El regreso simbólico de Celia Cruz
En días recientes, La Habana ha vuelto a pronunciar el nombre de Celia Cruz con una mezcla de asombro, nostalgia y deuda. A cien años de su nacimiento, la “Reina de la Salsa” ha regresado simbólicamente a la isla en gestos de amor y resistencia.
La figura de Celia Cruz continúa viva en la memoria de su pueblo.
Foto: Tomada del Fogonero
La voz de Celia Cruz resuena en la mayor de las Antillas más allá de las fronteras ideológicas que intentaron callarla. En varios homenajes a la artista, desarrollados en la capital cubana, se deja ver la imposibilidad de borrarla de la memoria colectiva de su país natal.
El centenario de su nacimiento, celebrado en medio de silencios oficiales y manifestaciones espontáneas de cariño, ha vuelto a colocar sobre la mesa una pregunta que flota en el aire desde hace décadas: ¿cómo puede Cuba narrar la historia de su cultura sin Celia Cruz?
El 21 de octubre la Iglesia de la Virgen de la Caridad del Cobre, en el corazón del municipio Centro Habana, fue el escenario de un homenaje espiritual, convocado por varios artistas cubanos para conmemorar el centenario de su natalicio.
La cita reunió a figuras de la música popular como Haila María Mompié, Yomil y Alain Pérez, este último trabajó junto a Celia en producciones y conciertos. Representantes todos de distintas generaciones, reconocen la admiración por la mujer que llevó el nombre de Cuba a los más grandes escenarios con su música.
Mompié, quien desde sus inicios ha declarado su devoción por Cruz, la honró también con su música, lanzando en el mismo día del centenario el sencillo “Mi vida es cantar”, tema de un próximo disco sinfónico que dedica a su ídolo.

La sombra de la censura
| El caso de Celia Cruz condensa uno de los capítulos más tensos de la relación entre el arte y la política en Cuba. Tras abandonar la Isla en 1960 junto a la Sonora Matancera, la cantante fue declarada “traidora” por el gobierno revolucionario, y su música desapareció del espectro radial y televisivo. Ni su voz, ni sus discos, ni su nombre podían ser mencionados públicamente.
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El Centro Nacional de Música Popular canceló una puesta en escena del grupo Teatro El Público, dirigido por el maestro Carlos Díaz, que debía celebrarse en la Nave 3 de la Fábrica de Arte Cubano (FAC). Una vez más el arte de las tablas traería de vuelta a la artista como lo hizo el texto Delirio habanero del dramaturgo Alberto Pedro.
La suspensión, comunicada sin explicación pública, generó una oleada de reacciones en redes sociales y en la comunidad artística. Ante la negación, FAC respondió una vez más con arte. Una butaca iluminada en el escenario y una hora de silencio fueron las protagonistas del espacio donde debía presentarse la obra el 19 de octubre.
Igualmente, el propio centro cultural develó una estrella con el nombre de Celia Cruz, sumándola a su proyecto Constelación FAC, donde ya brillan grandes figuras de las diversas expresiones de la cultura nacional.
Desde las artes visuales también se le rindió homenaje a Celia. El proyecto ILUSTRA’DOS, plataforma de promoción a la ilustración, inauguró la exposición de carteles ¡Azúcar! Dulce Centenario, con obras de diez diseñadores cubanos de diferentes generaciones.
En la presentación de la muestra el músico y fundador de FAC, X Alfonso, expresó sobre la cantante: “Hizo que la salsa, la guaracha, la cubanía toda se sintieran más grandes. Y cuando el exilio la llevó lejos, siguió siendo Cuba en cada nota, en cada vestido brillante, en cada grito que nos recordaba quienes somos”.
El gesto fue celebrado como una afirmación del derecho a la memoria. En un país donde la figura de Celia Cruz fue borrada de los medios de comunicación oficiales, su reaparición en el espacio cultural público resulta profundamente simbólica.
Sin embargo, de la memoria popular nunca se fue. Su imagen siguió circulando clandestinamente en casetes traídos por viajeros, en recuerdos familiares, en el eco de un “¡Azúcar!” que nadie logró callar. El centenario ha vuelto a demostrar que los símbolos culturales trascienden los muros políticos y que la censura, aunque eficaz en apariencia, no puede derrotar al afecto ni al arte.

Una voz que pertenece al mundo
Más allá de las tensiones, los homenajes recientes confirman que Celia Cruz pertenece a un territorio mayor que cualquier frontera: la música cubana universal. Su carrera, marcada por el exilio, el dolor de la separación y el éxito global, representa una síntesis de la diáspora y la identidad.
| Vea también: Celia Cruz regresa a La Habana |
Desde sus inicios en la radio habanera hasta su consagración en Nueva York, Celia fue la encarnación del ritmo afrocubano en su forma más expansiva. Con su risa contagiosa, su fuerza escénica y su dominio vocal, transformó la salsa en un lenguaje global.
A través de sus discos con el percusionista Tito Puente, la Fania All Stars o Johnny Pacheco, elevó el orgullo afrocaribeño a escala planetaria y abrió el camino a las venideras generaciones de artistas latinos.
Por eso, su centenario no es solo un aniversario sino una oportunidad para repensar la historia de la música cubana en toda su complejidad. Su nombre sigue siendo un punto de encuentro, y de conflicto, entre la Cuba de dentro y la de fuera, entre lo institucional y lo popular, entre la memoria y el silencio.
Al rendirle homenaje desde un templo religioso o desde un centro cultural alternativo, Cuba ha dado un paso simbólico hacia la reconciliación con una de sus hijas más ilustres. Su música, al fin y al cabo, sigue sonando dondequiera que haya un cubano, en las fiestas familiares, en los bares de La Habana Vieja o en los auriculares de los jóvenes que hoy la descubren en plataformas digitales. (2025)
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