Velazco Ibarra (presidente en ese momento), disolvía el Congreso y se declaraba dictador para “salvar” al país y el dinero del petróleo se lo quitaría a los oligarcas para entregarlo a los pobres y construir hospitales y escuelas. Fue presa, interrogada y maltratada, hasta que se comprobó la inocentada.

Ese programa ya no volvió a salir; pero la marioneta renació en la propuesta de formato educativo que se haría famosa en todo el mundo.

La creadora de Toqui ha hecho de su casa un museo que recoge los disímiles objetos reunidos a lo largo de su vida

Toqui de vuelta a Cuba

Los niños cubanos, al menos los de mi generación, tenemos una deuda grande con Ana María, porque Toqui no habría llegado a Cuba sin su intervención. “Las relaciones de Cuba y Ecuador estaban rotas; pero a través de una televisora panameña, hice que sacaran copias del programa y las enviaran aquí, aunque no me pagaran derechos de autor”, explica ella.

Más para Ana María, mujer emprendedora, siempre surgirán fórmulas para ganarse bien la vida. Además de los guiones y el teatro, hizo publicidad; y más tarde, divorciada, con tres hijos a cuestas, explotó su veta mercantil y fundó un bar, luego un restaurante y finalmente un hotel. Con esas ganancias, pudo volver a Cuba y ocuparse de restaurar la mansión patrimonial, que la encontró en estado calamitoso y la ha reconvertido en una casona magnífica.

Decididamente, el mensaje de Toqui se le impregna a uno ante la presencia de esta dama enérgica, cuya veteranía no mella su entusiasmo y su chispa. El talento y la gracia inextinguible de Ana María Salas invitan a desear su amistad y a imbuirse de confianza. Como si de verdad, ya nunca más se estará solo y habrá con quién compartir las inquietudes y las ilusiones (2024).

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